martes, 27 de febrero de 2018

La luminosa edad oscura de MGMT


Aunque hay quienes la identifican como una de esas típicas agrupaciones creadoras de un solo éxito (su canción “Kids” fue un hit absoluto en 2007), MGMT (al parecer las siglas significan Management) es todo lo contrario, ya que lleva más de una década trabajando y haciendo música. Estupenda música.
  El proyecto de Ben Goldwasser y Andrew Van Wyngarden –ambos nativos de Brooklyn, Nueva York– no ha dejado de grabar desde que puso en circulación su álbum debut, el espléndido Oracular Spectacular (Columbia, 2008). Diez años después, MGMT regresa con su sexto trabajo discográfico, Little Dark Age (Columbia, 2018), en el que su propuesta musical, basada en el electro pop de los años ochenta, más ciertos elementos de neopsicodelia y letras plenas de humor e inteligencia, vuelve a brillar a plenitud.
  Quinto opus dentro de su discografía, este Pequeña edad oscura nos entrega diez composiciones de alta calidad musical. Desde la sardónica y crítica “She Works Out Too Much” (un alegato abierto contra la oligofrenia del Tinder) y la hipnótica y un tanto robótica “Little Dark Age” hasta la vibrante y siniestramente deliciosa (ojo a su tétrica letra) “When You Die”, pasando por la ochenterísima “Me and Michael”, la irónica “TSLAMP” (ácida crítica a la adicción a los teléfonos celulares), la sutil y amistosa “James”, la instrumental y atmosférica “Days That Got Away”, la experimental y muy MGMT “One Thing Left to Try”, la emotiva y melódicamente preciosa “When You’re Small” y la tranquila y concluyente “Hand It Over” (con ciertos aires que recuerdan a la música de Brian Wilson, incluidas las armonías vocales tipo Beach Boys).
  Si sus álbumes anteriores –el ya mencionado Oracular Spectacular, más Congratulations (2010),  LateNightTales (2011) y MGMT (2015)– fueron todos de excelencia, este Little Dark Age viene a refrendar la calidad artística de Goldwasser y Wyngarden, quienes han hecho un disco esplendoroso y lleno de motivos para disfrutar (en especial si se escucha a todo volumen).

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

domingo, 25 de febrero de 2018

11 grandes discos (no tan conocidos) de 1968


1967 fue uno de los grandes años en la historia del rock, como lo fue 1969. En medio queda 1968, al que recordamos más por sus acontecimientos políticos, aunque a lo largo de sus doce meses también se produjeron estupendos discos. Veamos aquí once de ellos, algunos quizá no tan famosos pero sí de enorme trascendencia artística y musical.

1.- The Band. Music from Big Pink. El álbum debut del legendario quinteto canadiense que adquirió su inicial fama como grupo acompañante de Bob Dylan y que poco a poco logró brillar debido a sus propias luces, al gran talento de sus integrantes y a sus espléndidas composiciones. Una joya de finura y gran rock.

2.- Van Morrison. Astral Weeks. Luego de sus grandes éxitos con el grupo Them, Morrison sorprendió con este disco etéreo e inasible, mágico y misterioso, todo un viaje astral, una especie de sinfonía pastoral en la que se entremezclan el rock, el pop, el folk y el jazz de manera alucinante.

3.- Simon & Garfunkel. Bookends. El primer álbum conceptual de este dueto, con canciones que se refieren a la amistad, a la vida cotidiana, pero sobre todo a las dificultades del crecimiento y la maduración de los seres humanos. Grandes canciones de Simon, como “America”, “At the Zoo”, “Old Friends” y la emblemática “Mrs. Robinson”.

4.- The Kinks. The Kinks Are the Village Green Preservation Society. Luego de pasar por la etapa de sus canciones secas, duras y pre-punks (“You Really Got Me”, “All Day and All of the Night”, etcétera), Ray Davies y los suyos entraron a una segunda etapa creativa, con composiciones más elaboradas y letras críticas que retrataban a la conservadora sociedad británica de su tiempo, aún marcada por la época victoriana. Una belleza llena de humor e inteligencia.

