viernes, 31 de octubre de 2014

Nuevo álbum de Ryan Adams

Hay músicos con una larga trayectoria, con una obra sólida y de enorme calidad, músicos propositivos y consecuentes que sin embargo no consiguen el debido aprecio de las mayorías y permanecen en una especie de ostracismo del cual pocas veces logran salir. Algunos los llaman artistas de culto y quizá pueda ser un título de distinción, aunque muchos de ellos preferirían cambiarlo por algo más sencillo y ver que su trabajo fuera apreciado por más gente.
  Ryan Adams lleva varios años ya con el sanbenito de músico de culto colgado al cuello. Lo es, sin duda. Pero indudable es también que este nacido en Jacksonville, Carolina del Norte, en 1974, tendría que ser más difundido y valorado. Discos suyos como Heartbreaker (2000), Love is Hell (2004) o Cardinology (2008) son verdaderas joyas, como lo es su más reciente grabación, un álbum homónimo al mismo tiempo contundente y de gran finura: Ryan Adams (Blue Note, 2014).
  No deja de ser curioso que el decimotercer plato en estudio del estadounidense, a quien se ha querido encasillar dentro del alt-country o americana, lleve como título tan sólo su nombre propio. No es porque se trate de un volver a empezar, sino más bien parecería buscar una reafirmación en su estilo, en su sonido, en su modo de hacer canciones.
  Digo que a Adams se le ha querido encuadrar dentro de los límites del alt-country, pero si uno escucha su música en general y este disco en particular, podrá darse cuenta de que va mucho más allá de ese subgénero. Cada una de las once variadas piezas que conforman a este Ryan Adams lo muestra como un autor y un intérprete eminentemente rocanrolero que incluso ha tenido momentos que podríamos denominar como proto punks, sobre todo en el álbum 1984, aparecido también este año, con doce vertiginosas mini canciones que no rebasan los dos minutos y que en su totalidad apenas duran un cuarto de hora.
  El flamante larga duración inicia con la sensacional “Gimme Something Good”, un perfecto tema abridor, un rock con toda la barba, con acordes de guitarra sólidos y secos que cortan como navaja y revisten a la composición de un eficaz poderío. A partir de ahí, el disco jamás decae y tiene varios momentos de grandeza, en especial con piezas como la exultante “Kim”, la desafiante “Trouble”, la bellísima y acústica “My Wrecking Ball”, la neilyoungiana “Stay with Me”, la tersa y melancólica “Tired of Giving Up” y la sentenciosa y final “Let Go”.
  Mención especial merece la muy brucespringsteeneana “I Just Might”, composición de notable intensidad que acumula una potencia contenida que a cada momento parece a punto de estallar y que finalmente nunca lo hace.
  Ryan Adams es un excelente álbum, un trabajo digno y limpio de uno de los mejores músicos estadounidenses de rock (y de alt-country también, si se quiere). No es una obra maestra ciertamente –esas se dan muy de vez en vez–, pero sí uno de los mejores discos de este notable cantautor… y eso ya es decir algo.

(Publicado en la sección de reseñas del sitio de la revista Marvin)

martes, 28 de octubre de 2014

Oh, my (Little) Jesus!

Circula el rumor, viaja de boca en boca, lo susurran en los rincones y lo comentan en los corrillos. Fue así como hace unos días llegó a mis oídos y aunque es sabido que el rock que se hace en México no es cosa que me apasione, debo reconocer que se me despertó cierta bienintencionada curiosidad.
  ¿De veras será tan bueno como se dice? ¿Es la agrupación que llegó para revolucionar la escena del rockcito nacional? Es más: ¿hace rock y no rockcito? Esas y otras varias preguntas llenaron mi cabeza y me decidieron a buscar su música. Quise conocer su propuesta y ¡eureka!, su único disco se puede escuchar en Spotify.
  De esa manera, sin más esfuerzo que poner su nombre en el buscador, di con él y me dispuse a disfrutar de la nueva sensación. Sonó la primera canción, vino la segunda, luego la tercera y no pude más que exclamar: Oh my Little Jesus!
  Porque el grupo se llama Little Jesus (así, en inglés) y su disco lleva el título de Norte. Fue grabado en 2013, pero es ahora que –según me entero– mucha gente lo está escuchando. Bueno, ¿y a qué se debe que haya yo lanzado la exclamación citada líneas arriba? ¿Tanto así me asombró? ¿Tanto así me gustó?
  Siento decepcionar al respetable, pero el grito lo proferí al tiempo que me daba un manotazo en la frente ante la decepción de esa musiquita insulsa, inocua y bobalicona. Un pop edulcorado, deslactosado, un sonido absolutamente light, sin garra, ñoñito, un estilo no de huevos sino de güeva.
  Escuché el disco dos veces. La primera no me gustó; la segunda, menos. Además, eso de pretender ser (al menos implícitamente) los Vampire Weekend mexicanos hace que uno haga comparaciones y que los Pequeños Jesuses salgan muy mal parados. Eso para no hablar de las letras de sus canciones. Hay más poesía en cualquier reguetón, además de que su vocalista de pronto pronuncia el español como si éste fuera inglés (al más puro estilo Zoé).
  Claro que si usted duda de mis palabras, puede escuchar a Little Jesus en Spotify o conseguir su disco. Quizás encuentre que le agrada y piense que estoy por completo equivocado. Aunque, a decir verdad, no lo creo.

