martes, 29 de agosto de 2017

El sueño enfebrecido de Everything Everything


La cantidad de música que se produce hoy, la tormenta inclemente que nos empapa de nuevas grabaciones que aparecen cada semana, hace que la labor de críticos y reseñistas sea al mismo tiempo un sueño dorado que una pesadilla. Sí, es una maravilla poder acceder a tantas propuestas de todo el mundo con el simple expediente de meterse a Spotify, YouTube y otros sistemas de streaming, pero también resulta estresante no poder abarcar como se debe todo ese cúmulo de información. Sólo especialistas obsesos (y brillantes) como Anthony Fantano pueden darse el lujo de dedicarse casi de tiempo completo a escuchar, diseccionar y comentar prácticamente un disco al día, con un detalle tan asombroso como envidiable.
  En medio de ese maremagnum musical que nos permite internet, las sorpresas abundan y es un privilegio toparse con ellas. Es el caso de Everything Everything, un grupo de Manchester, Inglaterra, que este año cumple diez años de actividad y del que confieso desconocía su existencia. Pero nunca es tarde para adentrarse en algo nuevo y sobre todo así de bueno.
  Con tres álbumes anteriores tan interesantes como Man Alive (2010), Arc (2013) y, muy especialmente, Get to Heaven (2015), el cuarteto acaba de dar a luz su cuarto opus, el estupendo A Fever Dream (Big Picnic Records, 2017).
  Everything Everything elabora una música compleja pero a la vez extrañamente accesible. Del lado instrumental, todos sus integrantes son asombrosos, con una sección rítmica sólida y potente, un guitarrista inventivo y un tecladista fantástico. Como añadidura, las voces y las armonías vocales, con un empleo muy afortunado del falsete, son de una perfección casi absoluta.
  Sin llegar a las alturas de su plato de 2015 (una maravilla), A Fever Dream es un trabajo muy disfrutable, con piezas tan excelsas como “Desire”, “Good Shot, Good Soldier”, “Ivory Tower” y la homónima canción que da nombre al álbum y que en algo recuerda a Neil Young pero en electrónico.
  Un muy buen disco.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

domingo, 27 de agosto de 2017

Odio fonky (tomas de buró)


“En el principio fue el kiosko”. El título del primer tema de Odio fonky (Grabaciones Lejos del Paraíso, 1994) parece resumir de qué trata este disco inusual, insólito, como un cuerpo extraño y extraordinario (en la exacta definición de la palabra, es decir, algo que va más allá de lo ordinario) dentro de la cotidiana grisura de eso que muchos siguen llamando rock mexicano. A 23 años de haber sido grabado en condiciones mínimas (¿o habría que decir minimalistas?) y absolutamente austeras, esta colección (¿conceptual?) de dieciséis composiciones mantiene su frescura y su vigencia, como si hubiese sido grabada hoy. ¿A qué se debe esto? ¿Cuál es el secreto de un álbum que de inicio y aun en su proceso fue concebido por sus perpetradores como un cuaderno de apuntes y terminó convertido en todo un tratado, en un libro de texto del cual deberían abrevar y aprender las nuevas generaciones de músicos? Las palabras clave son dos: talento artístico.
  ¿Cómo definir al sonido del álbum? ¿Cómo determinar por medio de palabras las atmósferas que crean las guitarras de Aguilera y la voz de López a lo largo de los catorce cortes del disco? Volvamos a la frase con la cual se inició esta reseña: “En el principio fue el kiosko”. Es decir, lo urbano; es decir, la calle. Porque eso es Odio fonky, un trabajo eminentemente citadino, con sabor a pavimento, a luces de neón, a tránsito vehicular, a barrio bravo, a futbol callejero, a vagabundos y pepenadores, a oficinistas y secretarias y estudiantes y amas de casa, a cantinas de pisos manchados, a bares y antros de mala muerte, a parques bucólicos de árboles amarillentos, a contaminación atmosférica y visual, a neblumo, a alcohol y bohemia, a la lenta prisa por llegar a ninguna parte. Es la historia de algunos personajes citadinos, algunos concretos (El Malafacha), los otros colectivos (la chilanga banda). Es eso: el disco más claramente chilango, el más profundamente defeño que se ha producido desde que Chava Flores le cantaba a México, Distrito Federal, aunque su ironía venga de otra parte y se dirija a otra también. Sin embargo, no es un disco costumbrista o de falsos folclorismos, no hay en el mismo asomo alguno de elementos que lo pudieran convertir en el clásico mexican curious de exportación y de ahí que resulte aún más auténtico  y valioso.
  La combinación López-Aguilera da buenas cuentas, tanto en los temas escritos al unísono como en aquellos compuestos de manera individual. Esto se comprueba desde la breve pieza instrumental que da inicio al disco y se consolida a lo largo del viaje, ya sea por medio del primer rap absolutamente defeño (el ya clásico “Chilanga banda”), de la desfachatada ironía acompasada y danzonera (“Malafacha”), de la desencantada intensidad rocanrolera (“La misma vieja canción”) o de los malabares de lenguaje más sardónicos (“Nuestro amor es ese gato negro muerto en el baldío”). Pero están también otros temas como ese “Tatuaje” apasionadamente bluesero, ese “Moros con tranchete” de guitarreos pirotécnicos y a la vez contenidos, ese “Nadie da por nada su corazón” de inaudita belleza melancólica, ese “Fama fatal” de provocativa cachondería y ese “Materia tóxica” que es como una mezcla de Tom Waits con el trío Los Panchos. El disco culmina con una serie de piezas de vehemencia semejante, como la antiburocrática y sonera “El cara de memorándum o cutis de currículum”, la divertida y lobuna “Odio fonky”, la hipnótica y lunar “El recado” y esa especie de coda que es “Radio odio”.
  Odio fonky (tomas de buró), su título completo, es ante todo un disco de rock, de buen rock. Hay en él una fusión de géneros que van del danzón y el mambo al blues, el folk y el bolero, pero la música sigue sonando a rock, sigue siendo rock. Esa fusión se convierte en una fisión rocanrolera que nunca pierde su esencia y en ello estriba una lección que no ha sido aprendida por muchos músicos actuales que en lugar de fusionar, calcan; que en vez de entremezclar ingredientes con sabiduría culinaria, copian del modo más obvio y más burdo.
  Puro odio fonky.