5.- Neil Young. Neil Young. El debut del trovador canadiense, poco después de abandonar a Buffalo Springfield, es una obra que ya apuntaba hacia dónde se dirigiría su carrera en el futuro. No es ni por mucho su mejor trabajo discográfico, pero vale por lo que representa dentro del rock folk que se hacía en aquel momento.

6.- Creedence Clearwater Revival. Creedence Clearwater Revival. Otro álbum debut, este por parte de esta original banda californiana que sonaba a música del deep south y el Mississippi, sin que sus integrantes y principalmente su líder, compositor, guitarrista y cantante, John Fogerty, hubiesen puesto jamás un pie en aquellas regiones. Sus versiones de “Susie Q” y “I Put a Spell on You”, sencillamente sensacionales.

7.- Blood, Sweat and Tears. Child Is Father to the Man. Fundada por el gran músico Al Kooper, esta banda fue más allá de las vertientes blueseras de sus similares Electric Flag y Paul Butterfield Blues Band, para adentrarse en territorios más sofisticados, en especial el jazz. Primer disco y único en el que participaría el propio Kooper antes de dejar a la agrupación.

8.- Traffic. Traffic. El segundo álbum del cuarteto inglés es otra maravilla a la altura del Mr. Fantasy del año anterior, con Steve Winwood y Dave Mason a plenitud como músicos y compositores. Más variado y mejor producido, con un mayor juego de estilos y canciones tan buenas como “You Can All Join In”, “Pearly Queen” y la más que clásica “Feelin’ Alright?”.

9.- Jeff Beck. Truth. El primer disco de Beck como solista luego de salir de los Yardbirds. Un disco de sólido y potente rock, con invitados de lujo que van de los inminentes zeppelines Jimmy Page y John Paul Jones a Keith Moon, Rod Stewart y Ronnie Wood. El característico estilo guitarrístico del buen Jeff ya está aquí a plenitud.

10.- The Doors. Waiting for the Sun. Sin la brillantez de sus dos primeros álbumes, Waiting for the Sun es sin embargo un gran disco. El sonido oscuro y la poesía de sus letras siguió desarrollándose y Jim Morrison se consolidó como un mito del rock de los sesenta. Incluso se dio el lujo de lanzar el simpático tema pop “Hello I Love You”.

11.- Aretha Franklin. Lady Soul. El álbum que consagró a Aretha como la reina de la música soul, un trono que no ha perdido 50 años después. Tercer opus para la disquera Atlantic, contiene canciones tan esplendorosas como “You Make Me Feel (Like a Natural Woman)” y “People Get Ready”, apoyada por un grupo de notables músicos que incluye al saxofonista King Kurtis, el organista Spooner Oldham y el guitarrista Joe South.

(Lista que me publicó el día de hoy la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

miércoles, 21 de febrero de 2018

Mr. Tambourine Man


En 1965, los Estados Unidos vivieron dos hechos musicales de enorme trascendencia. Por un lado, la llamada invasión inglesa que inundaba los oídos del público norteamericano lo mismo con material de excelencia (The Beatles, The Rolling Stones, The Animals, The Who, The Kinks, The Zombies, Them) que con una enorme cantidad de cancioncitas intrascendentes. Por otra parte, en la Costa Oeste, principalmente en California y más específicamente en las ciudades de San Francisco y Los Angeles, se vivía el surgimiento de la psicodelia, influida de manera clara por el consumo de drogas químicas y naturales. Agrupaciones como The Grateful Dead, Jefferson Airplane, Quicksilver Messenger Service, Big Brother and the Holding Company y otras comenzaban a surgir por todas partes con lo que se bautizó como rock ácido.
  Aunque con un estilo musical un tanto diferente, otro de esos grupos californianos de los inicios de la era del flower power era The Byrds. Lo que distinguió a este quinteto desde un principio es que lejos de tocar acid rock, lo que hicieron fue una impecable combinación del folk a la Bob Dylan (de hecho adaptaron varias composiciones de éste) con el rock británico de aquellos días, lo que dio como resultado una música llena de melodicidad y de armonías vocales muy similares a las de los Beatles o los Hollies, más el sello de una guitarra de doce cuerdas, la Rickenbaker de Roger McGuinn, que los hizo inconfundibles.
  Curiosamente, si bien The Byrds fueron influidos por Dylan y los Beatles, a su vez influyeron a éstos y fueron determinantes en su música inmediatamente posterior. Su relación con el primero surgió a partir de la grabación que hicieron de una canción hasta entonces inédita de éste,”Mr Tambournine Man”, de la cual eliminaron algunas estrofas e hicieron un arreglo memorable, precisamente con una figura de guitarra hoy clásica y las mencionadas armonías de voz a la beatle. Puede decirse que la versión de “Mr Tambourine Man” de los Byrds fue el primer folk rock de la historia.

