jueves, 27 de diciembre de 2018

10 muy buenos discos de rock del 2018


Seamos realistas. 2018 no fue ni por asomo el mejor año para el rock. Opacado mediáticamente por la música pop sobreproducida y por el hip-hop con rasgos de lo que hoy se conoce como soul y rhythm ’n’ blues, el rock se ha refugiado en los discretos traspatios de lo indie y lo alternativo, con algunas leves aunque excelentes incursiones en el blues, el folk y el alt-country. No hubo nuevos álbumes que revolucionaran al género o que posean la calidad de clásicos intemporales. Hubo, eso sí, trabajos excelentes y de ellos hemos elegido una decena que ponemos a la consideración de nuestros lectores. El orden de la lista no es necesariamente jerárquico.

-Black Rebel Motorcycle Club. Wrong Creatures (Vagrant). Un brillante retorno a los orígenes del grupo. Luego de casi cinco años de ausencia discográfica (su larga duración Specter at the Feast data de 2013), B.R.M.C. regresó para reafianzarse en sus raíces, en ese fuego crepitante de su música primigenia, sólo que esta vez revestido por un sonido que algo tiene de ominoso. En una época en la que el rock más puro y auténtico parece perdido en un proceloso océano mercantilista y en un culto por las súper producciones ostentosas pero vacuas, elefantiásicas pero carentes de sustancia y de alma, la música de Black Rebel Motorcycle Club tiene mucho de refrescante, a pesar de su densa oscuridad... o quizá precisamente por ella.

-MGMT. Little Dark Age (Columbia). La propuesta de este proyecto musical originario de Coneccticut, conocido también como The Management, basada en el electro pop de los años ochenta, con el añadido de ciertos elementos de neopsicodelia y letras plenas de humor e inteligencia, volvió a brillar a plenitud con este su sexto opus discográfico. Little Dark Age viene a refrendar la calidad artística de Ben Goldwasser y Andrew Van Wyngarden, quienes hicieron un álbum esplendoroso y lleno de motivos para disfrutar (en especial si se escucha a todo volumen).

-The Decemberists. I’ll Be Your Girl (Capitol). A pesar de no ser una agrupación mainstream o dedicada a complacer los gustos masivos, el sofisticado y fino sonido de The Decemberists ha logrado trascender hasta convertirlo en una agrupación de culto. I’ll Be Your Girl es un álbum ligeramente distinto a los siete anteriores de este quinteto de Portland,  liderado por Colin Meloy, en el sentido de que por primera vez ha añadido en algunas canciones algo antes tan poco usual para ellos como los sintetizadores. Podría parecer una locura, dado el estilo digamos tradicional del grupo, pero gracias a los buenos oficios de su nuevo productor, John Congleton, todo el disco suena de manera espléndida.

-Jack White. Boarding House Reach (Third Man Records). Un álbum desconcertante, una obra que apuesta por la experimentación más ecléctica, con elementos del avant-garde y la electrónica, del hip-hop y el jazz-funk psicodélico, un disco muy distinto a los anteriores de White como solista, en los que lo que predominaba eran los sonidos provenientes del blues, el country, el folk y en general la música estadounidense de raíces. Esta vez, los sintetizadores y las múltiples posibilidades que brinda el estudio de grabación han sustituido en buena parte a las guitarras del músico, a sus pianos retro o a sus baterías clásicas. Una propuesta no sólo osada sino muy interesante y propositiva.

Janelle Monáe. Dirty Computer (Bad Boy). Al lado de sus fieles aliados musicales, The Wondaland, Monáe nos entrega una grabación impecablemente producida, pero alejada de cualquier frialdad tecnológica. Muchas de sus fantasías son transformadas en composiciones de una riqueza fastuosa. Color y calor. Sensibilidad e inteligencia. Pasión y ternura. Todo eso existe en este brillante trabajo que demuestra que el calificativo de genial encaja sin problema con la obra de esta joven cantante y autora de 32 años. No es exactamente rock and roll, pero nos gusta.

-Ry Cooder. Prodigal Son (Fantasy). Un trabajo literalmente prodigioso, la prueba fehaciente de que dentro de una industria tan mediatizada como la discográfica se pueden seguir haciendo grandes trabajos musicales, plenos de autenticidad y emociones reales. Un disco que abreva de las raíces de la música estadounidense y lo hace con pasión, buen gusto y hasta un toque de sentido del humor. Ry Cooder sigue siendo un grande.

-Snow Patrol. Wildness (Republic). Siete años transcurrieron desde que Snow Patrol grabara su anterior disco, Fallen Empires, y este largo periodo se debió a los fuertes problemas de depresión, aislamiento y bloqueo creativo de su líder, el músico escocés Gary Lightbody. Lo que vivió en ese largo septenio, debido a sus padecimientos, se ve reflejado en las letras y en la música de Wildness, una obra llena de intensidad y hondura, de tristeza, pero también de esperanza. El álbum transcurre lleno de emociones, con esa sensibilidad y esa facilidad para las melodías entrañables que caracteriza al rock de Escocia y al melancólico estilo autoral del propio Lightbody. Una joya.

