miércoles, 30 de marzo de 2016

The Who Sings My Generation


Para muchos, se trata del mejor y más representativo álbum de rock mod jamás grabado. No es para menos. The Who Sings My Generation (1965) es un disco debut tan explosivo y rocanrolero como el primer trabajo de los Rolling Stones, con la ventaja de que aquí la mayoría de los temas son originales, con la sola excepción de esos dos enormes cortes souleros que son “I Don’t Mind” -en el cual el grupo por cierto suena muy rollingstoniano- y “Please, Please, Please” de James Brown. Sin embargo, en el resto de la obra se puede apreciar ya el característico sonido Who a plenitud. La feroz guitarra de Pete Townshend está ahí, con sus acordes secos y cortantes. La voz de Roger Daltrey suena espléndida e intencionada, lo mismo que los coros de sus compañeros. El bajo de John Entwistle no sólo apoya la parte rítmica sino que cobra vida por sí solo, como haría a lo largo de la carrera del cuarteto. Por último, los tambores y platillos de Keith Moon parecen tocados por un tipo con ocho brazos (escúchese el sensacional tema  instrumental “The Ox”, en el cual también están presentes las distorsiones y el feedback de Townshend) y muestran los niveles de maestría a los que llegaría el lunático baterista. 
  My Generation es un álbum pop de claros tintes sesenteros, aunque con elementos agresivos que parecen aguardar el mejor momento para asaltar al escucha y recordarle que está ante una banda que apuesta por el sentido melódico y armónico, sí, pero que no olvida que el rock proviene de la parte más oscura y grasosa de la música popular: el blues, el soul y el rhythm’n’blues. Así, temas como “Out in the Street”, “The Good’s Gone”, “Much Too Much”, “A Legal Matter” y sobre todo esas joyas que son la finísima “The Kids Are Alright” y, por supuesto, la clásica y restallante “My Generation” enseñan que los Who habían arribado para trascender y convertirse en uno de los grupos más importantes en la historia del rock.

(Reseña que publiqué originalmente en el Especial de La Mosca No. 18, dedicado a The Who, en marzo de 2004)

martes, 29 de marzo de 2016

¿Conoce usted a L.E.J.?


Hacer buenos covers, buenas versiones de las canciones de otros, en ocasiones transformándolas y hasta mejorándolas, no es cosa sencilla. Los grandes coveristas (perdonará el lector la palabreja) no se dan en maceta y gente como Joe Cocker, quizás el mejor hacedor de covers de la historia, suele ser la excepción.
  Valga la anterior introducción como marco para algo que me sucedió el domingo, mientras cavilaba acerca de cuál sería el tema de mis “Gajes del orificio” de esta semana. Mi muy querida amiga Daniela Talía me envió por Facebook el enlace de un video de un trío vocal femenino llamado L.E.J., originario de Saint Denis, a las afueras de París, de cuya existencia, la verdad, no tenía la menor idea. Mi sorpresa fue mayúscula al escuchar la calidad de las voces y el buen gusto de estas jóvenes galas, capaces de transformar composiciones conocidas, estadounidenses y francesas, relacionadas sobre todo con el hip-hop y el rhythm n’ blues actuales, para darles un giro lleno a la vez de austeridad y finura. Austeridad porque L.E.J. (las iniciales de los nombres de las tres integrantes: Lucie, Élisa y Juliette) consta únicamente de las tres voces, un violoncello y algunas percusiones. Finura, por el excelente gusto para hacer los arreglos, llenos de sutileza, sentimiento y buen humor.
  Con una formación académica que se nota en lo educado de las vocalizaciones y la calidad de Juliette como chelista, el trío se formó casi de manera espontánea para entrar en un concurso de aficionados, pero lo que consiguió fue tan bueno que muy pronto L.E.J. empezó a ser conocido en las redes sociales de su país y de Europa, por lo que las tres se dieron a la tarea de arreglar más canciones y finalmente grabaron su primer disco, el estupendo En attendant l’album (Mercury, 2015).
  Entre los once temas del plato, destacan “Get Lucky” (de Pharrell Williams), “Jimmy” (de Moriarty), “Survivor” (de Destiny’s Child), “Can’t Hold Us” (de Macklemore y Ryan Lewis) y “Hanging Tree” (de Jennifer Lawrence), a los que dan un giro más que interesante, tal como hacen con tres sensacionales popurríes: “Le Mojo”, “Summer 2015” y “Hip Hop Mash Up”. Hay además un tema original: “La dalle”.
  Un muy buen disco.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

