martes, 30 de septiembre de 2014

Alt-J y el triángulo perfecto

A fines de 2012, comenté en un artículo publicado en la revista Nexos que, a raíz de la aparición de su disco debut, An Awesome Wave, Alt-J era una propuesta de la cual podíamos esperar mucho en adelante. Dos años han pasado desde entonces y es ahora que este proyecto surgido en Leeds, Inglaterra, reaparece con su segundo álbum, This Is All Yours (Atlantic, 2014), tan sorprendentemente bueno como su antecesor.
  Más allá del culto hipster que algunos le profesan, Alt-J (cuyo nombre se debe a que en algunas computadoras Mac, al apretar las teclas Alt y J, aparece un triángulo equilátero) tiene una propuesta tan ecléctica como inasible. Hay algo de rock alternativo en su música que lo mismo puede remitir a Foals o a Fleet Foxes, pero también hay mucho de electrónica y de coqueteos con el rock progresivo y el post rock, aunque de pronto pueden desconcertar con un inesperado rock-funk, un tema folkie, sonidos a la Peter Gabriel o hasta guiños del mejor pop.
  Formado en 2008 por cuatro estudiantes de Arte de la Universidad de Leeds, el cuarteto se reinventa en este This Is All Yours, mediante la elaborada y cerebral construcción de una catorcena de composiciones (si incluimos al bonus track “Lovely Day”) sin fisuras que van de la polifonía vocal de “Intro” al minimalismo folk de “Arrival in Nara” y los oscuros cantos cuasi góticos de “Nara” y “Leaving Nara”. El misticismo en apariencia solemne se rompe, se rasga, con la vital y súbitamente roquera “Left Hand Free”(que remite a The Beta Band) o la al mismo tiempo progresiva y pastoral “Choice Kingdom”. Hay joyas como “Hunger of the Pine” y “Bloodflood Part II” que recuerdan a These New Puritans, “Warm Foothills” (dulcemente juguetona en el intercambio entre la voz masculina y la femenina), “The Gospel of John Hurt” (inquietante y levemente ominosa) y “Pusher” (austera, triste, pero de enorme belleza acústica).
  Dos discos en dos años. Dos discos que muestran una propuesta a la vez inteligente y sensible. Alt-J tiene mucho que dar y mucho que decir. Esperemos con interés su tercer trabajo.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

martes, 23 de septiembre de 2014

Robert Plant y el rugido incesante

Para muchos es una de las leyendas vivientes del rock. Para otros, una verdadera deidad. Visto desde un plano más terrenal, se trata de una de las voces más características y reconocibles del género, después de casi medio siglo de carrera ininterrumpida.
  Robert Plant ataca de nuevo, luego de cuatro años de ausencia discográfica, y lo hace con su onceavo opus como solista, un trabajo magnífico al lado de su muy británica agrupación, The Sensational Space Shifters, con la que había grabado los estupendos Dreamland (2002) y Mighty Rearrenger (2005).
  lullaby and… The Ceaseless Roar (Nonesuch) es un álbum con el cual el ex cantante de Led Zeppelin retorna a sus raíces inglesas, luego de pasar algún tiempo en los Estados Unidos, donde grabó discos tan buenos como Raising Sand (2007, al lado de la gran Alison Krauss) y Band of Joy (2010).
  En el caso de este lullaby and… The Ceaseless Roar (así, con minúscula inicial), Plant recurre a diversos estilos musicales para dar forma a la oncena de composiciones que lo constituyen. Desde el folk inglés y estadounidense hasta la música de fuentes arábigas de Medio Oriente y el norte de África, sin dejar de lado al rock puro y al blues, el plato transcurre con placidez para llevar a nuestros oídos piezas tan buenas y diversas como la inicial y percusiva “Little Maggie”, la luminosa y emotiva “Rainbow”, las sensuales y envolventes “Pocketful of Golden” y “Embrace Another Fall”, la rocanrolera y tomwaitsiana “Turn It Up”, la dulce y nostálgica “A Stolen Kiss”, la repiquetante y de guitarras byrdianas “Somebody There”, la juguetona y folkie “Poor Howard”, la soulera y arabesca “House of Love”, la intensa y blueserona “Up on the Hollow Hill (Understanding Arthur)” o la vertiginosa y cíclicamente concluyente “Arbaden (Maggie’s Babby”.
  Misterioso y reflexivo, intenso y sabio, lullaby and… The Ceaseless Roar es una honda meditación sobre el paso (aunque no el peso) de los años y en eso se emparienta con la obra más reciente de autores como Bob Dylan o Leonard Cohen.
  Una obra maestra de Robert Plant.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

