miércoles, 30 de enero de 2019

Black Tie White Noise


El proceso de recuperación de David Bowie, luego de su periodo cuasi discotequero, prosiguió con este disco, grabado seis años después de Never Let Me Down. Una ausencia demasiado prolongada sin lugar a dudas.
  El sólo anuncio, en 1993, de la aparición de un nuevo álbum del artista despertó toda clase de espectativas, muchas de las cuales quedaron frustradas; pero no del todo, ya que Black Tie White Noise fue, a pesar de todas sus falencias, un pequeño paso adelante.
  La obra significó entre otras cosas el reencuentro entre dos viejos camaradas: el propio Bowie y el guitarrista Mick Ronson, aunque poner a éste al lado del productor Nile Rodgers resultaba cuando menos extraño. Inspirado en su reciente matrimonio con la supermodelo Iman, un feliz David presentó en este nuevo trabajo una propuesta que seguía coqueteando con la música dance, aunque con una mayor profundidad creativa.
  Entre los temas hay dos covers, uno de Scott Walker y otro de Morrisey, mientras que de las composiciones de Bowie destacan “The Wedding” (con obvia dedicatoria), “You’ve Been Around”, “Black Tie White Noise” y muy especialmente la magnífica “Jump They Say”.
  Un disco de transición hacia las mucho más importantes obras que produciría en adelante.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 10, dedicado a David Bowie y publicado en abril de 2004)

martes, 29 de enero de 2019

Never Let Me Down


Quienes pensaron que con Tonight David Bowie había tocado fondo y no podría caer más bajo, no se equivocaron. Sin embargo, quienes creyeron que el músico ya no tenía remedio tuvieron un leve margen de error. Never Let Me Down (1987), aunque muy en la tónica de sus dos antecesores inmediatos, dio muestras de cierta recuperación en las capacidades creativas de Bowie. No es un gran disco, pero al menos el autor de “Spacce Oddity” lanzaba algunas señales de esperanza para sus más fieles seguidores, dobre todo los de la fructífera década de los setenta.
  Muy lejos aún de obras como Ziggy Stardust, Station to Station o Low, este álbum de 1987 retornaba a los temas basados en las guitarras fuertes y las experimentaciones del art-rock que ya parecían abandonadas. Entre las composiciones a destacar se encuentran “Day-In-Day-Out”, “Glass Spider”, “Bang Bang” y el homenaje a John Lennon “Never Let Me Down”.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 10, dedicado a David Bowie y publicado en abril de 2004)

lunes, 28 de enero de 2019

Tonight


El descenso artístico de David Bowie durante los ochenta siguió su curso con Tonight (1984), una obra que no hace sino tratar de replicar el éxito de Let’s Dance, mediante la repetición casi mecánica de la misma fórmula de hacer musiquita fácil y bailable.
  Parecía que el antiguo autor de maravillas tan creativas como Hunky Dory y Aladdin Sane olvidaba su pasado y sólo quería triunfar en las discotecas y vender lo más posible. Si ese era su objetivo lo logró con creces, ya que el álbum obtuvo ventas enormes alrededor del mundo y temas como “Blue Jeans” (of all names) o “Loving the Alien” sonaron hasta el hartazgo en los antros de baile de las grandes ciudades. Muchos reflectores, mucha parafernalia, muchas luces estroboscópicas, pero un mismo resultado insustancial. Tonight fue Disco de platino, pero no ha resistido la prueba del tiempo.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 10, dedicado a David Bowie y publicado en abril de 2004)

miércoles, 23 de enero de 2019

Let's Dance


Con Let’s Dance (1983 ) se inicia de algún modo el periodo más complaciente de David Bowie. A pesar de contener excelentes piezas, en general el espíritu del disco es flácido, hueco, artificioso. De pronto, Ziggy Stardust caía en las tentaciones del superestrellismo, del jetset, de la música bailable más superficial, de la actitud abiertamente vacua.
  Álbum en cierto sentido neo romántico, Let’s Dance se salva porque, a pesar de todo, la calidad de Bowie está ahí, presente, sin doblegarse del todo ante el sentido pedestre de su coproductor, el discotequero Nile Rodgers.
  El disco empieza muy bien con la dinámica “Modern Love”, una canción al mismo tiempo artística y comercial que lograría un gran éxito de ventas como sencillo y hasta sería utilizada para musicalizar… un anuncio de Pepsi. Otro tema interesante –escrito al alimón con Iggy Pop– es “China Girl”, el cual contiene una insólita participación del entonces muy joven guitarrista Stevie Ray Vaughan. “Let’s Dance” sigue un poco la línea de composiciones de discos anteriores como “Fame” o “Fashion”, mientras que la cinematográfica “Cat People (Putting Out Fire)” –coescrita con Giorgio Moroder– agrega un relativo ambiente ominoso a un trabajo lleno de fuegos de artificio.
  Una obra discutible.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 10, dedicado a David Bowie y publicado en abril de 2004)

