lunes, 24 de julio de 2017

"461 Ocean Boulevard" de Eric Clapton


Cuatro años y un largo tratamiento médico por su adicción a la heroína debieron pasar para que Clapton grabara su segundo álbum como solista, el excelente y finísimo 461 Ocean Boulevard (1974).
  Recuperado de su problema con las drogas pero también de sus habituales depresiones, el guitarrista muestra aquí un talante casi optimista y lo confirma a lo largo de diez cortes sin desperdicio. El tema más notorio es, por supuesto, “I Shot the Sheriff”, la composición de Bob Marley con la cual el jamaiquino prácticamente fue dado a conocer al mundo, gracias a la apasionada versión claptoniana. Sin embargo, hay otras canciones igualmente notables. Desde las originales “Give Me Strength” y “Let It Grow” (una especie de himno) hasta los extraordinarios blueses “Steady Rollin’ Man” de Robert Johnson, “I Can’t Hold Out” de Elmore James y el tradicional “Motherless Children” con que inicia el disco.
  También destacan ese grandioso y divertido rhythm and blues que es “Willie and the Hand Jive” de Johnny Otis y la muy bella pieza “Get Ready”, con la preciosa voz de Yvonne Elliman como compañía.
  Una obra espléndida.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 38, de marzo de 2007).

domingo, 23 de julio de 2017

The Clash, ese grupo cuarentón


Si bien siempre se le ha querido etiquetar con el estricto y muy estrecho corsé de ser un grupo de punk, en realidad The Clash fue mucho más que eso.
  A diferencia de otras agrupaciones contemporáneas suyas, como los Sex Pistols, los Buzzcocks o The Damned, el cuarteto encabezado por Joe Strummer y Mick Jones fue capaz de desarrollar un estilo musical más amplio, al enriquecerlo con la abierta influencia de otros géneros como el reggae y el ska, primero, y el jazz, el blues, el swing, el rockabilly y otros, más tarde.
  Sin embargo, no sólo fue esa variedad de sonidos lo que caracterizó a estos nativos de Londres. Desde un principio, las letras de sus canciones y su actitud misma mostraron una declarada posición política cargada hacia la izquierda, en un momento histórico en el cual la Gran Bretaña padecía una de sus peores crisis económicas y sociales. En medio de una grave situación traducida en desempleo, miseria, inmigración, inseguridad y violencia, el movimiento punk brotó de un modo casi natural y su expresión musical, el rock punk, logró de inmediato una gran aceptación entre cientos de miles de jóvenes británicos. Fue en ese duro contexto que emergió The Clash, un cuarteto de rudos veinteañeros con ánimos de pelear y golpear por medio de lo único que realmente sabían hacer: música.
  Con seis álbumes grabados entre 1977 y 1985, la agrupación se convirtió en un símbolo de los punks politizados, pero también de buena parte de la juventud con ideas progresistas y/o contestatarias. Críticos feroces pero fundamentados del sistema social imperante en la orgullosa aunque empobrecida Inglaterra de fines de los setenta y principios de los ochenta, los integrantes de The Clash no pudieron ser engullidos del todo por la maquinaria integrada por la industria discográfica y los medios masivos de comunicación y lograron mantener su discurso a lo largo de ocho intensos años.
  Su primer disco, el homónimo The Clash, aparecido hace exactamente 40 años, mostraba a un conjunto que si bien aún no estaba del todo consolidado, sí daba muestras de lo que sería su sonido, muy diferente al de las otras bandas de punk británicas y estadounidenses, al integrar en sus composiciones elementos de la música jamaiquina, según lo demuestran piezas tan buenas como el cover al tema de Junior Murvin “Police & Thieves”.
  Aunque existe una versión posterior y más comercial de The Clash para el mercado norteamericano (la cual más parece una colección de sencillos que un álbum en sí mismo, con canciones como “I Fought The Law”, “Complete Control” o “[White Man] In Hammersmith Palais”), prefiero referirme a la obra original, tal como fue concebida por el grupo. Ya aquí las letras contenían un alto nivel de crítica política y social, mucho más consistente y pensada y mucho menos menos nihilista y visceral que la de los Sex Pistols.
  Sorprende que para ser el primer disco de un grupo punk el resultado sea tan fino, lo cual no significa que sea un trabajo pasteurizado o con elementos poperos. Por el contrario, se trata de una colección de cortes llenos de energía, filo y rudeza, pero con un alto sentido artístico. De hecho, es éste quizá su álbum más auténticamente punkero.
  Con temas tan buenos como la kinkófila “Remote Control”, la muy influenciada por los Ramones “Cheat”, la cuasi funkera “Protex Blue”, la oscurona “Deny” y las conocidísimas “White Riot”, “London’s Burning”, “Career Oppurtunities”, “Janie Jones” o “I'm So Bored with the USA” no se podía hacer una obra débil.
  The Clash es un muy afortunado debut de esta banda, un trabajo esencial –a mi modo de ver, uno de sus dos discos básicos– y un anuncio de lo que estaba por venir, para bien y para mal.
  El resto de la discografía clashiana resultaría francamente irregular. Hubo en ella álbumes tan buenos como el excelso London Calling de 1979 –su obra maestra, con composiciones tan buenas como “Rudy Can’t Fail”, “Lost in the Supermarket”, “Train in Vain” y la homónima “London Calling”– o el muy comercial y exitoso Combat Rock (1980), en el cual viene las que tal vez sean sus dos piezas más conocidas: la garagera y sardónica “Should I Stay or Should I Go” y la danzable “Rock the Casbah”. No obstante, otros discos como Give ‘Em Enough Rope (1978), Cut the Crap (1985) o el pretensioso y desproporcionado Sandinista! (1980) no fueron tan logrados.
  Una inevitable lucha de egos hizo que al final se diera la división entre sus miembros y que el grupo terminara por disolverse. Tuvieron otros proyectos, algunos muy buenos, pero nunca fue lo mismo. La magia de The Clash fue única e irrepetible.