(Publicado en Milenio Diario)

martes, 14 de octubre de 2014

Loor al Capitán Pijama

Hoy hace justo ocho días, falleció uno de los músicos mexicanos más interesantes, extravagantes, propositivos, inteligentes, anticonvencionales, irónicos y divertidos. También uno de los más subterráneos y, por tanto, de los más desconocidos. O para ser justos: conocido por muy pocos.
  Se llamaba Jesús Bojalil y se hacía llamar Capitán Pijama. Lo que hacía tenía que ver con la electrónica y el rock progresivo (era un apasionado de los sintetizadores) y fue integrante de grupos setenteros y ochenteros como Pijamas A Go-Go y El Escuadrón del Ritmo. Luego abjuró de los proyectos colectivos y se convirtió en solista, labor en la cual tocó no muchas veces en concierto pero grabó muchos discos con títulos tan estrambóticos como En el purgatorio no sirven raviolesMúsica para cazar mariposas o En busca del átomo relleno de chocolate.
  Jamás fue invitado a presentarse en el Vive Latino y tampoco solía hacer muchas amistades entre los demás músicos. Era un crítico acérrimo del mainstream mexicano y un tipo con una imaginación desbordada.
  Lo conocí a fines de los noventa, cuando se integró como colaborador a La Mosca en la Pared que yo dirigía e hicimos una amistad que se prolongó hasta el día de su muerte, aunque últimamente más por medio de facebook que de contactos personales.
  Sus secciones en la revista eran un total delirio, con sus fantasías sobre agrupaciones que mezclaban los géneros más disparatados y que él inventaba de una manera tan enloquecida que causaba la risa franca de los lectores.
  Su partida nos tomó desprevenidos, aunque se sabía que estaba enfermo y que tomaba medicamentos fuertes para sobrellevar sus padecimientos. A sus sesenta y tantos años, vivía casi como ermitaño, acompañado de su perrito y sus sintetizadores, mas solventaba su soledad con las muchas amistades que procuraba en las redes sociales.
  Su obra merece ser rescatada y revalorada, pero qué lástima que eso suceda –si es que sucede- cuando él ya no está entre nosotros.
  Un héroe del rock nacional, un verdadero personaje del underground defeño. No permitamos que su música descanse en paz.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Dario)

martes, 7 de octubre de 2014

No es lo mismo Ryan que Bryan

Comprensiblemente, abundan quienes suelen confundir a Ryan Adams con Bryan Adams, ya que es sólo una letra lo que hace distintos sus nombres. Sin embargo, en otros aspectos son muchas las diferencias. No sólo porque el primero es estadounidense y el segundo canadiense, no sólo porque el primero nació en 1974 y el segundo en 1959, sino sobre todo porque mientras la propuesta del primero va por el camino de una música profunda y alternativa, la del segundo siempre ha ido por senderos más facilones y comerciales.
  Quiso el destino que ambos confluyeran en estos días con sendos discos y que ello pudiera prestarse a una nueva confusión. Pero no debe haber tal, pues se trata de trabajos cuya única liga evidente es el rock y cuyas cualidades y calidades son bastante disímbolas.
  Ryan Adams (Blue Note), el flamante álbum homónimo del nacido en Carolina del Norte, es una obra espléndida y una muestra más del talento que como autor y cantante tiene el creador de joyas como Heartbreaker (2000) o Love Is Hell (2004). Desgarrado, visceral, hondo y propositivo, el rabioso country rock del joven Adams tiene en este nuevo larga duración una manifestación más madura y más sabia y puede ir de la fuerza guitarrística y vocal de composiciones como “Gimme Something Good” y “Trouble” a la suavidad melancólica y acústica de “My Wrecking Ball” o la ingente hermosura de “Tired of Giving Up” y “Let Go”. Un discazo.
  Tracks of My Years (Verbe), el muy reciente plato del nacido en Ontario, es, por su parte, una simpática colección de canciones que formaron parte de su educación músico-sentimental y que incluye catorce versiones a temas de los Beatles, Creedence Clearwater Revival, The Beach Boys, Bob Dylan, Ray Charles, Smokey Robinson y Chuck Berry, entre otros. Son covers que, sin proponer algo nuevo, se dejan escuchar con agrado y hacen del disco algo accesible y disfrutable. Pero nada que no hayan hecho antes James Taylor o Rod Stewart con mejor fortuna.
  En conclusión, más vale no hacerse bolas: en el caso de los Adams, no es lo mismo Ryan que Bryan.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

