martes, 27 de octubre de 2015

Saúl Hernández y Kalimán


Llega a mi buzón de correo electrónico un boletín de prensa de quienes manejan las relaciones públicas (¿errepés les dicen?) de Saúl Hernández, para promover (jamás emplearé el horrendo verbo promocionar) la canción “Kalimán” (juro que así se llama), contenida en su nuevo álbum Mortal (que si así está todo el disco, pues sí que la cosa está mortal).
  Busco la susodicha canción (jamás emplearé la palabra rola) en YouTube y la escucho. Musicalmente, suena a composición de los Caifanes. Es decir que parece grabada hace veinte años. Pero la letra, ¡oh, Solín, la letra!
  No sé si está hecha en serio o si Hernández decidió recurrir al humor… o si este de plano es involuntario. A las pruebas me remito, mediante la cita puntual de algunos fragmentos (las cursivas entre paréntesis son responsabilidad mía).
  “Siempre quise creer en alguien que cambiara la forma molecular de la ilusión y la realidad (¿cómo se cambia la forma molecular de la ilusión? Misterio científico) / Siempre quise creer en alguien que cruzara el mundo a pie y transformar la Tierra en una esfera inmortal (¡loor al peatón!, aunque no sé cómo pueda hacer para que nuestro planeta jamás desaparezca, algo que sucederá tarde o temprano. ¿A golpe de patín?) / Kalimán, tu paciencia me desangra (¿?) / Kalimán, tu serenidad me alarma (¡ah caray, ¿y como por qué, si es su principal atributo?!) / Kalimán, hazte real y líbranos del mal (¿Amén?) / Nunca creí en invocar a un héroe inmaterial (bueno, en la historieta el buen Kali era de carne y hueso) / para exhumar mi furia y frustración nacional (aquí salió el peine: es una canción de protesta…, creo) / Nunca creí que un día yo dejara de creer y permutar a mil políticos por Kalimán (¿eso incluye a los de todos los partidos o sólo a los del eje del mal PRI-PAN-PRD?)”.
  Insisto en que no sé si la canción es en broma o si tanto con ésta como con el disco entero estemos frente a un trabajo con el cual hay que tener –diría el viejo Kalimán de las historietas y las radionovelas– una buena dosis de serenidad y paciencia.
  Que Solín lo perdone.

(Publicado en Milenio Diario)

viernes, 23 de octubre de 2015

The Rolling Stones - Let It Bleed (1969)


Si bien Brian Jones participó en dos cortes de este disco, la verdad es que puede considerarse como una obra posterior al malogrado músico. De hecho, Jones murió varios meses antes de que Let It Bleed (la respuesta irónica del grupo al Let It Be beatle) apareciera en el mercado.
  Haciendo a un lado este dato fúnebre, estamos ante un trabajo fuera de serie, el segundo de la enorme tetralogía stone de 1968-1973. Con su nuevo guitarrista, el joven y talentoso Mick Taylor de extracción Bluesbreakers, los Stones llevaron más lejos la propuesta bluesera-roquera-country planteada en Beggars Banquet (1968) y lograron hacer un plato verdaderamente lleno de exquisiteces. Desde el primer corte, con esa explosión que es la contundente “Gimmie Shelter”, resulta claro que estamos en presencia de algo grande. Se trata de un tema lleno de fuerza apocalíptica, gracias a las poderosas (¿ominosas?) guitarras, la ambigua letra catastrofista y, muy especialmente, por la escalofriante voz de la cantante Merry Clayton, quien alcanza registros sobrehumanos. Otra cumbre del disco es “Midnight Rambler”, esa inquietante saga de un asesino en serie (el estrangulador de Boston, al parecer) que en constante crescendo alcanza una intensidad inspospechada. “Live with Me”, por otro lado, es un tema trascendente por varios motivos, muy especialmente por ser la primera pieza que Mick Taylor grabó con los Stones, luego de la partida de Brian Jones, y por ser asimismo la primera ocasión en que el quinteto empleaba al saxofonista Bobby Keys, quien los acompañaría en varias aventuras musicales más. Los pianos, por su parte, fueron tocados por Nicky Hopkins y Leon Russell, en tanto que la característica y potente introducción del bajo es obra de Keith Richards. Por su parte, “You Can’t Always Get What You Want” se convirtió en todo un  himno generacional, gracias a su estructura ascendente y a la intervención del Coro Bach de Londres. Otros grandes temas del disco son “Love in Vain” de Robert Johnson, la hermosa “You Got the Silver” (cantada inusualmente por Richards) y la homónima y singular “Let It Bleed”. Un gran trabajo.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared dedicado a los Rolling Stones y publicado en mayo de 2004).

