martes, 25 de febrero de 2014

Los cuentos de Suzanne Vega

Aunque su primer disco data de 1985, cuando la cantautora tenía veintiséis julios, fue hasta dos años después, con Solitude Standing, que la estadounidense consiguió fama mundial gracias a dos temas sencillos y encantadores contenidos en ese álbum: “Luka” y “Tom’s Dinner”. Su trabajo más inmediato es el excelente Beauty & Crime de 2007 (en el que viene ese maravilla de canción que es “New York Is a Woman”). Ahora, siete años más tarde, Suzanne Vega regresa con otro larga duración tan bueno como nos ha tenido acostumbrados a lo largo de casi tres décadas.
  Tales from the Realm of the Queen of Pentacles (Cooking Vinil, 2014) es su octavo opus en estudio. Ocho álbumes en treinta años parece muy poco, pero ello nos habla del cuidado que Vega pone en la realización de cada una de sus obras discográficas (no tiene un solo plato flojo, si recordamos joyas como Days of Open Hand (1990), 99.9 F° (1992), Nine Objects of Desire (1996) y Songs in Red and Gray (2001).
  No hay sorpresas en este nuevo set de composiciones. El estilo suave, sensual, intencionado y lleno de magia, con esa combinación de rock pop y folk que la ha caracterizado desde sus inicios, es lo que se escucha a lo largo de las diez piezas que conforman el disco. La californiana jamás se ha distinguido por sus experimentaciones o por realizar cambios dramáticos de una placa a otra y quizás a esa estabilidad se deba que cuente con una base de seguidores tan amplia y tan fiel.
  Hay cortes definitivamente rocanroleros en Tales from…, como el sensacional “I Never Wear White”, de ritmo perfectamente marcado por el bajo del gran Tony Levin y los secos guitarreos de Gerry Leonard, así como canciones más dramáticas como esa “Song of the Stoic” y su muy interesante arreglo de cuerdas y percusiones. Destacan también “Crack in the Wall”, “Don’t Uncork What You Can’t Contain”, “Silver Bridge” y la elegante y concluyente “Horizon (There is a Road)”, dedicada al histórico líder checo Vaclav Havel.
  Un álbum estupendo que recomiendo con todo gusto.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

martes, 18 de febrero de 2014

El hotel de Cibbo Matto

Cibbo Matto parecía un proyecto condenado a la nostalgia de unos cuantos melómanos aferrados. Después de todo, este dueto de japonesas residente en Nueva York sólo había grabado un par de discos y desde la aparición del último han pasado ya tres lustros. Pero he aquí que Yuka Honda y Miho Hatori decidieron sorprendernos y regresar a las andadas discográficas con un tercer álbum francamente delicioso.
  Hotel Valentine (Chimera Music, 2014) nada le pide a sus dos antecesores, los estupendos Viva! La Woman y Stereo Type A, de 1996 y 1999 respectivamente (algunos recordarán tal vez aquellos grandes temas noventeros que fueron “Sugar Water”,  “Moonchild”, “Spoon” o “Sci-Fi Wasabi”). Honda y Hatori idearon esta vez una obra conceptual, en la que todas las canciones giran alrededor de ese hotel Valentine en donde habita una mujer fantasma que lo observa todo y reflexiona acerca de ello.
  Diez son los temas que conforman este plato y ninguno de ellos tiene desperdicio. Cibbo Matto se muestra en plena forma, como si el dúo jamás se hubiese separado y como si esos quince años de ausencia se redujeran a unos cuantos meses. Desde el corte inicial, el contagioso y contundente “Check In”, nos encontramos con que el ingreso a ese hotel musical nos está permitido de la mejor manera y que cuando nuestra estancia termine y abandonemos el lugar con la culminante y serena “Check Out” como precioso fondo, saldremos plenamente satisfechos de la aventura ahí vivida y, sobre todo, escuchada.
  Pero las otras ocho piezas resultan igualmente espléndidas y suntuosas. Como la acariciante y sensual “Déjà Vu”, con algunos ecos de Janelle Monáe, o la funkie y bailable “10th Floor Ghost Girl”, que nos remite a los Talking Heads y Tom Tom Club. Lo mismo puede decirse de la hiperquinética “Emerald Tuesday”, la electroclashera “MFN” (¿se acuerdan de Peaches?),  la trip-hopera “Hotel Valentine”, la tranquila y atmosférica “Empty Pool”, la más experimental “Lobby” y la divertidísima y juguetona “Housekeeping”.
  Lo dicho, un disco suculento.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

