lunes, 14 de diciembre de 2020

Annie Flores, pintora y dibujante mexicana


Nacida en Ciudad de México en 1993, la joven pintora y dibujante Annie Flores es egresada de la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México. Con la figura humana como eje central de su obra y campo inagotable de investigación, ha participado en numerosas exposiciones colectivas y proyectos de pintura mural, tanto en México como en Europa, donde sus cuadros han tenido presencia en la Feria de Arte de Bruselas (2018) y en la Galería Gaudí de Madrid (2018).
  Su obra analiza el fenómeno degenerativo del recuerdo, la recuperación de antiguas memorias y la forma de retardar el proceso del olvido. La descomposición, el análisis y la recreación del cuerpo humano y su entorno son los parámetros de reflexión que ejerce sobre la materia, las memorias y los sueños, en torno a la materialización de un pasado que ya no existe pero que sirve para comprender el presente, no sólo como las huellas de una presencia o la exaltación de la ausencia, sino también como una construcción de la identidad personal.
  La artista intenta establecer una conexión entre el acto de recordar, la acción de pintar y dibujar y el proceso de creación, todo por medio de una mirada poética.
  Melómana por naturaleza y crianza, Annie Flores nos cuenta cuáles son sus preferencias discográficas y musicales.

¿Cuál fue el primer disco que escuchaste?
Afortunadamente, desde pequeña escuché buena música en casa y lo que fuera que sonara me gustaba mucho. El disco que más recuerdo y cantaba completito era el Chronicle vol. 1 de Creedence Clearwater Revival. John Fogerty me parece uno de los más grandes en la música.

¿Cuál es el primer disco que compraste?
Fue a los siete años de edad, el Urban Hymns de The Verve, porque me encantaba la canción “Bitter Sweet Symphony”. También El Cascanueces de Tchaikovsky, porque iba al ballet y me obsesionaba con practicar todo el día.

¿Cuál fue el primer disco que le envidiaste a alguien por no poderlo tener?
A mi mejor amiga le envidié un disco que le trajeron de Inglaterra, cuando íbamos en la universidad. Era una antología de presentaciones en vivo y documentales de Björk que se llamaba The Television Archive. Tenía una presentación rosita súper bonita.

¿Cuál es tu disco favorito para manejar?
 Yo no manejo, pero para viajar me encanta escuchar el Great Ladies of Song, de Peggy Lee, y el Frank, de mi adorada Amy Winehouse.

¿Cuál es el disco que mejores recuerdos te trae?
Obvio mi infancia está marcada por la princesa del pop: Oops!.. I Did It Again, de Britney Spears. Recuerdo tardes completas con mi prima bailando sin parar ese disco completo, peinadas de “diadema”, ¡ja ja ja!

¿Cuál es el disco que más te avergüenza tener?
Me divierto mucho con mis “pecados musicales”. La verdad no me avergüenzan, pero el disco que no encaja entre mi playlist habitual es Colores de J Balvin.

¿Cuál es el disco que más  lamentas haber perdido?
El L.A Woman de The Doors. Lo perdí en un paseo de la secundaria, junto con mi discman. Fue fatal.

¿Cuál es el disco que adquiriste más recientemente?
Me fascina el género latin y mi última adquisición me tiene muy agarrada del oído: Dance Manía, de Tito Puente.

¿Cuál es el disco que más te ha influido en la vida?
Qué difícil. Hay tantos que me han tocado en lo profundo. Los primeros que se me vienen a la mente ahora son The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, de David Bowie, y Ekstasis, de Julia Holter.

¿Cuál es el disco que prefieres para hacer el amor?
Sweet & Sour, Hot y Spicy, de Ely Guerra. Sin duda.

¿Cuál es el disco que quisieras que tocaran en tu funeral?
Rush, de Eric Clapton, y la canción “I Love You More Than You’ll Ever Know” de Al Kooper, en la versión de Amy Winehouse.

¿Cuáles son los cinco discos que te llevarías a una isla desierta?
Anima, de Thom Yorke.
The Album Collection, de Amy Winehouse.
The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, de David Bowie.
The Best of DJ Shadow.
Benny Goodman Concert Carnegie Hall 1938.

(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

martes, 8 de diciembre de 2020

Si Lennon no hubiera muerto: imagina… a 40 años de su partida


Cuando en 1967 los Beatles incluyeron en el álbum Sgt. Pepper Lonely Hearts Club Band la canción “When I’m Sixty Four”, seguramente no imaginaron que sólo un par de ellos habría de llegar a los 64 años. Uno, el propio autor del tema: Paul McCartney. Otro, el menos brillante del cuarteto, al menos desde un punto de vista artístico: Ringo Starr.
  Los otros dos no corrieron con la misma suerte. George Harrison murió de cáncer en 2001, a los 58 años, mientras que John Lennon falleció víctima de la bala de un asesino en 1980, cuando apenas había cumplido 40.
  Este 9 de octubre de 2020, el autor de “Imagine” y “Revolution”, de “Mother” y “Happiness Is a Warm Gun”, de “God” y “Across the Universe”, habría celebrado sus 80 años y hoy, martes 8 de diciembre, se cumplen 40 de su desaparición física.
  Pero, ¿qué habría pasado si John Lennon no hubiera muerto?

Lo mejor estaba por venir

La famosa sentencia radical de Pete Townshend en su composición “My Generation” (“Prefiero morir antes que envejecer”) no se aplicaba a lo que Lennon pensaba y sentía en 1980. Meses antes de su inesperada y trágica muerte –baleado frente al edificio Dakota, donde vivía con su mujer, Yoko Ono, en pleno Manhattan, Nueva York–, en el disco Double Fantasy John cantaba en “Beautiful Boy (Darling Boy)” a su pequeño hijo Sean, de escasos cinco años: “Apenas puedo esperar para verte crecer / pero supongo que ambos deberemos ser pacientes / Sí, es un largo camino por transitar” (de esa misma canción es la famosa frase lennoniana: “La vida es justo eso que te sucede mientras estás ocupado en hacer otros planes”). Asimismo, a Yoko Ono le cantaba en “Grow Old with Me”, escrita también en 1980 pero aparecida en el álbum póstumo de 1984 Milk and Honey: “Envejece conmigo / lo mejor está por venir”.
  “Es duro creer que hoy él tendría 70 años”, comentaba hace una década Elton John, al ser interrogado sobre quien fuera su gran amigo. “Es difícil pensar que John se perdió la computadora personal, el Twitter. Me pregunto qué habría hecho con todas esas cosas que ahora nos resultan tan habituales. Pero siento que él hubiese aprovechado muy bien esas herramientas y las usaría de un modo revolucionario. Él seguiría estando a la vanguardia de todo”.

Los últimos 40 años con Lennon
A cuatro decenios de distancia de la muerte del ex beatle, la perspectiva del tiempo nos permite apreciar la enorme cantidad de cambios que ha sufrido el mundo entre 1980 y 2020. A pesar de su fecunda imaginación, parece poco probable que Lennon hubiese vislumbrado la caída del muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética y de casi todo el bloque socialista, el surgimiento de la Unión Europea y el nacimiento del euro como moneda única, la integración multirracial en Europa y buena parte de los Estados Unidos, el ataque contra las Torres Gemelas en la propia ciudad de Nueva York donde vivió y murió, la llegada a la Casa Blanca de un presidente afroamericano –y luego, de un presidente loco, racista y ultraderechista–, el acelerado deterioro ambiental, el amenazante calentamiento global y la delirante y destructora pandemia del Covid-19. Tampoco habría imaginado los extraordinarios avances tecnológicos y su uso en la vida cotidiana de buena parte de la humanidad: no llegó a conocer el disco compacto (difundido a nivel masivo a partir de 1981 y hoy prácticamente olvidado), la internet, los teléfonos celulares y mucho menos cosas como el iPod, la música digitalizada, el smartphone, el libro electrónico, las redes sociales, YouTube, la música, las series y el cine por streaming, etcétera, etcétera, etcétera.
  En cuanto a los géneros musicales, no llegó a saber del grunge, el britpop, el hip-hop, el trip-hop, la actual electrónica, el post rock, la world music, el alt-country, el llamado indie y tantos géneros y subgéneros que surgieron a lo largo de las cuatro décadas más recientes (incluidos el reggeaton y el k-pop), algunos de los cuales le hubieran resultado fascinantes (otros no tanto) y muy posiblemente habría incursionado en ellos.
  Sin duda, se sentiría orgulloso de la finísima música compuesta por su hijo Sean y casi de seguro seguiría abominando de los discos de Paul McCartney. Tal vez hubiera atemperado sus posiciones políticas cercanas a la ultraizquierda y en algún momento habría hecho migas con Barack Obama, lo mismo que con Bono (aunque quizá no le gustara del todo el protagonismo políticamente correcto del líder de U2). No lo veo en cambio contemporizando con Hugo Chávez, Evo Morales o Vladimir Putin).
  Hace algún tiempo, Yoko Ono comentaba que “en los viejos días, el rock era rock, el jazz era jazz, el avant garde era avant garde, lo clásico era clásico. Hoy, en cambio, los músicos lo mezclan todo y no les importa hacerlo. Es algo hermoso”. Lennon pensaría de manera muy parecida y lo más factible es que sus composiciones, de 1980 a la fecha, habrían sorprendido a propios y extraños por su apertura y su absorción de las nuevas tendencias. No resulta difícil imaginarlo en colaboraciones lo mismo con raperos y hip-hoperos como Public Enemy, The Roots, The Streets, Dr. Dre, Jay Z y Kanye West que con diyéis como Dan the Automator o Danger Mouse (le habría encantado el Gray Album, en el que este DJ combinó las canciones del álbum blanco de los Beatles con el hip-hop y la electrónica) o con grupos experimentales como TV on the Radio, Dirty Projectors o The Fiery Furnaces. Sin embargo, es presumible que también se habría acercado a gente como Damon Albarn, Jarvis Cocker, Paul Weller y hasta Noel Gallagher o que a principios de los noventa hubiera tenido una estrecha relación con Kurt Cobain y Eddie Vedder.
  No debemos descartar discos en colaboración con sus amigos de la vieja guardia como Bob Dylan, Neil Young, Eric Clapton, Elton John, Pete Townshend, Ray Davies, David Gilmour e incluso Mick Jagger y Keith Richards y filmaciones con Martin Scorsese, Woody Allen y David Fincher para Netflix o Amazon.
  Por supuesto que hubiese grabado con Yoko Ono (aunque tal vez a estas alturas podrían haberse divorciado), su hijo Sean y en una de esas hasta con su hijo Julian. Con McCartney llevaría una relación amable pero distante, aunque difícilmente se habría llegado a conseguir una reunión de los Beatles, incluso cuando George Harrison aún vivía.
  Imagino que Lennon seguiría viviendo en Nueva York, en el mismo edificio Dakota, y que mantendría su sentido del humor sardónico y mordaz, completamente irreverente. El FBI lo habría dejado en paz desde mucho tiempo atrás.
  Este 8 de diciembre, muchos músicos seguramente lo recordarán y conmemorarán su fallecimiento con diversas transmisiones de homenaje vía Zoom y otros servicios de videoconferencias. Mientras tanto, desde el cielo (¿o el infierno?) del rock, guitarra en mano y haciendo gala de su gran sentido del humor y la ironía, John cantará con voz sardónica y estentórea: “When I’m eiiiiiighty!”. Tan tan.

