martes, 25 de octubre de 2016

Un Nobel honorario para Leonard Cohen


Leonard Cohen ha culminado (¿o no?) su trilogía discográfica final –conformada previamente por los extraordinarios discos Old Ideas (2012) y Popular Problems (2014)– con la aparición, apenas este viernes 21, del impresionante You Want It Darker (2016).
  A sus 82 años recién cumplidos (nació en Montreal, Canadá, el 21 de septiembre de 1934), Cohen declaró hace poco a The New Yorker que estaba preparado para morir, aunque al ver la reacción de alarma de sus seguidores, lo matizó más adelante con un “me propongo vivir hasta los 120 años”. Sin embargo, al escuchar las letras de las canciones de los tres álbumes mencionados y en especial del más reciente, es claro que el decirse preparado para la muerte es la frase central de su estado de ánimo actual.
  You Want It Darker es un disco filosófico y profundo en su poesía, y austero y espléndido en su música (el sentido melódico de Cohen sigue siendo exultante). Las nueve composiciones que lo constituyen no tienen desperdicio: todas poseen algo trascendente que decir, todas brillan desde una oscuridad lírica y musical que conmueve y quita el aliento. No es sin embargo una obra pesimista o desencantada. Yo diría que es más un ajuste de cuentas con una vida fructífera pero difícil, tan llena de creatividad y de felicidad como de momentos duros y complicados en lo profesional, lo artístico, lo amoroso, lo religioso.
  Por eso, temas como (nombrémoslos todos) “You Want It Darker”, “Treaty”, “On the Level”, “Leaving the Table”, “If I Didn’t Have Your Love”, “Traveling Light”, “It Seemed the Better Way”, “Steer Your Way” y “String Reprise/Treaty” poseen una riqueza espiritual y una crudeza humana que sólo Cohen podría expresar como lo expresa.
  ¿Disco testamento? ¿Trilogía discográfica de despedida? No lo sabemos. Leonard Cohen tiene problemas de salud (parte del disco lo grabó sentado, debido a sus dolores de columna), pero su mente y su espíritu al parecer se mantienen incólumes.
  Merece un Nobel honorario.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

domingo, 23 de octubre de 2016

The Who Sell Out


La primera obra maestra de The Who y su primer disco con sentido conceptual (una de las obsesiones de Pete Townshend). The Who Sell Out (1967) es un álbum espléndido por donde quiera que se analice. Homenaje a las estaciones radiales piratas que tanto apoyaron al grupo en sus inicios y que fueron prohibidas en Inglaterra y precariamente sustituidas por la BBC 1, este trabajo no sólo contiene grandes composiciones –“I Can See for Miles”, “Mary Anne with the Shaky Hand” (todo un canto irónico a la masturbación al igual que sucede en “Pictures of Lily”), “I Can’t Reach You”, “Odorono”, “Tattoo”, “Relay”, “Armenia City in the Sky”, “Rael” (otra mini ópera, en dos partes)–, sino una hilación progresiva en la cual los cortes van unidos por falsos anuncios promocionales de Radio London, una de las emisoras piratas a las cuales se rinde tributo.
  Inscrito en plena etapa psicodélica, Sell Out muestra que los Who eran mucho más que una bandita británica del montón, de esas que surgieron durante la llamada Ola Inglesa y que, por el contrario, se trataba de una agrupación que podría trascender y que se encontraba en un nivel paralelo al de los Beatles, los Rolling Stones y los Kinks. Poderoso y melódico, fuerte y armónico, entusiasta y dulce, The Who Sell Out permanece como uno de los grandes álbumes de los sesenta.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 11 de La Mosca en la Pared, dedicado a The Who y publicado en marzo de 2008)

jueves, 20 de octubre de 2016

Los 90 de Chuck Berry


Músico, poeta y loco, personaje delirante y genial, el gran pionero del rocanrol llega a sus nueve décadas de vida.