domingo, 20 de marzo de 2016

Face to Face



Si The Kink Kontroversy fue el primer trabajo grande de los Davies y compañía, Face to Face (1966) fue su primera obra maestra. A lo largo de sus catorce canciones está ya, en plenitud musical y letrística y como punzante observador social, el Ray Davies que habría de convertirse en el gran cronista de la realidad inglesa de sus tiempos. 
  Face to Face es uno de los más deliciosos y sarcásticos discos de música pop (en el mejor sentido del término) de la historia. Cada una de los cortes del larga duración es un retrato espléndido, lleno de riqueza artística. Desde la incomparable y crítica (y muy british) “Dandy” hasta esas delicias absolutas que son las casi mississippianas “Sunny Afternoon” y “Little Miss Queen of Darkness”, desde la belleza de “Rosy Won’t You Please Come Home”, “Rainy Day in June” y “Too Much on My Mind” hasta el misterio orientalista de “Fancy”, el guiño surfero de “Holiday in Waikiki” y el rocanrolerismo de “Party Line”, “You’re Lookin’ Fine” (cantada por Dave Davies) y “Most Exclusive Residence for Sale”, todo es disfrute en este Cara a cara que no tiene desperdicio. 

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 43 de La Mosca en la Pared, publicado en octubre de 2007).

miércoles, 16 de marzo de 2016

The Who: Live at Leeds


Si Tommy fue un álbum doble de enormes pretensiones y compleja elaboración, The Who quiso dejar en claro que antes que cualquier cosa era una banda de rock. Por ello sacó Live at Leeds, un disco grabado con toda la fuerza del grupo durante sus actuaciones en concierto.
  A pesar de su corta duración, menor a media hora, se trata de un vinil contundente, seco, rabioso, rocanrolera y blueseramente violento. Desde el crudo inicio de “Young Man Blues”, con un muy corto riff realizado al unísono por la guitarra de Townshend y el bajo de Entwistle, mientras Moon los sigue con un vertiginoso redoble de tambores para detenerse de pronto y permitir la entrada de la voz sola de Daltrey, sabemos que el poderío de los Who está ahí y que permanecerá hasta el final del disco. “Substitute” (que tres lustros después sería retomada por los Sex Pistols), “Summertime Blues” (en una versión más rocanrolera que la original de Eddie Cochran, aunque menos pesada que la de Blue Cheer de 1968), “Shakin’ All Over”, “My Generation” (contundente como siempre) y “Magic Bus” (en claro homenaje a la rítmica de Bo Diddley) son las piezas que no nos dejan apartar el oído de las bocinas y nos convencen de que pocos grupos ha habido como el cuarteto de Shepherd’s Bush para tocar el mejor rock and roll del orbe.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 11 de La Mosca en la Pared dedicado a The Who, publicado en marzo de 2008)

jueves, 10 de marzo de 2016

Algo sobre George Martin (1926-2016)