(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Los dos asesinatos de Sam Cooke


Dentro de su poco difundida y por lo tanto poco conocida emisión ReMastered (con siete entregas hasta el momento), Netflix está presentando una serie de documentales más que interesantes y reveladores. Uno de ellos, The Two Killings of Sam Cooke, dirigido por la realizadora Kelly Duane de la Vega, cuenta con inteligencia y perspicacia la vida y muerte de ese enorme intérprete de música soul, asesinado misteriosamente en 1964, a los 33 años, cuando se encontraba en la cumbre de su popularidad y era un verdadero ídolo para la comunidad afroamericana de los Estados Unidos.

Aparte de su extraordinaria voz (aterciopelada cuando se presentaba ante el público blanco y mucho más agresiva e intencionada ante la gente de su raza), Cooke poseía una gran conciencia social en tiempos en los cuales en su país se iniciaba la lucha por los derechos civiles de las minorías. Esto incomodaba seriamente a su disquera, la cual lo conminaba a dedicarse única y exclusivamente a su carrera musical, pero también era una piedra en el zapato para el gobierno de Lyndon B. Johnson y para el FBI de John Edgar Hoover.

En el documental de Duane de la Vega se cuenta todo esto, al mismo tiempo que se detalla la naturaleza corrupta de la industria de la música y se habla sobre la ignominiosa muerte de este nacido en Mississippi en 1931, ocurrida de manera oscura y jamás creíblemente explicada, en un motel de mala muerte.

Sin embargo, The Two Killings of Sam Cooke cuenta también la historia más amplia del cantante, más allá de los controvertidos detalles de su sórdida muerte. En poco menos de 90 minutos, el excelente filme recopila información de familiares, amigos cercanos, académicos, periodistas y leyendas de la música, incluidas personalidades como Smokey Robinson, Quincy Jones y Dionne Warwick. Se trata de un excelente testimonio acerca de Cooke, a menudo considerado como la piedra angular de la música soul.

Parte de su legado fue el concepto de derechos de propiedad de la música, lo que lo llevó a crear el sello SAR Records y Kags Music, esta última una empresa de edición y gestión musical. En una industria que regularmente arrebataba el manejo financiero de las manos de los talentos negros, el afable y carismático autor de “Chain Gang” fue visto como una amenaza. Por si fuera poco, su estrecha relación con los líderes de los derechos civiles de su época, incluidos Martin Luther King, Malcolm X y un joven campeón de peso pesado llamado Cassius Clay, quien pronto sería conocido como Muhammad Ali, probablemente pusieron como blancos a él y a sus negocios. La idea de que el mismo hombre que se codeaba con las figuras antes mencionadas existiera simultáneamente como exitoso artista y empresario resultó peligrosa y prendió algunos focos rojos.

El documental también explica con detalle los tratos comerciales de Cooke con el ejecutivo discográfico Allen Klein, quien fuera acusado de defraudar a diferentes músicos. Duane de la Vega utiliza imágenes poco conocidas, lo que ayuda al espectador a comprender el contexto, el tiempo y el lugar en que se desenvolvió la vida del creador de ese himno que es “A Change Is Gonna Come” (tema que por cierto se dio a conocer hasta después de su muerte).

El relato culminante de este documento fílmico es el de cómo el intérprete fue asesinado a tiros por Bertha Franklin, la gerente nocturna del motel Hacienda, en Los Ángeles. Cooke había ido al lugar con una mujer llamada Elisa Boyer, quien alegaría posteriormente que el cantante la llevó ahí contra su voluntad. Testigos presenciales de un restaurante cercano se contradijeron en su relato de los trágicos acontecimientos. Las extrañas circunstancias de la muerte de Cooke han sido ampliamente cuestionadas, aunque nunca se ha encontrado que existiera alguna conspiración en su contra. No obstante, en su autobiografía de 1995, la cantante Etta James dijo que vio el cuerpo de Sam Cooke antes de su funeral y que las heridas de bala que tenía superaban en número a las del informe oficial.

The Two Killings of Sam Cooke representa una resurrección del legado del cantante y una reivindicación de su vida y obra, misma que marcó varias tendencias en la historia de la música, algo que muchos olvidan, más atentos a satisfacer su morbosa curiosidad. Kelly Duane de la Vega no sólo brinda espacio para que resurja el legado de Cooke, sino que lo hace con la mirada puesta en la justicia restauradora, devolviendo la dignidad a su nombre. 

(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

viernes, 9 de octubre de 2020

10 temas para recordar a Eddie van Halen


La semana nos sorprendió con la triste noticia de la muerte del gran guitarrista neerlandés-estadounidense Eddie van Halen, líder sempiterno de una de las agrupaciones más importantes del hard rock de todos los tiempos: Van Halen.
  Nacido en Amsterdam, Holanda, en enero de 1955, al fallecer el músico tenía 65 años. Criado en Pasadena, California, a donde llegó a vivir a las siete años de edad, fundó el grupo en 1972, junto con su hermano mayor, el baterista Alex van Halen (1953), el vocalista David Lee Roth (1954) y el bajista Michael Anthony (1954).
  Su nombre era Edward Lodewijk (Eduardo Ludovico), pero siempre fue conocido como Eddie. Curiosamente, en un principio él quiso ser baterista y Alex guitarrista, hasta que se dieron cuenta de que cada uno era mejor en el instrumento de su consanguíneo y optaron por intercambiar puestos. Admirador desde la adolescencia de Eric Clapton y Jimmy Page, decidió seguir sus pasos y no tardó en convertirse en un virtuoso a la altura de sus dos ídolos.
  Fue en 1978 que el cuarteto lanzó su primer disco, el homónimo Van Halen, y ahí comenzó todo. El único cambio que se daría en la alineación original sucedió en 1992, cuando Sammy Hagar (1947) sustituyó a Lee Roth. En total, Van Halen grabó doce álbumes en estudio, el último de los cuales fue A Different Kind of Truth de 2012.
  El estilo único de Eddie lo llevó a participar con un solo de guitarra en la composición “Beat It”, de Michael Jackson, aunque su solo más célebre es el de “Eruption”, del primer disco de Van Halen. Por cierto, Eddie creó su propia guitarra, la Frankenstrat, esa guitarra roja con franjas blancas que casi siempre lo acompañaba.
  Eddie van Halen murió el pasado martes en un hospital de Santa Mónica, California, víctima de un cáncer en la garganta, contra el que luchaba desde hacía un lustro. Fumador y bebedor empedernido desde los doce años de edad (también tuvo problemas con las drogas en alguna etapa de su vida), achacaba su enfermedad, sin embargo, a que solía colocar una púa de guitarra metálica en sus labios cuando tocaba las partes de tapping, tan característicamente suyas, en las que no requería de ese adminículo. Explicación dudosa que quizá no era más que una humorada suya.
  Eddie ya descansa en paz, según reza el lugar común, y como un modesto homenaje, presentamos aquí, en forma cronológica, una decena de los temas más memorables en que destacó con su guitarra virtuosa y su sempiterna sonrisa entre irónica y bonachona.

1.- “Eruption” (del álbum Van Halen, 1978). Más que una canción, es un solo de guitarra de 1:42 minutos con el que Eddie Van Halen hizo su asombrosa y vertiginosa presentación en sociedad. Un solo legendario que ha sido mil veces imitado y jamás igualado (en concierto, solía prolongarlo por varios minutos, como una especie de acto de malabarismo extremo).

2.- “Running with the Devil” (del álbum Van Halen, 1978). El primer sencillo del álbum debut de Van Halen, con la guitarra de Eddie que brilla tanto en los sólidos acordes del riff como en las mil florituras y el breve solo. Una de las primeras muestras de las habilidades del guitarrista.

3.- “I’m the One” (del álbum Van Halen, 1978). En esta especie de boogie metalero, Eddie van Halen nos da un verdadero muestrario de todas sus habilidades. El solo transcurre a una velocidad sobrenatural, lo mismo que su rico repertorio de riffs, feels, bends y taps. Una cosa fuera de este mundo.

4.- “You’re Not Good” (del álbum Van Halen II, 1979). Van Halen tomó este éxito de Linda Ronstadt para darle la vuelta, sujetarlo por la garganta y transformarlo en un acompasado y sólido tema de rock duro. Lo más notable es el solo de Eddie, en el que mostró que su evolución como guitarrista iba en un ascenso tan rápido como su digitación en las cuerdas.

5.- “Everybody Wants Some!!” (del álbum Women and Children First, 1980). En la oscura atmósfera de esta densa y sexosa canción de su tercer disco, la guitarra del de Amsterdam vuelve a dominar con una enorme cantidad de recursos, firmemente apoyada por la sección rítmica del cuarteto. Un tema mórbido y con cierto grado de deliciosa insanidad.

6.- “Beat It” (del álbum Thriller, 1982). Eddie van Halen fue invitado por Michael Jackson para hacerse cargo del solo en este tema ya clásico del pop y el guitarrista lo hizo de maravilla. Quizás el mayor mérito de Eddie es que su guitarra suena a él mismo y no trató de darle un sonido más comercial y “accesible”. ¿El resultado? Posiblemente uno de los mejores solos de su vida.

7.- “Jump” (del álbum 1984, 1984). Si bien lo que caracteriza principalmente a este tema es el sonido del ochenterísimo sintetizador (tocado, por cierto, por el propio Eddie van Halen), su guitarra en contrapunto con la voz de David Lee Roth, anterior al coro, y su felicísimo solo previo a otra gran parte de teclado hacen que esta sea una de las mejores canciones de Van Halen, más allá de la merecida popularidad que consiguió y de su estatus de clásico.

8.- “Panama” (del álbum 1984, 1984). Laberínticas formas guitarrísticas, fuertemente atadas a un ritmo seco y constante, dan su principal sello a esta pieza, además del puente irresistiblemente hipnótico y con ciertas reminiscencias a Jimmy Page que aparece antes del estallido final. Otro tema imprescindible de la agrupación californiana y otra muestra del expertise de Eddie van Halen.