El señor de la pandereta
En cuanto a Mr. Tambourine Man, el álbum de 1965, se trata de un gran debut. La grabación original en vinil estaba conformada por doce cortes, la mitad de ellos originales y la otra mitad de compositores como Pete Seeger, Jackie DeShannon y el propio Dylan. La importancia del disco estriba en que demostraba que podían combinarse letras intrincadas, inteligentes y sobre todo poéticas con un rock sólido y a la vez armónico y melodioso. Obra fundacional de un nuevo género que daría origen a muchas otras agrupaciones a lo largo del tiempo (desde Buffalo Springfield hasta Gin Blossoms, pasando por The Beau Brummels, The Band, Crosby Stills, Nash & Young, Eagles, Tom Petty y muchos más), Mr. Tambourine Man inicia con la ya comentada canción homónima y prosigue con la primera composición propia del disco: “I’ll Feel a Whole Lot Better” de Gene Clark (quien en ese entonces tenía apenas diecinueve años de edad), una pieza que lleva en sí todas las características del estilo de los Byrds. La letra habla sobre el rompimiento con una mujer que no ha sido amorosamente honesta y tiene un dejo a la vez triste e irónico (“Probablemente me sentiré mucho mejor cuando te vayas”, canta Clark, apoyado por las voces de Roger McGuinn, David Crosby y Chris Hillman).
  Otros cortes notables del lado A del álbum son la preciosa “You Won’t Have to Cry”, “Here Without You” (otra joyita del muy joven Gene Clark que retrata a la ciudad de Los Angeles a mediados de los sesenta) y la clásica y tradicional “The Bells of Rhymney” de Pete Seeger, en un arreglo que sin ser de lo mejor del grupo da una nueva dimensión a un tema interpretado durante décadas por toda clase de músicos.

Todo lo que realmente quiero hacer

Otra versión a un tema de Bob Dylan abre el lado B de Mr. Tambourine Man. Se trata de la magnífica “All I Really Want To Do”, elaborada por los Byrds en un tempo más rápido y rítmico que el de la original dylaniana y con una emoción muy particular. La sigue otra belleza: la muy dulce y melancólica “I Knew I’d Want You”, por cierto también de Gene Clark. “It’s No Use” es quizá la pieza más atípica del disco y a la vez la que iba más con el estilo de música de aquel tiempo. Se trata sin duda de la única canción realmente psicodélica del álbum, la única que se aleja del folk y se entrega plenamente al acid rock.
  Mr. Tambourine Man culmina con tres covers: “Don't Doubt Yourself, Babe” de Jackie DeShannon, con su beat a la Bo Diddley, la maravillosa “Chimes of Freedom” de Dylan y la tradicional “We’ll Meet Again”. En apenas poco más de treinta y cinco minutos, The Byrds habían dado nacimiento, nada más y nada menos, al folk rock.

