jueves, 29 de septiembre de 2016

12 X 5


12 X 5 es el segundo disco de los Rolling Stones aparecido en los Estados Unidos y por ende, el segundo que se conoció en México (en el Reino Unido apareció The Rolling Stones Vol. 2 y ambos varían en algunos de los temas incluidos).
  El álbum que aquí nos ocupa significó un cambio gradual en la evolución del grupo de la música negra al rock. Ciertamente hay aquí temas blueseros (“Confessin’ the Blues”) y souleros (“If You Need Me”, “It's All Over Now”, “Time Is on My Side”), pero la tendencia hacia el rock and roll es más notoria, no sólo por la sensacional versión de “Around and Around” de Chuck Berry sino incluso por los temas propios. La voz y la armónica de Jagger sonaban de manera estupenda y el juego de guitarras de Brian Jones y Keith Richards formaba una dupla perfectamente acoplada, mientras que la sección rítmica, con la precisión de Bill Wyman en el bajo y de Charlie Watts en la batería, daba la concisión necesaria para que el sonido del conjunto fuera tan compacto como excitante (para no hablar de la siempre magnífica contribución de quien podríamos considerar como la sexta piedra rodante, el pianista Ian Stewart).
  Las joyas de 12 X 5 son la ya mencionada “Around and Around” (aún entusiasmante), el blues de Little Walter “Confessin’ the Blues”, esa tonada rítmicamente soulera que es “ It's All Over Now” de Bobby Womack, la célebre “Under the Boardwalk” (conocida en nuestro país como “Fue en un café”) y la sensual y exitosa “Time Is on My Side”. Respecto a las composiciones propias, son bastante aceptables, en especial “Congratulations” y “Good Times, Bad Times”.
  Un estupendo segundo disco.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca No. 11, en mayo de 2004)

domingo, 18 de septiembre de 2016

Las buenas vibraciones de 1966


Hay años clave en la historia del rock y 1966 es uno de ellos (de hecho, podríamos hablar de un lustro clave que va de 1966 a 1971, pero esta vez prefiero centrarme en la anualidad que da título a este texto, ya que se cumple exacto medio siglo de la misma).
  1966 se significó, dentro del mundo del rock internacional, como el año en que se consolidaron los cambios que empezaron a darse en 1964 y 1965. Fue el año en que la psicodelia surgió en pleno y los músicos comenzaron a tomar conciencia de que su música podía lograr grados de trascendencia que iban más allá del corsé de las canciones de tres minutos exigido por las radiodifusoras y las disqueras.
  1966 fue también un año de grandes grabaciones, de discos extraordinarios, del surgimiento de los dos primeros álbumes dobles en la historia del género: el Blonde on Blonde de Bob Dylan (aparecido el 16 de mayo) y el Freak Out de Frank Zappa & the Mothers of Invention (su disco debut, publicado dos meses después).
  Así, mientras en Vietnam la guerra proseguía, en Inglaterra se celebraba la Copa Mundial de futbol, en los cines triunfaban cintas como Alfie y Blow Up y los Beatles daban sus últimos conciertos, muchos músicos de rock producían discos fenomenales en la Gran Bretaña y los Estados Unidos.
  1966 es el año de Revolver de los propios Beatles, Pet Sounds de los Beach Boys, The Piper at the Gates of Dawn de Pink Floyd, Aftermath de los Rolling Stones, Face to Face de los Kinks, A Quick One de The Who, Sunshine Superman de Donovan, Fresh Cream de Cream, Takes Off de Jefferson Airplane, If You Can Believe Your Eyes and Ears de The Mamas & the Papas, Over Under Sideways Down de los Yardbirds y Parsley, Sage, Rosemary and Thyme de Simon and Garfunkel, además del homónimo álbum debut de Buffalo Springfield, con Stephen Stills y Neil Young a la cabeza.
  Fue también un año de grandes canciones en el pop y el rock. Los ejemplos sobran: “Paint in Black” de los Rolling Stones, “The Sounds of Silence” de Simon and Garfunkel, “Good Lovin’” de los Young Rascals, “Monday Monday” de The Mamas and the Papas, “When a Man Loves a Woman” de Percy Sledge, “Wild Thing” de los Troggs, “Summer in the City” de los Lovin’ Spoonful, “Sunshine Superman” de Donovan, “Last Train to Clarksville” de los Monkees, “Reach Out I’ll Be There” de los Four Tops, “Hanky Panky” de Tommy James y los Shondells, “96 Tears” de Question Mark and the Mysterians, “We Can Work It Out” y “Paperback Writer” de los Beatles y esa incomensurable composición de Brian Wilson que es “Good Vibrations”.
  También hubo melodías muy curiosas, como la instrumental “Winchester Cathedral” de la New Vaudeville Band, la militarizada “Balada de los boinas verdes” de Barry Sadler y la famosa “These Boots Are Made for Walking”, de Nancy Sinatra, cuyo padre, Frank, popularizó ese mismo año “Strangers in the Night”.
  ¿Y en México? Bueno, se seguían haciendo covers a diestra y siniestra y, según anota Federico Arana en su libro Guaraches de ante azul, los Hooligans exigían públicamente a Manolo Muñoz que se buscara sus propios éxitos, mientras que en el viejo Auditorio Nacional se celebraba el festival “Ritmos 66” con Javier Bátiz, los Dug Dugs, Los Belmonts, Ela Laboriel, Hilda Aguirre, Los Yaki, Los Johnny Jets y el ballet de Chucho Zarzosa. Las canciones más populares del año fueron “El último beso”, con Polo, y “La banda borracha”, con Mike Laure.
  Así las cosas hace exactos 50 años.