martes, 20 de octubre de 2015

El síndrome de Bono


El que músicos y cantantes de diversos géneros se adhieran a alguna causa política o social nada tiene de novedoso. Pete Seeger apoyaba la lucha de los granjeros pobres de los Estados Unidos y muchos fueron los intérpretes de música soul que pelearon por los derechos civiles de los negros en la década de los sesenta. John Lennon fue un crítico tan acérrimo de la guerra que el FBI lo mantenía bajo vigilancia. Más tarde vendría Bob Geldof con su Live Aid y, de dos décadas para acá, Bono, el vocalista de U2, es una especie de emblema del músico políticamente correcto que pelea por “las buenas causas”.
  Qué tanto de sinceridad y de hipocresía hay en cada uno de los personajes de la música que adoptan distintas causas es cosa que sólo ellos saben. Neil Young parece auténtico en su feroz combate contra Monsanto, la empresa alimentaria que trabaja con alimentos transgénicos. Bono y Geldof también parecen auténticos en sus diversas iniciativas misioneras, aunque de pronto haya quienes las pongan en duda.
  En México, Maná lleva años con su discurso ecologista que usted puede creer o no y desde el surgimiento del EZLN, en 1994, varios grupos de eso que se sigue llamando el rock mexicano se volvieron súbitamente politizados (lo que en buen cristiano significa que se volvieron repetidores de consignas políticas en sus presentaciones públicas). Algunos eran sinceros y congruentes (¿cómo dudar de la militancia de una Rita Guerrero?), pero la mayoría buscaba los beneficios publicitarios, económicos y de difusión que otorgan la corrección política y el disfraz de progresista. Esto se ha mantenido hasta hoy y sólo los nombres de las causas han cambiado: “fraude electoral”, “Si no votas, cállate”,  “#Yosoy132”, “Ayotzinapa”, entre otras. Sé de dos o tres músicos nacionales que mantenían una actitud sanamente crítica y distante frente a ello y que de pronto y de la manera más oportunista, hoy se ostentan como “compas” y “ayotzis”. Eso sí: les va bien en sus tocadas con el sector progre y no les falta chamba.
  Es el síndrome de Bono, muy bien aprovechado en este México que a muchos les duele…, aunque no en el bolsillo.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

sábado, 17 de octubre de 2015

The Beatles "A Hard Day's Night" (1964)


Homónimo de la película dirigida por Richard Lester, A Hard Day’s Night es el primer álbum de los Beatles cuyo material fue completamente escrito por ellos, más concretamente por John Lennon y Paul McCartney. Se trata de una colección de trece cortes estupendos, grabados un poco a las carreras debido a la intensidad de las actividades que el grupo estaba teniendo en aquellos días enloquecidos. Sin embargo, el disco no muestra irregularidad alguna. Por el contrario, la producción de George Martin logró una gran concreción y una unidad espléndidamente balanceada, para crear uno de los grandes álbumes de la música pop de la historia.
  Desde la inicial “A Hard Day’s Night” se nota que la evolución musical del conjunto no sólo iba en progreso sino que lo hacía de manera cada vez más avanzada. Cierto que la temática de las letras seguía siendo en su mayor parte de tipo amoroso y juvenil, pero ya había en las palabras algo de ironía agridulce e incluso de agresividad. Así, al lado de piezas relativamente bobaliconas aunque muy bellas, como “I’m Happy Just to Dance with You” o “I Should Have Known Better”, coexistían composiciones de más filo y rabia como “Can’t Buy Me Love”, “I’ll Cry Instead” y “You Can’t Do That”, uno de los temas más injustamente subvalorados de los Beatles y en el que John Lennon no sólo tocó su primer solo de guitarra, sino que cantó con una hondura y un desgarramiento sólo comparables a los de un Wilson Pickett o un Otis Redding.
  Mucho del sonido del cuarteto en este disco se debe a la guitarra de doce cuerdas que usó George Harrison en varios de los cortes y que influiría de manera determinante en grupos como los Byrds y otros de la costa oeste norteamericana. Canciones también memorables de A Hard Day’s Night son “Any Time at All”, las preciosas baladas “If I Fell” (de Lennon) y “And I Love Her” (de McCartney), la melancólica “I’ll Be Back Again” con la que se cierra el disco y otra muy poco apreciada joya: “Things We Said Today”.
  Es este un trabajo casi perfecto, la obra que marcó el pináculo de los primeros años de los Beatles.

