martes, 27 de marzo de 2018

Otro Jack White


Desconcertante. Es la primera palabra que me viene a la mente luego de escuchar el más reciente disco de Jack White, aparecido apenas este viernes 23 de marzo.
  Pero desconcertante no quiere decir malo ni mucho menos. Es cierto que Boarding House Reach (Third Man Records, 2018) nada tiene que ver con sus dos anteriores esfuerzos como solista, los sensacionales Blunderbuss (2012) y Lazaretto (2014). Mientras estos dos álbumes se alimentaban en general del blues, el folk y la roots music, el nuevo plato apuesta por la experimentación más ecléctica. Hay aquí elementos del avant-garde y la electrónica, del hip-hop y el jazz-funk psicodélico. Escúchense piezas como “Corporation”, “Abulia and Akrasia”, “Hypermisophoniac” o “Ice Station Zebra” para comprobarlo.
  Esta vez, los sintetizadores y las múltiples posibilidades que brinda el estudio de grabación han sustituido casi por completo a las guitarras de White, a sus pianos retro o a sus baterías clásicas.
  Tomemos como ejemplo un corte: “Over and Over and Over”. Hay ahí una mezcla de elementos instrumentales y una serie de cambios rítmicos tan drásticos que recuerdan a Frank Zappa. Los coros, los teclados, los sonidos electrónicos, las enloquecidas percusiones son totalmente zappianas, aunque no dejan de sonar a Jack White.
  ¿Estamos frente a un trabajo meramente experimental o ante un cambio radical en la ruta musical del fundador de los White Stripes y los Raconteurs? Habrá que esperar a su siguiente disco para saberlo. Por lo pronto, a pesar de que algunos de los seguidores más heterodoxos de White ya empezaron a repudiar este álbum, calificándolo como basura, me parece que hay que escucharlo con atención y descubrir una propuesta no sólo osada sino muy interesante y propositiva. Composiciones como “Connected by Love”, “Why Walk a Dog”, “Everything You’ve Ever Learned”, “Respect Commander”, “Humoresque” o “What’s Done Is Done” (la pieza más tradicional del disco) merecen que nos fijemos en ellas.
  Lo invito a adentrarse en Boarding House Reach. Vale la pena.

(Mi columna "Gajes del orificio" de hoy en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

domingo, 25 de marzo de 2018

Shades of Deep Purple


A pesar de que se trata de un álbum muy variado y que en su momento hacía complicado adivinar hacia dónde se dirigía la música del grupo, estamos ante un gran disco. Estas sombras del púrpura profundo están conformadas por ocho temas estupendos que coquetean mucho más con el pop sesentero, la psicodelia y el apenas en ciernes rock progresivo de aquellos años que con el rock duro y casi metalero que caracterizaría a Deep Purple a partir de la siguientre década.
  Con su primera formación (la Mark I), el quinteto arrancaba una larguísima carrera que rendiría frutos musicales extraordinarios. Shades of Deep Purple (1968) –grabado en escasos tres días– inicia con “And the Address” una interesante pieza instrumental muy cercana al progresivo que da paso al primer gran golpe del grupo, su versión a “Hush”, una canción country de la autoría de Joe South y que en manos de Jon Lord, Ritchie Blackmore y compañía recibió un fenomenal arreglo y se convirtió en uno de las grandes y más memorables temas del rock de los sesenta. Por su parte “One More Rainy Days” es una clásica canción pop de aquellos días, con la voz de Rod Evans en su plenitud melódica. El primer lado del larga duración original concluye con otro cover que en manos de esta agrupación se convirtió en clásico. Me refiero a ese gran blues de Skip James que es “I’m So Glad” y del cual Cream también hizo una versión excelente. Deep Purple, sin embargo, lo hizo crecer a niveles astrales, sobre todo con la fastuosa introducción (“Prelude: Hapiness”), inolvidable.
  El lado B comienza con el corte más premetalero del disco. “Mandrake Root” seduce desde que inicia, aunque el riff de Blackmore no deja de recordar a “Foxy Lady” de Jimi Hendrix. Un nuevo tema ajeno, en este caso “Help” de Lennon y McCartney, recibe un tratamiento magnífico hasta convertirlo en una canción de pausada psicodelia. Tal vez el corte menos brillante sea “Love Help Me”, composición propia que casi transcurre inadvertida.
  Shades of Deep Purple concluye con el postrer tema ajeno, el tradicional “Hey Joe” que aquí cobra aires un poco grandilocuentes al querer darle un toque pretenciosamente españolizado (como la “Spanish Caravan” de los Doors). Con todo, un álbum más que disfrutable en su esencia sesentera.