viernes, 19 de septiembre de 2014

El secreto de The Gaslight Anthem

Uno de los secretos mejor guardados del rock estadounidense actual es The Gaslight Anthem. Potente y melódico, nostálgico y actual, poderoso y al mismo tiempo sutil, este cuarteto de Nueva Jersey ha heredado mucho del sonido de su paisano más insigne, “El Jefe” Bruce Springsteen, pero ha logrado desarrollar un estilo propio que ha ido evolucionando de manera positiva a lo largo de cinco álbumes en estudio, el más reciente de los cuales, Get Hurt, acaba de aparecer hace unas semanas.
  Editado por Island/Universal, el disco viene a coronar la trayectoria de tan sólo siete años del grupo, cuyo primer opusSink or Swim, apareció de manera independiente en 2007. Poco después vino The ’59 Sound (2008), para la pequeña disquera Side One Dummy, misma con la que en 2010 salió el que quizá sea su mejor trabajo discográfico: American Slang, una verdadera joya del rock más gozoso. En 2012, Mercury le produjo el estupendo Handwritten y este mes de agosto de 2014 tenemos a nuestra disposición Get Hurt.
  El flamante larga duración contiene doce temas musicalmente variados, en los que la agrupación recorre los varios estilos de los que suele abrevar, aunque hay gratas sorpresas, como el stoner rock del tema abridor, “Stay Vicious”, bastante insólito en su repertorio, porque ha sido del rock puro, del folk eléctrico y del alt country (eso que ahora suele llamarse americana) de donde The Gaslight Anthem ha tomado sus influencias para fundirlas y crear su característico sonido que si bien no es absolutamente original (podríamos emparentarlo con diversas bandas de los años setenta del pasado siglo –desde Foreigner hasta Cheap Trick– o con propuestas actuales como la de The Hold Steady, por ejemplo), sí posee un halo de originalidad distintiva, lo cual destaca en otras composiciones del álbum, como las excelentes “Stray Paper”, “Helter Skeleton”, “Underneath the Ground”, “Break Your Heart” o la homónima “Get Hurt”.
  The Gaslight Anthem está conformado por Brian Fallon (voz principal y guitarra), Alex Rosamilia (guitarra), Alex Levine (bajo) y Benny Horowitz (batería). Su fama, fuera de los Estados Unidos, no es mucha, pero vale la pena escucharlo. Nadie saldrá defraudado después de hacerlo.

(Publicado originalmente en la sección de música de Cultura Nexos)

martes, 16 de septiembre de 2014

Hijos de Joy Division

No puedo evitarlo. Desde que grabó su primer disco, el Turn on the Bright Light de 2002, Interpol me remite de inmediato a Joy Division. Es el mismo sonido oscuro, austero, frío, sordo, mecánico, misterioso, pero sin alcanzar la calidad musical de Ian Curtis y compañía.
  No he sido un amante del cuarteto encabezado por Paul Banks y formado en Nueva York hace tres lustros. Reconozco, sin embargo, que tiene un amplio caudal de seguidores (en México son legión) y que han generado tras de sí a una buena cantidad de agrupaciones que imitan lo que ellos de algún modo imitan también.
  Hace unos días apareció El Pintor (Matador, 2014), quinto álbum del grupo, y es importante comentarlo, porque se trata de un regreso a su sonido primigenio (precisamente el que más se parece a Joy Division), luego de que en trabajos como Antics (2004) y Our Love to Admire (2007) y a petición de su disquera, había dado algunas concesiones comerciales para hacer “más accesible” su música, lo cual por cierto les sirvió para ampliar su base de fans.
  Con tres de sus miembros originales (el propio Banks, Daniel Kessler y Sam Fogarino) y el bajista Brandon Curtis (Secret Machines) en sustitución de Carlos Dengler, Interpol ha producido una obra compacta y hermética que tiene todos los ingredientes para hacer felices a sus fanáticos más fieles y conspicuos. El Pintor es un plato de apenas cuarenta minutos de duración y ninguna de las diez composiciones que lo conforman rebasa los trescientos segundos.
  Abre con una muy buena y sólida pieza, “All the Rage Back Home”, que tras una emotiva introducción lenta deriva en un ritmo rápido y seco que le da un cariz muy atractivo. Igualmente atractivos resultan temas como “My Desire”, “Anywhere”, “Same Town New Story” y “Ancient Ways”.
  Si algo más podemos decir a favor de este disco, en referencia a sus cuatro antecesores, es que hay aquí, en diversos momentos, un poco más de encuentro con la luminosidad y un poco menos de búsqueda de lo tenebroso. Algo debe reflejar esto sobre el momento artístico y existencial que están viviendo los integrantes del grupo.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

