martes, 25 de marzo de 2014

Una delicada mano de pintura

Para este 2014, el cuarteto angelino Warpaint ha regresado a los terrenos discográficos con su álbum homónimo Warpaint (Rough Trade). Emily Kokal (voz principal), Theresa Wayman (guitarra), Jenny Lee Lindbergh (bajo) y Stella Mozgawa (batería) han conseguido producir un segundo plato bastante diferente a The Fool, su disco debut de 2010 y antecesor de este Warpaint. La nueva placa es distinta, en primer lugar, porque esta vez las canciones fueron escritas en conjunto y no de manera individual. Durante los preparativos de las sesiones de grabación hubo diversas experimentaciones, largos jammings, uso de nuevos instrumentos (la guitarra acústica entre ellos) y hasta un enriquecimiento del sonido al acudir a géneros como la electrónica o el hip-hop.
  El plato apareció hace apenas unas semanas. Producido por Flood y mezclado por Nigel Godrich (casi nada), se trata ciertamente de un trabajo diferente a su predecesor, aunque el rompimiento (si es que podemos hablar de rompimiento) no es tan radical como habían anunciado las integrantes del grupo en diversas entrevistas publicadas a finales del año pasado. Hay, eso sí, una mayor riqueza sonora e incursiones en atmósferas que recuerdan lejanamente al trip-hop de Portishead (en las espléndidas “Hi” y “Biggy”) y Massive Attack (en la misteriosa y hasta siniestra “Disco/ /very”) o a la sensualidad del fino rock pop de Beach House (en joyas como “Drive”y “Son”). También hay ecos de agrupaciones como Dirty Projectors (en la magnífica “Keep It Healthy”) o hasta de These New Puritans (en la esplendorosa “Love Is to Die”). Mención especial merecen también piezas como las suntuosas y exóticas “Go In” y “Feeling Alright”, paroxismos protopsicodélicos, para no hablar de la casi pinkfloydesca (de la época del Ummagumma) “CC”.
  “La música de Warpaint es al mismo tiempo expansiva y envolvente”, ha escrito la reseñista estadounidense Heather Phares. Mejor definición no se me ocurre. Expandamos nuestros horizontes y dejémonos envolver por los sonidos emanados de este disco.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

lunes, 24 de marzo de 2014

Guns N' Roses

Pocos grupos tan contradictorios en la historia del rock como Guns N’ Roses. Se trata de una de esas bandas a las cuales se les ama o se les odia con idéntica intensidad. Es por ello que causa tanta dificultad ponerla en su justo medio. Sin embargo, resulta posible hacerlo. La agrupación representa muchas de las cosas “buenas” y “malas” que tiene el rock. Por un lado, surgió en un momento en el cual el género padecía una crisis creativa debida al estrellismo y la manipulación de la industria y los medios (aunque comparada con la que se da hoy día, aquella manipulación ahora parece hasta ingenua). A mediados de los ochenta, las agrupaciones de heavy metal y de rock duro tendían cada vez más a la blandura, el afeminamiento, la complacencia y el comercialismo fácil. Fue entonces que la irrupción de Guns N’ Roses vino a romper con eso, gracias a su propuesta agresiva, machista, desafiante, torva, a veces hasta burda y sin contemplaciones. Sobre todo con su primer disco, el clásico Appetite for Destruction, el quinteto marcó un parteaguas y refrescó al rock, al devolverle parte de su esencia rebelde e inconformista. Por desgracia, la propuesta se fue desgastando y una serie de incongruencias y caprichos, en especial por parte de su cantante y supuesto líder, el inefable Axl Rose –quien a pesar de su homofobia confesa en el fondo hubiera querido ser una nueva versión de Freddy Mercury-, llevaron al grupo a esa misma blandura contra la cual había sido un adalid. De la incontenible y rocanrolera “Welcome to the Jungle” a la camplaciente y pretenciosa “November” existe una grande y lamentable distancia. Guns N’ Roses terminó como una caricatura de sí mismo, pero aquel primer disco y una serie de canciones contenidas en los álbumes subsiguientes no sólo lo salvan sino que lo colocan en un muy alto lugar de honor.