9.- “Hot for the Teacher” (del album 1984, 1984). ¿Qué se puede decir de la guitarra multitudinaria y en pleno vértigo de esta explosiva pieza llena de sexo, humor irónico y rocanrol? Un frenético frenesí de canción, si se me permite la bárbara y pleonástica expresión. Aquí, Eddie van Halen batió todas las marcas de velocidad de dedos. Eso para no hablar del divertidísimo y delirante video, tan saludablemente incorrecto.

10.- “Poundcake” (del álbum For Unlawful Carnal Knowledge –o F.U.C.K.– de 1991). Con Sammy Haggar como cantante, esta composición de Eddie van Halen fue interpretada con dos guitarras de doce cuerdas ¡y un taladro! El enorme corte abridor del noveno álbum de Van Halen nos sirve para cerrar este homenaje a uno de los más grandes e inventivos guitarristas en la historia del rock.

(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

viernes, 28 de agosto de 2020

10 temas clásicos de Deep Purple (+ 1)


Aunque pasó prácticamente inadvertido y suscitó muy pocos comentarios en los medios especializados del orbe, Deep Purple acaba de publicar un nuevo álbum en estudio: Whoosh! (Ear Music, 2020). Se trata de un buen trabajo. Nada comparable con los grandes discos clásicos del quinteto, bajo sus diversas y cambiantes formaciones a lo largo de más de medio siglo, pero es una obra que se deja escuchar con agrado, con buenos temas y una producción impecable, debida a Bob Ezrin.
  Conformado esta vez por Ian Gillan en la voz, Steve Morse en la guitarra, Roger Glover en el bajo, Ian Paice en la batería y el tecladista Don Airey –el mismo a quien el legendario Jon Lord llamó en 2002 para sustituirlo cuando se retiró del grupo–, Deep Purple refrenda de todos modos su grandeza como uno de los mejores grupos de rock de todos los tiempos.
  En homenaje a esta mítica agrupación británica, tan querida en nuestro país desde los años sesenta del siglo pasado, he aquí, por orden cronológico, una decena de sus composiciones más emblemáticas.
  Que las disfruten.

1.- “Hush” (del álbum Shades of Deep Purple, 1968). Ritchie Blackmore había trabajado como guitarrista de sesión desde mediados de los años sesenta, además de ser miembro del grupo instrumental The Outlaws. En 1968 formó a Deep Purple, al cual llamó al tecladista Jon Lord,  el bajista Nick Simper, el baterista Ian Paice y el vocalista Rod Evans, formación conocida como “Mark I”. En un principio siguieron los pasos de Vanilla Fudge, al tomar canciones de otras agrupaciones y transformarlas en versiones muy suyas. La mejor muestra de ello es su cover de “Hush”, composición original del cantante estadounidense de country Joe South. Blackmore y compañía convirtieron el tema en una explosión rocanrolera de tres minutos y lograron su primer éxito internacional. Una joya absoluta.

2.- “Black Night” (Sencillo, 1970). Si bien fue lanzada originalmente como single, esta pieza de famoso riff sería incluida en la edición conmemorativa de los 25 años del álbum Deep Purple in Rock. Ya con la mejor formación que jamás tuvo el grupo en su historia, la llamada Mark II, con Blackmore, Lord y Paice en sus lugares originales, más Roger Glover en el bajo y Ian Gillan en la voz principal, el tema representó una erupción aún mayor que “Hush” y el grupo se convirtió en  uno de los más importantes del planeta.
3.- “Child in Time” (del álbum Deep Purple in Rock, 1970). Tema épico por excelencia. Un tour de force que a 50 años de haber sido grabado, sigue sonando profundo, hipnotizante y poderoso. La voz de Gillan se escucha impresionante y las figuras del órgano de Lord son hoy un clásico, mientras que la guitarra de Blackmore es, como siempre, monstruosamente potente.

4.- “Speed King” (del álbum Deep Purple in Rock, 1970). El corte que inicia este álbum extraordinario con un caótico muro de sonido, antes de reventar con lo que algunos han visto como un tributo al rock and roll clásico. Una interpretación vertiginosa, rock a máxima velocidad, una aceleración a fondo que no se detiene durante los cinco minutos en que transcurre como una exhalación.

5.- “Fireball” (del álbum Fireball, 1971). Un tren fuera de control, otro tema híper rocanrolero impulsado por la velocidad en su máxima expresión. Aquí, la batería de Paice y el bajo de Glover alcanzan alturas insospechadas y nos conducen a lo largo de un viaje alucinante.

6.- “Highway Star” (del álbum Machine Head, 1972). La pista que abre el emblemático quinto LP de Deep Purple resume muchas de las mejores características y virtudes del grupo. Una canción que es como un auto desbocado, en la que cada uno de los cinco músicos demuestra estar en la cima de sus posibilidades instrumentales.

7.- “Smoke on the Water” (del álbum Machine Head, 1972). ¿Qué más se puede decir de este indiscutible clásico de la historia del rock? ¿Qué más se puede agregar para hablar de uno de los riffs más icónicos de todos los tiempos? La pieza central del Machine Head, con toda la historia que narra su letra, sobre el incendió que se produjo en el escenario del festival de Montreux, Francia, durante una actuación de Frank Zappa, es muy posiblemente el tema más emblemático del Purple, su mayor joya, su canción por antonomasia.

8.- “Woman From Tokyo” (del álbum Who Do We Think We Are?, 1973). Deep Purple ofreció ciertos atisbos de rock progresivo en esta composición inspirada por una japonesa a la que algunos de sus integrantes conocieron durante la gira que el grupo realizó por el País del Sol Naciente en 1970. Aunque la agrupación había alcanzado la cima con el Machine Head del año anterior, para 1973 empezaba a desmoronarse. De hecho, la grabación de este álbum fue muy conflictiva y eso se refleja hasta en el título del mismo: “¿quiénes creemos que somos?”. La formación “clásica” del quinteto desaparecería durante diez años y de algún modo “Woman From Tokyo” representó su temporal despedida.

9.- “Burn” (del álbum Burn, 1974). Debut de la tercera formación de Deep Purple, la Mark III. Ian Gillan y Roger Glover se habían ido y quedaban los tres integrantes primigenios del grupo: Jon Lord, Ritchie Blackmore e Ian Paice. A ellos se integraron David Coverdale (voz) y Glenn Hughes (bajo) y así la ruta púrpura prosiguió su camino. Otro gran riff de Blackmore para un tema impecable que se convirtió en un clásico instantáneo.

10.- “Perfect Strangers” (del álbum Perfect Strangers, 1984). Once años después de su desaparición, la formación Mark II volvió a unirse, así fuese de manera efímera, para producir un gran álbum, encabezado por esta enorme canción con todo el estilo purple. Otro estupendo tema de este disco es “Knocking at Your Back Door”.

10 + 1.- “Throw My Bones” (del álbum Whoosh!, 2020). No podía quedar afuera un corte del más reciente disco de Deep Purple. Sexagenarios y septuagenarios, tres integrantes del Mark II, más otros dos que en algún momento estuvieron en el grupo, hicieron este buen tema con letra de mensaje ambientalista. Después de 52 años, el sonido del grupo se conserva intacto. Aunque, hay que decirlo, hacen falta Jon Lord (quien falleciera en julio de 2012) y el fantástico Ritchie Blackmore, fundador primerísimo del histórico quinteto británico.

(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", la sección de música de la revista Nexos)

viernes, 17 de julio de 2020

10 grandes canciones que cumplen 20 años


2000. El último año del siglo XX, aunque muchos lo quieran ver como el primero del siglo XXI. Como sea, un año mítico, visto desde el pasado anterior al mismo, y quizás anecdótico, visto desde el presente. Ese año, en México se produjo la histórica derrota electoral del Partido Revolucionario Institucional y la llegada a la presidencia de la república del candidato panista Vicente Fox. Fue un momento en el que muchos pensamos que en verdad había sucedido un cambio político en el país, aunque con el paso de los años siguientes se vio que esto resultó muy relativo. En el entonces Distrito Federal, el perredista Andrés Manuel López Obrador asumía el cargo como Jefe de Gobierno. En 2000 nació, también en México, el diario Milenio, al tiempo que en Brasil eran detenidos la cantante Gloria Trevi y su productor, Sergio Andrade, acusados de rapto, secuestro y violación de menores. Mientras tanto, en Rusia llegaba al poder Vladimir Putin, al ser elegido presidente por primera vez, en tanto que en Venezuela Hugo Chávez se reelegía en la presidencia. Ya en noviembre, el republicano George W. Bush se convirtió en primer mandatario de los Estados Unidos. En contrapartida, en Perú Alberto Fujimori fue destituido como presidente de ese país andino. En Sidney, Australia, se llevaron a cabo los vigésimo séptimos Juegos Olímpicos.
  En el año 2000, Mario Vargas Llosa publicó su novela La fiesta del Chivo, Humberto Eco Baudolino, Arturo Pérez-Reverte El oro del rey y La carta esférica, Philip Roth La mancha humana, Ernesto Sabato La resistencia, José Saramago La caverna, Roberto Bolaño Nocturno de Chile, Jo Nesbø Petirrojo, Xavier Velasco Luna llena en las rocas, Kenzaburō Ōe Renacimiento, George R. R. Martin Tormenta de espadas y J.K. Rowling Harry Potter y el cáliz de fuego.
  Woody Allen dirigió Small Time Crooks y se estrenaron películas como Gladiador de Ridley Scott, Memento de Christopher Nolan, Requiem por un sueño de Darren Aronofsky, Erin Brockovich de Steven Soderbergh, Alta fidelidad de Stephen Frears, Casi famosos de Cameron Crowe, Billy Elliot de Stephen Daldry, El tigre y el dragón de Ang Lee, Dancing in the Dark de Lars von Trier, In the Mood for Love de Wong Kar-wai y Amores perros de Alejandro González Iñárritu.
  En 2000 murió el historietista estadounidense Charles M. Schulz, creador de Peanuts. También fallecieron el escritor Yehuda Amijai, los músicos Screaming Jay Hawkins, Ian Dury, Ofra Haza, Julie London, Kirsty McColl, Jean-Pierrre Rampal, Franck Pourcel, Tito Puente, Johnny Taylor, Paul Young y Benjamin Orr; el político canadiense Pierre Trudeau, el cineasta francés Claude Autant-Lara, la actriz Loretta Young, los actores Vittorio Gassman, Walter Matthau, Alec Guinness y Richard Mulligan y el ex atleta olímpico checo Emil Zátopec. En México, se produjeron los decesos del pintor Gunter Gerzso, los escritores Fernando Benítez y Jesús Gardea, la escritora Pita Amor, el cineasta Juan Ibáñez, el dramaturgo Héctor Azar, la coreógrafa Amalia Hernández, el compositor Cuco Sánchez, el cantante Manolo Muñoz, el locutor deportivo Fernando Marcos, los políticos Carlos Castillo Peraza, Alfonso Corona del Rosal y Fernando Gutiérrez Barrios, la activista Gaby Brimmer, el banquero Manuel Espinosa Yglesias, las actrices Libertad Lamarque, Virma González y Meche Barba, el actor y locutor Carlos Amador, el actor cómico Enrique Cuenca “El Polivoz”, el cantante popular Mike Laure, el luchador Blue Demon, el beisbolista Aurelio Rodríguez y el ex jefe policiaco Arturo Durazo.
  Veamos ahora una decena de las canciones más importantes del año 2000.