(Reseña que escribí para el Especial No. 34 de La Mosca en la Pared, dedicado a Deep Purple y publicado en octubre de 2006)

miércoles, 21 de marzo de 2018

The Breeders: puro nervio


Los noventa del siglo pasado fueron años en los cuales surgieron muchos grupos que con el tiempo se volvieron de culto. Neutral Milk Hotel o Blind Melon, por ejemplo. Throwing Muses y los Pixies también.
  Como una derivación de estas dos últimas agrupaciones, The Breeders fue otro proyecto que alcanzó ese estatus cultista y lo hizo básicamente con un par de discos sin los cuales no se podría entender la historia del llamado alt-rock de aquel decenio. Pod (1990) y Last Splash (1993) son dos álbumes que marcaron a toda una generación y crearon un sello propio, muy alejado del sonido de Pixies y Throwing Muses. Sus dos liderezas, Kim Deal y Tanya Donnely, pertenecían respectivamente a cada una de esas dos agrupaciones y lograron escribir la serie de canciones que conformaron el Pod y que gracias también al trabajo en el estudio del productor Steve Albini, derivó en aquel peculiar estilo que caracterizaría a los Breeders y que se consolidó tres años después con la aparición de Last Splash y el éxito tremebundo que logró su tema “Cannonball”.
  A 25 años de distancia de aquel disco, el grupo ha retornado a las grabaciones y acaba de poner en circulación el flamante All Nerve (4AD, 2018). Ya sin Tanya Donnely, pero sí con su hermana Kelley (quien también perteneció al The Breeders originario), más la bajista Josephine Wiggs y el baterista Jim McPherson, Kim Deal ha vuelto a unir fuerzas con Albini y el resultado es un álbum impecable, un trabajo que recoge todo el sonido primigenio de sus dos primeros discos (especialmente del Pod), pero actualizándolo a este tiempo de millenialls con una oncena de canciones en verdad alucinantes.
Quinto opus de su discografía en estudio (porque hay que mencionar también el Title TK de 2002 y el Mountain Battles de 2008), All Nerve tiene algo de conceptual en cuanto al tema de los nervios, con temas como el inicial “Nervous Mary” o el homónimo “All Nerve”. Las letras de esas y otras canciones transcurren por cuestiones que implican el nerviosismo del ser femenino (“Walking with a Killer” habla sobre el miedo a la violación y la muerte: “I’m walking with a killer and I’m gonna need that ride / We rolled through the night / Through the cornfields of East 35 / I didn’t know I should have / I didn’t know it was my night to die / But it really was”), aunque también hay humor en la forma como Kim  Deal se burla de esos temores y terrores (sobre todo en la ya mencionada “Nervous Mary”).
  En lo estrictamente musical, el disco es una joya. Sin perder el estilo (me refiero al estilo musical del grupo, pero también a la elegancia y la prestancia de sus interpretaciones), el grupo suena preciso, con esos acordes de guitarra secos y grungeros que lo caracterizan, pero se da el espacio suficiente para intercalar cortes de ritmo lento y acompasado (incluso de belleza plena, como “Dawn: Making an Effort” y “Spacewoman” o de intención más hipnótica, como “MetaGoth” y “Blues at the Acropolis”) con otros más machacantes y afilados (“Skinhead #2”, “Wait in the Car”, “Howl at the Summit”) .
  Un álbum a la vez rudo y vulnerable, sensible y poderoso. Gran regreso de las entrañables Breeders.