-Boz Scaggs. Out of the Blues (Concord). Tercera parte de la espléndida trilogía iniciada con los álbumes Memphis (2013) y A Fool to Care (2015), Out of the Blues es la revelación de un Boz Scaggs ajeno al blue-eyed soul y entregado plenamente a las raíces negras de la música popular estadounidense, un trabajo en el que se hace acompañar por grandes músicos (como el legendario Jim Keltner en la batería o el enorme guitarrista Charlie Sexton), lo cual le otorga una autenticidad sin mácula que se complementa con una forma de cantar cruda, sincera y sin efectos. A sus 74 años, Scaggs conserva su gran voz casi intacta, lo que podemos comprobar en uno de los mejores discos de su larga carrera.

-Dirty Projectors. Lamp Lit Prose (Domino). Una obra compleja y hermosa que desde la primera canción (la bellísima “Right Now”) habla de cambios. De cambios sobre todo personales, como los que tuvo que obligarse a tener Dave Longstreth (él es, básicamente, Dirty Projectors) luego de pasar por una serie de rompimientos amorosos y depresiones emocionales. Hay temas fantásticos y si bien el estilo de las composiciones de Longstreth no es fácil de asimilar a la primera escucha, quien esté dispuesto a abrirse y asimilar poco a poco su sonido terminará por enamorarse de esta música deliciosamente bizarra.

-La Barranca. Lo eterno. No es por discriminación que haya dejado este disco al final de la lista. Todo lo contrario. Lo hice para destacarlo y porque, a mi modo de ver, La Barranca es el único grupo mexicano capaz de situarse a la altura de cualquier proyecto internacional, incluidos los del rock anglosajón. Lo eterno es un trabajo impactante, con canciones que pueden contarse entre las mejores que ha escrito José Manuel Aguilera, quien como siempre se ha rodeado por un grupo de músicos virtuosos. Esta colección de once temas nos mete de lleno en las atmósferas al mismo tiempo oscuras y luminosas a las que nos tiene acostumbrados Aguilera, pero adentrándonos en territorios que desconocíamos y que nos llevan a viajar por parajes mágicos y misteriosos

(Lista que hice originalmente para "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos, y que se publicó en estos días).

martes, 18 de diciembre de 2018

Aladdin Sane


Aladdin Sane (1973) tuvo la mala fortuna de ser el disco que siguió a Ziggy Stardust. La sombra de la obra monumental y el que muchos lo hayan considerado como un sucedáneo de ésta hizo que viera disminuidas sus posibilidades de ser un clásico. Sin embargo, se trata de un gran disco, un trabajo gozosamente rocanrolero, con temas espléndidos y una libertad y un disfrute por tocar que se nota en cada interpretación.
  Gracias al piano cuasi jazzero de Mick Garson, los arreglos adquieren un toque elegante y en ciertos momentos incluso naïve. Bowie se siente a plenitud lo mismo en las canciones más rítmicas –como la rollingstoniana “Watch That Man”, su versión a “Let’s Spend the Night Together” (precisamente de los Rolling Stones) y la deliciosa y yardbirdiana “The Jean Genie”– que en las de beat más acompasado –notoriamente la fascinante “Aladdin Sane” (con ese piano, con esa guitarra, con esa voz etérea) y la divina y decadente “Time”.
  Pero hay otras igualmente atrapantes, como el hermoso doo wop “Drive-In Saturday”, la festiva “The Prettiest Star”, la multiclimática “Panic in Detroit” o la hipnóticamente glam “Cracked Actor”.
  ¿Qué no es un disco cohesivo? ¿Qué se trata de una mera colección de canciones? Bueno, tal vez sí. ¿Y qué?

(Reseña que escribí para el Especial No. 10 de La Mosca en la Pared, publicado en abril de 2004)