(Reseña que escribí originalmente en el Especial No. 8 de La Mosca en la Pared, en febrero de 2004)

martes, 13 de octubre de 2015

¿Quién teme a Diane Coffee?


De pronto uno se mete a explorar en internet, en busca de música nueva e interesante, y puede toparse con sorpresas más que agradables. Por ejemplo, Diane Coffee.
  Diane Coffee no es el nombre de una mujer sino del proyecto personal de Shaun Fleming, baterista del peculiar grupo angelino Foxygen, quien en 2013 ya había grabado un primer álbum muy interesante: My Friend Fish. Se trataba de una obra más bien austera, varios de cuyos cortes fueron grabados con un teléfono celular. En cambio, Everybody’s a Good Dog (Western Vinil Records, 2015) es todo lo contrario: una obra suntuosa, exultante, grandilocuente, ambiciosa, extravagante, deliciosamente pretenciosa.
  ¿A cuál género pertenece este disco? A muchos y a ninguno en particular. Hay aquí desde pop sesentero y psicodelia hasta música soul, funk, reggae y una deuda muy grande con el glam de los setenta. Por tanto, puede rastrearse la huella de múltiples influencias concretas: David Bowie, T. Rex, el sonido Motown, The Association, Smokie Robinson, pero también los Flaming Lips, Of Montreal, The Polyphonic Spree, Ariel Pink’s Haunted Graffiti y el propio Foxygen.
  Everybody’s a Good Dog (qué buen y ambivalente título) es un trabajo variadísimo en el que participan muchos músicos invitados. Las canciones varían entre sí en sonido, estilo e instrumentaciones. Los arreglos son extraordinarios y la producción impecable. Si existe una unidad, un hilo conductor, este se encuentra en las cualidades como compositor del propio Fleming, quien además posee un rango vocal que va de un timbre casi femenino a la voz de un crooner y de los alcances de un cantante de rock setentero a, como dice el reseñista estadounidense Tim Sendra, los cantos de un marinero borracho.
  Difícil resulta destacar alguna de las once canciones que conforman el álbum, pero si hay que hacerlo, yo mencionaría “Spring Breathes”, “Mayflower”, “Down with the Current”, “Duet”, “Not That Easy”, “I Dig You” y “Too Much Space Man”.
  Un estupendo disco, un gran descubrimiento que no dudo en recomendar con entusiasmo.

(Publicado en Milenio Diario)

domingo, 11 de octubre de 2015

A Night at the Opera (1975)


