jueves, 16 de febrero de 2017

20 años de Tempestad


El segundo trabajo discográfico de La Barranca muestra de manera más clara aún que su álbum debut, El fuego de la noche (1996), las características letrísticas y musicales de esta agrupación que durante más de veinte años se ha transmutado, ha mudado de integrantes (con la obvia excepción de su creador, líder, cerebro y corazón, José Manuel Aguilera), ha evolucionado a lo largo de una decena de discos sin perder en momento alguno dos cosas fundamentales: su coherencia y su estilo.
  Tempestad (BMG Ariola, 1997) es quizá la obra por antonomasia de La Barranca. En 1997, el grupo estaba conformado por Jorge “Cox” Gaitán en violín, guitarras, bajo, stick, maracas (sic) y coros; Federico Fong en bajo, stick, percusiones, piano, programación y coros; Alfonso André en batería, percusiones, programación, sampleos y coros; José Manuel Aguilera en guitarras eléctricas y acústicas, jarana, loops, percusiones, programación, coros y voz principal. Semejante parafernalia instrumental se traduce en una catorcena de canciones en las cuales ya está plenamente presente el muy característico sonido del conjunto.
  Desde siempre, la música de La Barranca me ha dado una sensación de oscuridad. Algo semejante me pasaba con Jim Morrison y The Doors, aunque ambas agrupaciones –en apariencia– poco pudieran tener en común. Escuchar Tempestad es como adentrarse en un largo, profundo y húmedo túnel de piedra fría y resbaladiza, al final del cual no se halla la luz sino una mayor y más acentuada negrura. Pero es una negrura que se traduce en extraña belleza, esa belleza que dan las elaborados armonías que desarrolla el grupo en numerosos pasajes del disco.
  El rock de La Barranca tal vez sea el más mexicano que haya hecho agrupación nacional alguna. Lejos de cualquier folclorismo, sin pretensiones de convertirse en mexican curious de exportación, sin caer en baraturas artesanales, sin recurrir a ritmos pegajosos y bailables, sin perder jamás su esencia rocanrolera, el grupo suena a México –y este álbum es una clara muestra de ello– sin dejarse seducir por el patrioterismo musical. No hay aquí huarachismos a lo Café Tacuba o falsos y populistas “rescates” urbanos a lo Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio o juangabrielismos a lo Caifanes-Jaguares. Es ese sin duda uno de los grandes méritos de Aguilera y sus distintas formaciones: hacer un rock tan profundamente enraizado en la identidad mexicana que de manera perfecta resulta universal.
  Una de las grandes virtudes de Tempestad es que carece de fisuras, Los catorce cortes se encuentran tan bien ensamblados que el interés jamás se pierde a lo largo de los cincuenta minutos y pico que dura el plato. Desde el arranque, con la ya clásica “Día negro” (“Hoy no es un día común, hoy es un día negro / la realidad otra vez muestra su rostro siniestro”), el álbum nos ofrece una propuesta que se inclina por la expresión artística sin que parezcan importarle modas, tendencias o exigencias mercantilistas.
  Entre las composiciones a destacar están la intensa “La caída”, la enigmática “El velo”, la sensualmente acompasada “El desafío”, la hipnotizante “El faro”, la preciosa y sutilmente llena de gracia “El gran pez”, la muy rocanrolera “Perla” y la concluyente y majestuosa “Como una sombra”.
  Tempestad es la obra maestra de La Barranca, un disco que navega a través de mares procelosos y al final, cada vez que se le escucha, llega siempre a buen puerto.

(Publicado el día de ayer en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