(Prólogo del No. 30 de Especiales de la Mosca, publicado en mayo de 2006).

martes, 18 de marzo de 2014

El puente de Paul Simon

Acabamos de pasar por tres días de puente vacacional y la palabra “puente” me hizo acordar de un tema imperecedero, una composición escrita hace casi cuarenta y cinco años y que sigue conservando su enorme profundidad y belleza. La pieza da nombre y abre el quinto y último disco de Simon y Garfunkel, el maravilloso Bridge Over Troubled Water de 1970.
   “Puente sobre aguas turbulentas”, como se conoce en español a la canción, es una de las más hermosas melodías no sólo de Paul Simon, sino de la música popular de todos los tiempos. Es como una elegía, una especie de gospel lento y profundamente triste que inicia con nada más que un piano (tocado por Larry Knechtel, más tarde tecladista del grupo Bread) y la tersa voz de Art Garfunkel, para irse elevando en un intenso crescendo y culminar con un conmovedor acompañamiento de cuerdas. En un principio Simon pretendía cantarla, pero muy pronto se dio cuenta de que su compañero lo haría mejor y a pesar de las fuertes diferencias que para ese entonces ya había entre ambos y que los llevarían a un pronto rompimiento artístico, Garfunkel la interpretó como un dios.
  El corte está basado en una canción religiosa de Reverend Claude Jeter and the Swan Silvertones (“Oh, Mary Don’t You Weep for Me”). Sin embargo, no se trata de una copia, sino de una obra perfectamente escrita y desarrollada por el autor de “The Sounds of Silence”, “The Boxer” y tantos temas más a lo largo de su prolífica y aún vigente carrera.
  Debido al mensaje esperanzador de su letra (“Cuando estés cansado y te sientas empequeñecido, cuando las lágrimas broten de tus ojos, las secaré todas. Estaré a tu lado cuando los tiempos se pongan rudos y no puedas encontrar amigos. Como un puente sobre aguas turbulentas, yo me tenderé”), la canción puede ser comparada con otras similares de su época como “You’ve Got a Friend” de Carol King, “Let It Be” de los Beatles o “Hallelujah” de Leonard Cohen. No obstante, conserva una personalidad tan propia que la hace inconfundible.
  Un puente sobre aguas turbulentas, eso le vendría muy bien a nuestro país y al mundo en estos tiempos.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