(Reseña que escribí para el sitio Sugar & Spice y que acaba de ser publicado en el mismo)

martes, 20 de marzo de 2018

La entrañable música de The Decemberists


Hay sonidos entrañables. Música tan cálida y hermosa que es capaz de tocar nuestra sensibilidad de una manera especial. No todos los compositores poseen el envidiable don de crearla. Sea en el género que sea.
  Colin Meloy es uno de ellos. Desde Portland, Oregon, y al frente del quinteto The Decemberists, lleva más de tres lustros de escribir e interpretar canciones llenas de calidez, alma, inteligencia y ese extra que no se puede explicar con palabras y que sólo es posible captar con el sentimiento y las entrañas.
  Desde su disco Castaways and Cutouts de 2002, pasando por joyas como Her Majesty (2003), Picaresque (2005), The Crane Wife (2006), The Hazards of Love (2009), The King Is Dead (2011) y What a Terrible World, What a Beautiful World (2015), su sofisticado y fino sonido, dentro del alt-rock y el alt-folk, ha logrado trascender artísticamente, a pesar de no ser la suya una agrupación mainstream o dedicada a complacer los gustos masivos.
  Este mes de marzo ve llegar el octavo larga duración en estudio de los Decemberists: I’ll Be Your Girl (Capitol, 2018). Se trata de un álbum ligeramente distinto a sus siete predecesores, en el sentido de que por primera vez han añadido a su música, únicamente en algunas canciones, algo tan poco usual en ella como los sintetizadores. Podría parecer una locura, dado el estilo digamos tradicional del grupo, pero la verdad es que gracias a los buenos oficios de su nuevo productor, John Congleton, todo el disco suena espléndidamente bien.
  Son once las canciones que conforman I’ll Be Your Girl y no hay una sola que sobre. Todo lo contrario. Sin ser un disco conceptual como The Crane Wife o The King Is Dead, los temas se funden de manera perfecta, a pesar de ser tan diferentes unos de otros. El talento autoral de Meloy no deja de sorprender (qué capacidad la suya para crear melodías memorables). Cada composición es una joya llena de belleza y también –otra virtud– de buen humor.
  Uno de los mejores discos en lo que va del año.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

domingo, 18 de marzo de 2018

The Lamb Lies Down on Broadway


Séptimo disco de Genesis y el primero plenamente conceptual, The Lamb Lies Down on Broadway (1974) es una obra monumental, bombástica, monstruosa, grandilocuente, prácticamente una ópera rock, pero –eso sí– una ópera rock progresiva.
  En la misma, se cuenta la historia de un puertorriqueño de nombre Rael, quien se dedica a la prostitución masculina en la ciudad de Nueva York, Si bien la narración es confusa e inconexa y en ocasiones absurda (en el sentido del teatro del absurdo), la música resulta excelente.
  Se trata de un álbum doble, con cada disco perfectamente definido: el primero con diez canciones y el segundo con piezas instrumentales atmosféricas. A destacar, cortes como “Back in NYC”, “In the Cage”, “The Carpet Crawlers” y la homónima “The Lamb Lies Down on Broadway”.
  Este es posiblemente el Genesis favorito de sus seguidores, con Peter Gabriel como líder y cantante principal, Steve Hackett y Mike Rutherford en las guitarras, Brian Eno y Tony Banks en los teclados y Phil Collins en la batería. Un absoluto dream team para un álbum de excepción, el último de Gabriel con el grupo.