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Revolver


Si bien Rubber Soul había apuntado un cambio en el desarrollo de los Beatles como compositores e intérpretes, fue con Revolver (1966) que dieron el paso definitivo hacia su transformación en un grupo eminentemente de estudio. Todavía no abandonaban las giras y los conciertos masivos, pero estaban a punto de hacerlo y este disco les dijo que tenían que pasar a un nuevo estadio cualitativo.
  En pleno descubrimiento idealizado de las drogas psicodélicas, especialmente el LSD, el grupo se metió de lleno en la experimentación musical y letrística, sobre todo en canciones como la viajada “I’m Only Sleeping” y la extraordinaria “Tomorrow Never Knows” (ambas de John Lennon), pero también incursionó en la composición de temas que casi podríamos llamar académicos por su perfección melódica, armónica e instrumental. Desde el extraordinario arreglo de cuerdas de la maravillosamente pesimista y dramática “Eleanor Rigby” y la dulce sencillez melancólica de la bachiana “For No One”, hasta el delicado compás amoroso de “Here, There and Everywhere” y el entusiasta y restallante optimismo de “Good Day Sunshine” (las cuatro de Paul McCartney).
  George Martin jugó un papel esencial como productor y arreglista de Revolver y mostró como siempre su apertura y disposición para materializar todas las ideas que surgían de las cabezas de los de Liverpool. Gracias a ello, el álbum muestra una notable variedad de estilos no sólo en la escritura de las canciones sino en la forma como fueron vestidas instrumentalmente. Así, el escucha pasa de un corte con sitars y percusiones hindúes (“Love You To”) a uno en el cual los metales brillan en toda su potencia soulera (“Got to Get You into My Life”) o va de una tonada festiva y casi infantil (“Yellow Submarine”) a una ácida, ambigua y filosa referencia a los distribuidores de drogas (“Dr. Robert”). 
   Pero hay otras piezas que resaltan por su singularidad. Ahí está la inicial “Taxman”, escrita por George Harrison, con su agria protesta contra los recaudadores de impuestos, o la preciosamente extraña y hermética “And Your Bird Can Sing” de la cual Lennon juraba no recordar cómo la compuso. Y qué decir de la psicodélica “She Said She Said” y la hipnóticamente harrisoniana “I Want to Tell You”, dos melodías sin macula.
  La perfección de Revolver es impresionante y no sorprende que para muchos críticos sea el mejor trabajo en la historia de los Beatles. Tal vez no estén del todo equivocados.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 8 de La Mosca en la Pared, publicado en febrero de 2004)

domingo, 9 de diciembre de 2018

Apuntes para una historia crítica del rockcito (IV)


1963 y sobre todo 1964 fueron años muy importantes. A nivel internacional, por el surgimiento de los Beatles y la llamada Ola Inglesa. A nivel nacional, por el surgimiento de los grupos de la frontera norte, en especial de la ciudad de Tijuana, cuyo nivel musical superaba con amplitud al de los conjuntos defeños. Agrupaciones como Los Tijuana Five o la banda de Javier Bátiz realmente sabían tocar y lo demostraban sin problemas.
  Los gustos masivos cambiaban y la beatlemanía hizo que “los grandes años del rocanrol” nacional quedaran petrificados en la nostalgia, de golpe, por los siglos de los siglos. Los jóvenes de mediados de los sesenta ya no gustaban del rock primigenio nacido en Norteamérica. Se requería una mayor sofisticación, una mayor musicalidad (eso y no burdas y pésimas imitaciones de los Beatles con grupillos mexicanos como Los Liverpools o Los American Beatles (¡?).
  Claro que había nuevos conjuntos: Los Apson Boys (“Atrás de la raya”), Los Yaki (“Diablo con vestido azul”), Los Belmonts (“Amarrado”), Los Rocking Devils (“Hey Lupe”, “Perro lanudo”, “Chicharos dulces”), Los Hitters (“Un hombre respetable”) Los Johnny Jets (“La minifalda de Reynalda”) y un sinfín más, en su mayoría intelectualmente limitados, musicalmente patéticos y letrísticamente analfabetos. Desde entonces, los roqueritos mexicanos mostraban su infantilismo, su deseo de no abandonar la adolescencia (aunque algunos de ellos ya se acercaran a la treintena de años), su afán por permanecer “siempre jóvenes”, aunque por ser joven entendieran que debían pasársela jugando, echando relajo y declarando tonterías.
  Así fueron transcurriendo los años. 1964, 1965, 1966, 1967. Era el México de Gustavo Díaz Ordaz, un país que vivía la estabilidad económica del llamado desarrollo estabilizador (hoy rescatado por el nuevo presidente de México), un país aislado de los grandes cambios culturales que se daban en muchas otras partes del mundo. Éramos como una isla, ajena a las influencias “extranjerizantes” (Díaz Ordaz dixit) que podían afectar, contaminar, a las sagradas tradiciones de La Gran Familia Mexicana (así, con mayúsculas). El régimen de la Revolución Mexicana (así, también con mayúsculas) era uno de los más contrarrevolucionarios del orbe. Se vivía una paz ficticia, muy por el estilo de la paz porfiriana: la paz priista, basada en buena parte en la represión selectiva de todo aquel elemento que tratara de transformar al establishment. Esto se reflejó durante largo tiempo en el rock que padecíamos y que era socialmente aceptado.
  Sin embargo, muy por debajo del agua la corriente del cambio se filtraba y llegaba a muchos jóvenes. Por el lado político estaba la influencia de la revolución cubana, la guerra de Vietnam y los movimientos contraculturales y de protesta en los Estados Unidos. Por el lado de la cultura y el arte y más específicamente del rock, la gran revolución había llegado a nuestro continente desde Inglaterra, había germinado en nuestro vecino país del norte y sus influjos arribaban de una u otras manera a territorio azteca. Los Beatles, los Rolling Stones, los Kinks, los Who, los Doors, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jefferson Airplane, Bob Dylan, Frank Zappa. El rock mundial llegaba a una madurez inusitada que nada tenía que ver con los años inocuos del pasado reciente. ¿Cómo se reflejó esto en el rock que se hacía en México?
  Lo veremos en nuestra próxima entrega.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Plumas de caballo" del sitio Juguete Rabioso)