lunes, 17 de marzo de 2014

Las nueve vidas de David Crosby

Uno ve su pinta de abuelo afable y bondadoso, su suave y dulce sonrisa, y resulta difícil imaginar lo que se esconde detrás de ella, lo que hay más allá de su pachona apariencia. David Crosby, sin embargo, se encuentra muy lejos de ser el septuagenario que disfruta sus días tras de una larga y apacible existencia. No digo que hoy no disfrute sus días, pero de que su vida ha sido todo menos apacible sobran las evidencias.
  Nacido en septiembre de 1941, en la ciudad de Los Ángeles, California, Crosby es un sobreviviente, una figura señera de la historia del rock, tanto como integrante de dos agrupaciones fundamentales -The Byrds y Crosby, Stills & Nash (& Young en algunas ocasiones)-, como por su propia carrera solista (su esplendoroso álbum debut, If I Could Only Remember My Name, de 1971, podría considerarse dentro de los mejores cien discos de todos los tiempos en el género).
  Pocos saben que fue Crosby quien convenció a Jimi Hendrix de incluir en su repertorio una canción folclórica que hablaba sobre un hombre que asesinaba de un tiro a su mujer por engañarlo (“Hey Joe”) o que cuando quiso poner una composición acerca de un amoroso ménage a trois (“Triad”) en un disco de los Byrds, sus compañeros se negaron y él decidió abandonar al grupo o que mientras grababa el álbum Déjà Vu (1970) con Stephen Stills, Graham Nash y Neil Young, su novia (Christine Hinton, a quien le escribiera la bellísima “Guinnevere” del primer disco de CS&N) se mató en un accidente automovilístico y David entró en una profunda depresión que lo llevó a consumir alcohol y heroína en cantidades industriales, hasta el punto en que, por temor a que intentara suicidarse, Graham Nash no se separó un instante de su lado.
  Las drogas fueron un terrible problema a lo largo de la vida de Crosby. También el alcohol y también su idea de andar armado (en más de una ocasión fue arrestado por poseer armas de fuego sin permiso). No obstante, a pesar de todo, fueron muchos los momentos luminosos en su vida. Uno de ellos (o más bien dos), cuando a fines de la década de los noventa donó su semen en un par de ocasiones a la pareja lésbica que conformaban la cantante Melissa Etheridge y su mujer, Julie Cypher, fruto de lo cual fueron los dos hijos de la singular pareja-trío. Los tres, junto con los pequeños, fueron en una ocasión sonriente portada de la revista Rolling Stone.
  Valga toda esta larga introducción para decir que después de más de veinte años de haber grabado su último álbum como solista, (el apenas regular Thousand Roads de 1993), David Crosby ha regresado a los terrenos discográficos con un larga duración de absoluta belleza: Croz (Blue Castel Records), aparecido a finales de enero de este 2014.
  A sus setenta y dos años, el autor de maravillas como “Eight Miles High”, “Almost Cut My Hair” y “Long Time Gone” muestra una vitalidad a toda prueba y una creatividad sin límites como compositor y arreglista. Su voz continúa intacta y sigue sonando tan aterciopelada y melódica como hace cuatro décadas. Croz es un disco elegante, sutil, muy grato, sin concesiones comerciales o acercamientos al pop. El estilo sempiterno de Crosby está ahí, intacto, con su clásico juego de armonías intrincadas y sus arreglos vocales que de repente coquetean incluso con ciertos visos jazzísticos.
  Once nuevas canciones conforman al plato. Desde la inicial “What’s Broken” (con Mark Knopfler como guitarrista invitado) sabemos que el buen David sigue siendo el mismo y que su congruencia musical permanece inmaculada, como lo muestra en la etérea,  reflexiva y a la vez desafiante “Time I Have” o en esa delicia acústica que es “Holding on to Nothing”, solo de trompeta de Wynton Marsalis incluido.
  En Croz, David Crosby contó con la colaboración invaluable de su hijo James Raymond, cuyas aportaciones como productor y multiinstrumentista hacen maravillas con piezas como la intrincada “The Clearing”, la muy crosbystillsandnashiana y brillante “Radio”, la suntuosa “Slice of Time”, la poderosa “Set That Baggage Down”, la melancólica “If She Called”, la muy bella “Dangerous Night”, la radioheadiana (lo digo en serio) “Morning Falling” y la sofisticada “Find a Heart” con que culmina el disco.
  El genio de este enorme y casi mítico músico promete dar aún mucho más de sí. Por lo pronto, se anuncia una próxima reunión con sus camaradas de siempre, los igualmente extraordinarios y entrañables Stephen Stills y Graham Nash para grabar un nuevo disco que deberá salir en la segunda mitad del año. Si resulta tan bueno como Croz, ya podemos ir saboreando el suculento platillo.