(Mi columna "Comunicación cortada" de este mes en el periódico cultural La Digna Metáfora)

jueves, 15 de septiembre de 2016

Led Zeppelin IV o el álbum de los cuatro signos


La piedra de toque de Led Zeppelin y uno de los discos más importantes en la historia del rock. Conocido popularmente como Led Zeppelin IV (1971), el álbum sin nombre es una obra maestra de principio a fin. Con una sabia mezcla de rock duro, blues, folk y hasta entrañable rock’n’roll a la Little Richard, este trabajo inauguró el estilo de lo que se llamaría heavy metal. No es sin embargo un trabajo que haya surgido de la nada, ya que continúa y perfecciona lo hecho en sus tres viniles anteriores, sobre todo en el injustamente despreciado opus III.
  Épico, místico, majestuoso, solidamente perfecto, este cuarto disco va de la rítmica y contagiosa sencillez de la rocanrolera “Rock and Roll” a la dulzura de la sutil “Going to California”, de la pesada complejidad de la contundente “Black Dog” al potente sentido bluesero de la apocalíptica “When the Levee Breaks”, de la divertida y crítica ironía antihippie de “Misty Mountain Hop” a la magia folky de la epopéyica “The Battle of Evermore” (con la hermosa voz de Sandy Denny, primera persona invitada en un disco del grupo) y del sentido funk de la inventiva “Four Sticks” a la grandeza sin igual de la inigualable “Stairway to Heaven”, síntesis de todo un álbum de proporciones colosales.  
  Mención aparte merece la ya señalada “When the Levee Breaks”, impresionante recreación de un viejo blues de la compositora y cantante Memphis Minnie, al cual Led Zeppelin reviste de poderío con un arreglo escalofriante en el que las guitarras de Page, la batería de Bonham, el apoyo del bajo de Jones y la voz y la armónica de Plant se funden de manera prodigiosa para levantar una torre de sonido que crece indetenible y estalla en una lluvia de fuego musical que es digno final para este álbum sempiterno.
  Un clásico si los hay.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 6 de La Mosca en la Pared, dedicado a Led Zeppelin y publicado en noviembre de 2003)