lunes, 19 de febrero de 2018

Low Budget


Una de los grandes obras discográficas de los Kinks. Compuesta y grabada en plena era del punk y la música disco, esta colección de canciones toma elementos musicales de ambos géneros, los emplea con sabia ironía y los mezcla con un rock seco, duro, desnudo, de bajo presupuesto.
  En tiempos en los cuales la crisis energética azotaba al mundo, Ray Davies hizo un retrato puntual y sardónico de las angustias existenciales de esos días, cuando el dinero no alcanzaba, cuando la gasolina escaseaba, cuando el desempleo azotaba al primer mundo y la gente suspiraba por la aparición de un Superman o un Capitán América (cualquier semejanza con la actualidad no es mera coincidencia).
  Low Budget (1979) es un trabajo sin fisuras, once composiciones en las que Davies retoma su vena satírica para fustigar a unos Estados Unidos que se hundían en un periodo de recesión y que ante el fracaso de la presidencia de Jimmy Carter, se disponían a entrar (apenas dos años después) a la era reaganiana. El disco arranca con la genial “Attitude”, mediante un riff de guitarra extraordinario (obra, claro, de Dave Davies) y de fuerza brutal. Lo que sigue no es menos brillante y continúa con la irresistible “Catch Me Now I’m Falling” (con su acorde alentado a la “Jumpin’ Jack Flash” y un sax sensacional), la sicótica e hiperquinética“Pressure” (grabada en una sola toma), ese alegato contra la sobremedicación (“Nervous tention, man invention”) que es la acompasada y cuasi reggae “National Health”, el sardónico disco-rock “(Wish I Could Fly Like) Superman” (“Quiero volar y ni siquiera puedo nadar”), la homónima y espléndidamente crítica “Low Budget” (un canto al hombre económicamente quebrado: “Excuse my shoes/ they don’t quite fit/ They’re a special offer/ and they hurt me a bit”), la curiosa historia contra la sobrepoblación que es“In a Space”, la preciosa “Little Bit of Emotion” (en la cual Davies cuestiona a la gente que no es capaz de mostrar sus emociones y sentimientos: “We’re afraid to see a bit of emotion/ So we walk away”), el increíble rock blues de “A Gallon of Gas” (una de las cumbres del disco, con su sólida guitarra, sus cambios armónicos y su genial letra sobre la escasez de combustible y el hecho de que “las carreteras están desiertas y el aire huele desnaturalmente a limpio”), la movidísima y muy divertida “Misery” (“You are such a misery/ why don’t you learn to laugh?”) y la concluyente y hasta relajada “Moving Pictures” (“Vivimos, morimos, nadie sabe por qué/ la vida es sólo una película en movimiento”).
  Un disco que es un testimonio pero también una obra de arte.

(Reseña que escribí para el Especial de La Mosca en la Pared No. 43, dedicado a The Kinks y publicado en octubre de 2007)

miércoles, 14 de febrero de 2018

El primer disco solista de Eric Clapton


El álbum debut homónimo de Eric Clapton (1970) es una joya casi olvidada, a pesar de que se trata de un disco estupendo, fresco, lleno de vitalidad y entusiasmo. Realizado en el época en la cual el guitarrista formaba parte del extenso grupo de amigos de Delaney y Bonnie Bramlett (el cual incluía, entre muchos otros grandes músicos, a Leon Russell, Dave Mason, Stephen Stills y Rita Coolidge) y producido por el propio Delaney Bramlett, Eric Clapton mantiene ese sonido de jam session tan propio de la numerosa agrupación que grabó el On Tour.
  Es este también el primer trabajo discográfico en el cual el inglés canta a plenitud y lo hace estupendamente, según lo ejemplifican canciones tan buenas como “Blues Power”, “Let It Rain”, “Bottle of Red Wine”, la más que sugerente “Easy Now” (“Making love against the wall, feeling very small when we didn’t need to be, easy now, don’t let my love flow out of you, please remember that I want you to come too”) y su (hoy clásica) versión de “After Midnight” de J.J. Cale. Mención aparte merece la sección de metales que lo acompaña, con Bobby Keys al sax y Jim Price en la trompeta. Un discazo.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 38, de marzo de 2007).