martes, 11 de febrero de 2014

Yo también hablo de los Beatles

Eran otros tiempos. Cincuenta años no son precisamente nada. Para quienes no habían nacido hace medio siglo, quizá resulte difícil imaginar lo que era aquel mundo sin internet y redes sociales, sin YouTube o Google, en el que las noticias tardaban varios días (o semanas o meses) en difundirse. La televisión era aún en blanco y negro y no se soñaba con cosas como la TV por cable. Así que cuando los Beatles llegaron a Nueva York, en febrero de 1964, poco se supo por estos lares.
  ¿El Show de Ed Sullivan? Sólo algunos pocos sabían de su existencia. Sin embargo, tampoco estábamos tan atrasados. Digo, había radio en Amplitud Modulada (la FM tampoco llegaba todavía) y en estaciones como Radio Éxitos, desde un año antes se tocaban los primeros hits del llamado cuarteto de Liverpool, contenidos en su disco debut de 1963 (“Please Please Me”, “Love Me Do”, “I Saw Her Standing There”). Pero en 1964, cuando se desató la beatlemanía en los Estados Unidos, con canciones como “She Loves You” o “I Wanna Hold Your Hand”, algo sucedió que hizo que México se contagiara casi de inmediato.
  Me recuerdo en aquel año, a los nueve marzos de edad, mientras ponía en el tocadiscos portátil de mi hermano Sergio los primeros e-pes de los Beatles que él –diez años mayor que yo– había comprado. Eran pequeños acetatos de cuatro canciones y 45 revoluciones por minuto que escuchábamos, cantábamos y bailábamos con furor una y mil veces al día. Hasta mi hermana Myrna, entonces de seis años, participaba en la fiesta beatlera.
  Aquella fue mi iniciación en el gusto por los Beatles y el rock anglosajón. No más Teen Tops, no más Locos del Ritmo, no más Hooligans o Crazy Boys que era el único rock que hasta entonces yo conocía. Los Beatles eran de otro nivel. Mi relación con la música cambió para siempre.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

martes, 4 de febrero de 2014

Viejos los cerros (y no tocan blues)

Uno tiene setenta y nueve años, el otro ochenta y dos. Los dos tocan blues. El primero es armoniquista, el segundo guitarrista. El primero ya no puede cantar, pero hace sonar su instrumento como si tuviera cincuenta años menos; el segundo canta y guitarrea como el mejor. El primero es una estrella consumada del género y tiene decenas de discos grabados, el segundo acaba apenas de grabar su primer álbum. El primero se llama James Cotton, el segundo responde al nombre de Leo Welch.
  Cotton Mouth Man (Alligator, 2013) es el título del más reciente plato de James Cotton, quien regresa a las andadas discográficas con esta joya reluciente en la que cuenta con varios vocalistas invitados (entre ellos Greg Allman, Keb’ Mo’, Warren Haynes, Joe Bonamassa y la gran Ruthie Foster). Como ya no tiene voz para cantar, Cotton se dedica exclusivamente a soplar su armónica y presenta trece nuevas composiciones que muestran la inmortalidad y la vigencia del blues, ese género tan olvidado por el llamado mainstream, pero tan vital y entrañable todavía para tantos amantes de la música. En verdad un álbum absolutamente recomendable.
  Por su parte, Leo Welch debuta en el mundo del disco a los ochenta años de edad. Nativo de Sabougla, Mississippi, el hombre es un cantante y guitarrista de blues que también tiene raíces en el góspel (es decir que ha abrevado lo mismo de la música de Dios que de la música del diablo). Por diversas circunstancias, a pesar de su larga carrera jamás había tenido la oportunidad de grabar, hasta que la disquera Big Legal Mess, filial de Fat Possum, le dio la oportunidad de realizar Sabougla Voices (2014), un trabajo verdaderamente fantástico, en el que Welch muestra una energía que no hace sospechar que se trate de un octogenario. Su fuerza, su profundidad y su vitalidad sorprenden gratamente en este set de canciones que son las que suele tocar cada semana en diferentes iglesias de la región del Mississippi. Un disco grandioso y revelador –incluso en el sentido más puramente religioso de la palabra–, pero a la vez crudo y muy bluesero. Una joya.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

