martes, 4 de abril de 2017

Apuntes sobre el rockcito (I)


Quiso la casualidad que la semana pasada tres distintas personas, sin relación entre sí, me preguntaran de dónde me venía eso de llamarle rockcito al rock que se hace en México. Sé que muchos al leer esta mera mención saltarán irritados para gritarme: “¡Y dale con el tema, ¿acaso no te cansa seguir diciéndole así al rock mexicano?!”, etcétera.
  En atención a esas tres apreciables personas y en desafío a algunos miles que me consideran algo así como el enemigo público número uno de los roquerines nacionales, intentaré aclarar un par de puntos.
  Lo de “rockcito” lo anoté por primera vez en mi diario personal cuando tenía yo 17 años de edad y vi una vergonzosa actuación del grupo Peace and Love en la tele. Sin embargo, retomé el término hasta los años noventa, cuando escribía la columna “Bajo presupuesto” en la sección cultural que dirigía Víctor Roura para El Financiero. Allí me dio por empezar a ser un tanto irónico con los grupos del llamado Rock en tu idioma, en especial los de origen mexicano. Pero el término siempre lo usé como un chiste, una simple humorada que los músicos y sus seguidores tomaron de la peor manera. Tan mal lo vieron que pensaron que lo que me movía era el odio contra ellos, cuando sencillamente su música no me gustaba y como crítico lo externaba en mi columna.
  Tan lejos llegaron las cosas que la manager de los Caifanes envió a dos de sus asistentes para que me buscaran y hablaran conmigo, a fin de averiguar cuál era el oscuro móvil que me llevaba a poner en duda la calidad de sus manejados.
  Sin embargo, la palabra rockcito quedó por siempre asociada a mi nombre a partir de la aparición de La Mosca en la Pared, la revista de música y otros temas afines que dirigí de 1994 a 2008. Fue en sus páginas que el vocablo se volvió realmente célebre y sus lectores me amaron (unos pocos) o me odiaron (la mayoría) con una vehemencia que no ha desaparecido y que me resulta muy divertida.
  Pero, ¿qué es en sí el rockcito? Eso será materia de un segundo artículo.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

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