martes, 13 de febrero de 2018

Le dicen Lázaro Cristóbal Comala


Uno que se la pasa despotricando porque en el rock que se hace en México reinan la mediocridad, las malas imitaciones, las clonaciones y la falta de cultura musical y porque los músicos que realmente tratan de hacer algo que valga la pena son minoría, la excepción que confirma la regla. Uno que lleva treinta años de quejarse de la malhadada influencia del rock pop argentino que llegó para convertir al rock nacional, de manera mayoritaria, en un rock híbrido y sin identidad, empequeñecido, un rockcito triste, inocuo, pasteurizado, de flojera infinita.
  El rock real se confinó en ciertos rincones subterráneos y en algunas propuestas que llevan mucho tiempo y una que otra que surge de repente.
  Es el caso de Lázaro Cristobal Comala, un músico y compositor de Durango, avecindado en Des Moines, Iowa, quien lleva algunos años en el camino pero sin ser suficientemente conocido en nuestro país, en su país.
  Acabo de toparme con la música de Comala (su verdadero nombre es Daniel Azdar Sil) y me he quedado muy gratamente sorprendido. No porque el hombre haya descubierto el hilo negro, sino porque se trata de un artista auténtico, sincero, sin poses. Un cantante con feelin’. Su música, basada en el folk y el country (la huella de Johnny Cash es clara), tiene sin embargo un sonido muy original, con letras en español, inteligentes, poéticas y profundas. Si buscáramos paralelos actuales en México, yo lo emparentaría con Jaime López y con Israel Belafonte, con aires lejanos de Rockdrigo González y aires cercanos del tradicional canto cardenche de su Durango natal. También diría que es la afortunada antítesis de Juan Cirerol.
  Su disco homónimo de 2014 es una perfecta introducción a su obra y su reciente EP, Zaguán, con cinco canciones inspiradas en el canto cardenche, es una belleza (ambos pueden escucharse en YouTube). De 2016 es América grande (al lado de Todd Clouser) y actualmente se encuentra grabando su quinto disco, Canciones del ancla, que deberá aparecer en marzo próximo.
  Un muy afortunado hallazgo.

(Mi columna "Gajes del orificio" de hoy en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

miércoles, 7 de febrero de 2018

Physical Graffiti


Physical Graffiti (Atlantic, 1975) es a Led Zeppelin lo que Exile on Main Street es a los Rolling Stones: un variado y muy rico álbum doble consagratorio. Y si bien no alcanza una total regularidad a lo largo de sus quince cortes, tiene la suficiente calidad como para no caer en los hoyos de Houses of the Holy.
  Desde el arranque del restallante lado A, con la muy logradamente funky y provocativa (nada que ver con “The Crunge”) “Custard Pie” (con una letra de doble sentido que no se escuchaba desde “The Lemon Song” del Led Zeppelin II) nos damos cuenta de que estamos ante un trabajo muy sólido, lo que se confirma con la dura y sacudidora “The Rover” y la extraordinaria y no menos pesada “In My Time of Dying”.
  El lado B apuesta más por el terreno melódico, al abrir con la prácticamente popera “Houses of the Holy” (sí, el mismo título de su disco anterior), aunque revira hacia una especie de homenaje al “Superstition” de Stevie Wonder (con “Trampled Underfoot”) y culmina con la señera “Kashmir”, otra de las cumbres de la obra ledzeppeliniana, con sus aires árabes y sus profundos paisajes sonoros. El arreglo ascendente y descendente arrastra al escucha y se convierte en una de sus principales virtudes.
  El segundo disco, con sus lados C y D, apuesta por cierto eclecticismo y la variedad de estilos de las once composiciones que los conforman va de la incursión hinduista de “In the Light” a la modesta belleza acústica de la instrumental “Bron-Yr-Aur”, del claro homenaje a Neil Young (hasta en el título) de “Down by the Sea Side” a la tristeza de “Ten Years Gone”, de la naturaleza atípica del rockblues “Night Flight” al funk potente (que cada vez les salía mejor) de “The Wanton Song” y del buen rocanrolito austero de “Boogie with Stu” (¡con Ian Stewart al stoniano piano!) al blues a la Robert Johnson de “Black Country Woman” y el mood decadente de “Sick Again”.
  Physical Graffiti fue a mi modo de ver el último álbum realmente grande de Led Zeppelin. Un lustro de tragedias y malos momentos se acercaba y ello se reflejaría en sus dos siguientes discos.

(Reseña que publiqué originalmente en el Especial de La Mosca en la Pâred No. 6, dedicado a Led Zeppelin y editado en noviembre de 2003).