1.- “The National Anthem”. Radiohead. Proveniente de su álbum Kid A, esta poderosa composición experimental está basada en un bajo persistente, con una gran influencia del jazz, incluso del free jazz à la Charlie Mingus. Caótica y ruidosa, es una muestra de lo que el quinteto inglés estaba haciendo en el año 2000.

2.- “Street Fighting Man”. Rage Against the Machine. En 2000, el combativo grupo angelino grabó Renegades, un álbum de covers a los que revistió de su restallante estilo, con elementos de rap y heavy rock, como podemos escuchar en esta clásica pieza de los Rolling Stones.

3.- “Beautiful Day”. U2. Tema abridor de su disco All That You Can’t Leave Behind, esta hermosa y emotiva composición del cuarteto irlandés se convirtió en un impensado éxito masivo que volvió a poner a U2 en la cima de la popularidad mundial. Según Bono, la canción trata sobre perder todo pero encontrar alegría en lo que todavía se tiene.

4.- “Darling Lorraine”. Paul Simon. Un triste relato de amor. La historia de una pareja dispareja, sus inicios amorosos y sus rompimientos hasta el desgraciado final es lo que narra Simon en esta pieza con lejanos ecos africanos a la Graceland. Una extraña y poco conocida perla del músico y compositor neoyorquino.

5.- “Glitter In Their Eyes”. Patti Smith. Acompañada por Tom Verlaine en la guitarra y Michael Stype en los coros, Smith logró un sólido rock que rememora sus mejores tiempos de garagera poética. Parte del álbum Gung Ho, esta “Brillo en sus ojos” brilla por sí misma.

6.- “Razor Love”. Neil Young. Bellísimo y sutil tema del trovador canadiense para su álbum acústico Silver & Gold de ese 2000. Una canción de amor, de amor afilado que corta pero que te hace externar palabras como “realmente me alegras el día con las pequeñas cosas que dices” o “tengo fe en ti, es el tipo de amor que corta limpiamente”. Un tema etéreo, conmovedor.

7.- “Ex-Girlfriend”. No Doubt. Rock pop en su esencia. Escrita por la front woman del grupo, Gwen Stefani, la canción habla sobre su entonces pareja, el cantante del grupo Bush, Gavin Rossdale. Con líneas como “siempre supe que terminaría siendo tu ex novia / Espero tener un lugar especial entre todas las demás / Sabes que me enferma estar en esa lista / pero debería haber pensado en eso antes de besarnos”. Dos años después, sin embargo, se casaría con él.

8.- “Paranoia Key of E”. Lou Reed. Uno de los álbumes menos apreciados del ex Velvet Underground es el Ecstasy, justo del año 2000. Sin embargo, se trata de un trabajo estupendo y más que interesante, del cual este track abridor es un claro ejemplo. Un rock muy a la Reed: seco, duro, acompasado, transformador.

9.- “Hate to Say I Told You So”. The Hives. Garage y punk se funden con fuerza, a la manera escandinava de The Hives. El grupo sueco se dio a conocer mundialmente con su segundo disco, Veni Vidi Vicious, con un rock que entusiasmó a muchos, aunque al final se diluyó en el mar de los one hit wonders. No obstante, a veinte años de distancia la canción conserva su irreverente y desafiante encanto adolescente.

10.- “Mad Dog God Dam”. Elastica. El post punk a la brit pop de Elastica se volvió más pronunciado y ruidoso en su segundo (y último) trabajo discográfico, el excelente The Menace. Si ya en su álbum debut homónimo de 1995 había mostrado su gran potencial, el grupo liderado por Justine Frischman se despidió (y es una lástima) del firmamento musical con piezas tan buenas e interesantes como esta.
(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

viernes, 10 de julio de 2020

“Yo, Ennio Morricone, he muerto”


Ennio Morricone, uno de los más grandes compositores italianos contemporáneos, falleció la madrugada del pasado lunes 6 de julio, a los 91 años de edad. El autor de algunas de las bandas sonoras más célebres de la historia del cine murió en una clínica de la ciudad de Roma, debido a complicaciones surgidas a raíz de una caída que le fracturó el fémur.
  A manera de despedida, el músico dejó una carta obituario, con la instrucción de que fuese publicada en la prensa de su país después de su deceso. La misiva fue leída ante los medios por su abogado y gran amigo, Giorgio Assumma.
  Hijo de un trompetista, Morricone nació en 1928, en el seno de una familia de clase media baja. Su padre solía tocar en clubes nocturnos, como parte de una orquesta, y fue él quien lo inició en la música y lo ánimo a componer cuando el niño apenas tenía seis años de edad. Ya en la adolescencia, Ennio ingresó al Conservatorio de Música de Roma y pocos años después empezó a trabajar como arreglista de canciones comerciales en el sello RCA Victor. De ahí pasó al cine y comenzó a escribir música para películas. Fue entonces que conoció al realizador Sergio Leone, con quien formaría una mancuerna legendaria.
  Leone estaba fascinado por el tema “Degüello”, de la banda sonora de Dimitri Tiomkin para la cinta de 1959  Río Bravo, de Howard Hawks, y pidió a Morricone que compusiera algo parecido para su western (o spaghetti western) Por un puñado de dólares, de 1964. La pieza se convirtió en el tema principal de la película. Director y compositor no se separaron y alcanzaron su cúspide fílmica y musical con la hoy clásica El bueno, el malo y el feo (1969) y la composición “The Ecstasy of Gold”.
  A partir de entonces, surgieron en Italia y el mundo entero imitadores del estilo creado por Morricone (muy distinto al de Tiomkin). Sin embargo, el romano evolucionó hacia otros estilos y empezó a trabajar con nuevos cineastas italianos, como Sergio Corbucci, Sergio Sollima, Gillo Pontecorvo, Elio Petri y el francés Henri Verneuil. Pero su paso a la internacionalización se dio cuando creó la música de la cinta Novecento (1976), de Bernardo Bertolucci.
  Su llegada triunfal a Hollywood se produjo con la composición de la banda sonora de Días del cielo (1978), de Terrence Malick. Fue su primera nominación al Oscar, aunque no lo ganó.
  Para la década de los ochenta, el trabajo no le faltaba y en 1984 escribió la finísima partitura de la grandiosa Érase una vez en América, otra vez al lado se Sergio Leone. La consagración llegaría a las manos del gran Ennio dos años más tarde, gracias a la música de La Misión, dirigida por Roland Joffé. A decir del crítico español Juan Carlos Jiménez, “esta es una de las grandes bandas sonoras de todos los tiempos y sería una obra de referencia para nuevos compositores como Hans Zimmer”.
  Vendrían colaboraciones con Brian de Palma (Los intocables, de 1987) y Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso, de 1988). Morricone estaba en lo más alto de su carrera y su fama y para fines de los ochenta y principios de los noventa vinieron trabajos que consolidaron su prestigio, como Búsqueda frenética de Roman Polanski (1988), ¡Átame! de Pedro Almodóvar (1990), Bugsy de Barry Levinson (1991), En la línea de fuego de Wolfgang Petersen (1993) y Lobo de Mike Nichols (1994).
  En 2006, Ennio Morricone recibió un Oscar, galardón que se le había negado tres veces, aunque se trató de un trofeo honorífico que celebraba toda su obra. No obstante, en 2013 Quentin Tarantino convenció al compositor italiano de realizar la banda sonora de su cinta Django desencadenado y más tarde de Los ocho más odiados (2015), trabajo este último que le concedió por fin el tan negado premio de la Academia.
  La sorpresiva muerte de Morricone en estos tiempos de pandemia y de confusión, de crisis generalizada en el mundo, duele por la trascendencia y la nobleza humana del personaje. Su repercusión en el cine del siglo pasado y parte de este es innegable. Tanto que hubo películas que para atraer al público, además de anunciar a su realizador y sus actores, resaltaban que la música era del gran Ennio, cuyos trabajos también se han presentado (y se seguirán presentando) en salas de concierto, al lado de las obras de Mozart, Beethoven, Brahms y tantos otros genios de la música.
  Para terminar, he aquí la emotiva y conmovedora carta que poco antes de morir escribió Ennio Morricone para los suyos y para el mundo.

Yo, Ennio Morricone, he muerto. Lo anuncio así a todos los amigos que siempre me fueron cercanos y también a esos un poco lejanos que despido con gran afecto.
Pero un recuerdo particular es para Peppucio y Roberta, amigos fraternos muy presentes en estos últimos años de nuestra vida.
Hay solo una razón que me empuja a despedirme de este modo y a tener un funeral privado: no quiero molestar.
Saludo con mucho cariño a Inés, Laura, Sara, Enzo y Norbert por haber compartido conmigo y con mi familia gran parte de mi vida.
Quiero recordar con amor a mis hermanas Adriana, Maria y Franca y sus seres queridos y hacerles saber cuánto las quise.
Un saludo lleno, intenso, profundo a mis hijos Marco, Alessandra, Andrea y Giovanni, mi nuera Mónica y a mis nietos Francesca, Valentina, Francesco y Luca.
Espero que entiendan cuánto los he amado.
Por último María (pero no última). A ella renuevo el amor extraordinario que nos ha mantenido juntos y que lamento abandonar.
Para ella es mi más doloroso adiós.