La escena es ya un clásico del cine. En Volver al futuro de Robert Zemeckis (1985), el personaje de Marty McFly (interpretado por Michael J. Fox) toca en la guitarra “Johnny B. Good”, con su famoso riff introductorio (“Voy a tocar un oldie..., bueno, es un oldie en el lugar de donde vengo”) y un joven de color (negro, dirían Les Luthiers) corre a un teléfono atrás del estrado para hacer una llamada (“¡Primo Chuck, soy Martin, Martin Berry! ¿Recuerdas el sonido que estabas buscando? ¡Pues escucha esto!”) y acto seguido pone el auricular en dirección a la música. McFly de pronto se aloca y, ante el azoro del público, termina por tocar al estilo de Jimi Hendrix y Pete Townshend. Se interrumpe y les dice: “Creo que aún no están ustedes listos para esto, pero a sus hijos les encantará”.
  Es un divertido y emotivo homenaje al autor de esa y otras muchas canciones que dieron forma, sentido y sustancia a lo que el locutor radiofónico Alan Freed llamaría rock n’ roll, un tributo al creador de todo un estilo de escribir, tocar y cantar llamado Chuck Berry.
  Berry cumplió 90 años de edad este 18 de octubre. Nació en 1926, en Saint Louis, Misuri, con el nombre de Charles Edward Anderson Berry y aunque ya se encuentra retirado, hasta hace relativamente poco tiempo seguía presentándose en concierto. De los pioneros del rocanrol es el más longevo (Fats Domino tiene 88 años, Little Richard 83 y Jerry Lee Lewis 81).
  Tedioso sería repetir aquí la archiconocida biografía del creador de “Maybelline”, “Sweet Little Sixteen”, “Carol”, “Roll Over Beethoven” y tantos himnos generacionales o repetir frases hechas como que es el padre del rocanrol o que sin él la historia de la música popular habría sido muy otra, etcétera.
  Habría que hacer énfasis, sí, en algo de lo que se habla menos, aunque John Lennon insistía mucho en ello: que las letras de las canciones de Chuck Berry son poesía pura, lírica brillante y rica en descripciones sobre la juventud estadounidense de finales de los cincuenta y principios de los sesenta. Un retratista de su época (aunque no sé si le alcanzaría para el premio Nobel, como Bob Dylan).
  También habría que referir sus raíces blueseras. Si bien Berry amalgamó muy bien el blues con el country & western y con ello hizo el mejor rock n’ roll (incluido su famoso paso de pato), hay grabaciones suyas en las que interpreta el blues de manera estupenda. Blueses propios que escribió también y tan bien.
  De carácter difícil (baste ver ese documental llamado Heil Heil Rock n’ Roll!, de 1987, en el que mientras se prepara un concierto en homenaje suyo, promovido y organizado por Keith Richards, atestiguamos la arrogancia despótica de la que solía hacer gala y sus roces constantes con el guitarrista de los Rolling Stones, quien en varias ocasiones a lo largo del filme está a punto de mandarlo al diablo.
  También es conocida la avaricia del músico, quien no tenía empacho en declarar que estaba en el negocio de la música por el dinero y a quien era necesario pagarle en efectivo y antes de cada presentación. De hecho, con frecuencia viajaba a las ciudades solo con su guitarra y pedía que músicos locales lo acompañaran. De ese modo, se ahorraba el sueldo de sus propios instrumentistas.
  Mujeriego y apostador, piso la cárcel en 1959, cuando se le relacionó sexualmente con una joven apache de 14 años (aunque el músico juraba que ella le había dicho que tenía 21). Pasó dos años tras las rejas.
  Chuck Berry vino a México a principios de los noventa, para presentarse en un concierto en el viejo Auditorio Nacional, en un programa triple nada menos que con B.B. King y Ray Charles. Me tocó estar ahí en esa ocasión. Fue una actuación discreta la de Berry. Austera. Con tres músicos mexicanos que lo acompañaron. Al menos eso es lo que registra mi memoria. Pero haber visto “en vivo” a esa leyenda del rock (al igual que a King y a Charles), no tiene precio.
  Noventa años cumple ya Chuck Berry. Es un mito viviente. Celebrar sus nueve décadas de vida es lo menos que podemos hacer. Festejar con una sonrisa y un paso de baile al amo de la rock n’ roll music.