lunes, 21 de enero de 2019

Lodger


Comparado con sus contrapartes de la triada berlinesca, Lodger (1979) queda como un disco más bien discreto y convencional, con algunas muy buenas composiciones y otras que podrían pasar desapercibidas.
  Aquí ya no hay temas instrumentales, aunque Brian Eno siguió trabajando al lado de David Bowie.
  Colección de canciones con un muy ligero dejo avant gard, Lodger tiene sus mejores momentos en cortes como “Fantastic Voyage”, “African Night Fly”, “Yassassin (Turkish for: Long Live)”, “Red Money” y, sobre todo, los cortes sexto, séptimo y octavo: “D.J.”, “Look Back in Anger” (nada que ver con Oasis) y “Boys Keep Swinging”.
  Un buen disco, pero al fin y al cabo un capítulo menor dentro de la obra discográfica de Bowie.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 10, dedicado a David Bowie y publicado en abril de 2004)

lunes, 14 de enero de 2019

Heroes


Heroes (1977) es como la segunda parte de Low. O más bien ambos discos constituyen un todo, hasta en su estructura mitad canción/mitad piezas instrumentales.
  De nueva cuenta, la mancuerna Bowie-Eno funciona a la perfección, sólo que esta vez con un añadido: la guitarra de Robert Fripp. La participación del líder de King Crimson otorga a la música una dimensión distinta y una serie de texturas armónicas que la enriquecen con su estilo netamente vanguardista. Esto se nota desde el primer corte, el potentísimo “The Beauty and the Beast”, en el cual Fripp efectúa complicadas figuras guitarrísticas. Con una producción más diáfana que la de Low, Heroes es relativamente más accesible. No en vano, el tema homónimo se convirtió en uno de los grandes éxitos de popularidad en la historia musical de Bowie.
  Pero hay otras composiciones igual de notables, como la excelente “Joe the Lion” que prefigura lo que sería el álbum Scary Monsters (en el que también participaría Fripp), la emotivamente rocanrolera “Blackout” o ese abierto homenaje a Kraftwerk que es “V-2 Schneider”. Respecto a la parte instrumental, se trata de un tour de force de Bowie y Eno, conformado por una especie de suite ambiental que incluye los cortes “Sense of Doubt”, “Moss Garden” y “Neuköln”.
  Heroes culmina con la extrañamente atrayente y sensual “The Secret Life of Arabia”, con Carlos Alomar en la guitarra.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 10, dedicado a David Bowie y publicado en abril de 2004)

miércoles, 9 de enero de 2019

Low


El encuentro entre Brian Eno y David Bowie en el gris Berlín de la Alemania dividida trajo como consecuencia una tercia de discos tan impresionantes como tecnologizados y la primera señal de un nuevo cambio radical en la carrera de Bowie es que el tema inicial, “Speed of Life”, sea por completo instrumental, en un estilo cercano al ambient.
  En estricto rigor, Low (1977) es un disco que puede acreditarse tanto a Bowie como a Eno, ya que se encuentra claramente dividido en mitades: la una conformada por canciones extrañas y provocativas, altamente experimentales (con excepción quizá de “Sound and Vision” y “Be My Wife”, relativamente más convencionales), y la otra con piezas instrumentales de amplios ecos y densas atmósferas con el claro sello composicional de Eno. Sin embargo, en ambas partes se nota la interacción de los dos genios, cuyos talentos combinan de manera exacta, embonando en forma tal que no dejan hendidura alguna al descubierto.
  En su momento, Low significó un shock para los seguidores de Bowie, por muy vanguardistas que se consideraran a sí mismos. Su ídolo había dado un paso tan adelantado que los dejó atrás y tendrían que realizar un esfuerzo sobrehumano para más o menos alcanzarlo y entenderlo.
  Obra que aprovecha todas las posibilidades técnicas de un estudio de grabación sintetizado, Low es electrónica avant garde (o avant pop, como dijera alguien). Un álbum que aún hoy día desconcierta y fascina. Si no, pregúntenle a Philip Glass.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 10, dedicado a David Bowie y publicado en abril de 2004)

martes, 8 de enero de 2019

Apuntes para una historia crítica del rockcito (V)