(Reseña publicada originalmente en el especial de La Mosca en la Pared No. 46, editado en febrero de 2008 y dedicado al rock progresivo; fue el último número de la serie –¡snif!– en aparecer)

miércoles, 14 de marzo de 2018

Something Else


De algún modo, Somethin Else (1967), el quinto disco de los Kinks, es como la continuación estilística de Face to Face, pero una continuación en la cual la música y las letras se hacen más finas y sofisticadas, como en la magnífica “David Watts” y su clásico “Fa fa fa fa”, con una estructura armónica nunca antes escuchada en un tema del cuarteto y un arreglo impecable, con el piano del gran Nicky Hopkins siempre presente. Lo mismo puede decirse de esa otra belleza que es la triste y poética “Death of a Clown”, de Dave Davies, con la voz etérea de Rosa Davies, la esposa de Ray, y su misterioso “la la la”, más el piano –otra vez– de Hopkins. Todo en Something Else resulta extrañamente elegante y atemporal, como la nostálgica “Two Sisters”, la sensual y bossanovesca“No Return” (hay quien dice que en la voz de Astrud Gilberto hubiese sido una maravilla), la muy simpática y como de music hall “Tin Soldier Man”, la inesperadamente soulera “Situation Vacant” (órgano Hammond incluido, cortesía –claro– de Nicky Hopkins), el aparente homenaje a los Beach Boys que es “Funny Face”, la vaudevillesca “End of the Season” y ese otro gran tema clásico de los Kinks que es la entrañable “Waterloo Sunset”.
  Un gran disco.

(Reseña que escribí para el Especial de La Mosca en la Pared No. 43, publicado en octubre de 2007)

martes, 13 de marzo de 2018

Los 40 años de Ritmo Peligroso


Ritmo Peligroso, el grupo liderado desde sus orígenes por el cantante y compositor cubano-mexicano Piro Pendas, está cumpliendo 40 años (se formó en agosto de 1978, con el nombre de Dangerous Ryhthm, y en 1985, con la aparición del disco En la mira, castellanizó su nombre tal como lo conocemos hoy).
  Recuerdo bien sus primeros tiempos como grupo de punk, cuando se presentaba en el legendario Hip 70 de Insurgentes Sur, cerca del extinto Núcleo Radio Mil (sede de estaciones radiofónicas como La Pantera 590 y Rock 101), por allá de 1979 y hasta 1982. Ya como Ritmo Peligroso, la agrupación se inclinó más hacia un rock con toques afrocaribeños (mal llamados latinos) que le dio un sabor muy contagioso y especial a sus canciones, entre las cuales destacaron “Déjala tranquila”, “Contaminado”, “Pa qué violencia” y la controvertida, valiente y espléndida “Marielito” (rechazada por algunos sectores de izquierda que simpatizaban con Fidel Castro y la revolución cubana).
  Conozco a Piro desde hace unos veinte años y tengo la mejor opinión de él como persona generosa y músico profesional y honesto (su grupo noventero, Los Humanos, también me gustó mucho). Por ello me alegra que su proyecto cumpla cuatro décadas, acontecimiento que celebra con la aparición del álbum conmemorativo Pa’lante hasta que tu body aguante (Dragora Records).
  Se trata de una recopilación de sus canciones más célebres, en nuevas versiones con músicos invitados, entre los que podemos mencionar a Héctor Infanzón, Alex Lora, Sergio Arau, Rubén Albarrán, Rafael Salgado, Sabo Romo, Leonardo de Lozanne, Dr. Shenka, Paco Familiar y el Colectivo Nahuatl, con el que Piro interpreta la única pieza nueva del disco: “Las calles de mi continente”, una especie de huapango-rock muy bien fusionado (nunca deja de sonar a rock) cuya letra habla acerca de la pobreza y la corrupción en los países de Iberoamérica. En una entrevista, Pendas la define como una canción de protesta y anuncia que la presentará en concierto (“en estreno universal”) durante la presentación de Ritmo Peligroso en el próximo Vive Latino.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).