La obra maestra de Queen, su disco por antonomasia. Todo lo más excelso del grupo se encuentra reunido en este álbum cumbre. Con un título obviamente referido a la para muchos mejor película de los Hermanos Marx (filmada en 1935 bajo la dirección de Sam Wood), A Night at the Opera puede contener cualquier clase de excesos, pero la banda supo manejarlos sin caer jamás en demasías y manteniéndose siempre al filo de la navaja, en los límites entre lo ridículo y lo sublime. Es claro que lo que salva a Una noche en la ópera es su sentido del humor, su irónica manera de no tomarse las cosas en serio y lanzarse a fondo en todas direcciones con afortunado tino. Esto no quiere decir que sea un disco realizado al vapor. Por el contrario, se trata de su trabajo mejor producido hasta ese momento, con un sonido impecable, arreglos guitarrísticos y vocales extraordinarios y un sentido melódico excelso. Canciones como la emotiva “’39”, la metalera “Death on Two Legs”, la bucólica “Lazing on a Sunday Afternoon”, la bellísima “You’re My Best Friend” y la progresiva “The Prophet’s Song” conforman un marco esplendoroso para la épica, suntuosa, aparatosa, hiperbólica, rimbombante y genialmente pretenciosa mini rock ópera “Bohemian Rhapsody”, el equivalente en Queen a lo que fue “Stairway to Heaven” en Led Zeppelin (de hecho, A Night at the Opera viene siendo un Queen IV). La joya de la corona de la reina.

(Reseña publicada en el No. 13 de los especiales de La Mosca en la Pared, en diciembre de 2004)

martes, 6 de octubre de 2015

La más alta verdad de Chris Cornell


La década de los noventa es una de las más importantes en la historia del rock. Entre 1991 y 2000 surgió una gran cantidad de propuestas musicales y el movimiento grunge fue una de las más importantes si no la que más.
  Entre la pléyade de agrupaciones que nació dentro de ese movimiento, el cual tuvo a la ciudad de Seattle como su punto neurálgico, Soundgarden fue una de las más destacadas por su propuesta, su calidad artística y su poderío interpretativo. Chris Cornell, su vocalista y front man, resaltó por su carisma y su presencia, pero también por sus capacidades vocales y autorales. Debido a ello, no fue raro que sin dejar al cuarteto emprendiera una faceta como solista.
  En 1999, debutó con su estupendo álbum Euphoria Morning, al que siguieron dos trabajos francamente flojos si no es que fallidos (Carry On, de 2007, y el electropopero Scream, de 2009). Por eso resultaba razonable que existieran ciertas reticencias ante el anuncio de un nuevo disco este año, reticencias que quedan por fortuna disipadas una vez que se tiene la oportunidad de escuchar Higher Truth (Polydor, 2015), su más flamante producción.
  Cornell recupera lo que hizo hace más de tres lustros en Euphoria Morning –es decir, la composición de piezas sencillas y sin pretensiones híper elaboradas–, para entregarnos una obra llena de calidez y de canciones entrañables. Esto resulta notable desde el primer corte del disco, “Nearly Forgot My Broken Heart”, un tema contagioso y de gran belleza, de esos que suenan a algo familiar, a algo incluso ya escuchado, y que se quedan en el corazón y la mente del escucha. Se trata de un preámbulo perfecto para un álbum que tiene otras composiciones excelentes como “Worried Moon”, “Before We Disappear”, “Through the Window”, “Let Your Eyes Wander”, “Our Time in the Universe”, “Circling” o la homónima “Higher Truth”.
  Producido por Brendan O’Brien, muy involucrado con el grunge noventero, Higher Truth tiene ese sello noventero que lo hace tan sólido y tan íntimo. El mejor trabajo como solista de Chris Cornell, por mucho.

(Publicado en Milenio Diario).