(Publicado el día de hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

miércoles, 19 de octubre de 2016

El álbum debut de los Kinks


Aunque hay quienes aseguran que el álbum debut de los Kinks es un disco mediocre y prescindible, yo me permito discrepar de ello. The Kinks (1964) no sólo es un trabajo solidamente rocanrolero, sino que muestra con gran claridad lo que habría de ser este grupo con el transcurso de los años. Cierto que en el plato abundan los covers, pero cierto también que en el mismo hay algunas composiciones de Ray Davies que alcanzarían la inmortalidad, como “Stop Your Sobbing” y, sobre todo, la genial “You Really Got Me”, piedra de toque en la historia del rock y, para muchos, con el primer riff metalero de todos los tiempos. Sin embargo, hay otros temas que destacan, interpretados con gran desenfado y sentido irónico, algo que se convertiría en sello de la casa. Cortes como “So Mystifyng”, “Just Can’t Go to Sleep”, “I Took My Baby Home” o “Revenge” e incluso covers como “Beautiful Dalilah” y “Too Much Monkey Business’” de Chuck Berry o “Cadillac” de Bo Diddley responden a la música que se hacía en 1964 y aun cuando no redondean el sonido clásico de los Kinks que hoy conocemos, sí lo empiezan a configurar.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 43 de La Mosca en la Pared, publicado en octubre de 2007)

martes, 18 de octubre de 2016

Dylan para principiantes


No se preocupe usted, querido lector. No le voy a dar aquí los pormenores de la vida de Bob Dylan. Para conocer su biografía basta con acudir a Wikipedia, a AllMusic.com y a tantos sitios donde seguro hallará extensos datos al respecto.
  El título de la columna se debe a que entre quienes han criticado la controvertida decisión de la Academia Sueca que otorga a Dylan el Premio Nobel de Literatura de este año, me he encontrado argumentos francamente asombrosos y que, en muchos casos, bordan el límite del ridículo y demuestran un verdadero desconocimiento sobre la obra del autor de “Desolation Row” y la trascendencia que ésta ha tenido, a lo largo de más de medio siglo, para la cultura del mundo.
  Desde cosas tan burdas como “Le dieron el Nobel a un cantante para drogadictos” (juro que lo leí en las redes), hasta citas mal traducidas de las letras de las canciones más sencillas del compositor (incluidas algunas que él no escribió), a fin de demostrar “su baja calidad poética”, la metralla de los exquisitos en contra del buen Bob no ha parado desde que se dio a conocer la noticia.
  Por supuesto, hay quienes han argumentado a favor. Cito al escritor mexicano Óscar Aparicio: “Ginsberg, Kerouac, Yeats, T.S Eliot, Pound, Tennyson, Coleridge, Wordsworth, Poe, Conrad, Carroll, Blake, Dante, Crane, Whitman, Rimbaud, Baudelaire, Joyce y muchos más habitan el orbe dylaniano. Hemos leído tanto sobre él que a veces lo obviamos y olvidamos. Dylan es lo más parecido que tenemos a Shakespeare y a Joyce. Sus canciones remiten lo mismo a una batalla de la guerra civil, una huelga de 1955, Vietnam, Nueva Orleans, Madrid, Mississippi, Nueva York. Una forma de atemporalidad fílmica en viñetas de tres u once minutos”.
  O a Joaquín Sabina: “Llevo diciendo por lo menos veinte años que Dylan es el mejor poeta de América y de la lengua inglesa actual y también el que más ha influido en varias generaciones”.
  Pero ni así se convencerán los cultos detractores.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