Reseña contenida en mi libro Cerca del precipicio (Cuadernos de El Financiero, 2012)

miércoles, 23 de agosto de 2017

Música para las masas


Para muchos críticos y seguidores de Depeche Mode, es esta la obra central del grupo, la que le dio su trascendencia definitiva y perenne. No puede ser menos, en efecto, un álbum que comienza con un tema musicalmente tan perfecto como “Never Let Me Down Again”, con ese riff inicial y una instrumentación que marcaría mucho de lo que habría de venir, no sólo con el cuarteto en particular, sino con la música electrónica en general (lástima sin embargo que le letra sea tan intrascendente). 
   Pero lo que sigue a continuación no desmerece en absoluto. “The Things You Said” es un conmovedor remanso de calma, “Strangelove” (otro clásico depechemodiano) es el modelo ideal de lo mejor del pop electrónico ochentero, “Sacred” es una afortunada mezcla del rock gótico con el dance, “Little 15” es un extraño pero fascinante y afortunado experimento minimalista, “Behind the Wheel” es una pieza –de masoquismo confeso– hipnótica y atractivamente siniestra, “I Want You Now” es una plegaria –cantada por Martin Gore– llena de sensual y sexual ansiedad y de una escalofriante angustia, “To Have and to Hold” combina lo siniestro y lo escalofriante de las dos composiciones anteriores y lo hace más acentuado aún, “Nothing” es un corte de discreto encanto en su atmósfera acompasadamente danzable y “Pimpf” culmina el disco con aires de grandeza instrumental para piano, sintetizadores y coros paragregorianos.
  Music for the Masses (1987) puso a Depeche Mode en las más grandes alturas, sin que ello significara que en adelante vendría el declive. El genio de Gore y el talento de sus compañeros todavía darían aún mucho de sí.