(Publicado el día de hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

jueves, 20 de julio de 2017

Young Americans


Un disco francamente delicioso. La incursión de David Bowie en el soul negro norteamericano –tanto el de la Stax como el de la Motown, pero sobre todo el de Filadelfia– fue bastante criticada, pero Young Americans (1975) posee un encanto muy particular.
  Aunque algunos cortes de Diamond Dogs (muy especialmente “1984”) anunciaban el gusto del músico por la música soul, nadie esperaba que Bowie se clavara en ella de manera tan clara y contundente como en este disco. No se trata, como muchos críticos han dicho injustamente, del falso soul-de-ojos-azules a la Michael Bolton; más bien hay aquí un sentimiento muy británico, muy bowieiano, que se entremezcla con el mood de la Norteamérica negra de los sesenta y los setenta.
  Los arreglos, los coros femeninos, la participación de Luther Vandross, el feelin’ de rhythm and blues, las incursiones fonquis, todo se conjuga para hacer de temas como “Young Americans”, “Win” (preciosa), “Fascination”, “Right”, “Can You Here Me” y “Somebody Up There Likes Me” un gozo completo.
  Mención aparte merece la participación de John Lennon en dos temas del disco: el cover de “Across the Universe” y ese fastuoso homenaje a James Brown que es “Fame” (escrito por Lennon y Bowie). En ambos, el ex beatle toca la guitarra y realiza coros.
  Una joya poco apreciada del legendario hombre que vendió la Tierra.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 10, dedicado a David Bowie y publicado en abril de 2004)

martes, 18 de julio de 2017

Dusty en Filadelfia


La  manera como la música pop actual se ha estandarizado y uniformizado nos obliga a asomarnos a otras épocas, a tiempos pretéritos en los que las cosas se hacían o al menos se intentaban de otra manera.
  La reciente reedición de A Brand New Me, the Complete Philadelphia Sessions, de Dusty Springfield (Real Gone Music, 2017), debe considerarse como todo un acontecimiento. Grabado originalmente en 1969 y 1970, el material de este álbum nunca había aparecido junto, a pesar de su enorme calidad artística.
  Para quienes no tengan la menor idea de quién estoy hablando, Dusty Springfield (1939-1999) fue una estupenda cantante británica que si bien abrazó el pop desde sus inicios (su primer disco, el más o menos rocanrolero Stay a While data de 1964 y contiene la que sin duda es su canción más conocida: “I Only Want to Be with You” que tiene versiones hasta de Luis Miguel).
  Sin embargo, Springfield fue mucho más que una mera baladista como hubo tantas en su época. Gracias a su poderosa voz, desde un principio fue apreciada y muchos músicos, productores y críticos especializados la consideraron una cantante de soul, a pesar de ser blanca e inglesa. Tan es así que su LP de más culto, Dusty in Memphis (1969), está considerado como uno de los mejores discos de la historia del rock, a pesar de haber sido un fracaso de ventas cuando apareció.
  Las sesiones que grabó en Filadelfia tienen mucho que ver con las de Memphis (ambas ciudades de gran raigambre soulera) y de ahí la importancia de este flamante A Brand New Me en el que se recogen 15 canciones en su mayor parte desconocidas, pero sin desperdicio alguno.
  Justo es recuperar la memoria de esta intérprete de la icónica “Son of a Preacher Man”, de “Spooky”, “You Don’t Have to Say You Love Me” y otras maravillas y quitarle el estigma de haber sido una cantante “fresa” e intrascendente. Todo lo contrario y para comprobarlo, basta con escuchar estas sesiones philies que mucho valen la pena.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 3 de julio de 2017