(Publicado el día de hoy, con mi sinónimo Julián Sorel, en la sección "Acordes y desacordes" de la revista Nexos)

viernes, 26 de junio de 2020

El nuevo disco de Bob Dylan, a sus 79


Estos tiempos inciertos de pandemia y encierro, de incertidumbre y pasmo colectivos, no parecerían los más propicios para que los músicos lancen nuevas obras. O sí. Después de todo, el hecho de que tanta gente en el mundo permanezca confinada en sus casas (aunque mucha otra no pueda darse ese dudoso lujo) hace que trate de aprovechar sus momentos de ocio con las más diversas opciones. Una de ellas, la música.
  A fines de marzo, cuando la locura del coronavirus empezaba a convertirse en la peor pesadilla de esta y varias generaciones, Bob Dylan nos sorprendió con el lanzamiento de una nueva canción: “Murder Most Foul”. Se trata de un tema larguísimo, de más de 16 minutos de duración, en el que el cantante y compositor revisa y recorre diversos aspectos de la cultura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, con el magnicidio de John F. Kennedy como punto de partida: “Fue un día oscuro en Dallas, en noviembre del 63 / Un día que perdurará en la infamia / El presidente Kennedy lo estaba haciendo bien / Un buen día para estar vivo y un buen día para morir / Ser llevado al matadero como un cordero para sacrificar”.
  Sorpresivamente, la pieza se convirtió en gran éxito mundial. En un principio, muchos pensamos que se trataba de una composición aislada, quizás una golpe de inspiración de Dylan mientras permanecía metido en su hogar. No fue así. En realidad era el primer sencillo (nada sencillo, por cierto) de lo que sería su primer disco en ocho años, luego del espléndido Tempest de 2012.
  Todavía aparecieron un par de sencillos más: “False Prophet” y “I Contain Multitudes” y con ellos el anuncio de la aparición del nuevo álbum. Rough and Rowdy Ways se llama la flamante obra discográfica del nacido en Duluth, Minnesota y permítaseme decir que estamos ante uno de los trabajos más importantes de toda la discografía dylaniana. Una obra maestra.
  La afirmación no es gratuita. Pocas veces un disco coincide de tal manera con la situación del mundo en general y de los Estados Unidos en particular. Esos Estados Unidos afectados no sólo por el Covid-19, sino por la polarización extrema y la violencia latente producida a lo largo y a lo ancho de ese país, luego del asesinato del afroamericano George Floyd por parte de un policía anglosajón, el 25 de mayo pasado, en el vecindario de Powderhorn, en la ciudad de Minneapolis, precisamente en el estado natal de Bob Dylan. Y si a eso añadimos que están a punto de iniciar las campañas para las elecciones presidenciales de noviembre, con el inefable e inenarrable republicano Donald Trump en busca de la reelección, el explosivo coctel está listo para lo imprevisible.
  Digo que es una enorme y asombrosa coincidencia que el álbum apareciera en este conflictivo contexto, porque las letras de los diez canciones que lo conforman hablan de muchas cosas que hoy se viven: desde la crisis política, económica y social, hasta la presencia de la enfermedad y de la muerte como algo tangible, palpable, presente. Aunque también la poesía del Premio Nobel de Literatura 2016 trata, en este disco, de amor y desamor, de alegría y dolor, de filosofía y de arte. De la vida, contemplada desde los 79 años de edad de este joven sempiterno que es Robert Zimmerman.
  Rough and Rowdy Ways inicia con la bellísima “I Contain Multitudes”, cuyo título está tomado de un verso de ese extenso y fascinante poema que es el “Canto a mí mismo” de Walt Whitman (“La mitad de mi alma, cariño, te pertenece / Me enrollo y retozo con todos los jóvenes / Contengo multitudes”). Los siguientes siete cortes no tienen desperdicio, desde el irónico y desafiante “False Prophet”, con sus toques blueseros (“Otro día que no termina / Otro barco que parte / Otro día de ira, amargura y duda / Sé cómo sucedió / Lo vi comenzar / Abrí mi corazón al mundo y el mundo entró en mí”) y el divertidamente escalofriante “My Own Version of You” (lleno de referencias literarias, históricas y musicales y con ecos de Mary Shelley y su Frankenstein), pasando por composiciones como la valseada y muy a la Leonard Cohen “I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You” (“He viajado desde las montañas hasta el mar / Espero que los dioses sean accesibles conmigo / Sabía que dirías que sí, yo también lo digo / He decidido entregarme a ti” –¿a una mujer, a la vida, a la muerte?) y la misteriosa “Black Rider” (“Jinete negro, jinete negro, todo vestido de negro / Me alejo, intentas hacerme mirar hacia atrás / Mi corazón está en reposo, me gustaría mantenerlo así / No quiero pelear, al menos no hoy / Ve a casa con tu esposa, deja de visitar a la mía / Uno de estos días me olvidaré de ser amable”) o el delicioso blues que es “Goodbye Jimmy Reed”, en honor de ese grande y mítico bluesero, y la conmovedora y de aires celtas “Mother of Muses” (“Madre de las musas… / llévame al río, suelta tus encantos / Déjame acostarme un rato en tus dulces y amorosos brazos / Despiértame, sacúdeme, libérame del pecado / Hazme invisible como el viento / Tengo una mente que divaga, tengo una mente que deambula / Viajo ligero y estoy tardando en llegar a casa”), hasta llegar a la rugosa y (otra vez) bluesera (con aires de Tom Waits) “Crossing the Rubicon” (“Tres millas al norte del purgatorio / Un paso desde el más allá / Rezo a la cruz / Beso a las muchachas / y cruzo el Rubicón”).
  El penúltimo track (¿blood on the tracks?) lo ocupa la larga y viajera (y viajada) “Key West (Philosopher Pirate)”, un homenaje a Key West, Florida, ese lugar donde algunas vez vivieron personajes como Ernest Hemingway, Tennessee Williams, Jimmy Buffett, Judy Blume y Shel Silverstein, y a la vez un tributo de nueve minutos al movimiento beat, a Buddy Holly y a Jimi Hendrix. Todo para culminar con ese clásico automático que es la ya mencionada y extensa “Murder Most Foul”.
  La jovialidad de Dylan a lo largo del álbum resulta tan ejemplar como envidiable. A sus 79 años sigue siendo el mismo muchacho de 19, casi 20, que llegó a Greenwich Village en 1961. Su creatividad permanece intacta y su joie de vivre parece eterna. No sólo eso. Rough and Rowdy Ways es una obra llena de fuerza y poderío, con la voz rasposa pero clara aún de un rebelde que no ceja, de un artista que no se rinde, de un rocanrolero que no deja de rocanrolear. Porque este disco es eso: rocanrol en su más pura, en su más absoluta esencia.
 
(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

viernes, 19 de junio de 2020

10 grandes canciones que cumplen 40 años


Parecería que ha transcurrido más tiempo. En 1980, la guerra fría seguía en pleno. Los Estados Unidos y la Unión Soviética continuaban jugando a las vencidas y sus respectivos líderes, Jimmy Carter y Leonid Brézhnev, se desafiaban debido a la ocupación de Afganistán por parte del ejército rojo. En noviembre, Carter perdería las elecciones presidenciales y el republicano Ronald Reagan se convertiría en el nuevo primer mandatario estadounidense. En Irán, el hombre fuerte era el ayatolá Jomeini; en Chile y Argentina, permanecían en el poder las juntas militares encabezadas por Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla, respectivamente, y en España era presidente Adolfo Suárez y empezaba la liberadora y contracultural movida madrileña.
  En El Salvador era asesinado el arzobispo liberal Óscar Romero, mientras oficiaba una misa. En Cuba, se producía el éxodo de Mariel hacia Miami, ciudad en la cual se producían disturbios raciales tras de que cuatro policías blancos fueran absueltos por el asesinato del afroamericano Arthur MacDuffie. También en Estados Unidos, el multimillonario Ted Turmer fundaba CNN, en tanto el gobierno de Carter rompía relaciones con la República Islámica de Irán. En Gdansk, Polonia, el líder obrero Lech Walesa lideraba la huelga que daría origen al sindicato Solidaridad. En Perú surgía la organización terrorista Sendero Luminoso y en Asunción, Paraguay, un comando sandinista de militantes argentinos batía en una emboscada al ex dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Mientras tanto, la OMS declaraba oficialmente erradicado del planeta al virus de la viruela.   
  En 1980 se llevaron a cabo los XXII Juegos Olímpicos, en la ciudad de Moscú, los cuales fueron boicoteados por los Estados Unidos y otros 65 países, debido a la ocupación soviética en Afganistán. México sí asistió.
  Ese año fue también de luto para la música en general y el rock en particular, debido al asesinato de John Lennon (diciembre 8) y las muertes del baterista de Led Zeppelin John Bonham (septiembre 25), el vocalista de Joy Division Ian Curtis (mayo 18) y el cantante de AC/DC Bon Scott (febrero 19).
  En México, el presidente José López Portillo iniciaba su cuarto año de gobierno. Entre los hechos más notorios destacan la implantación del Impuesto al Valor Agregado (IVA), el nombramiento de la primera secretaria de Estado (Turismo) del sexo femenino (Rosa Luz Alegría, de la que las malas lenguas aseguraban era amante del primer mandatario), el incendio del árbol de la Noche Triste y la inauguración de Perisur.
  En 1980, Umberto Eco publicó El nombre de la rosa, Jorge Luis Borges Siete noches, Truman Capote Música para camaleones, Julio Cortázar Queremos tanto a Glenda, John Kennedy Toole La conjura de los necios, Vasili Grossman Vida y destino, Stephen King La niebla, Ricardo Piglia Respiración artificial, J. M. Coetzee Esperando a los bárbaros, Gary Jennings Azteca y  Carl Sagan Cosmos.
  Louis Malle dirigió Atlantic City y se estrenaron películas como Toro Salvaje de Martin Scorsese, El resplandor de Stanley Kubrick, Fama de Alan Parker, El imperio contraataca de Irving Kerchner (producida por George Lucas), El hombre elefante de David Lynch, Superman II de Richard Lester y el debut cinematográfico de Pedro Almodóvar con Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón.
  En 1980 nacieron Regina Spector, Conor Oberst, Christina Aguilera, Ryan Gosling, Macaulay Culkin, Christina Ricci, Zooey Deschanel, Michelle Williams, Jake Gyllenhaal, Ana Claudia Talancón, Alondra de la Parra, Martina Hingis, Venus Williams, Pau Gasol, Ronaldinho, Xavi Hernández, Steven Gerrard, Salvador Cabañas y Omar Bravo.
  Fue el año de las muertes del escritor y filósofo francés Jean Paul Sartre, el novelista norteamericano Henry Miller, el literato cubano Alejo Carpentier, el cineasta británico Alfred Hitchcock, el actor inglés Peter Sellers, el actor estadounidense Steve McQueen, la mítica actriz (también estadounidense) Mae West, el cantante francés Joe Dassin, el psicólogo suizo Jean Piaget, el legendario atleta estadounidense Jesse Owens y la actriz mexicana Sara García, así como de los ya mencionados John Lennon, John Bonham, Ian Curtis y Bon Scott.
  El escritor polaco Czesław Miłosz recibió el Premio Nobel de literatura.
  Veamos ahora una decena de las canciones más importantes de 1980.

