viernes, 28 de noviembre de 2014

El "You're Dead!" de Flying Lotus

Cuando el rhythm n’ blues, el jazz, la electrónica, el hip-hop y la música de vanguardia se funden, dan como resultado un sonido como el de Flying Lotus. Música elaborada, complicada, de difícil acceso, pero a la que una vez que se penetra resulta imposible (e indeseable) escapar.
  Steven Ellison es el miembro único de este proyecto personal que, sin embargo, abarca a un buen número de músicos invitados que dan cuerpo y sustancia al espíritu creador del cerebro y corazón de este Lotus volador.
  Con cuatro discos anteriores en su haber (los extraordinarios 1983, de 2006; Los Angeles, de 2008; Cosmogramma, de 2010; Until the Quiet Comes, de 2012), llega ahora este You’re Dead!, otro larga duración tan impresionante como impredecible. Ellison (sobrino nieto de Alice Coltrane, la esposa del genio John Coltrane y gran pianista de jazz ella misma) ha logrado una evolución artística notable que se refleja en la brillante complejidad de su nuevo opus.
  Diecinueve son los cortes, en su mayoría de menos de dos minutos, que componen a You’re Dead!, grabación que inicialmente estaba planeada como un álbum doble y que, sin embargo, fue siendo pulida poco a poco  hasta dejar todo en escasos treinta y ocho minutos de duración.
  Respecto al título, en un principio Ellison lo escogió como una especie de homenaje humorístico a ciertos comics, pero la idea fue cambiando al mezclarse en su ánimo las muertes de varias personas muy cercanas a él: su madre, su padre, una de sus abuelas y sus dos tíos abuelos, es decir, Alice y John Coltrane. Por ello el disco terminó como un homenaje póstumo a sus parientes, aunque conservó su nombre original.
  Steven Ellison volvió a reunir a sus músicos de confianza, mismos que han estado a su lado en trabajos anteriores, especialmente Cosmogramma y Until the Quiet Comes. El bajista y cantante Thundercat, el baterista Deantoni Parks y el saxofonista Kamasi Washington constituyen la base instrumental a partir de la cual se armó la estructura principal de los temas.
  A ellos se sumó una buena cantidad de gente invitada, entre ella intérpretes tan famosos como Herbie Hancock, Snoop Dog, Kendrick Lamar y la integrante de Dirty Projectors Angel Deradoorian.
  You’re Dead! tiene una continuidad entre tema y tema que casi lo hace una obra sinfónica, lo cual se nota desde el corte abridor, de ecos progresivos que remiten lo mismo a Emerson, Lake & Palmer que a las obras más free jazz de John Coltrane.
  Hay en el disco extraordinarias partes de guitarra, pasajes de salvaje disonancia, momentos de calma elegiaca, atmósferas siniestras que de pronto se convierten en paisajes celestiales, coros y voces espaciales (muy en el estilo de Janelle Monáe), teclados ominosos, detalles chuscos, rapeos intensos, melodías de enorme belleza, todo en una combinación sin baches o recaídas, con una intensidad que se mantiene a lo largo de todo el álbum. Es un alucinante viaje sin escalas que nos lleva lo mismo a las puertas del paraíso que a los rincones más oscuros y ardientes del infierno.
  Una obra magnífica.

(Publicado en la sección de discos del sitio de la revista Marvin)

martes, 25 de noviembre de 2014

¿Un Pink Floyd innecesario?