(Publicado hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

sábado, 15 de marzo de 2014

Lovely Rita

(Fotografías: Yuriria Pantoja)
Tres años ya. Tres años desde aquel triste 11 de marzo de 2011 en que Rita Guerrero falleció, a mediados de sus años cuarenta, cuando aún tenía por delante un largo y fructífero camino por recorrer. Con Rita se fue la voz femenina más importante que hasta ahora ha dado el rock que se hace en México. Mas no sólo eso. Rita era mucho más que una cantante. Oculto dentro de una personalidad que en la vida cotidiana era tranquila y discreta, había un fuego abrasador que incendiaba todo lo que emprendía. Su presencia en los escenarios era poderosa, intensa, sensual.
  Puedo recordar la primera vez que la vi al frente de la agrupación que la llevó a la fama: Santa Sabina. Era 1993 y el quinteto se presentaba en algo llamado La Ola Azteca, a un costado del estadio de ese nombre. Apenas apareció, aquella mujer menudita se agigantó y me dejó impactado con su voz y su imagen escénica. Jamás olvidaré esa noche.
  A lo largo de los siguientes años tuve oportunidad de conocerla y conversar varias veces con ella, ya sea profesionalmente o en charlas informales y amistosas. Se trataba de una mujer muy bella físicamente, pero también de una amabilidad, una suavidad y una simpatía enormes. Su risa es otra cosa que se me quedó grabada para siempre. Al igual que su sentido del humor, deliciosamente irónico.
   Rita Guerrero nació en Guadalajara en 1964 y desde muy pequeña dio muestras de su vocación por las artes, en especial por el teatro y la música. También fue allá donde empezó a simpatizar con el pensamiento de izquierda (dígalo si no su apoyo al EZLN desde mediados de los noventa). No obstante, su ciudad natal le quedó chica y emprendió la emigración hacia la capital del país, ese Distrito Federal centralizador donde pasó momentos económicos difíciles que supo afrontar gracias a su férreo y disciplinado carácter. Quería convertirse en actriz y fue una alumna dedicada y tenaz en el Centro Universitario de Teatro que dirigía Ludwik Margules.
  Sin embargo, su inquietud por la música permanecía intacta y en el propio CUT tomó clases de piano y de canto. Pero el verdadero ingreso a ese otro mundo se dio cuando en la escuela fue montada La ópera de los tres centavos de Bertolt Brecht. Fue ahí cuando empezó a cantar ya en forma.
  Luego de participar en el movimiento estudiantil de 1987, como representante del CUT ante el Consejo Estudiantil Universitario (el famoso CEU), Rita conoció a un grupo experimental de jazz llamado Los Psicotrópicos, con quienes participó en la obra Voz Thanatos, misma en la cual cantaban (ella como primera voz) dos temas que habrían de convertirse en clásicos del rock nacional: “Chicles” y “Nos queremos morir”.
  Poco tiempo después, uno de los integrantes de Los Psicotrópicos, el guitarrista Pablo Valero, le propuso unirse a un nuevo proyecto musical. Rita aceptó y fue en el tercer ensayo que surgió el nombre de la nueva agrupación: Santa Sabina. Era 1988 y el grupo debutó en febrero de 1989, en una galería del Centro Histórico del DF llamado Salón de los Aztecas. El estilo de Santa Sabina abrevaba de la música dark, pero también del jazz, el funk y el rock progresivo y con compañeros como el bajista Alfonso Figueroa, el baterista Patricio Iglesias y el tecladista Jacobo Líberman se fue creando la leyenda de la banda, cuyo primer disco (Santa Sabina, BMG) se grabó en 1992, producido por Alejandro Marcovich. Más adelante vendrían nuevos álbumes (Símbolos, 1994; Babel, 1996; Mar adentro en le sangre, 2000; Espiral, 2003) y cambios en la alineación del conjunto (se fueron Valero y Líberman y llegaron Alejandro Otaola y Juan Sebastián Lach), pero Rita Guerrero permaneció como la figura señera, como la personalidad dominante y fascinante de Santa Sabina.
  El grupo se disolvería en 2004, luego de anunciar que sus integrantes se tomarían un año sabático, el cual se prolongaría por siempre. En 2005, Rita (quien ya tenía un proyecto alterno, el Ensamble Galileo, con el que interpretaba música antigua de diversos orígenes) comenzó a dirigir al coro del Claustro de Sor Juana.
  Seis años más tarde, la cantante moriría de un cáncer de mama que le fue detectado a principios de 2010. La falta de seguridad social para los músicos mexicanos hizo que careciera de los medios suficientes para tratarse debidamente. Su fallecimiento causó conmoción y un inmenso dolor y a tres años de distancia aún se le extraña sobremanera. The lovely Rita.