1.- “Crazy Little Thing Call Love”. Queen. Freddy Mercury realizó este tema como un claro homenaje a Elvis Presley y, según él mismo llegó a contar, componerla le llevó apenas diez minutos. Dado que sólo sabía unos cuantos acordes de guitarra, le fue sencillo escribir un rocanrol elemental pero altamente efectivo. Hoy es todo un clásico, incluido en él álbum The Game de 1980.

2.- “(Just Like) Starting Over”. John Lennon. Parte del magnífico álbum Double Fantasy, de noviembre de 1980, la canción había sido lanzada como sencillo en octubre de ese año, seis semanas antes de que Lennon fuese asesinado en Nueva York. John quiso hacer un tema con el estilo de Roy Orbison y lo logró con creces, al crear una melodía llena de alma, ternura y belleza. Fue el último single que lanzó en vida.

3.- “Another Brick in the Wall (Part 2)”. Pink Floyd. ¿Quién no conoce esta composición de Roger Waters, parte esencial del álbum The Wall de Pink Floyd? Se trata de una canción de crítica y protesta contra el sistema educativo inglés. Curiosamente, los elementos de música disco que contiene el beat de la pieza fueron una sugerencia del productor Bob Ezrin, debido a que era el género de moda en aquellos momentos. Waters se resistió en un principio, pero a David Gilmour le pareció una buena idea y al ser lanzado como sencillo, el tema tuvo un enorme éxito popular, éxito que aún perdura.

4.- “Ashes to Ashes”. David Bowie. Como parte del extraordinario disco Scary Monsters (and Super Creeps) de 1980, este corte de estilo neo romántico es una especie de despedida de Bowie a la década de los setenta y todo lo que significó para él. Con referencias al personaje de Major Tom de “Space Oddity”, el tema resulta un tanto oscuro e intrigante, pero de una calidad musical absoluta.

5.- “Biko”. Peter Gabriel. Otra canción de protesta del mismo año. Conmovido e indignado por el asesinato en prisión del activista sudafricano Steve Biko, Gabriel escribió este tema contenido en su tercer álbum. Musicalmente se refleja aquí el creciente interés del artista por los sonidos provenientes del África, los cuales mezcla con una guitarra distorsionada y un sintetizador en una pieza minimalista que va en un lento crescendo, en el cual se incluye un coro de voces, hasta desembocar en un fade out y cantos tribales africanos. Una composición altamente emotiva.

6.- “I Will Follow”. U2. El corte abridor del disco Boy, el primero de U2, es una pieza explosiva que ya contiene todos los ingredientes y el estilo del grupo irlandés. Bono escribió la letra en dedicatoria a su madre, fallecida cuando él tenía 14 años.

7.- “Brass in Pocket”. Pretenders. Aunque apareció a finales de 1979, esta estupenda muestra del mejor new wave fue conocida masivamente en enero de 1980. La letra describe a una mujer a punto de tener su primer encuentro sexual y expresa su confianza en que la experiencia será feliz. Aunque ella la escribió, la cantante y front woman del grupo, Chrissie Hynde, no estaba muy segura de si debía o no grabar la pieza. El productor insistió en hacerlo y la melodía se convirtió en uno de los temas imprescindibles de Pretenders.

8.- “Boys Don’t Cry”. The Cure. Esta gran composición de The Cure apareció como sencillo y se incluyó en el álbum recopilatorio homónimo de 1980. Muestra perfecta del rock pop inglés de finales de los años setenta del siglo pasado, su letra cuenta la historia de un hombre que ha renunciado a tratar de recuperar el amor que ha perdido y ríe para tratar de disfrazar su verdadero estado emocional, escondiendo las lágrimas en sus ojos, porque “los muchachos no lloran”.

9.- “Hungry Heart”. Bruce Springsteen. De su magnífico álbum The River (1980), este “Corazón hambriento” (el título está inspirado en un verso del poema de Lord Tennyson “Ulises”: “Siempre vagando con un corazón hambriento”) fue no sólo el primer sencillo sino el tema que permitió que El Jefe llegara por primera vez a las listas de Billboard. Originalmente, Springsteen la había escrito para dársela a los Ramones, pero al escucharla, su manager, Jon Landau, lo convenció de guardarla e incluirla en el disco que estaba grabando. Mejor decisión no pudo tomar.

10.- “Emotional Rescue”. Rolling Stones. ¿Stones à la Bee Gees? Muchos seguidores de Jagger, Richards y compañía se sintieron (nos sentimos) un tanto decepcionados y hasta traicionados por las tentaciones de sus satánicas majestades por acercase a la música disco (falsete de Jagger incluido). A 40 años de distancia, no sé si los de Londres estén totalmente perdonados por semejante pecado (aunque el tema es hoy uno de sus clásicos).

(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

lunes, 6 de abril de 2020

“Murder Most Foul”, la nueva y monumental canción de Bob Dylan


Fue una verdadera sorpresa. Cuando todo el mundo no piensa y no habla de otra cosa que no sea la pandemia del coronavirus y la enfermedad que provoca: el covid-19, un viejo cantautor estadounidense de 78 años de edad llamado Bob Dylan, da a conocer una nueva y larga canción de 16:54 minutos de duración. El tema apareció este 27 de marzo. Se trata del primer material original del músico desde la aparición del álbum Tempest en 2012.
  “Murder Most Foul” (algo así como “El asesinato más asqueroso”) es el título de esta monumental letanía, como la han calificado algunos críticos, en la cual el nacido en Duluth, Minnesota, en 1941, le canta no a la pandemia o al obligado confinamiento, sino que hace un recuento crítico, una espléndida narración poética, acerca de los años sesenta, a partir del asesinato del presidente John F. Kennedy.
  “Fue un día oscuro en Dallas, noviembre del 63 / Un día que vivirá en la infamia. / El presidente Kennedy estaba en lo alto / Un buen día para vivir y un buen día para morir / Ser llevado a la matanza como un cordero sacrificado / Él dijo: ‘Esperen un momento, muchachos, ¿saben quién soy?’ / ‘Por supuesto que sí, sabemos quién eres’ / Luego le volaron la cabeza mientras aún estaba en el auto / Derribado como un perro a plena luz del día / Era una cuestión de tiempo y el momento era el correcto / Tienes que pagar deudas, hemos venido a cobrar / Te vamos a matar con odio, sin respeto alguno. / Nos burlaremos de ti, te sorprenderemos y te lo pondremos en la cara / Ya tenemos a alguien aquí para ocupar tu lugar”, dicen las primeras líneas de la larguísima letra en esta canción minimalista, sin coros o estribillos, en la que la voz inconfundible de Dylan se hace acompañar por un piano y algunos otros instrumentos que aparecen incidentalmente, como ciertas cuerdas o una batería.
  1389 palabras conforman el poema que el autor de las lejanas “Blowin’ in the Wind” y “The Times They Are A-Changin’” interpreta como en un susurro, pero con un sentimiento indiscutible. A lo largo de la letra, hay menciones a la llegada de los Beatles a los Estados Unidos, a los festivales de Woodstock y Altamont, a la ópera rock Tommy de The Who, a numerosos personajes de la música de aquella época, a blueseros y jazzistas (John Lee Hooker, Jelly Roll Morton, Stan Getz, Oscar Peterson, Thelonious Monk, Charlie Parker, Nat King Cole…, aunque luego se refiere al jazz como “toda esa basura”), a ciertas canciones (“Lucille”, “Misty”, “Anything Goes”, “At the Top”, “A Key to the Highway”, “Mystery Train”, “Another One Bites the Dust”, etcétera), pero todo retorna, una y otra vez, al asesinato de Kennedy que es el verdadero leit motiv, el tema central de la composición.
  “Grabamos este tema hace tiempo y esperamos que la encuentren interesante”, escribió el buen Bob hace unos días en una breve nota, en la cual envió un saludo a sus seguidores y les transmitió su gratitud por su “apoyo y lealtad a lo largo de los años”. Finalmente, concluyó: “Cuídense y que Dios los bendiga”, en clara referencia a los momentos de epidemia que estamos viviendo en el mundo.
  ¿Suena a despedida? Puede ser o puede no serlo. Ojalá que no.

(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

viernes, 20 de marzo de 2020

Después de la fiebre del oro, medio siglo ha


Crosby, Stills, Nash & Young acababan de grabar su obra maestra, Déjà  Vu, cuando Neil Young los dejó y decidió producir su tercer álbum como solista. Quince meses habían pasado desde la salida de su disco anterior, el excelente Everybody Knows This Is Nowhere (1969), y el canadiense pasaba por una de sus recurrentes crisis existenciales. Escribir las canciones que constituirían After the Gold Rush (Reprise, 1970), arreglarlas y grabarlas fue para él una especie de terapia, una catarsis que hizo que pudiera seguir adelante en su carrera musical.
  Para realizar esta obra, Young se rodeó de varios amigos y de algunos músicos muy jóvenes. En el primer caso estaba su entrañable compadre Stephen Stills, con quien siempre, desde los tiempos de Buffalo Springfield, mantuvo una relación de amistad signada por el binomio amor-odio que los hacia distanciarse y volver a juntarse de manera bastante visceral e indiscriminada. También participaron sus compañeros de Crazy Horse –Danny Whitten, Billy Talbot y Ralph Molina–, además del bajista Greg Reeves (de C.S.N. & Y.) y un virtuoso pianista casi adolescente, de escasos diecisiete años, el debutante Nils Lofgren.
  After the Gold Rush es un álbum plácido e introspectivo, agridulce y de atmósferas campiranas. Neil Young siempre ha tenido dos vertientes musicales claramente marcadas y de algún modo esquizofrénicas: la folk, de tintes calmos y melancólicos, con instrumentaciones acústicas y vocalizaciones sutiles, y la –digamos– ruda o pesada, de tonalidades fuertes, agresivas, con arreglos electrificados y un uso en ocasiones inclusive exagerado del feedback (es esta segunda vertiente la que lo hizo tan aceptado entre los músicos que a principios de los noventa iniciaron el movimiento grunge y adoptaron a Young prácticamente como su padrino). After the Gold Rush pertenece claramente a la primera tendencia, la de aires folclóricos que a la larga influiría también en otra corriente actual: la del alt-country.
  El disco abre su lado A con “Tell Me Why”, una balada fina que tiene en su sencillez su mayor virtud y en la guitarra punteada y la voz de Young la calidez de una plegaria. La sigue el tema que da título al álbum, una pieza llena de melancolía y desesperación, con una letra extraña, un canto tristísimo con ecos apocalípticos acompañado tan sólo por el piano de Young, aunque al final aparece lo que parece ser el sonido de un corno francés. “Only Love Can Break Your Heart” es una delicada obra de orfebrería musical, una absoluta belleza con una melodía que recuerda un poco a Burt Bacharach y una letra sobre el amor en la juventud temprana. “Southern Man”, en cambio, representa un rompimiento por su relativa dureza (es una canción de protesta contra el racismo sureño en los Estados Unidos que tuvo una singular contrarréplica en “Sweet Home Alabama” de Lynyrd Skynyrd, cuya letra decía “Espero que Neil Young recuerde / que el hombre del sur no lo quiere ver por aquí nunca más”). El piano del joven Lofgren destaca sobremanera en este clásico neilyoungiano. La calma regresa con “Till the Morning Comes”, una brevísima melodía que más parece una coda, con un arreglo que vuelve a recordar a Bacharach.
  El segundo lado da comienzo con la hermosa “Oh, Lonesome Me”, el único corte del disco que no compuso Neil Young (lo escribió el intérprete de música country Don Gibson). Continúa con la extraordinaria “Don’t Let It Bring You Down”, para mi gusto la mejor canción de After the Gold Rush y una de las mejores jamás escritas por el de Toronto, una joya absoluta que da pie a “Birds”, una preciosa y simple canción sobre un amor que llega a su fin; a “When You Dance You Can Really Love”, una de las piezas musicalmente “fuertes” del álbum; a “I Believe in You”, conmovedora, sentida y llena de elegancia; a “Cripple Creek Ferry”, la composición final, con ecos de The Band y de la “Proud Mary” de Creedence Clearwater Revival”.
  After the Gold Rush es un álbum esencial dentro de la discografía de Neil Young. Lo seguiría Harvest (1972), otra obra enorme. Ambos trabajos muestran la grandeza de este cantautor que hoy sigue en activo y quien jamás ha dejado de ser congruente consigo mismo.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Smashing Pumpkins: 25 años de melón-colía