viernes, 14 de octubre de 2016

101 años de Billie Holiday


Nació hace un siglo y un año; murió hace 56, poco antes de cumplir los 45. Las circunstancias de su deceso fueron muy tristes, pues falleció en el Metropolitan Hospital  de Nueva York, debido (según el parte médico oficial) “a una congestión en los pulmones complicada con una falla en el corazón” (una falla en el corazón…; algo tiene de poético este diagnóstico tratándose de Billie Holiday, quien a lo largo de su vida tuvo muchas fallas de esas).
  Tristemente, la que quizá sea la más grande cantante de jazz de todos los tiempos se encontraba bajo arresto en su cama de hospital, acusada de posesión ilegal de narcóticos, otro problema con el que Billie tuvo que lidiar durante largo tiempo (y sin embargo, hay que decirlo, su muerte fue un poco más “benigna” que la de quien fuera su principal influencia como intérprete y un gran ídolo para ella, la inconmensurable Bessie Smith, quien en 1937, muy grave después de haber sufrido un accidente automovilístico, no fue admitida en un hospital de la ciudad de Clarksdale, Mississippi, por tratarse de una mujer de raza negra, y falleció desangrada en el coche de alquiler que la había llevado hasta allí).
  Pero escribo esto para festejar el nacimiento y no para lamentar la desaparición de Holiday.
  Nacida en la primavera de 1915 en Baltimore, Maryland, fue bautizada como Eleanora Fagan Gough, hija de padres extremadamente jóvenes, ya que al darla a luz, su madre tenía apenas trece años de edad y su padre quince. Cuando quisieron casar a la precoz pareja, el casi adolescente progenitor (quien también resultó precoz como músico, ya que era el guitarrista de la banda de Fletcher Henderson), huyó despavorido, sin que le preocupara la suerte de su hija. La madre tampoco le haría mucho caso, por lo que la niña pasó de mano en mano con diferentes parientes hasta que a los diez años fue violada por uno de ellos e internada casi enseguida en un colegio católico de monjas.
  Permaneció ahí hasta 1927. De regreso con su madre, ambas viajaron a Nueva York, donde ésta se empleó como sirvienta en diferentes casas. Como se trataba de un trabajo inestable, la pequeña Eleanora, de apenas trece años, debió dedicarse por un tiempo a la prostitución, “para completar el gasto”. Fue en esos días que escuchó por primera vez los discos de Bessie Smith y de Louis Armstrong, con lo que quedó atrapada por el blues y el jazz y decidió que quería ser cantante. Ya poseía para entonces una estupenda voz y un sentimiento muy particular al cantar, por lo que no tardó en llegarle una oportunidad, cuando en 1933 acudió a un bar de Harlem, el Log Cabin, y su dueño, el pianista Jerry Preston, le hizo una prueba. Cantó “Trav’lin’ All Alone” y “Body and Soul” y fue contratada de inmediato. Le pagarían dos dólares por noche.
  A sus 18 años, la suerte empezó a cambiarle, sobre todo cuando el productor John Hammond, quien también empezaba su carrera, la escuchó y de inmediato la puso en contacto con Benny Goodman y le consiguió un contrato con Columbia Records. En noviembre de aquel mismo año, grabó su primera canción: “Your Mother’s Son-In-Law”.
  Fue en los años treinta cuando logró su pleno desarrollo como artista, además de que conoció y colaboró con una lista impresionante de músicos que hoy son leyenda: Count Basie, Lester Young, Ben Webster, Artie Shaw. En 1938, mientras trabajaba en el Café Society de Nueva York, el músico Lewis Allen escribió para ella un tema especial, al ver los maltratos y discriminaciones que Billie sufría por su condición de mujer de raza negra. “Strange Fruit” fue el nombre de la pieza que la catapultaría a la fama inmediata, debido a su impresionante interpretación. Columbia no quiso grabarla, pero Commodore sí y aunque las estaciones de radio la vetaron por su letra de denuncia, no tardó en volverse muy popular.
  No obstante, otras dos serían las canciones que la consagrarían en definitiva, en 1941: “God Bless the Child” y “Lover Man”, dos grandes melodías que Holiday se encargó de convertir en clásicas.
  Con un prometedor futuro por delante, la cantante no supo aprovechar su momento y a lo largo de la siguiente década se hundió en un pantano de fracasos sentimentales, drogas y alcohol que inició su temprano declive. En 1947, dejó ir varias oportunidades de trabajo y además sufrió el terrible golpe de la muerte de su madre. Para colmo, fue arrestada por posesión de heroína y encarcelada.
  Los cincuenta no fueron sus mejores años tampoco, aunque logró grabar sus discos más desgarrados, hermosos y entrañables. Una joya como Lady in Satin (1958), sólo puede explicarse como un producto de esa etapa de su vida, etapa que se truncaría un año más tarde, cuando la heroína volvió a derrotarla y la condujo a un nuevo arresto, esta vez en un hospital al que fue llevada de urgencia y donde falleció de un infarto en 1959.
  La gran diva del jazz se fue en medio de la pobreza y el abandono más terribles. Este año se cumple un siglo de su llegada al mundo que tanto la maltrató y al que ella tanto le dio.

(Mi colaboración de este mes en la columna "Gato encerrado" que escribo para el periódico El Vigia, de Ensenada, Baja California)

miércoles, 12 de octubre de 2016

The Who en México (Crónica de un anhelo anunciado)


Para Paulina de la Vega, por estar ahí.