jueves, 1 de octubre de 2015

Por siempre Keith


Pocos músicos sintetizan al mismo tiempo el lado oscuro y el lado luminoso del rock como Keith Richards, el alma verdadera de los Rolling Stones. Si en alguien se encuentra presente en toda su intensidad la famosa consigna de sexo, drogas y rock n’ roll es en él. Sin la menor duda. Experto en excesos, alma negra y bluesera, londinense con espíritu del Mississippi, músico y guitarrista a la vez tradicionalista e innovador, Richards se mantiene no sólo vivo sino vital, vital y activo y productivo a sus setenta y un años de edad y lo demuestra con Crosseyed Heart, su flamante álbum como solista, el primero después de veintitrés años, luego del Main Offender de 1992.
  Leer Vida (Global Rhythm, 2010), la autobiografía de quinientas páginas de Keith Richards, es un ejercicio fascinante y aleccionador, aunque también asombroso y terrorífico (y muy divertido: su cínico humor negro, absolutamente rocanrolero, no tiene parangón). Se trata de un verdadero tour de force de sobrevivencia dentro de un mundo –el del rock, como música y como espectáculo– tremendamente demandante y desgastante. En su lectura vemos con detalle la peculiar existencia de este joven (porque sigue siendo joven en su etapa septuagenaria), el transcurrir de este nacido en los años cuarenta del siglo pasado y cómo su destino lo llevó a convertirse en uno de los artistas más influyentes de dicha centuria y en parte esencial de una de las agrupaciones más importantes en la historia no sólo del rock, sino de la música popular del planeta.
  Los Rolling Stones son leyenda aún viviente, mito deslumbrante, realidad musical que a lo largo de más de cincuenta años sigue ahí, sumando ladrillos a su edificio cimentado en la música con raíces y en la honestidad artística más auténtica. Su legado es innegable. Tan sólo la tetralogía de sus discos Beggars Banquet (1968), Let It Bleed (1969), Sticky Fingers (1971) y Exile on Main Street (1972) habría bastado para consagrarlos por siempre, pero su riqueza es aún más amplia y todavía no se detiene.
  Como fundador, al lado de Mick Jagger, del proyecto de las Piedras Rodantes (que a principios de los años sesenta no tenía más propósito que el de ser un grupo de blues que tocara y difundiera los temas clásicos del género en pequeños clubes británicos), Richards fue siempre el ancla y la sustancia (Jagger era más la apariencia y la frivolidad). Al lado de enormes músicos como Charly Watts, Bill Wyman, Brian Jones, Mick Taylor y Ron Wood (pero también Ian Stewart, Nicky Hopkins, Billy Preston y Bobby Keys, entre varios otros), Jagger y Richards lograron conformar un dueto excepcional de compositores (“The Glimmer Twins”, gustaban apodarse) que dio a la humanidad canciones inmortales como “I Can’t Get No (Satisfaction)”, “Street Fighting Man”, “She’s a Rainbow”, “Gimme Shelter”, “Brown Sugar”, “Honky Tonk Women”, “Start Me Up” y tantas otras que forman parte de su exhaustivo y exultante repertorio.
  Crosseyed Heart, el nuevo disco de Keith Richards, suena como debe ser. No hay novedades ni busca sonar “actual” (si algo criticó siempre el guitarrista a Mick Jagger fue ese afán por querer adaptarse a las tendencias y estilos imperantes). En ese sentido, el larga duración pudo haber sido producido hace veinte, treinta o cuarenta años. La fidelidad de Richards por sus raíces musicales se refleja en las quince canciones que lo conforman. Rock, blues, country, reggae, interpretados con esa voz tan característica y con los varios instrumentos que ejecuta, además de su clásica guitarra en Open G (es decir, afinada en tono de Sol abierto).
  Para la grabación, este poco flemático inglés se hizo acompañar por la base de su segundo grupo después de los Rolling Stones, The X-Pensive Winos: el baterista Steve Jordan y el guitarrista Waddy Wachtel. El enorme saxofonista Bobby Keys alcanzó a participar en algunos temas, antes de su infortunado fallecimiento, y hay invitados de lujo como Aaron Neville, Norah Jones y Spooner Oldham.
  Destacan en el nuevo plato algunas piezas estupendas, desde la abridora y homónima “Crosseyed Heart” (un blues acústico, con nada más que la voz y la guitarra del buen Keith) hasta la funky “Amnesia” y desde la dylaniana “Robbed Blind” hasta la stoniana “Blues in the Morning” (imposible no pensar en el Exile on Main Street), la casi tomwaitsiana “Sustantial Damage” y la estupenda y rocanrolera “Trouble”.
  Un disco magnífico que parecería estar anunciando la llegada de un nuevo álbum de los Rolling Stones. Hay rumores sin confirmar al respecto. Ojalá que así sea.

(Publicado este mes en la versión impresa de la revista Nexos No. 454)