¿El álbum blanco de los noventa, como se le llegó a decir? Definirlo de esa manera sería una injusta comparación. Injusta para los Beatles e injusta para los Smashing Pumpkins. Porque quizá lo único que hermana a ambos trabajos es que se trata de álbumes dobles en los cuales se incluye una gran cantidad de canciones que siendo disímbolas entre sí, dan como resultado un conjunto contradictorio pero a la vez congruente y equilibrado. No obstante, Mellon Collie and the Infinite Sadness (Virgin Records, 1995) es una obra que posee características propias y singulares.
  De las bandas llamadas alternativas de principios de los noventa, Smashing Pumpkins se distinguió desde un principio por seguir su propio camino. Su música pronto se alejó del rudo y violento grunge surgido en Seattle, para dirigirse a terrenos en los cuales corrientes como el dream-pop, el dark, el heavy metal, el progresivo y la sicodelia tenían mucho que decir. Y es precisamente en su tercer álbum –luego de Gish (1990) y Siamese Dream (1993)– donde estas influencias confluyen y se sintetizan de un modo más claro. Billy Corgan, líder, cabeza y alma de la agrupación, un verdadero enfant terrible del rock noventero, demostró en Mellon Collie... su genio creativo, al producir una amalgama de composiciones llenas de riqueza armónica y melódica, en medio de un sentido rítmico que iba de los sólidos beats del rock duro a la acompasada suavidad de baladas cargadas de perversa dulzura.

Del amanecer al crepúsculo
Producido por Flood, Alan Moulder y Billy Corgan, el álbum se encuentra dividido en dos partes, cada una contenida en un disco y con la medida proporcional de catorce composiciones por mitad. El disco uno (Dawn to Dusk) es el menos oscuro y más accesible, lo cual no significa que se trate de un segmento fácil de asimilar. Aquí, a los finos arreglos instrumentales de cuerdas y teclados corresponden dosis de guitarras distorsionadas (debidas sobre todo a James Iha), mientras la voz de Corgan puede ir de una ternura un tanto enfermiza a una dureza angustiada y angustiante que arroja al rostro del escucha sus sardónicas letras llenas de desencanto, malestar y agónica congoja. Hay aquí temas tan soberbios como la introducción pianística del corte que da nombre al disco, la belleza orquestal (con ejecutantes pertenecientes a la Sinfónica de Chicago) de “Tonight, Tonight”, las explosiones grungeras de “Jellybelly”, “An Ode to No One” y “Zero” (con un riff que ya es un clásico), la headbangera “Bullet with Butterfly Wings”, la tensa y a la vez relajada (valga la paradoja) “To Forgive”, la luminosa “Galapogos” (sic), la portentosa “Porcelina of the Vast Oceans” y la concluyente “Take me Down”.

Del crepúsculo a la luz estelar
Twilight to Starlight, es decir el segundo disco del álbum, es ciertamente más denso y hermético que la primera parte de Mellon Collie.... Eso no significa que nos encontremos frente a la contraparte de Dawn to Dusk, más bien se trata de un complemento un tanto más nebuloso que abre con “Where Boys Fear to Tread” y culmina con “Farewell and Tonight”. Entre las doce piezas restantes hay temas muy populares como “Thirty-three” y “1979” más otros no por menos conocidos menos buenos, como el cuasi blacksabbathiano “X.Y.U.”, “In the Arms of Sleep”, el pesadísimo “Tales of a Scorched Earth”, el melancólico “Stumbleine”, el graciosamente vampiresco “We Only Come Out at Night” y esa belleza que es “Lily (My One and Only)”.
  Mellon Collie and the Infinite Sadness, el ambicioso proyecto artístico de Billy Corgan grabado en Chicago y Los Angeles, con la mitad de las canciones compuesta con guitarra y la otra mitad con piano, es de algún modo el testamento musical de la primera época de Smashing Pumpkins con su formación original (el propio Corgan, James Iha, la bajista D’Arcy Wretzky y el baterista Jimmy Chamberlin). Un testamento que perdura un cuarto de siglo después y que trascenderá a lo largo del tiempo.


(Publicado hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

domingo, 2 de febrero de 2020

El "Odelay" de Beck


Si con su disco debut (Mellow Gold, 1994) Beck consiguió crear una sorprendente y afortunada, aunque un tanto dispersa, mezcla de diversos géneros musicales (folk, hip-hop, rock puro, country, blues, bluegrass, pop y cierto art noise a la Sonic Youth), con su segundo álbum para Geffen, el genial Odelay (1996) –entre ambos hay dos trabajos discográficos independientes, ambos de 1994: Stereopathetic Soul Manure y One Foot in the Grave– logró dar una cohesión a la variedad temática y estilística de la que el Mellow Gold en cierto modo carecía.
  Odelay es una de las obras maestras del rock de los años noventa. Profundo y al mismo tiempo juguetón, divertidamente denso y oscuramenmte ligero, el disco es un juego de paradojas y yuxtaposiones, una colección de melodías con cambios bruscos e inesperados, una muestra de lo que el arte de la edición musical y la técnica del sampleo lograron durante aquella década, como si siguieran las propuestas literarias –el cut up– de William Burroughs. En Odelay no sólo están presentes los géneros que aparecen en su antecesor, sino que Beck abordó también el jazz, el surf, el lo-fi, el lounge y hasta la música norteña mexicana, en un elaborado collage de brillantísima factura y un sentido del humor que campea del primero al último cortes.
  ¿Se puede encasillar el estilo de Beck Hansen como compositor? ¿Es posible clasificar su música y colocarla en un estanco definido? La respuesta es no. Si una virtud tiene este joven músico nacido en Los Angeles, California, en1970, es su afortunado eclecticismo. Las catorce canciones que constituyen este álbum son muy diferentes entre sí y las variaciones rítmicas y armónicas permiten que cada escucha de la grabación nos depare sorpresas y hallazgos novedosos. Es como una caja de sorpresas que no se agota luego de muchas veces de oírla.
  Los temas están sin embargo basados en formas musicales sencillas y hasta elementales. Y este es uno de los principales méritos de Beck: su capacidad para derivar múltiples variantes a estructuras simples. Así, Odelay va del garage rock sesentero de "Devil's Haircut" al soul-funk de "Hotwax" y del country-blues muy a la Ray Davies de "Lord Only Knows" a la balada irónica de "Jack-ass", pasando por el folk de "Ramshackle", el rap de "High 5 (Rock the Catskills)", el punk de "Minus", las experimentaciones art noise de "Novocane" y las incursiones beatleras (de una y mil maneras nos recuerda a "Taxman" de George Harrison) en la extraordinaria "Where It's At" (una pieza que en sí misma y por sí sola resume todo el sentido heterodoxo del álbum).
  Resulta claro que para lograr que toda esa combinación de ingredientes concluyera en un platillo de alta repostería sonora se necesitaba de la mano maestra de cocineros especializados, de productores de primer orden. De ahí que junto con Beck mismo trabajaran en la producción del disco los espléndidos Dust Brothers, además de la participación en algunos cortes de Mario Caldato, Brian Paulson, Tom Rothrock, Rob Schnapf y Jon Spencer. La labor de los Dust Brothers fue fundamental para darle al disco ese aire a la vez inquietante y lleno de gracia, ese fluido movimiento perpetuo que parece proseguir después de finalizado el compacto.
  En Odelay, Beck interpretó prácticamente todos los instrumentos: guitarras acústicas y eléctricas; órgano, piano y teclados en general; bajo, armónica, percusiones y, por supuesto, voces. No obstante, algunos músicos también pusieron su granito de arena, empezando por el gran jazzista Charlie Haden (bajo), Mike Botio (órgano y trompeta), Greg Leisz (guitarra de acero), Joey Waronker (batería), Dave Brown (saxofón) y hasta Mike Millius (gritos).
  Por lo que toca a la temática literaria, las letras de las canciones poseen un sentido poético muy dylaniano, con textos acerca de la alienación social, la necesidad (¿la urgencia?) de evadirse de la gris realidad imperante e historias de personajes inadaptados. En una palabra, temas clásicos que muchos compositores han tocado a lo largo de la historia del rock.
  Odelay fue la demostración palpable de que Beck no era el clásico creador de un éxito y que después de "Loser" existían muchas cosas por llegar. Sus álbumes posteriores –Mutations (1998) y sobre todo Midnite Vultures (1999)– no hicieron más que confirmar la especie y enseñar que el talentoso californiano es un feliz y polifacético subvertidor de toda clase de géneros musicales, con la inventiva, la inteligencia, la temeridad y el talento suficientes para sorprendernos con las obras que emprenda en el futuro.

