miércoles, 28 de junio de 2017

Give ’Em Enough Rope


¿Un paso atrás? ¿Un retroceso con respecto a su primer disco (The Clash, 1977)? Muy posiblemente sí.
  El segundo álbum de los de Londres careció de la fuerza de su antecesor, a pesar de la participación del productor metalero de origen estadounidense Sandy Pearlman (Blue Öyster Cult, The Dictators), quien no pareció entender del todo las diferencias entre el punk y el heavy metal. No que se trate de un mal trabajo, pero uno hubiera esperado más, mucho más, después de las promesas incubadas en el primer disco de la banda.
  Hay aquí temas estupendos y llenos de rabia punkera (señalemos tan sólo los tres con los cuales abre el plato: “Safe European Home” -un canto a la nostalgia que sentían Jones y Strummer por su lluvioso y gris Londres, ya que las canciones de este disco fueron compuestas en Kingston, Jamaica, donde los dos músicos confesaron sentirse “como peces fuera del agua”-; “English Civil War” y la irresistible y muy popular “Tommy Gun” o incluso “Stay Free” y la subestimada “Guns on the Roof”), pero hay otros menos afortunados o que por lo menos no corresponden a lo que The Clash era capaz de crear (como “Cheapskates”, por ejemplo).
  La música seguía siendo la misma combinación de rock, punk y reggae, pero con ciertos rasgos de pop, mientras que las letras parecían obsesionadas con el tema de las drogas. Siendo benévolos, podríamos decir que Give ’Em Enough Rope (1978) es más bien una pieza de transición entre el explosivo álbum debut y su obra mayor, el extraordinario London Calling, con el cual la agrupación lidereada por Joe Strummer y Mick Jones estremecería al mundo.

(Reseña que escribí para el Especial de La Mosca en la Pared No. 20, dedicado a The Clash y publicado en mayo de 2005)

miércoles, 14 de junio de 2017

El "Fragile" de Yes


El cuarto trabajo discográfico de Yes sigue siendo el más significativo de todos los que realizó a lo largo de su prolongada, productiva y contradictoria carrera. Aunque tal vez no se encuentre a la altura de Close to the Edge (1973), Fragile (1972) fundó por completo el estilo más que reconocible del quinteto con su fomación clásica: Jon Anderson (voz), Steve Howe (guitarras), Rick Wakeman (teclados), Chris Squire (bajo) y Bill Bruford (batería).
  Marcado por el éxito de su larga composición, la extraordinaria “Roundabout” (que en la radio era transmitida en una versión corta), el disco navega a través de aguas al mismo tiempo procelosas y tranquilas, con las variaciones y cambios de armonía, melodía y ritmo tan característicos del grupo. Letras fantasiosas que coquetean con la ciencia ficción son el contenido perfecto para el marco instrumental de Wakeman desde sus apabullantes órganos, melotrones y sintetizadores. Habrá que mencionar también, por supuesto, al impresionante trabajo guitarrístico de Howe y a las vocalizaciones de Anderson, sin olvidar a la precisa y apabullante sección rítmica.
  Aunque “Roundabout” es el highlight del plato, otras composiciones resultan tanto o más buenas, caso sobre todo de las magníficas “Long Distance Runaround” y “Heart of the Sunrise”.
  Una obra redonda.

(Reseña publicada originalmente en el especial de La Mosca en la Pared No. 46, editado en febrero de 2008 y dedicado al rock progresivo; fue el último número de la serie en aparecer)

martes, 13 de junio de 2017

¡Chuck Berry vive!