Entre las muchas discusiones bizantinas que se han llegado a armar alrededor de los Beatles (como la de la supuesta muerte del Paul McCartney “original” o la del papel que jugó Yoko Ono en la disolución del cuarteto), una de las más polémicas siempre fue la de quién fue “el verdadero quinto beatle". Algunos afirmaban que el honor le correspondía a Billy Preston, otros se remontaban a los orígenes del grupo y mencionaban a Stuart Sutcliffe o a Pete Best, aunque otros abogaban por Brian Epstein o incluso por el road manager Neil Aspinall). Sin embargo, no creo que haya quién le pueda disputar esa gloria a alguien que no sólo participó en la construcción del inconfundible sonido de los de Liverpool, sino que en buena parte lo creó, gracias a sus dotes como músico, productor y arreglista sin igual. Me refiero a George Martin, quien falleció este martes 8 de marzo en la ciudad de Londres, Inglaterra, a los 90 años de edad.
  Martin era un hombre a quien el calificativo de genio le quedaba de manera perfecta. Sin él, es muy posible que los Beatles jamás hubiesen alcanzado las alturas a las que llegaron. En muchísimos aspectos, fungió como una especie de tutor, maestro, guía, consejero y hasta padre de los cuatro músicos, quienes confiaban en él casi a ciegas. Hombre culto, preparado, inteligente y con un gusto exquisito para la música, supo dotar al grupo de todo lo necesario para que sus composiciones se desarrollaran y se enriquecieran en grado superlativo. Sus arreglos instrumentales no tuvieron parangón y ninguna otra agrupación de la época -es decir de la segunda mitad de los años sesenta de la pasada centuria- podría presumir de contar con un sonido a la vez tan vanguardista como accesible, tan fino como espontáneo. Sabio y perspicaz, supo llevar las composiciones de John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr a un equilibrio prácticamente perfecto, sin tratar de manipularlas o de lucirse en ellas. Su papel fue siempre discreto pero al mismo tiempo imprescindible. Insisto: sin su participación, los Beatles no serían lo que fueron y lo que siguen siendo casi medio siglo después.
  George Martin nació en Londres, el 3 de enero de 1926, y sirvió a la marina real de Inglaterra, como piloto aviador, de 1943 a 1947. Aunque no provenía de una familia especialmente interesada en la música, quiso aprender piano desde los ocho años de edad, pero no fue sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial que logró ingresar a la escuela de música y artes Guildhall para estudiar composición, dirección, orquestación y teoría musical, tomando al oboe como su segundo instrumento. Para sostenerse, trabajaba para el departamento de música clásica de la BBC de Londres.
  En 1950 fue invitado a integrarse al sello Parlophone que por aquel entonces formaba parte de la disquera EMI y le tocó experimentar la transición de los viejos y pesados discos de 78 revoluciones a los novedosos LP y EP de 33 y 45 revoluciones respectivamente. No tardó en darse cuenta de la importancia de este cambio tecnológico, sobre todo en cuanto al uso de las extraordinarias cintas magnéticas que permitían grabar de una manera más avanzada y llena de posibilidades. Su labor resultó tan notable que para 1955 fue nombrado director de Parlophone y el sello fue cobrando una mayor importancia, sobre todo con las grabaciones “habladas” del cómico Peter Sellers, en un antecedente de lo que hoy conocemos como stand up comedy.
  Pero fue en el verano de 1962 que sucedió el momento mágico, cuando un oscuro cuarteto de la ciudad de Liverpool que acababa de ser rechazado por Decca, acudió a Parlophone para efectuar una audición. Martin lo escuchó y no dudó en contratarlo. A partir de ese momento, todo habría de cambiar en la historia de la música popular del mundo entero.
  Era el productor que necesitaban los Beatles y era el grupo que necesitaba él para desarrollar, ambas partes, todo su potencial artístico y creativo. Lo que vino a continuación es de todos conocido. De 1962 a 1969, durante siete fructíferos y esplendorosos años, George Martin produjo trece álbumes del cuarteto (sólo estuvo ausente en el Let It Be de 1970, semiproducido por Phil Spector) y aunque respetó las canciones que escribían Lennon y McCartney y más tarde Harrison y el propio Ringo, sus cambios y sugerencias las revistieron de luz y color. Trabajaban en equipo, pero la dirección de Martin resultó esencial y sus arreglos siempre dieron en el clavo. Ahí están el cuarteto de cuerdas en “Yesterday”, el corno francés en “For No One”, el clavicordio en “In My Life” o las instrumentaciones de “Penny Lane” y “Strawberry Fields Forever” como muestras de su finísimo talento, para no hablar de la majestuosa producción de esa piedra de toque en la historia del rock que es el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de 1967.
  George Martin trabajaría con otros músicos y hasta en algunos de los discos solistas de los ex Beatles, pero nunca lograría la magnificencia que consiguió en la virtuosa trecena discográfica de 1962-1969. Su vida fue rica y fructífera, llena de honores y reconocimientos (incluso fue investido con el título de Sir por la reina Isabel), una vida de nueve décadas tan admirable como entrañable.