martes, 9 de septiembre de 2014

Pájaros de cuenta

Seis años de ausencia no es poca cosa, pero valdrán la pena si al regreso se trae algo bueno consigo. Es el caso de los Counting Crows, el legendario grupo de San Francisco, California, que lograra una merecida fama en los años noventa, en especial con su álbum debut August and Everything After de 1993, y que desde que sacó el Saturday Nights, Sunday Mornings de 2008 no había vuelto a grabar en estudio. No obstante, he aquí que estos cuervos han retornado con un nuevo plato bajo el brazo y hay que decir que se trata de un plato nutritivo y delicioso.
  Contra lo que se pudiera pensar, a lo largo del más reciente sexenio los Counting Crows no se mantuvieron inactivos. Todo lo contrario: siguieron tocando en giras constantes, fruto de lo cual fue su triada de discos en concierto de 2011, 2012 y 2013. Sin embargo, no se habían decidido a sacar nuevo material y es hasta ahora que regresan y lo hacen a lo grande con Somewhere Under Wonderland (Capitol/Virgin EMI, 2014), un álbum jubiloso, lleno de espléndida música.
  Hay una gran frescura en las nueve canciones que conforman a esta flamante grabación, aparecida apenas la semana pasada. Algún lugar bajo el País de las Maravillas arranca con “Palisades Park”, una larga pieza de ocho minutos en la que se recorren diversos paisajes, en un paseo musical que nos recuerda a la “Foreigner Suite” de Cat Stevens.
  Las ocho piezas restantes son tanto o más buenas que la primera. Así, vamos de la irresistible y paulsimoniana “Earthquake Driver” a la rocanrolerísima “Dislocation” y de la suave y dulce “God of Ocean Tides”, bella y acústicamente folkie, a la contundente “Scarecrow” que en mucho rememora a Neil Young y su Crazy Horse.
  “Elvis Went to Hollywood” es un tema muy a la Counting Crows, con ciertos toques de R.E.M., en tanto que “Cover Up the Sun” es una rápida y estupenda balada country. Cierran el disco la extraordinaria y cuasi rollingstoniana “John Appleseed’s Lament”, con su gran juego de guitarras, y la calma y bellísima “Possibility Days”.
  Un trabajo sobresaliente de estos cuervos de cuenta.

(Publicado en Milenio Diario)