miércoles, 15 de febrero de 2017

Una almohada surrealista de 50 años


Y en el principio era el alucine y el alucine era como ver a Dios y el alucine era Dios. Al menos eso pensaban los habitantes de aquel pretendido paraíso psicodélico en el que la paz y el amor reinaban y el ácido lisérgico circulaba de manera abierta y legal. Era el alucinante y alucinado universo de la psicodelia, un universo que lo mismo se encontraba en Nueva York que en Londres, en París que en Berlín, pero sobre todo en la idílica San Francisco de las flores en tu pelo.
  1967. El año psicodélico por excelencia. El año en que la esquina más famosa del planeta la conformaba la intersección de las calles Haight y Ashbury, donde en los años cincuenta surgió el movimiento beatnik.
  Fue en aquel mítico San Francisco que emergió un grupo con un estilo muy especial. Se trataba de un sexteto conformado por las voces y las guitarras de Marty Balin, Jorma Kaukonen y Paul Kantner, el bajo de Jack Casady, la batería de Spencer Dryden y la voz de Grace Slick, una joven bella y talentosa que acababa de ingresar a la agrupación para sustituir a la hoy olvidada Signe Anderson. El nombre del conjunto era Jefferson Airplane.
  En febrero de 1967, el grupo lanzó uno de los discos clave para entender esa época. Surrealistic Pillow es una combinación de folk rock y psicodelia, un álbum marcado por el ácido lisérgico y los aires de flower power que se respiraban en la costa oeste de los Estados Unidos.
  Segundo trabajo en la discografía del grupo, fue un éxito inmediato no sólo entre la comunidad hippie sino a nivel nacional e internacional. Dos temas hoy clásicos bastaron para hacer del Aeroplano de Jefferson uno de los grupos más importantes de aquel momento y cuya música ha trascendido con el tiempo. “White Rabbit” y “Somebody to Love” son dos composiciones que, como decía la antigua radiodifusora 6.20, llegaron para quedarse.
  Otro dato importante es la decidida colaboración que tuvo Jerry García, el legendario guitarrista de Grateful Dead, en la manufactura del disco. No sólo tocó en varios de los cortes, sino que también participó en la confección de los arreglos y en la producción.
  El plato inicia con “She Has Funny Cars”, un tema impecable. Crítica a la hipocresía política, la canción hace que desde el principio brille la voz contrapuntística de Grace Slick, para mostrar el sello de las armonías vocales que el grupo no habría de perder jamás.
  “Somebody To Love” es el himno jeffersonairplaniano por excelencia, su composición más conocida y emblemática. La manera como Slick empieza casi a capella, con la frase “When the truth is found", aún estremece a medio siglo de distancia.
  La deliciosa “My Best Friend”, con claros aires de The Mamas and The Papas, es una hermosa tonada, mientras que “Today” es una fina pionera del folk progresivo.
  El lado A del vinil original concluye con una de las composiciones más perfectas y emotivas del grupo. “Comin' Back to Me” es una perla que convoca imágenes trovadorescas, un doloroso pero sutil canto de amor, una evocación al ser amado que se ha ido y a quien se pide que regrese. Marty Balin, con su solitaria guitarra acústica y una flauta fantasmal, va cantando cada parte referida a una estación del año y los sentimientos que cada una produce en el enamorado. Ricky Lee Jones haría en su álbum Pop Pop (1991) una versión tanto o más conmovedora.
  La segunda parte de Surrealistic Pillow arranca con "3/5th of a Mile in 10 Seconds", un rock duro en el cual se habla del comercio de drogas y del pintoresco movimiento en las calles de San Francisco. Psicodelia en estado puro.
  “DCBA 25” es una pieza oscura, un breve viaje por las profundidades de una mente en LSD. Por su parte, “How Do You Feel” es un tema lleno de candor jipiteca.
  La instrumental y acústica “Embryonic Journey” constituye un pequeño tour de force de Jorma Kaukonen que anticipa muchas de las cosas que harían de similar modo Jimmy Page y Steve Howe en la década siguiente.
  ¿Qué se puede decir de “White Rabbit” que no se haya dicho ya? Onírica, surrealista y disparatada en su letra, con acordes hipnóticos y con la voz de Grace Slick a plenitud, este homenaje a Lewis Carroll es uno de los grandes clásicos del rock de todos los tiempos, sólo comparable a “Lucy in the Sky with Diamonds” de los Beatles o a “Purple Haze” de Jimi Hendrix. Todo un acid trip.
  Por último, “Plastic Fantastic Lover” es una crítica provocadora, divertida e irónica de Marty Balin a la televisión. Se trata del tema que en el disco más se aproxima al blues. El cierre ideal para este álbum fundamental.

(Publicado el día de hoy en "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

miércoles, 1 de febrero de 2017

Los densos Flaming Lips


Con su nuevo y espeso álbum, Oczy Mlody (Warner Music, 2017), The Flaming Lips regresa a la música densa y elaborada de sus álbumes Embryonic (2009) y The Terror (2013). Oczy Mlody (que en polaco significa “los ojos de los jóvenes”) ciertamente es más melódico que sus dos mencionados antecesores, mas no se aparta de esa música que avanza con pesada lentitud, con instrumentaciones eclécticas que remiten lo mismo al rock progresivo que al hip-hop con arreglos orquestales que por fortuna nunca resultan pomposos.
  Estamos frente a un estupendo disco, en el que Wayne Coyne y compañía dan rienda suelta a su inagotable inventiva cuasi psicodélica (hay momentos muy al estilo del Pink Floyd de Syd Barrett), con esas voces agudas que suavizan un poco las atmósferas siniestras y acercan la música a un pop rock experimental de altísima calidad.
  Más electrónico que acústico, con muchas bases de sintetizadores, Oczy Melody vive sus mejores momentos con temas como “There Should Be Unicorns”, “Nigdy Nie (Never No)”, “How??”, “One Night While Hunting for Faeries and Witches and Wizards to Kill”, “Listening to the Frogs with Demon Ayes”, “We a Family” (en la que los Flaming Lips vuelven a colaborar con la cantante pop Miley Cyrus, tal como lo hicieron en el peculiar homenaje beatlesco With a Little Help from My Fwends de 2014) y la homónima pieza inicial. Sin embargo, no hay desperdicio alguno en el resto de las doce piezas que constituyen el plato.
  Un denso regreso el de los Labios Flameantes, pero de una densidad más que atrayente y paradójicamente luminosa.

(Publicado en "Acordes y desacordes", el sitio de música que coordino para la revista Nexos)