Escuchar The Endless River (Rhino, 2014), el nuevo disco de Pink Floyd, me provoca reflexiones y sentimientos encontrados. No puedo decir que no me guste, que me parezca malo o que David Gilmour y Nick Mason no tengan derecho a sacar un álbum bajo el nombre del mítico grupo inglés y sin embargo…
  The Endless River es, según se dice, la obra final de Pink Floyd. No obstante, Roger Waters podría mañana amanecer con ganas de sacar su propio disco pinkfloydiano postrero y nadie tendría por qué reclamárselo. A lo que voy es a que me cuesta trabajo decir que este es, estrictamente, un disco de Pink Floyd. Lo veo más como un plato de Gilmour, con la ayuda de Mason y de varios amigos que poco o nada tienen que ver con el cuarteto que produjo maravillas como UmmagummaAtom Heart MotherThe Dark Side of the MoonWish You Were Here o Animals.
  Cierto que hay ecos de todos esos discos en el nuevo opus, pero yo lo veo más como una continuación de los álbumes sin Waters, en especial, The Division Bell. Aparte, está el hecho de que se trate de una colección de veintiún piezas instrumentales de gran brevedad y con un solo tema cantado (“Louder Than Words”), además de la presencia de gente ajena a Pink Floyd, como Andy Jackson o Phil Manzanera, enormes músicos, pero que a mi modo de ver no deberían estar en un disco de los creadores de A Saucerful of Secrets o Meddle. Quizá me vea demasiado ortodoxo, pero es así como lo percibo.
  En cuanto al trabajo en sí, The Endless River tiene todo el sonido de la agrupación, esas pausadas y enormes olas de sonido con los teclados del fallecido Richard Wright (porque mucho del material utilizado había sido grabado hace varios años) y las inconfundibles guitarras de David Gilmour que de tan inconfundibles de pronto llegan a sonar repetitivas y rutinarias. Insisto, no es un disco malo, pero no sé si era necesario ponerlo en circulación, incluso para sus seguidores más aferrados.
  Tal vez el álbum póstumo de Pink Floyd debió ser The Wall, de 1979. Lo que vino después, ya no fue lo mismo.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

martes, 11 de noviembre de 2014

El regreso de los nerds

Si en los años noventa el grunge trajo al rock un nuevo renacimiento, sólo comparable con el del punk en los setenta, el post grunge no se quedó muy atrás, en especial con grupos tan representativos como Weezer.
  Surgido en Massachusetts en 1993 y encabezado desde entonces por el pequeño geniecito geek Rivers Cuomo, estudiante de la universidad de Harvard, ese mismo año grabó su álbum debut homónimo, producido nada menos que por Ric Ocasek, el líder de la legendaria agrupación setentera The Cars.
  A pesar de sus orígenes cultos y nerds (su aspecto físico nada tenía que ver con el prototipo grungero), la música de Weezer provenía lo mismo del metal que del punk , aunque de inmediato se le clasificó como una banda “alternativa” (lo que hoy vendría a ser “indie”, términos ambos igualmente ambiguos e inasibles).
  Más de veinte años y ocho discos despúes, Weezer regresa con un nuevo trabajo en estudio, Everything Will Be Alright in the End (Island/Republic, 2014) y su sonido no sólo se mantiene fresco y vigente, sino que conserva el sentido del humor, la inventiva melódica y los secos acordes protogarageros de antaño, sin sonar en absoluto anticuado.
  Con este nuevo plato, el grupo retoma su viejo sonido, luego del fallido experimento seudoelectrónico de su disco Ratitude de 2010. Everything Will Be Alright in the End posee mucho de lo que Weezer hizo en sus famosos álbumes azul, verde y rojo o en el estupendo Pinkerton, es decir, ese power pop agridulce e irónico que tanto celebran sus viejos seguidores y que quienes no lo hemos sido tanto agradecemos de igual manera.
  Cuomo sigue siendo la figura principal del cuarteto y sus composiciones mantienen ese calor y ese entusiasmo tan suyos. Esto queda demostrado con temas tan buenos y variados como “Ain’t Got Nobody”, “Eulogy for a Rock Band”, “Lonely Girl”, “Go Away” o la sensacional “Back to the Shack”.
  Como cereza del pastel, el viejo y entrañable Ric Ocasek se encuentra de nuevo al frente de la producción y eso se nota en la alta calidad de esta obra perfectamente recomendable.

(Publicado en Milenio Diario)