(Reseña que escribí para el Especial de La Mosca en la Pared No.21, dedicado a Depeche Mode y publicado en junio de 2005)

martes, 22 de agosto de 2017

La sofisticación del oso Grizzly


Pocas agrupaciones hay que elaboren una música tan finamente intrincada, tan inteligente y sensiblemente sofisticada, tan hermética y tan hermosa como Grizzly Bear.
  Desde su primer disco, esa joya de la psicodelia minimalista que es Horn of Plenty (2004), este grupo neoyorquino (de Brooklyn, para mayor exactitud), liderado por Ed Droste, ha mostrado su inclinación por una música laberíntica, cuyos senderos se bifurcan en mil direcciones, una música que renuncia al facilismo comercial y exige del escucha un esfuerzo extra para adentrarse en su propuesta. Quien lo logra, obtiene una enorme recompensa: la de la belleza artística plena, demostrada en sus seis álbumes subsiguientes, en especial maravillas como Yellow House (2006), Veckatimest (2009), Shields (2012) y el flamante y deslumbrante Painted Ruines (2017), su más reciente opus.
  Tras cinco años de ausencia discográfica, Grizzly Bear ha regresado con un disco de rock de cámara riquísimo en texturas, en armonías vocales y arreglos instrumentales que van de lo estrictamente minimalista a la elaboración de repentinas paredes de sonido.
  Las composiciones de Droste son capaces de brindar melodías memorables sin caer jamás, paradójicamente, en el estribillo sencillo de repetir: memorables mas no fácilmente memorizables.
  Así, piezas como “Wasted Acres”, “Mourning Sound”, “Three Rings”, “Losing All Sense”, “Neighbors”, “Systole” o “Sky Took Hold” son capaces de llevarnos a la emoción más profunda, a pesar del hermetismo de sus letras, tan sólo con sus exultantes y exuberantes atmósferas que lo mismo remiten a la psicodelia que al rock progresivo o el post rock.
  Con una producción impecable y ajeno a las modas que impone el marketing, fuera del mainstream y por ende de los grandes reflectores, Painted Ruines es un trabajo de delicadísima orfebrería musical, una obra que pide ser escuchada completa muchas veces, con atención y hasta con devoción, para abrirnos las puertas de su muy particular percepción.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 14 de agosto de 2017

Pornography


El álbum favorito de muchos seguidores de The Cure, Pornography (1982) tardó mucho tiempo en ser considerado seriamente por la crítica, la cual lo calificó en sus tiempos como una obra hueca, pretenciosa, grotesca, granguiñolesca.
  El disco que hoy está considerado como una de las piezas clave del rock gótico de los años ochenta, en su tiempo fue menospreciado por los especialistas, quienes suelen equivocarse nueve de cada diez veces con sus veredictos. Actualmente, con la perspectiva que da el tiempo, puede decirse que se trata de un trabajo excelente, si bien no alcanza los niveles de obra maestra que algunos le conceden de manera un tanto acrítica.
  Hiperdepresivo, con una visión negrísima de la realidad, Pornography empieza estremecedoramente con "One Hundred Years", una composición que inicia de manera muy poco optimista con la frase: “No importa si todos morimos”. Otros cortes notable son la desoladora “The Hanging Garden”, la bizarra “Siamese Twins” –la cual describe con sardónica crudeza la traumática pérdida de la virginidad de un joven (¿el propio Robert Smith?) y que concluye con una pregunta desolada y atónita: “¿Acaso siempre es así?”– y la homónima “Pornography” –en la que se relata la caída sin remedio en la desesperación y la angustia, a pesar de los gritos finales que claman con iracundia: “¡Tengo que combatir este mal, encontrar una cura!”.
  Un final dramático para un álbum aún más dramático, si bien musicalmente carece del necesario pulimento.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 5 de La Mosca en la Pared, dedicado a The Cure y publicado en noviembre de 2003)