Un viejo chiste contaba que un voceador salía a las calles con un paquete de periódicos cuyas ocho columnas rezaban: “¡Pedro Infante vive!” y que muchos incautos los compraban, pero al darse cuenta de que era una noticia falsa y reclamar al fraudulento este se defendía señalando unas letras pequeñitas que decían: “Vive en el corazón de todos los mexicanos”.
  Lo anterior podría aplicarse a Chuck Berry, fallecido hace apenas tres meses, aunque desde otro enfoque: el discográfico. No por la extensa cantidad de álbumes y sencillos que grabó sino por la grata sorpresa de su disco póstumo, llamado simplemente Chuck y que acaba de aparecer el pasado viernes, bajo el sello Dualtone Music.
  No se trata de una recopilación de éxitos, sino de una decena de temas inéditos que escribió en sus años de vejez (recordemos que al morir tenía 90 años cumplidos). Lo mejor es que todos los cortes son estupendos y abarcan por entero la variedad de estilos que Berry manejó como compositor dentro del blues y, claro, del rock n’ roll.
  Las canciones fueron compuestas entre 1980 y 2016 y grabadas después de 2001. Se trata del mejor epílogo a la carrera de este genio (y escribo genio sin la menor exageración) de la música popular estadounidense, una especie de testamento lleno de sinceridad, ingeniosas letras y rocanrol de primerísimo línea.
  Como decía, Chuck abarca diez canciones y prácticamente diez estilos distintos que dan una gran variedad al álbum. Su voz suena como en sus mejores tiempos y su guitarra no se diga: es perfecta, lo cual podemos escuchar en cortes como “Wonderful Woman”, “Big Boys”, “She Stills Loves You”, “Dutchman” o la divertida “Lady B. Good”, obvio homenaje, riff incluido, a su pieza más conocida.
  No estamos ante una obra fruto de la nostalgia por los tiempos idos. Tampoco frente a un disco hecho al vapor. Al contrario, todo suena fresco, auténtico y sincero, música hecha por el gusto de hacerla. Sin duda: Chuck Berry vive.

(Texto publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

domingo, 11 de junio de 2017

Abbey Road


Aunque se trata del último disco que hicieron los Beatles, no fue el último que apareció (Let It Be se grabó primero, pero salió bastante después).
  Verdadero álbum póstumo de un grupo que se desintegraba en forma inevitable, paradójicamente Abbey Road (1969 ) no refleja la crisis por la cual pasaban los cuatro músicos de Liverpool. Si las sesiones de The Beatles y de Let It Be habían sido tensas y complicadas, incluso contenidamente bruscas, los trabajos de grabación del disco postrero resultaron cuando menos tranquilas y el único negrito en el arroz fue la inconformidad de John Lennon respecto al potpurrí final (el que va de “You Never Give Me Your Money” a “The End”), ya que le pareció artificial y hechizo y en su opinión ese segmento debió estar conformado por las mismas canciones, pero independientes y separadas entre sí. No obstante, esta vez se impuso la voluntad de Paul McCartney y el productor George Martin, quienes de algún modo tomaron revancha de lo que había sucedido con la mezcla final del Let It Be, para la cual no se les tomó en cuenta.
  Abbey Road es una obra impecable, una de las más finas y pulidas grabaciones de la agrupación. Es como un súmmum de toda la discografía beatle. Por un lado, contiene elementos de producción que se escucharon en Revolver y Sgt. Pepper, pero también está presente la labor más de grupo de los primeros álbumes, así como el sonido menos pretencioso de trabajos como Rubber Soul, el Álbum Blanco e incluso el propio Let It Be. Por otra parte, se trata de la consagración de George Harrison como compositor, al contribuir con los dos temas más exitosos del disco: las preciosas “Something” y “Here Comes The Sun”.
  Lennon y McCartney –cada uno por su lado, por supuesto– contribuyeron con canciones excelentes, como “Come Together”, “I Want You (She's So Heavy)”, “Sun King”, “Mean Mr. Mustard”, “Polythene Pam” y esa cumbre de las armonías vocales que es “Because” (todas de John) y “Oh! Darling”, “Maxwell's Silver Hammer”, “You Never Give Me Your Money”, “She Came in Through the Bathroom Window”, “Carry That Weight”, “The End” y hasta la breve y juguetona coda que es “Her Majesty” (todas de Paul). Ringo Starr, por su parte, volvió a hacerse presente, esta vez con la infantil y graciosa “ Octopus's Garden”.
  Como obra final de los Beatles, Abbey Road no es sólo un álbum digno, sino francamente extraordinario.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 8 de La Mosca en la Pared, publicado en febrero de 2004)