sábado, 1 de febrero de 2014

Mitchell y Marling: dos fases de la luna

Cuarto menguante: Joni Mitchell cumplió setenta años en noviembre pasado. Se retiró voluntariamente de la música en 2007, luego de grabar su hermoso álbum Shine. Dueña de un estilo exquisito para componer, cantar y ejecutar instrumentos (guitarra y piano), la canadiense cumplió con una larga carrera que se remonta a principios de la década de los sesenta, cuando era una tímida jovencita de diecinueve otoños que debutaba en un oscuro café de Saskatoon, un poblado perdido de la provincia de Alberta. Fue su inicio como intérprete de folk. En 1965, decidió mudarse a Toronto y convertirse en cantante profesional. Empezó a escribir canciones y a desarrollar su peculiarísimo estilo, lleno de extraños acordes y heterodoxas afinaciones. Sus letras eran inteligentes y poéticas y sus composiciones poco o nada tenían que ver con lo que cantaban colegas contemporáneas suyas, como Joan Báez o Judy Collins. Estaba más cercana, quizás, a Buffy Sainte-Marie o a Laura Nyro.
  En 1968 apareció su primer disco (Song to a Seagull) y de ahí partió una carrera de casi cuarenta años que incluyó trabajos tan buenos como Ladies of the Canyon (1970), Blue (1971), Court and Spark (1974), Mingus (1979), Dog Eat Dog (1985), Night Ride Home (1991), Both Sides Now (2000) y Travelogue (2005). Mitchell nunca fue una cantante de mayorías, su música resultaba demasiado intrincada y sofisticada para ello. Su voz era capaz de alcanzar diferentes registros y podía ir de potentes agudos a profundos graves, ello a pesar de que desde muy joven se convirtió en empedernida fumadora y fue tal vez esta una de las razones por las cuales su garganta dejó al fin de responderle debidamente, lo que la forzó a poner fin a su brillante trayectoria musical.
  Pero nunca se sabe. Quizás este mismo año o dentro de dos o tres, Joni Mitchell decida regresar a los estudios y brindarnos una nueva obra. Si no, con el legado que ha dejado es más que suficiente para disfrutar de una obra artística singular y conocer a fondo a una de las cantautoras fundamentales de la música del siglo pasado y parte de éste. Si hoy está ya en el cuarto menguante de su vida, siempre será recordada como una esplendorosa luna plena.


Cuarto creciente: Coincidencias felices del destino. Justo el mismo año en que Joni Mitchell publicaba su último disco, el mencionado Shine de 2007, una jovencita inglesa de escasos diecisiete febreros daba a conocer por medio de MySpace algunas composiciones suyas, en las que se hacía evidente la marca de la canadiense. Sin más armas que su guitarra acústica y su voz, esta casi niña llamada Laura Marling se convirtió en una sensación y empezó a ser comparada con intérpretes femeninas del momento como Lily Allen, Regina Spektor, Feist y Martha Wainwright. Sin embargo, quien pusiera oído atento a su música descubriría que la verdadera influencia, como cantante y compositora de esta nacida en 1990 era sobre todo Joni Mitchell (aunque no sólo ella: en el estilo de tocar la guitarra de Marling encontramos, ya desde entonces, las huellas, nada menos, del David Gilmour de Echoes, de Pink Floyd, y del Jimmy Page de Led Zeppelin III).
  Marling, sin embargo, había iniciado su carrera un año antes, cuando la entonces sweet little sixteenager formó parte del naciente grupo londinense Noah and the Whale, con el que grabó su álbum debut Peaceful, the World Lays Me Down en 2008 y aunque abandonó al conjunto algunos meses más tarde, tuvo una influencia indirecta en el siguiente disco del mismo, The First Days of Spring (2009), ya que había sido novia de su líder, Charlie Fink, y las canciones de ese plato hablan de su doloroso rompimiento sentimental con Laura.
  El primer larga duración como solista de la cantautora, Alas I Cannot Swim, salió en 2008 y es, paradójicamente (sobre todo porque fue producido por el propio Fink), un canto a su liberación amorosa y a su independencia profesional. Por cierto que contiene una canción llamada “Shine”, en otra particular coincidencia con la Mitchell. Más tarde vendrían platos tan espléndidos como I Speak Because I Can (2010), A Creature I Don’t Know (2011) y el maravilloso y fundamental Once I Was an Eagle de 2013.
  A sus veinticuatro años recién cumplidos y afincada en la ciudad de Los Ángeles, Laura Marling tiene un gran futuro por delante. Se encuentra en pleno cuarto creciente y pocas dudas caben de que en poco tiempo llegará a convertirse, como Joni Mitchell, en una resplandeciente luna llena.

(Publicado este mes en la revista Nexos).