1967 fue un año fundamental en la historia del rock mundial. En la república mexicana, sin embargo, prácticamente pasó de noche. Salvo una minoría de jóvenes que tuvo acceso a los carísimos y prácticamente inconseguibles discos de los nuevos revolucionarios de la música o a uno que otro programa de la radio en amplitud modulada, en un principio el resto siguió en la absoluta ignorancia.
  Sin embargo, para 1968 las cosas fueron cambiando. A pesar de los controles y la censura gubernamentales, en los medios de comunicación escritos y electrónicos se sabía lo que estaba sucediendo en el resto del planeta. Movimientos estudiantiles en Francia y otras partes del mundo, incluidos los Estados Unidos. Una izquierda moderna que sabía seducir con propuestas liberales y democratizadoras. La sexualidad se abría. Las modas cambiaban. Los hombre se dejaban el cabello largo y las mujeres usaban la falda corta. La ideología hippie de la paz y el amor, de la armonía con la naturaleza, ganaba adeptos a pasos agigantados. Incluso en la república mexicana, cuya cerrada sociedad abría grietas por donde se colaban expresiones e ideas liberales que chocaban con lo establecido por papá gobierno.
  Entonces surgieron multitud de grupos de rock diferentes. Nada que ver con los de “los grandes años del rocanrol”. El movimiento era relativamente subterráneo y la gran televisión ni siquiera los miraba. Pero ahí estaban agrupaciones –algunas llegadas del norte, otras de origen chilango– como la de Javier Bátiz, los Dug Dugs, Love Army, Peace and Love, Toncho Pilatos, Nahuatl y Three Souls in My Mind, entre muchas otras. ¿Nos encontrábamos ya a la altura del los grandes roqueros del planeta? Lamentablemente no.
  Si los primeros rocanroleros nacionales imitaban a sus similares de Norteamérica, los roqueros mexicanos de la segunda mitad de la década de los sesenta hacían exactamente lo mismo: imitar, copiar, calcar… y en su mayoría lo hacían mal. Con su apariencia jipiteca, algunos llevaban el arte de la imitación a los terrenos de la excelsitud. Caso de los Dug Dugs. Uno podía ir a verlos a la Pista Hielo Insurgentes, al sur de la Ciudad de México, y quedarse boquiabierto ante sus exactas versiones de las canciones de los Beatles, como “El tonto de la colina”, flauta de Armando Nava incluida. Nadie los criticaba por ello. Al contrario, se les alababa. Yo mismo los miraba con ojos de admiración desde mis trece ingenuos años de edad, ahí, en la pista de hielo donde también estaba la tienda de discos importados Hip-70 y donde hoy se encuentra Plaza Inn, cerca de San Ángel. Los Dug Dugs eran capaces de tocar “Bouree”, de Johann Sebastian Bach, idéntico a como lo hacía Jethro Tull.
  Pero no hay que ser injustos. Algunos grupos comenzaron a componer sus propios temas. Con letras de enorme pobreza lingüística (¡y casi todas en inglés!) y música demasiado parecida a la de los grandes exponentes de la psicodelia de San Francisco y la costa oeste californiana o de Londres y Liverpool, pero al menos existía un empeño por dejar de fusilarse con descaro las canciones ajenas.

(Publicado originalmente en mi columna "Plumas de caballos" del sitio Juguete Rabioso)

lunes, 7 de enero de 2019

Station to Station


Un disco puente, un disco transicional entre el soul suave de Young Americans y la dureza casi techno de la etapa berlinesa por venir.
  Station to Station (1976) encuentra a un David Bowie existencialmente enganchado por la cocaína y la paranoia y ello se transmite en la forma de componer y sobre todo de interpretar los escasos seis cortes que conforman el álbum.
  “Elegante y robótico”, así define este trabajo el crítico Stephen Thomas Erlewine y no le falta razón. Aparentemente helado y hasta cínico e indolente, el Bowie de este Estación a estación es, sí, tan frío y calculador como puede serlo una puta en una calle londinense, pero al mismo tiempo demuestra que esa frialdad y ese aparente cálculo no son sino fruto de la soledad y la inseguridad que da una vida vaciada por la droga y la promiscuidad (y lo digo sin el menor atisbo de moralina). De ese modo, canciones como la larga (más de diez minutos) e intensa “Station to Station” (título referido a las estaciones del calvario de Cristo), la fonqui “Golden Years” (la cual bien pudo estar en Young Americans), la casi himnóticamente religiosa “Word on a Wing”, la divertida y sarcástica “TVC 15”, la escalofriante “Stay” y esa maravilla que hiciera célebre la gran Nina Simone, “Wild is the Wind”, resumen melodramáticamente la situación emocional del Bowie de mediados de los setenta.
  Un disco artística y vanguardistamente impactante.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 10, dedicado a David Bowie y publicado en abril de 2004)