sábado, 1 de noviembre de 2014

Sin el paso (y sin el peso) de los años

Dice el lugar común que la edad es un estado de ánimo. También hay otra frase hecha que señala que el rock es la verdadera fuente de la juventud. Pues entre que son peras o son pretextos y justificaciones, en recientes semanas apareció un par de álbumes que cuando menos parecería justificar ambos dichos.
  Este año, Leonard Cohen cumplió ochenta años y Robert Plant llegó a los sesenta y seis. Ambos pertenecen, ya que de lugares comunes hablamos, a lo que la corrección política denomina como la tercera edad (extraño eufemismo que nos quiere evitar la incorrección de usar palabras como vejez, ancianidad o decadencia; cosas de la post-postmodernidad bien portada).
  La felizmente coincidente cuestión es que ambos músicos sacaron casi al mismo tiempo sendas grabaciones (los dos discos aparecieron a mediados de septiembre pasado) y que éstas tienen muchas cosas en común, sobre todo en lo que se refiere al concepto de los mismos. Popular Problems (Columbia/Sony) se intitula el álbum de Cohen; lullaby and… The Ceaseless Roar (Nonesuch) lleva por nombre el de Plant. Los dos son verdaderas joyas, obras impresionante, trabajos de orfebrería musical y poética llenos de arte, sensibilidad, profundidad y belleza.

Problemas populares
Con ocho décadas a cuestas, Leonard Cohen, nacido en Montreal, Canadá, en septiembre de 1934, se encuentra en plenitud de forma y lo demuestra con éste, su decimotercer disco en estudio. De hecho, lo hizo para conmemorar sus ochenta otoños y el resultado no pudo ser mejor. El poeta tomó mucho del espíritu y el sonido de su plato anterior, el espléndido Old Ideas (2012), y en su nuevo larga duración retomó la temática de la vejez, la enfermedad, la religión y la muerte, al tiempo que en la parte musical repitió el mismo tipo de composiciones austeras, de pocas variantes armónicas, con vocalizaciones graves y profundas que algo tienen de recitación y con esos coros femeninos irrealmente celestiales que funcionan no sólo como apoyo, sino como una especie de coro griego que responde o complementa lo que la voz de Cohen va cantando.
  Las nueve canciones del álbum son de una perfección inaudita. Desde esa maravilla cuasi bluesera con que inicia, “Slow”, declaración de principios (y, viéndolo bien, de finales) sobre las virtudes de la lentitud como modo de vida, hasta la final y concluyente “You Got Me Singing”, una balada folk de gran belleza, pasando por perlas relucientes como “It’s Almost Like the Blues”, “Samson in New Orleans”, “A Street”, “Nevermind”, “My Oh My”, “Born in Chains” y esa plegaria agridulce que es “Did I Ever Love You”, todo en Popular Problems es vital, urgente, sensible, poético.
  ¿El disco postrero de Leonard Cohen? ¿Su testamento? La verdad es que el hombre se ve tan creativo y fresco que dudo que lo sea. Afortunadamente.

El rugido incesante
Robert Plant no ha dejado que la sombra de Led Zeppelin lo aplaste y a pesar de que todos lo recordamos como el enorme vocalista y front man del mítico cuarteto inglés, su carrera como solista ha resultado tan sólida como propositiva.
  lullaby and… The Ceaseless Roar (así, con minúscula inicial), su onceavo trabajo en solitario, es una obra plena de magnificencia, un álbum en el cual regresa a sus raíces británicas, sin dejar de lado al rock primigenio y a ese gusto que de tiempo atrás ha mostrado por la música de Medio Oriente y del norte de África.
  Acompañado por The Sensational Space Shifters, agrupación con la cual había grabado los estupendos Dreamland (2002) y Mighty Rearrenger (2005), Plant hace que el disco transcurra con enorme placidez para dejarnos escuchar piezas tan diversas como la inicial y rítmica “Little Maggie”, la muy emotiva “Rainbow”, las lujuriosas “Pocketful of Golden” y “Embrace Another Fall”, la rocanrolera y con dejos de Tom Waits “Turn It Up”, la nostálgica “A Stolen Kiss”, la repiquetante (esas guitarras punteadas recuerdan a los legendarios Byrds) “Somebody There”, la divertida y folkie “Poor Howard”, la arabesca “House of Love”, la intensa “Up on the Hollow Hill (Understanding Arthur)” y la vertiginosa “Arbaden (Maggie’s Babby” con que concluye el plato.
  Estamos frente a una propuesta discográfica cuyos misteriosos deben ser descifrados por medio de repetidas y atentas escuchas, una obra reflexiva y llena de sabiduría, una profunda meditación acerca del paso de los años (un paso que no parece ser un peso), algo que emparenta a lullaby and… The Ceaseless Roar con el trabajo más reciente de autores como Bob Dylan o el propio Leonard Cohen.
  Un gran opus de Robert Plant.

(Publicado este mes en el No. 443 de la revista Nexos)