(Publicado este mes en la revista Nexos)

martes, 11 de marzo de 2014

De Avándaro al Hell and Heaven

Cuando algo empieza mal, es común que termine mal. Esa ha sido la historia de los festivales y conciertos masivos de rock en México. Desde el legendario Festival de Rock y Ruedas de Avándaro de 1971 (y antes, por ejemplo, el hoy olvidado “concierto” de los Byrds y los Union Gap en el estadio de la Ciudad de los Deportes que acabó con una batalla campal cuando los Hermanos Castro –así fue, yo estuve ahí a mis trece años de edad, en 1968– trataron de sustituir a los intérpretes de “Young Girl” y aquello se convirtió en un aquelarre), hasta el hoy famoso Hell and Heaven que iba a celebrarse en Texcoco y al momento de escribir esto no se sabe aún si se llevará a cabo y, de ser así, en qué lugar.
  Tristes remembranzas hay de las visitas setenteras  y ochenteras a nuestro país de Johnny Winter, Queen y Santana, con su cauda de represión policiaca y persecución de jóvenes melómanos. Eso para no hablar de la tremebunda historia de los hoyos fonkis y sus empresarios desalmados.
  Que durante la regencia priista de Manuel Camacho Solís surgió el monopolio de Ocesa y que a partir de entonces todo cambió para bien, resulta un tanto relativo. Muchas cosas mejoraron y se profesionalizaron, cierto. Hubo una mejor oferta de grupos y solistas de varias partes del mundo y conciertos memorables, aunque a veces las condiciones no eran las mejores (como el sonido del apodado Palacio de los Rebotes). Pero a la larga no fue saludable que una sola empresa se hiciera prácticamente de los mejores recintos del Distrito Federal.
  Hoy en panorama está lejos de ser el idóneo. Quienes quieren competir con Ocesa lo hacen de manera raquítica o dudosa, como vemos con el festival metalero Hell and Heaven que a pesar de planearse fuera de los límites del DF, se ha visto envuelto en una maraña de intereses económicos y políticos que tienen un tufo bastante maloliente, aunque no conozcamos sus reales entretelones.
  ¿Habrá festival, se suspenderá? Quizás al leer usted esto, ya todos lo sepamos. Pero de que en este lío ha habido cosas turbias, difícil será negarlo. Mucho hell y poco heaven.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

martes, 4 de marzo de 2014

Un Beck más optimista

… o menos pesimista, como se prefiera.
  Luego de seis años de ausencia discográfica (su álbum anterior, Modern Guilt, apareció en 2008), Beck ha retornado al terreno de las grabaciones con un álbum de corte más acústico y tranquilo, muy en la vena de Mutations (1998) y, sobre todo, de Sea Changes (2002), pero con algunas diferencias notables.
  Morning Phase (Capitol/Virgin EMI, 2014) es una obra mucho más amable y colorida, a pesar de mantener el tono austero de aquel Sea Changes tan marcadamente melancólico. Todo lo que era tristeza en ese plato, aquí es un esbozo de sonrisa y en momentos, incluso una sonrisa abierta.
  Beck suele reflejar sus estados de ánimo personales en varias de sus obras y Morning Phase es una de ellas. Si en los álbumes mencionados venía de cruzar por una complicada problemática personal que incluía una separación amorosa, ahora parece que la vida lo trata mejor y eso queda claro al escuchar estas trece canciones (doce en realidad, ya que la inicial “Cycle” es más bien una obertura de escasos cuarenta segundos).
  No se piense sin embargo que estamos ante una serie de melodías tan lindillas y cursis como insustanciales. Por el contrario, hay en ellas profundidad, delicadeza, buen gusto, pero sobre todo mucha alma. Un buen ejemplo es la pieza abridora, “Morning”, suntuosa en su sencillez, directa en su exuberancia. Hay un tono íntimo, una atmósfera conmovedora, una intención emocional que refleja paz y sosiego en el autor e intérprete.
  Lo mismo podemos decir del resto de los cortes, entre los cuales habría que destacar joyitas como “Heart Is a Drum”, “Say Goodbye”, “Country Down”, “Unforgiven”, Wave”, “Don’t Let It Go” y “Blue Moon”.
  Da gusto saber que Beck está de regreso y aunque había realizado estupendos trabajos en sus colaboraciones con Charlotte Gainsbourg, Thurston Moore y Stephen Malkmus & the Jicks, siempre será bienvenido un trabajo suyo, como solista, en especial si posee la calidad de este Morning Phase, quizá no su mejor disco pero sí uno de los más luminosos, apacibles y serenos.

(Publicado hoy en Milenio Diario)