viernes, 5 de septiembre de 2014

El primer disco de The Stone Roses

Hasta aquellos días de 1989, Ian Brown y John Squire eran parte de uno más de los cientos de grupos de rock que pululaban en la ciudad de Manchester, al norte de Inglaterra, urbe en ese entonces más famosa por sus equipos de futbol (los archirrivales Manchester United y Manchester City) que por su música, aun cuando de ahí eran originarias bandas como los Smiths, New Order y The Fall. Sin embargo, nada que ver con la mítica Liverpool de los Beatles o la glamurosa Londres de los Rolling Stones, los Who, los Kinks, David Bowie y tantos otros.
  The Stone Roses era el nombre de aquella agrupación, en la que Brown hacía de vocalista y Squire de guitarrista, al lado de Gary Mounfield (bajo) y Alan Wren (batería). Formado en 1985, el cuarteto había grabado, sin pena ni gloria, un disco EP y nada parecía augurar que vinieran tiempos mejores. No obstante, sus integrantes siguieron trabajando en la composición de temas y cuatro años después lograron viajar a Londres, para grabar su primer disco de larga duración. Se metieron a los estudios Battery & Konk y se pusieron a las órdenes del afamado productor John Leckie, quien vio en aquellos músicos un gran potencial y se puso a trabajar con ellos para dar a luz al homónimo The Stone Roses (Silverstone/Jive), considerado por muchos como “el mejor álbum debut de un grupo inglés en la historia” (con esa etiqueta ha navegado a lo largo de más de dos décadas) y piedra fundadora del sonido Madchester, al que se sumarían agrupaciones como Inspiral Carpets o The Charlatans.
  1989 parecía un año poco propicio para la escena del rock británico. En esos días, los Smiths eran sólo un recuerdo; Noel Gallagher se dedicaba a afinar las guitarras de los Inspiral Carpets; Blur no era más que un vago proyecto llamado tentativamente Seymour; Radiohead lo mismo, pero bajo el nombre de On a Friday, mientras que Alex Turner, de los Arctic Monkeys, estaba aún en la guardería. Lo más prometedor, según algunos especialistas de la época, era ese peculiar grupo llamado los Happy Mondays, mismo que ya había grabado un par de buenos álbumes. Fue en tal contexto que apareció The Stones Roses –el disco– y el impacto resultó muy fuerte, aunque no inmediato.
  The Stone Roses –el grupo– quizá no inventó el sonido Madchester, pero sí lo detonó con este su álbum debut. ¿Cuáles eran las características de ese sonido? Básicamente se trataba de una fusión del rock pop británico (ese que venía desde mediados de los sesenta) con los ritmos bailables del house, corriente de la música electrónica muy en boga durante los ochenta en la ciudad de Manchester, sobre todo en el legendario club The Hacienda. Ian Brown, John Squire y compañía supieron fusionar ambas tendencias y lograron un estilo novedoso, un tanto neopsicodélico, que entusiasmó a críticos y escuchas y que elevó a la agrupación a alturas inconmensurables, no sólo en su ciudad natal sino en toda Gran Bretaña, Europa y el mundo entero.
  El flamante plato no causó al principio una gran impresión y debieron pasar varios meses para que su sonido fuera valorado y difundido. Pero una vez que logró penetrar en el gusto de la gente, se transformó en un clásico instantáneo, con canciones como la exultante “I Wanna Be Adored”, la turbadora “Waterfall”, la cachonda “She Bangs the Drums”, la cuasi popera “(Song for My) Sugar Spun Sister”, la dulce y medievalista “Elizabeth My Dear” o la muy rocanrolera y hasta rollingstoniana “Shoot You Down”.
  En 2009, Sony Music reeditó el disco con una presentación de lujo, debidamente remasterizada y con dos cortes extras: “Elephant Stone” y “Fools Gold”.
  Sobra decir que se trata de una obra fundamental y que hay que tenerla. Es un buen modo de rememorar lo que The Stone Roses –el grupo y el disco– y el sonido Madchester representaron en su momento.
   Porque a final de cuentas y para parafrasear a Ernest Hemingway: ¡Manchester era una fiesta!

martes, 2 de septiembre de 2014

Algo de nueva pornografía

Exuberancia sonora. Lujuria armónica. Elegancia melódica. Paredes de sonido que no dejan resquicio a los silencios. Letras herméticas y misteriosas. Sensualidad a raudales. Erotismo musical. Es la pornografía musical, ya no tan nueva, de The New Pornographers y su flamante álbum Brill Bruisers (Matador, 2014).
  Formada en la ciudad de Vancouver, Canadá, en 1996 y liderada por el multiinstrumentista, cantante y compositor A.C. Newman, esta agrupación ha manufacturado un estilo pleno de colorido y brillantez, con una combinación de popsicodelia sesentera, rock alternativo y electrónica que se ha ido perfeccionando a lo largo de los seis discos que ha grabado hasta la fecha.
  Considerado por algunos como un supergrupo, ya que además de Newman también forman parte de él músicos que brillan con luz propia, como Dan Bejar y la gran cantautora de alt-country Neko Case, The New Pornographers se ha mantenido fiel a un estilo a lo largo de casi dos décadas y lo confirma con este Brill Bruisers (algo así como matones geniales), un trabajo espléndido y a la altura de sus mejores obras.
  Luego de un plato tan grandioso como su anterior Together de 2010,  en esta ocasión el septeto nos sorprende con un larga duración aún más grandioso, pero sin caer en la grandilocuencia. Me explico: Newman y compañía saben exactamente en dónde detenerse, hasta dónde llegar, para no caer en excesos huecos y recargados que nada aportan (algo muy común, por ejemplo, en algunos grupos de rock progresivo). Por el contrario, su música siempre se mantiene dentro de estrictos límites llenos de belleza y sin la menor cursilería. Hay en sus canciones mucha sustancia y la forma es parte de esta misma sustancia, valga la paradoja.
  Esto lo podemos ver en canciones tan magníficas como “Champions of Red Wine”, “Fantasy Fools”, “Dancehall Domine”, “Backstairs” o la homónima “Brill Bruisers” con la que abre el álbum.
  Los Nuevos Pornógrafos se mantienen en un muy alto nivel artístico y aunque graben muy de vez en cuándo (o quizá por eso mismo), su música resulta siempre rica, plena, suntuosa.

(Publicado hoy en Milenio Diario)