(Reseña que publiqué originalmente en la sección "La nueva música clásica" de La Mosca en la Pared No. 44, en febrero de 2001)

martes, 28 de enero de 2020

Black Sabbath: una paranoia de medio siglo


“Sin Black Sabbath no creo que hubiese existido Metallica”, declaró alguna vez el guitarrista Lars Ulrich, mientras que Kurt Cobain dijo que Nirvana era “el punto intermedio entre los Beatles y Black Sabbath”. La influencia del cuarteto fundado en Birmingham, Inglaterra, por Ozzy Osbourne, Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward es fundamental en la historia del heavy metal y Paranoid (Vertigo, 1970), su segundo trabajo discográfico, es muy posiblemente su obra de mayor trascendencia.
  A principios de 1970, el cuarteto había grabado Black Sabbath, una combinación de canciones que iban de los temas blueseros que solía tocar cuando el grupo aún se llamaba Earth, a sus primeras composiciones de tinte pesado que emparentaban a Osbourne y compañía con agrupaciones como Blue Cheer, Steppenwolf y Deep Purple. Ese primer intento fue realizado en apenas doce horas, en un par de consolas de cuatro tracks de los estudios Regent Sound de Londres. Seis meses después, Black Sabbath regresó a las cabinas de grabación para producir Paranoid, un disco en el cual ya estaban plenamente desarrolladas las características de su inconfundible y hoy legendario sonido.
  Por aquellos días, el cuarteto solía presentarse en el Star Club de la ciudad de Hamburgo, Alemania, donde tocaba hasta seis sets de cuarenta y cinco minutos por noche, en un verdadero tour de force que hizo a los cuatro músicos perfeccionar su estilo. Cuenta el bajista Geezer Butler que, por ejemplo, “War Pigs” originalmente duraba 40 minutos y así la interpretaban en aquel club germano.   Tony Iommi efectuaba larguísimos solos, con las cuerdas de su guitarra aflojadas a propósito.
  Para quienes no conozcan esta parte de la historia, Iommi tuvo un accidente a los diecisiete años de edad, en la fábrica donde laboraba, percance que le hizo perder las yemas de los dedos medio e índice de su mano derecha. Aunque los médicos le auguraron que jamás volvería a tocar, se las ingenió para fabricarse unas prótesis que cubrieron las partes afectadas y con enorme fuerza de voluntad se convirtió en el guitarrista que llegó a ser. Sin embargo, para amainar el dolor, tuvo que aflojar las cuerdas del instrumento, otorgándole al mismo un timbre más grave de lo habitual y creando así, de manera un tanto fortuita, el inconfundible sonido que haría célebres a sus riffs.
  Paranoid tuvo un impacto inmediato en Europa y el continente americano. En México, Black Sabbath logró conformar una inmediata cofradía de seguidores y lo mismo sucedió en diversas partes del planeta.
  Musicalmente, el álbum muestra una atmósfera dramática, opresiva, deprimente y oscura, debida sobre todo a sus tonalidades menores y al compacto y casi monolítico desempeño de cada integrante del grupo. En cuanto a la temática del disco, las letras hablan lo mismo de asuntos traumáticos de la vida real como la muerte, la guerra, la enfermedad y las drogas, que de alucinadas narraciones que rondan lo sobrenatural y el horror gore.
  El disco abre con la ya clásica “Paranoid”, un hito del rock pesado, con su ya clásico riff y la voz aguda de Osbourne a toda su potencia. Se trata de la composición que abrió a Black Sabbath las puertas del mundo y los catapultó a las alturas que no abandonarían durante prácticamente toda la década de los setenta.
  “War Pigs” es otra pieza emblemática del cuarteto. Claro alegato contra la guerra de Vietnam (“En el campo los cuerpos quemados / Mientras la maquina de la guerra avanza / Muerte y odio contra la humanidad / Envenenando sus cerebros lavados…”), fue prohibida en varias partes de los Estados Unidos por su mensaje y adoptada a su vez como himno por muchos de los jóvenes norteamericanos que se negaban a ir a combatir a Indochina. De hecho, el álbum iba a llamarse originalmente War Pigs, pero justo por sus implicaciones políticas la disquera les pidió cambiarlo y, dado el éxito radial de la canción “Paranoid”, el nombre del acetato quedó como hoy se conoce.
  El tercer corte del lado A del disco es un tema atípico dentro de la producción de Black Sabbath. “Planet Caravan”, con su lento compás percusivo y la voz filtrada de Ozzy, tiende más a la sensualidad y el misterio, una melodía oscura con un solo de guitarra acústica que mostraba la influencia de Jimmy Page y su Led Zeppelin.
  Concluye la primera parte del álbum con la poderosísima y también clásica “Iron Man”, caracterizada por el memorable y pesadísimo riff de la guitarra de Iommi y el cambio de ritmo a mitad del camino para regresar a la densa atmósfera inicial.
  El segundo lado abre con “Electric Funeral”, otra muestra de las lentas y sombrías figuras de Iommi, combinadas con el bajo de Butler –un bajo que lejos de contrapuntear, suele seguir con puntualidad los riffs de la guitarra (“un truco que le aprendí a Jack Bruce”, según llegó a confesar alguna vez el propio Butler)– y la batería casi jazzística de Ward.
  “Hand of Doom” es quizá la mejor composición del disco. Desde su ominoso inicio, con ese bajo lúgubre que va siguiendo la voz de Osbourne, para desembocar más adelante en un estallido de la guitarra que se traduce en una aceleración plenamente metalera, antecedente claro de la rítmica para headbangers. El tema va y viene, sube y baja, se aleja y retorna con fuerza brutal, mientras su parte instrumental recuerda a los largos jam sessions de grupos sesenteros de la costa oeste estadounidense como Quicksilver Messenger Service o Big Brother and the Holding Company.
  El instrumental “Rat Salad” permite el lucimiento de Iommi, Butler y Ward (este último se permite un buen solo de batería) y el álbum concluye con la estupenda “Fairies Wear Boots”, con una elegante guitarra por parte de Iommi (en la introducción conocida como “Jack the Stripper”) y algunas variantes a lo largo de los poco más de explosivos seis minutos que dura el tema.
  Paranoid es un clásico del heavy metal, un disco primigenio, una obra fundacional y definitiva.

(Publicado el día de ayer en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

miércoles, 8 de enero de 2020

Los 50 años de Layla (y otras variadas canciones de amor)


En 1969, Eric Clapton se encontraba en una de las tantas encrucijadas que han marcado su vida. Su vertiginosa carrera había conocido, a partir de 1963, toda clase de excesos. Desde los tempranos días en que tocaba con los Yardbirds y poco después con los Bluesbreakers de John Mayall, tiempos en que las paredes de la ciudad de Londres lucían llenas de graffitis que pregonaban: "Clapton es Dios", el guitarrista comenzó a sufrir los estragos del estrellato. Y más los padeció durante su estancia en Cream, el legendario trío que formó al lado de Jack Bruce (bajo) y Ginger Baker (batería), primera banda de rock en ser considerada como “supergrupo”, misma denominación que recibiría Blind Faith, el cuarteto que incluía a Clapton y Baker, junto al prodigioso tecladista y cantante Steve Windwood y el bajista y violinista Rick Grech.
  Tratando de escapar de las presiones de la fama y la idolatría de un público fanatizado, el virtuoso requintista amante del blues se trasladó ese año a los Estados Unidos y allí colaboró como un integrante más de la Plastic Ono Band de John Lennon (su aparición en el álbum Live Peace in Toronto, tocando su poderosa guitarra en “Cold Turkey” es memorable), para integrarse más tarde, de manera temporal, a la agrupación de Delaney y Bonnie Bramlett, en la cual se relacionó con músicos menos famosos pero de enorme calidad. Fue con algunos de ellos que grabó su primer disco como solista (Eric Clapton, 1970), del cual surgió su célebre versión a la canción de J.J. Cale “After Midnight”, para inmediatamente formar una nueva banda: Derek & the Dominos.
  El grupo estaba constituido por Eric Clapton en la voz y la guitarra líder, Bobby Whitlock en teclados y voz, Carl Raddle en el bajo y Jim Gordon como baterista –los tres últimos, miembros oficiales de Delaney & Bonnie & Friends– y a ellos se sumó el gran Duanne Allman (de los Allman Brothers) en la guitarra slide. Amantes todos del blues, que era la música que más le importaba a Clapton, no les costó trabajo alguno integrarse, ensayar y producir un disco fundamental en la historia del rock.
  Layla & Other Assorted Love Songs (Mobile Fidelity Sound Lab, 1970) es un álbum doble de finura extraordinaria. Era la primera vez que Eric se convertía en la voz principal de un conjunto y para ello debió vencer su sempiterna timidez a la hora de cantar, cosa que hizo de un modo espléndido, con un feelin' tan intenso como el que tenía al tocar las cuerdas de su Stratocaster.
  Layla... es un verdadero tour de force entre los estilos guitarrísticos de Clapton y Allman, los cuales lejos de chocar se integraron en forma magistral. De hecho, el poderío del slide del norteamericano impulsó el requinto del inglés a grandes alturas e hizo que lograra momentos sublimes.
  Obviamente, el tema principal es el que da nombre a la obra (“Layla” está dedicada a Pattie Boyd, en ese entonces aún esposa de George Harrison, y de la cual Eric estaba secretamente enamorado; un amor que rendiría sus frutos, ya que se casaría con ella en 1979…, para divorciarse diez años después). Se trata de una composición compleja y magnífica que hoy día es todo un clásico y pieza básica en el repertorio claptonaniano.
  Sin embargo, el resto del material es tanto o más valioso. Desde blueses clásicos como “Nobody Knows You (When You’re Down and Out)” y “Have You Ever Loved a Woman?” –en los que la voz de Clapton se desgarra como émulo de un Elmore James y su guitarra contrapuntea en un gozoso llanto–, hasta joyas como “Bell Bottom Blues”", “Anyday”, “Why Does Love Got to Be So Sad?”, “Tell the Truth”, “I Looked Away” y su rendida versión a “Little Wing” de Jimi Hendrix. También se destacan el largo jam session que es la sensacional “Key to the Highway”, el precioso rocanrolito “It’s Too Late” y “Thorn Tree in the Garden”, ésta una franca curiosidad, ya que siendo Layla... un álbum –como se sabe– de Eric Clapton, cierra con esta bella melodía compuesta e interpretada enteramente... por Bobby Whitlock.
  El quinteto estuvo de gira a lo largo de 1971 hasta que diversos conflictos internos, en especial la creciente adicción de Eric por la heroína y el alcohol, hicieron que todo se viniera abajo. No obstante, el paso de los años vino a demostrar que Derek & The Dominos fue uno de los más espectaculares grupos de rock y blues de todos los tiempos.
  ¿Y qué fue de los compañeros de Clapton, aquellos singulares Dominos? Tres de ellos tuvieron un triste final. Duanne Allman se mató en su motocicleta apenas en octubre de ese 1971, poco después de la disolución de la banda. Carl Raddle murió de congestión alcohólica en 1981, mientras que Jim Gordon cayó en prisión en 1984, convicto por el asesinato de su propia madre. Toda una ficha y no precisamente de dominó.

(Reseña mía, publicada el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)