miércoles, 1 de octubre de 2014

El legado de JJ Cale

La reciente aparición del álbum The Breeze (An Appreciation of JJ Cale) (Surfdog Records/Universal, 2014) de Eric Clapton & Friends es uno de los acontecimientos musicales del año. No sólo por la calidad del disco y de quienes participan en él (Clapton reunió a una pléyade de artistas de primerísimo orden que incluye a Mark Knopfler, Tom Petty, Willie Nelson, John Mayer, Don White y Christine Lakeland), sino por lo que JJ Cale significó como músico, como compositor y, muy especialmente, como guitarrista creador de un estilo singularísimo de tocar su instrumento.
  Nacido el 5 de diciembre de 1938 en Oklahoma City y fallecido el 26 de julio de 2013 en San Diego, California,  John Weldon Cale fue uno de los músicos y compositores estadounidenses más finos del siglo pasado. Con el nombre artístico de JJ Cale, logró crear lo que se conoció como el sonido Tulsa, basado en el folk, el country y el blues, pero con un toque personalísimo, lleno de sutileza, en la manera de ejecutar la guitarra. Difícil de definir en palabras, ese sonido resulta sin embargo inconfundible cuando se le escucha y fue una gran influencia en muchísimos guitarristas posteriores, notoriamente en el propio Clapton y, sobre todo, en el líder de los Dire Straits, Mark Knopfler.
  De hecho, como Cale permaneció muchos años en un discreto ostracismo y fue ignorado por lo que se conoce como el mainstream, cuando a finales de los años ochenta surgieron los Dire Straits, muchos nos sorprendimos por la “originalidad” de su música, sin sospechar que en realidad era prácticamente una calca de lo que JJ Cale llevaba haciendo desde principios de esa misma década. No acuso con ello a Knopfler y sus compañeros de plagiarios, pero sí es cierto que no fueron muy expresivos a la hora de revelar cuáles eran sus influencias esenciales y sobre todo la hoy tan evidente influencia principal.
  Habrá que decir, sin embargo, que tampoco JJ Cale se mostró particularmente preocupado por eso y pronto se hizo amigo de sus discípulos. Después de todo, ahí estaba su obra, contenida en una veintena de álbumes sin desperdicio, entre los cuales habría que destacar maravillas como Naturally (su disco debut de 1971),  Troubadour (una joya de 1976), Grasshopper (1982, otra belleza) y sus esplendorosas placas finales: To Tulsa and Back (2004),  The Road to Escondido (2006, al lado de Eric Clapton) y Roll On (su testamento de 2009).
  La discografía como solista del propio Clapton estuvo marcada desde un principio por JJ Cale. Desde su plato debut, el homónimo Eric Clapton de 1970, en el que venía la hoy famosa composición de Cale “After Midnight”, el guitarrista británico inició una relación con su maestro norteamericano, relación que se mantendría hasta la muerte del segundo, el año pasado, y que hoy se muestra con la aparición del ya mencionado The Breeze (An Appreciation of JJ Cale), editado en julio pasado.
  Como señalé al inicio de este artículo, el buen Eric convocó a varios de sus amigos para la grabación del disco y los resultados no pudieron ser mejores. Estamos frente a un más que merecido tributo a la obra de Cale, con una impecable colección de algunas de sus más notables composiciones.
  Clapton no trata de robar cámara y da el suficiente espacio a sus colegas para que cada uno de ellos luzca su voz y/o su guitarra. El ex Cream y ex Derek and the Dominos se reserva tan sólo tres canciones: “Call Me the Breeze”, “Cajun Moon” y “Since You Said Goodbye”, para después dejar que los demás tengan la misma participación. Esto lo vemos (y por supuesto lo escuchamos) en cortes como “Rock and Roll Records”, “I Got the Same Old Blues” y “The Old Man and Me” con Tom Petty; “Someday” y “Train to Nowhere” con Mark Knopfler; “Songbird” y “Starbound” con Willie Nelson; “Lies” y “Don’t Wait” con John Mayer… y así. De resaltar es la presencia de Don White, nativo de Oklahoma como Cale y quien tiene una voz muy similar a la de éste, algo que podemos oír en “Sensitive Kind” o “I’ll Be There (If You Want Me)”.
  Dieciséis son en total los temas que conforman el disco y hay que hacer notar que se evitó caer en el facilismo y el lugar común, al no incluir las más célebres canciones de JJ Cale, es decir, “After Midnight” y, sobre todo, la conocidísima “Cocaine” que Eric Clapton convirtiera en un clásico en su gran álbum Slowhand de 1977.

(Publicado este mes en la revista Nexos No. 442)