martes, 13 de septiembre de 2016

Jack White, ese conservador


Pocos músicos actuales con tal devoción a las raíces del rock que Jack White. Lo suyo es una pasión por el blues, el folk, el country, el rock clásico y ello ha quedado reflejado en toda su obra, ya sea con The White Stripes, The Racounteurs, The Death Weather o en su fructífera carrera como solista.
  White reaparece discográficamente con un álbum doble recopilatorio, en el que recoge mucho de lo que ha hecho en todos sus proyectos con base en la guitarra acústica. De ese modo, en este Jack White Acoustic Recordings 1998-2016 (Three Man Records, 2016) se incluyen 26 composiciones sin desperdicio que nos dan una dimensión asombrosa del talento musical de este hombre.
  El disco uno está dedicado de manera casi exclusiva a canciones de los White Stripes (de las catorce presentadas, trece son del entrañable dueto que el buen Jack conformaba con su ex esposa, Meg White). En ese conjunto de piezas podemos apreciar cómo este músico es capaz de escribir melodías muy diversas, sin perder jamás la esencia de los géneros. De este primer plato podemos destacar joyas de la discografía de las Rayas Blancas como “Sugar Never Tasted So Good”, “Apple Blossom”, “We’re Going to Be Friends”, la inédita “City Lights” y la sensacional “Well It’s True That We Love One Another”, a tres voces, con Holly Golightly y Meg White.
  El segundo disco está conformado por una docena de cortes que incluye nuevas mezclas de canciones grabadas con los Raconteurs o en los álbumes solistas de White. Un ejemplo es “Top Yourself”, retrabajada a manera de espléndido bluegrass; otro, la intensa “Carolina Drama” en una reversión acústica. Otros tracks destacados son los muy conocidos “Love Interruption”, “Blunderbuss” y “Hip (Eponymous) Poor Boy” (este en una toma alterna), además de joyas como “Love Is the Truth” y “Want and Able”.
  Un álbum fantástico que no hace sino confirmar la calidad de este purista, de este conservador de lo mejor de las raíces originarias del rock.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

domingo, 4 de septiembre de 2016

Clapton


No es el mejor guitarrista de la historia del rock y mucho menos de la historia del blues. No posee las cualidades técnicas de un virtuoso y tampoco hace ostentación de su velocidad a la hora de atacar las cuerdas de su instrumento (casi siempre una Fender Stratocaster). Sin embargo, Eric Clapton posee ese don del cual muy pocos pueden pueden presumir: el de la expresividad musical. 
  La guitarra de Clapton habla, dice cosas, transmite sensaciones y sentimientos. Cuando alguien lo bautizó irónoicamente como “Mano lenta” (Slowhand), no hizo sino definir el estilo que a lo largo de los años iría depurando este músico británico, hasta convertirlo en un artista pleno y depurado. Porque uno lo ve y lo escucha tocar y parece que lo que él hace es la cosa más sencilla del mundo. Los dedos de su mano izquierda se deslizan por el brazo de la guitarra con una facilidad pasmosa, mientras los de la mano derecha sostienen la púa que da los toques melódicos, armónicos y rítmicos necesarios para convertir a una canción o al solo de la misma es un lenguaje que pareciera provenir del cielo. No en vano, al principio de su carrera, cuando aún tocaba con los Yardbirds, en los muros de Londres aparecían grafittis con la leyenda “Clapton es Dios”. 
  Sin embargo, tanta felicidad musical contrasta con la sufrida existencia de este hombre, quien a lo largo de su vida ha pasado por cualquier cantidad de desgracias. Sólo así se explica, quizá, que su sensibilidad esté tan cercana a la de los negros que hacen del blues un canto de dolor y, en ocasiones, también de melancólica alegría. Yardbirds, Bluesbreakers, Cream, Blind Faith, Derek and the Dominos: nombres de bandas que han visto a Clapton como su epicentro, como su núcleo, como su ombligo. 
  La carrera de este guitarrista único e incomparable es como una epopeya griega, pero también como un drama shakespeareano. Podrá haber mejores ejecutantes que él, pero muy pocos pueden presumir de la mayor virtud de Eric Clapton: es un blanco -y para colmo inglés- que tiene el blues.

(Publicado originalmente en el Especial de La Mosca en la Pared No. 38, de marzo de 2007. El texto lo escribí a manera de prólogo).