¿Soy yo o para que resultara un concierto perfecto les faltó subir un poquito más el volumen?
  Bueno, tal vez sea yo y mi exceso de exigencia (o mi parcial sordera tempranamente sexagenaria). Lo cierto es que después de más de medio siglo, la noche de este miércoles 12 de octubre (día de “la raza”) se cumplió un sueño que muchos seguidores de The Who teníamos desde hace largo tiempo (y que pudo haberse cumplido en 2007, cuando el concierto del grupo en el Foro Sol se canceló por un supuesto malestar físico de Roger Daltrey): Pete Townshend y compañía se presentaron en México.
  Con un Palacio de los Deportes retacado (se dice que éramos 17 mil espectadores) y luego de un set abridor un tanto largo y aburridillo de Simon Townshend, el hermano consentido de Pete, por ahí de las nueve y media de la noche dio inicio un concierto peculiar, cálido, emotivo, entrañable y lleno de nostálgicas vibraciones (para usar un término sesentero).
  No sé si les sucedió a muchos más, pero después de haber visto a The Who infinidad de veces en videos en concierto (desde su legendarias presentaciones en el Monterey Pop Festival de 1967, el festival de Woodstock de 1969 o el de la Isla de Wight en 1970, hasta los más recientes, de su gira The Who 50!), el hecho de tenerlos ahí, en persona, en el escenario del coso de los rebotes, parecía de pronto algo irreal. ¿En serio esos ocho monitos que veíamos desde el palco de prensa donde nos acomodó Ocesa era The Who? ¿De verdad teníamos a dos leyendas vivientes como Townshend y Daltrey en persona, a sus respectivos 71 y 72 años de edad, para tocar lo mejor de su repertorio?
  Pues sí, era real. Estaba siendo real. Fue algo real. Desde el primer acorde seco y contundente de “I Can’t Explain” hasta el encore final con “Eminence Front” y “Substitute”, luego de pasar por dos grandiosas horas que entre otras piezas nos hicieron escuchar a plenitud “My Generation”, “I Can See for Miles”, “Who Are You”, “You Better You Bet”, “Behind Blue Eyes”, “The Seeker”, “Bargain”, “Anyway, Anyhow, Anywhere”, “Pinball Wizard”, “The Acid Queen”, “5:15”, “I’m One”, “Love Reign O’er Me”, See Me, Feel Me” y, por supuesto”, las exuberantes y exultantes “Baba O’Riley” y “Won’t Get Fooled Again” (quizás extrañé “Young Man” y “The Song Is Over”), The Who vino a mostrar a las viejas y nuevas generaciones lo que es hacer el mejor rock.
  Cierto que la voz de Roger Daltrey ya no es la misma, que en los agudos requiere el apoyo vocal de Simon Townshend y que algunos de sus pasos de baile parecen sacados de “La danza de los viejitos”. Cierto que Pete Townshend ya no puede pegar sus grandes saltos y que cuando quiso lanzarse para resbalar de rodillas en la duela, al final de “Won’t Get Fooled Again” (como hace en una escena de la película The Kids Are Alright), estas se le atoraron y literalmente se fue de bruces y estropeó su guitarra que debió cambiar de inmediato, luego de ponerse de pie con alguna pequeña ayuda de sus amigos. Cierto que aún se sienten las ausencias de Keith Moon y John Entwistle, a pesar de ser dignamente sustituidos por Zac Starkey (sí, el hijo de Ringo) y Pino Palladino. Cierto que no es lo mismo Los Cuatro Mosqueteros que Cincuenta años después.
  Sin embargo, la esencia de The Who continúa intocada y es capaz de llevar al paroxismo a una variopinta multitud con gente de todas las edades que coreó entusiasta la mayor parte de las canciones.
  Todo feliz en el concierto que estos míticos ingleses nos debían a sus seguidores mexicanos (aunque insisto en que un poco más de volumen lo habría hecho más explosivo aún). El disfrute colectivo fue evidente y el mío, en lo personal, lo fue en partida doble: por ver al fin a The Who “en vivo” y por mi gratísima compañía, quien a la salida se puso la playera emblemática del grupo.
  Long live rock!

(Publicado originalmente en "Acordes y desacordes", el sitio de música que coordino para la revista Nexos)