lunes, 7 de agosto de 2017

Band of Gypsies


De los muchos álbumes en vivo de Jimi Hendrix que han aparecido (y que siguen apareciendo) durante los últimos cuarenta y tantos años, este es el único oficialmente autorizado por el músico. Ni siquiera la versión completa y en disco compacto doble (aparecida en 1999) de los dos legendarios conciertos de la Banda de Gitanos, celebrados en el Fillmore East de Nueva York en el año nuevo de 1969-1970, vale. Lo curioso es que el vinil original salió debido a un adeudo contractual que tenía Hendrix con su disquera y que debió pagar de ese modo.
  The Band of Gypsys estaba conformada por Jimi Hendrix en la guitarra, Billy Cox (un viejo ex compañero de Jimi en el ejército) en el bajo y Buddy Miles (el obeso y contundente ex integrante de Electric Flag) en la batería. La Jimi Hendrix Experience había pasado a mejor vida seis meses atrás y con su nueva agrupación, el guitarrista pareció tomar nuevos ánimos, lo cual resalta en esta emotiva grabación en la que el de Seattle quiso dar a conocer parte del nuevo material que había compuesto. Era claro que la psicodelia comenzaba a quedar atrás y que Hendrix apostaba ahora por temas más concisos y más emparentados con el soul, el funk y el rhyhm n’ blues.
  La actuación de esa noche no pudo ser mejor: intensa, precisa, compacta, poderosa, llena de alma y sentimiento… y técnicamente perfecta, con una utilización asombrosa de su instrumento y de diferentes efectos que lo llevaron a estratos nunca antes explorados por músico de rock alguno. Esto resulta evidente sobretodo en la mejor pieza del disco: la monumental y escalofriante “Machine Gun”, en la que su guitarra produce toda clase de sonidos que remiten a la guerra y a los bombardeos de los marines sobre Vietnam del Norte. El tableteo de las ametralladoras, reproducido también por la batería de Miles, es uno de los momentos más memorables en la carrera de Jimi Hendrix. Pero no sólo hay efectos en la canción. La letra es un impecable alegato antibélico y la música no puede ser mejor, sobre todo el prodigioso y devastador solo de su guitarra eléctrica.
  Otros temas notables del disco son “Who Knows” –con su suave riff inicial que da paso a la entrada simultánea de la sección rítmica para armar un compás que hipnotiza y brinda pie a un diálogo vocal entre Hendrix y Miles para culminar con una extraordinaria demostración del uso del wah-wah–, “Power of Soul” –un gran tema (que en la contraportada del disco aparece extrañamente como “Power to Love”), pleno de potencia rocanrolera, cambios armónicos que van del rock duro al funk y al soul psicodélico y asombrosos pasajes instrumentales de transición, más una sensacional coda a dos voces– y “Message to Love” –otra canción con idealista mensaje de amor y paz (que es lo de menos) y una construcción funkera (que es lo de más) próxima al pop (como se entendía el pop en los sesenta) y al rhyhm and blues, aunque con una guitarra hendrixianamente apabullante.
  Buddy Miles contribuyó con dos composiciones: “Changes” y “We Gotta Live Together”. La primera es una muy divertida pieza funky, con la guitarra juguetona de Jimi que sirve como contrapunto a la aguda voz del gordo baterista, al tiempo que repite el contagioso y conocido riff y edifica un muy buen solo. “We Gotta Live Together” es menos brillante y no parece ser el corte ideal para terminar el plato, pero la salva la intervencieon omnipresente e híper creativa de la guitarra de Hendrix.
  Band of Gypsys (1970) es  un trabajo memorable y uno de los grandes discos en concierto de la historia del rock.
(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 19, publicado en abril de 2005).

miércoles, 2 de agosto de 2017

Todos saludan al ladrón (entrevista con Colin Greenwood de Radiohead)


Hail to the Thief –algo así como “Salve al ladrón” o, quizá de manera más exacta,  “Alabado sea el ladrón”– es el más reciente trabajo discográfico de Radiohead, probablemente una de las agrupaciones más vanguardistas y propositivas del rock actual. Quinto álbum del quinteto británico, se trata de una especie de resumen de la música que han hecho a lo largo de su carrera, en especial a partir de The Bends (1995). Hay aquí referencias sonoras, aunque nunca explícitas, lo mismo del Ok Computer (1997) que del Kid A (2000) o el Amnesiac (2001). Sin embargo, no es un mero sumario de la obra del grupo lidereado por Thom Yorke, sino un paso adelante, una propuesta que –como ha sido siempre desde que la banda existe– marca nuevos derroteros, rutas a seguir, caminos a explorar. En entrevista telefónica desde París, Francia, Colin Greenwood, bajista de Radiohead, un tipo cálido y amable, habla a Milenio Semanal sobre este flamante opus de la agrupación.

¿Piensas que Hail to the Thief sea como un compendio de todos los discos anteriores de Radiohead?
Sí, ahora que lo dices creo que en esencia lo es. Puede verse como una combinación de lo que hemos hecho con anterioridad.