(Publicado en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

miércoles, 9 de marzo de 2016

Led Zeppelin III


Led Zeppelin trató de cambiar la dinámica con la cual había producido su segundo disco, hecho prácticamente al vapor –lo que no le restó genialidad–, y buscó tener más tiempo y mayor tranquilidad para escribir, preparar, arreglar, grabar y postproducir los temas. Además, el énfasis fue mayor hacia lo acústico y lo melódico, sin dejar de lado la explosividad de las piezas duras.
  Con influencias notorias del folk británico, Led Zeppelin III (Atlantic, 1970) fue una obra incomprendida en su momento, pero revaluada con creces gracias a la perspectiva que da el tiempo. Así, lo que en 1970 se juzgó como un álbum débil y hasta intrascendente, hoy puede ser visto como una joya plena de belleza y profundidad. Composiciones como la tradicional “Gallows Pole”, con su intenso crescendo, la hermosa “Tangerine” o la tierna “That’s the Way”, son muestras claras de los nuevos horizontes buscados por el cuarteto, en especial por Jimmy Page y Robert Plant, mientras que la fuerza eléctrica seguía con temas como la intensa “Immigrant Song”, la rítmica “Celebration Day”, la potente “Out on the Tiles” y, sobre todo, ese intenso blues lento en tonalidad menor que es “Since I’ve Been Loving You”, canción de amor desgarrado y reclamante (“Working from seven to eleven every night/ It really makes life a drag/ I don't think that's right/ I've really been the best of fools/ I did what I could/ 'cause I love you, baby…/ But baby, since I've been loving you/ I'm about to lose my worried mind”). Mención aparte merece la portada móvil del disco, idea de Page que el diseñador encargado no logró del todo pero que de cualquier modo fue una novedad en esos días.

(Reseña que escribí para el especial de La Mosca No. 6, dedicado a Led Zeppelin y aparecido en noviembre de 2003)

jueves, 3 de marzo de 2016

After the Gold Rush


A mi modo de ver, el mejor disco de Neil Young, una obra maestra del rock folk, uno de los discos fundamentales de la década de los sesenta (porque el año 1970 aún pertenece a ese decenio) y de la historia del rock.
  After the Gold Rush (1970) es un trabajo que conjunta el lado más tierno del canadiense con algunas muestras de su lado más agresivo y salvaje. Se trata de una síntesis perfecta de la música bipolar de Young, un muestrario de sus posibilidades creativas.
  Todos y cada uno de los once temas que recorren el larga duración son espléndidas piezas de joyería musical y letrística, desde la conmovedora canción que abre el disco (“Tell Me Why”, con nada más que su guitarra de madera, la voz solista y las dos voces del coro), hasta la concluyente y divertida “Cripple Creek Ferry” (como para cantarla junto a una fogata nocturna en el campo), pasando por la hermosísima tonada que da tema al disco (acompañamiento de piano por Nils Lofgren –a sus diecisiete años escasos- y solo de corno francés incluidos), la encantadora “Only Love Can Break Your Heart”, la dramática (e hipercrítica y antirracista) “Southern Man”, la breve y curiosa “Till the Mornig Comes” (cierre del lado A en el vinil original), la muy campirana y serena “Oh Lonesome Me”, la majestuosa “Don’t Let It Bring You Down” (una de las más grandes composiciones del músico), la dulcísima “Birds” (melancólica canción de rompimiento amoroso), la pre-grungera “When You Dance You Can Really Love” (con su magnífica y sucia guitarra) y la triste y desesperanzadora “I Believe in You”.
  Pocas veces logró Neil Young crear melodías tan bellas como en este álbum memorable.

(Reseña que escribí originalmente para el "Especial" No. 35 de La Mosca en la Pared, publicado en noviembre de 2006)