Iron Maiden


Iron Maiden. La Doncella de Hierro. Sencillamente Maiden para los más apegados seguidores de esta banda británica, misma que durante un cuarto de siglo ha sido uno de los grandes referentes del heavy metal a nivel planetario. Con el nombre del bajista y compositor Steve Harris como base y pilar del por mucho tiempo quinteto y hoy sexteto, Iron Maiden ha pasado por las más diversas circunstancias a las cuales está expuesta cualquier agrupación que se respete y más si ésta ha durado veinticinco años en el camino. Separaciones, rompimientos, reencuentros se han sucedido y han visto entrar y salir del conjunto a dos cantantes, dos bateristas y varios guitarristas. Nunca, sin embargo, ha habido problemas por cuestiones de drogas y ese es un logro que hay que hacer notar por su singularidad. Hoy día, con Harris aún a la cabeza, pero con las contribuciones notables de Bruce Dickinson, Adran Smith, Dave Murray, Janick Gears y Nicko McBrain, la Doncella sigue en plenitud y presenta un nuevo álbum, el número catorce en la lista oficial de discos grabados en estudio. Con Death on the Road, Iron Maiden corona una carrera que muy posiblemente dé para más y en la que hay un personaje extra, un ente que ha sido fundamental para lograr la popularidad mundial de la cual la banda goza. Es obvio que me refiero a Eddie, la monstruosa y malévola –y no obstante simpática– mascota que ha aparecido de las más diversas maneras y en las más diferentes metamorfosis en las portadas de prácticamente toda la discografía ironmaideniana. Sin el sardónico Eddie, Iron Maiden sería inconcebible. Loor pues a esta doncella herrumbrosa que ha hecho de su música potente, vertiginosa, agresiva, dura y sin embargo armónica y melodiosa, la banda sonora de varias generaciones de metaleros en todo el orbe.

(Prólogo que escribí para el Especial de La Mosca en la Pared No. 24, dedicado a Iron Maiden y publicado en septiembre de 2005)

domingo, 2 de julio de 2017

Houses of the Holy


Si el cuarto álbum de Led Zeppelin no hubiera existido, Houses of the Holy (1973) habría sido considerado como un trabajo sobresaliente. Sin embargo, la sombra de su fastuoso antecesor lo afectó de tal modo que para muchos pasó casi inadvertido.
  Ambos discos son muy parecidos desde un punto de vista estructural y hasta en el tipo de canciones que incluye. De hecho, en éste hay una mayor sofisticación en los arreglos y un múltiple y más elaborado uso de las guitarras. No obstante, la obra cojea en su falta de uniformidad, ya que al contrario del álbum sin nombre, estas Casas de lo Sagrado muestran cuando menos tres temas que de una u otra manera desentonan por su dudosa calidad artística. Hablo en específico de “D’Yer Mak’er” –un reggaecito bastante bobalicón y prescindible que en México se conoció como “El tintero” (¡!) y logró cierto éxito–, “Dancing Days” –tonada un tanto amanerada y vacua– y “The Crunge” –fallida incursión en el funk a la James Brown–, mismos que se encuentran muy por debajo de los niveles que el zepelín podía alcanzar.
  En cambio, hay en Houses of the Holy composiciones que pueden considerarse entre lo mejor que el grupo hizo jamás, sobre todo la maravillosa “The Rain Song” (la “Stairway to Heaven” de este disco), pieza de una finura, una elegancia y una sensibilidad realmente exquisitas; la sensacional “The Ocean”, dura, irónica, propositiva; la estupenda “Over the Hills and Far Away”, una mezcla perfecta entre folk y rock duro; la misteriosa “No Quarter”, con sus atmósferas siniestras e inquietantes; y la introductoria “The Song Remains the Same”, explosiva y llena de vaivenes, exploratoria y variada. A pesar de las letras a menudo pretenciosas y poéticante fallidas de Robert Plant –su espléndida forma de cantar no corresponde con su debilidad literaria–, en lo musical es este un disco formidable.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 6 de La Mosca en la Pared, dedicado a Led Zeppelin y publicado en noviembre de 2003)