lunes, 12 de marzo de 2018

Atom Heart Mother


En esta grabación de 1970, muchas veces menospreciada y subvalorada, Pink Floyd comenzó a adentrarse en una música de tendencias sinfónicas, con orquestaciones (arregladas por Ron Greesin) que, ciertamente, de pronto pueden sonar pomposas y llenas de pretenciones grandilocuentes, pero que tomando en cuenta el momento en que se grabó –es decir, el contexto particular del disco– adquieren otra dimensión.
  El famoso álbum de las vacas (cuya portada sería parodiada por KLF en su disco Chill Out) contiene composiciones larguísimas (la suite orquestal “Atom Heart Mother”, con sus seis movimientos, ocupa todo el lado A en la versión en vinil) y ambiciosas que daban al rock una característica "seria" que se alejaba del espontaneísmo que le era (y le sigue siendo, por supuesto) característico.
  Sin embargo, hay aquí también hallazgos notables, como la célebre “Allan’s Psychedelic Breakfast”, composición colectiva que sigue guardando un gran interés a casi cincuenta años de distancia, además de tres temas individuales: “If” de Roger Waters (bella melodía nostálgica en arreglo semiacústico), “Summer 68” de Rick Wright (suave tonada con algunos interesantes cambios armónicos) y “Fat Old Sun” de David Gilmour (otra pieza tranquila aunque un tanto intrascendente).
  Atom Heart Mother es una obra que prefigura y anuncia lo que el cuarteto habría de ser durante la siguiente e importantísima década: la de los setenta.

(Reseña que escribí para el Especial No. 7 de La Mosca en la Pared, dedicado a Pink Floyd y publicado en enero de 2004)