En este disco no hay tanta experimentación en estudio como la hubo en obras pasadas, la música suena más orgánica, más analógica. ¿Significa esto que Radiohead ha retornado de alguna manera al rock clásico?
No. Si bien en otros discos como Kid A o Amnesiac la experimentación era muy notoria, en este nuevo álbum existe una mezcla entre los elementos experimentales y los instrumentos convencionales. En ese sentido, Hail to the Thief no representa un regreso al rock clásico sino una evolución de la banda.

¿Por qué el nombre Hail to the Thief?
Queríamos un título fuerte, provocador, algo que fuera impactante. Es una frase tomada de una de las canciones de Thom (Yorke), la que abre el álbum (“2+2=5”) y que en una parte dice: “Todos saludan al ladrón / Pero yo no”. Y no nos referimos a un ladrón común y corriente, sino a todos aquellos ladrones que nos roban: las grandes empresas, las corporaciones, los gobiernos.

En el tema “Backdrifts”, Thom Yorke canta: “Somos fruta podrida / Somos buenos dañados / Qué demonios / Nada tenemos que perder”. ¿Por qué Radiohead tiene esa visión oscura de la vida? ¿Crees que todo esté tan mal? ¿Piensas que no hay esperanzas?
No, no… Es puro humor lo que hay en esa letra y en otras, simple ironía. Es una forma de hacer notar las cosas, pero tenemos otras canciones más luminosas.

En esta ocasión, han utilizado ustedes los conductos comerciales convencionales para promover el disco: lanzaron un sencillo en la radio (“There There”), grabaron un video para la televisión, dieron entrevistas a la prensa… ¿Significa esto que Radiohead ha terminado por aceptar las convenciones del mercado disquero?
Lo que sucede es que cuando hicimos Kid A desaprovechamos la oportunidad de promoverlo debidamente. Como no lanzamos sencillos, mucha gente se perdió de oírlo y fue una lástima, porque a mi modo de ver se trata de un gran disco. “Everything in It’s Right Place” hubiera sido un maravilloso sencillo. Creo que fue un gran error no sacarlo como tal. Por eso ahora quisimos entrar al mercado tradicional y su modo de operar.

Hablando del video, ¿cuál fue la idea detrás del uso de esa animación foto por foto?
Ese video tenía que ser animado. La animación nos parece algo divertido y ya la hemos usado en varias otras ocasiones. El video de “There There” quedó muy bien, el resultado es muy atractivo y fue gracias al concepto que creó Thom y que le dio un toque muy especial.

¿Existe algún corte del disco que te guste en especial?
Debería contestar que me gusta todo el álbum y así es, aunque si debo mencionar algunos temas diría que me gustan mucho “The Gloaming”, “Scatterbrain” y “A Punchup at a Wedding”.

Hay un gran número de nuevas bandas, como The White Stripes, The Kills, The Hives, que tocan un rocanrol, digamos, más puro. ¿Qué piensas de esa clase de agrupaciones?
Me gustan los White Stripes, creo que están haciendo cosas muy buenas, muy buen rock (Greenwood tararea de pronto el riff de "Seven Nation Army"). Sí, me gusta lo que hacen esos muchachos. Puedo decir que soy su fan.

¿Qué música estás escuchando en estos días?
Asian Dub Foundation es un proyecto que me encanta. Pero escucho una gran cantidad de cosas. Mucha electrónica. Me gusta el rock que se hace en Escocia. No sé, todo el tiempo oigo cosas diferentes. Hay demasiada música, es una locura.

En 1998, la revista inglesa Q designó al Ok Computer de Radiohead como el mejor disco de rock de todos los tiempos. ¿Estás de acuerdo con esto o es un caso de sobrevaloración?
Definitivamente es un caso de sobrevaloración. Ok Computer es un gran disco, pero hay muchos otros que lo superan. Simplemente los de los Beatles. Todo lo que podamos hacer viene después de los Beatles, estamos a la sombra de los Beatles.

¿Cuál es entonces tu disco favorito de todos los tiempos?
Buena pregunta… En realidad no tengo un disco favorito. Podría mencionar tal vez el de Otis Redding que trae “(Sittin’ on) The Dock of the Bay”. O quizás uno de Curtis Mayfield. Pero seguro tendría que ser uno de música soul.

(Entrevista publicada originalmente en la extinta y añorada revista Milenio Semanal en 2003)