domingo, 4 de marzo de 2018

El banquete de limosneros de los Rolling Stones


Las cosas no iban bien en el seno de la agrupación. El ambiente resultaba pesado y las relaciones entre algunos de sus integrantes no eran las mejores. El espíritu de grupo se había deteriorado. En especial, Brian Jones se presentaba como el negrito en el arroz, como la parte más conflictiva del quinteto, sobre todo por sus desavenencias musicales y personales con Mick Jagger y Keith Richards, en ese entonces un dueto extraordinario y muy unido de compositores.
  Jones se alejaba cada vez más de los Stones y su complicada personalidad no era su mejor aliada. Su dependencia de las drogas y sus problemas con la policía (circunstancias ambas que compartía con Jagger y Richards) lo mantenían en un ostracismo cada vez más notorio. Para colmo, 1967 había sido un mal año para el conjunto y la grabación de su disco Their Satanic Majesty’s Request había resultado lenta y accidentada. Tanto que los resultados artísticos del álbum no fueron precisamente los mejores. A esto habría que sumarle la ruptura del grupo con su manager, Andrew Loog Oldham, con quien los Stones tenían ya muy serias diferencias, situación que terminó con el despido del representante.
  ¿Qué iba a suceder con la agrupación? ¿Estaba condenada a desaparecer? ¿De dónde sacaría fuerza y talento para reinventarse? Los sacó de un personaje impensado: el productor Jimmy Miller.
  Miller había producido los magníficos dos primeros discos del grupo Traffic y Mick Jagger le pidió que trabajara con los Rolling Stones en su siguiente sencillo. Lo que sobrevino fue una bomba y se llamó “Jumpin’ Jack Flash”. Aquella explosiva canción de 1968, tan sensacional como había sido “I Can’t Get No (Satisfaction)” tres años antes, devolvió a la agrupación a sus orígenes más rocanroleros y la alejó de la falsa y pretensiosa seudo psicodelía del Sus satánicas majestadas.
  Jimmy Miller era sin duda el indicado para producir el siguiente larga duración del quinteto. Propuso hacer un disco más apegado a los raíces del blues y Keith Richards aceptó encantado de la vida, sobre todo porque durante su anterior gira por los Estados Unidos había aprendido algo altamente revelador: la afinación abierta de la guitarra en sol mayor, lo que le abrió todo un mundo de posibilidades para componer nueva música y dotar al grupo de lo que hoy conocemos como el clásico sonido stone.
  Beggars Banquet (1968) se llamó el nuevo álbum, séptimo del grupo en el Reino Unido. Sería la última obra discográfica en la que participaría Brian Jones y eso es un decir, ya que tocó en muy pocas canciones y se involucró escasamente en la grabación del acetato. Si somos estrictos, podríamos decir que el disco lo grabó un cuarteto conformado por Mick Jagger, Keith Richards, Bill Wyman y Charlie Watts, más algunos músicos invitados, entre ellos Nicky Hopkins, Ric Grech, Dave Mason... y el propio Brian Jones, quien parecía un fantasma en el estudio.
  Este Banquete de limosneros representa el inicio de una nueva era en la música de los Rolling Stones, una era que se extendería a lo largo de varios años y que incluiría los tres álbumes siguientes: Let It Bleed (1969), Sticky Fingers (1971) y Exile on Main Street (1972, aunque yo añadiría el Goat’s Head Soup de 1973 y el It’s Only Rock ’n’ Roll de 1974).
  El disco de 1968 es un trabajo de muy limpia producción y canciones tan sencillas como extraordinarias. El rock sólido se hizo presente, en especial con un par de controvertidas piezas que hoy son verdaderos clásicos: la épica “Sympathy for the Devil” (mal traducida como “Simpatía por el diablo”, cuando el sentido real de la palabra inglesa sympathy es el de compasión) y la desafiante “Street Fighting Man”, ambas con una fuerte carga de crítica política y social. Sin embargo, el resto del material es igualmente notable, sobre todo en los cortes más sensibles y delicados. Ahí están composiciones tan bellas como la emotiva y (con)movedora “Salt of the Earth”, todo un himno a la humanidad (“Bebamos por la gente que trabaja duro / Bebamos por los humildes de nacimiento / Levanten su copa por el bueno y el malo / Bebamos por la sal de la Tierra”); la maravillosamente melancólica “No Expectations” (con la guitarra slide de Brian Jones en plenitud y el piano de Nicky Hopkins en toda su sutileza) y la preciosa y grácil “Factory Girl”, las cuales alcanzan momentos sublimes, mientras la ironía campea en la extrañamente bluesera “Parachute Woman”, la provocadora y mordaz “Stray Cat Blues” (sin duda la letra más osada del disco y quizá de toda la obra de los Stones, una letra que causaría escándalo en estos tiempos de exacerbada corrección política y sexual) y la sardónica “Dear Doctor”. Incluso temas “menores” como el blues campirano “Prodigal Son” o el peculiar “Jigsaw Puzzle” son grandes pequeñas obras y completan la perfecta redondez letrística y musical de este álbum fundamental que en 2018 está cumpliendo 50 años de vida.
(Texto que me publicó el día de hoy la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

jueves, 1 de marzo de 2018

Kinda Kinks


Con sólo dos títulos que no son originales de Ray Davies (entre ellos una versión poco afortunada de “Dancing in the Street”), Kinda Kinks (1965) es uno de los álbumes menos conocidos y menos apreciados de los Kinks, sobre todo porque ese mismo año de 1965 aparecería su tercer opus y el mismo se encargaría de opacar a su inmediato predecesor.
  Con todo, este segundo disco de los londinenses iba mostrando el estilo que los caracterizaría, con canciones tan notables como la archiconocida balada “Tired of Waiting for You” (todo un hito en el historial kink), la melodiosa “Something Better Beginning”, las rocanroleras “Wonder Where My Baby Is Tonight” y “Come On Now”, la bluesera “Naggin’ Girl” y una de las primeras incursiones del grupo en el rock acustico, la tranquila “So Long”. Sin embargo, a mi modo de ver la mejor composición de Kinda Kinks es la maravillosa “Nothin’ in the World Can Stop Me Worrying’ Bout That Girl”, un tema semiacústico de gran ternura y sensibilidad.
  Un buen disco, aunque ciertamente nada extraordinario.

(Reseña que escribí para el Especial de La Mosca en la Pared No. 43, publicado en octubre de 2007)