jueves, 8 de junio de 2017

Dan Auerbach: tan lejos de los Black Keys y tan cerca del pop setentero


Waiting on a Song (Nonesuch, 2017), el flamante segundo álbum como solista del líder de The Black Keys, es una obra muy gratamente rock popera, en la que el otrora duro guitarrista de los riffs desgarrados y el sonido seco y austero nos sorprende con un conjunto de canciones amables y melodiosas que remite lo mismo a Buddy Holly que a los Traveling Wilburys y lo mismo a Jeff Lynne que a Neil Young, JJ Cale o Al Green.
  En 2010, Auerbach se mudó de su natal Akron, Ohio, a Nashville, donde instaló un estudio de grabación y empezó a diversificar sus actividades y su sonido, algo que se notó en los cambios musicales de los Black Keys.
  Gran guitarrista, excelente compositor, aceptable cantante, buen productor (ha producido lo mismo a Dr. John que a Lana del Rey), en 2009 había grabado su primer disco solista (Keep It Hid), muy apegado aún a sus raíces blueseras y rocanroleras, pero ocho años más tarde llega con su nuevo trabajo, en el que incursiona en una especie de soul–country–pop setentero con muchas reminiscencias también al country rock de finales de los cincuenta y al soul del Memphis de los sesenta.
  Con músicos invitados de primerísimo nivel e incluso legendarios como Duane Eddy, Mark Knopfler y John Prine, Waiting on a Song es un álbum variado y disfrutable, excelentemente producido, de gran finura, con canciones tan buenas como “Shine on Me”, “King of a One Horse Town”, “Never in My Wildest Dreams”, “Stand by My Girl”, “Cherrybomb” (“ella era más dulce que un pay de manzana, pero se fue tan pronto como me quedé sin dinero”) o la homónima abridora (“las canciones no crecen en los árboles, tienes que irlas recogiendo en la brisa”).
  Un disco más que recomendable.
(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos; el video lo publiqué en mi canal de YouTube Videos moscosos)
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miércoles, 7 de junio de 2017

Word of Mouth


Posiblemente el último gran disco de los Kinks como grupo, Word of Mouth (1989) supera a sus dos antecesores inmediatos (Give the People What They Want y State of Confusion), mismos que aun cuando son buenos trabajos, no alcanzan las alturas de este de boca en boca.
  Todas las canciones de este álbum logran un gran nivel artístico y el mismo jamás decae, mucho menos cuando Word of Mouth inicia con una pieza tan contagiosa como la regocijante y sacudidora “Do It Again”, la cual –luego de una introducción a la Pete Townshend y un riff muy a la kink, es decir, a la Dave Davies– nos dice que nunca es tarde para volver a empezar. La homónima “Word of Mouth” habla sobre la incomunicación y los malos entendidos cuando las noticias corren de boca en boca (“The word of mouth says that I’ve gone insane / That wine and women have affected my brain / Well, who’s the big mouth spreading the news again?”). “Good Day” es una linda balada muy al estilo de Ray Davies: agridulce, melodiosa, entrañable, pero con un dejo de tristeza y pesimismo. Por su parte, “Living on a Thin Line”, de Dave Davies, es una de las cumbres del disco. Qué gran canción. Un poema desencantado sobre la Inglaterra de esos años, sobre su gobierno, su sociedad, su grisura. Una delicada joya, conmovedoramente interpretada por el guitarrista, a la que sigue el rompimiento proto punk de “Sold Me Out”, rabiosa queja de Ray Davies contra el imperio del dinero.
  El segundo lado del álbum contiene seis cortes sin desperdicio. “Massive Reductions” es el amargo relato de un hombre a quien echan de su trabajo (“They’re laying me off all because of inflation / I’m losing my job and my reputation”), mientras que “Guilty” (también de Dave Davies) es casi una proclama revolucionaria con un beat muy punky y a la vez muy The Who en Quadrophenia. “Too Hot” es un rockcito simpático y juguetón, musicalmente parecido a su éxitosa “Come Dancing”, que fustiga a quienes rinden culto al fisiculturismo y “Missing Persons” no puede evitar caer en cierta solemnidad, al tratar el tema de los desaparecidos (aun Ray Davies ha tenido sus momentos políticamente correctos). Word of Mouth termina con “Summer’s Gone”, un tema nostálgico que rememora lo que alguna vez tuvimos y no supimos aquilatar, y “Going Solo”, una evocadora y a la vez terrible tonada sobre un padre atónito, a quien su “desagradecida” hija decide abandonar, así, simplemente, sin avisar que se va de casa (exacto, como en “She’s Leaving Home” de los Beatles). Un disco que no puede faltar en una colección discográfica de los Kinks que se respete.

(Reseña que escribí para el Especial de La Mosca en la Pared No. 43, dedicado a los Kinks y publicado en octubre de 2007)

lunes, 5 de junio de 2017

Dirty



Producido por Butch Vig, Dirty (1992) es (junto con su predecesor Goo, de 1990) algo así como el álbum grungero de Sonic Youth, no sólo desde un punto de vista cronológico sino también desde uno musical.
  Lejos de que eso sea un defecto, la grabación de este disco demostró que el grupo iba por el buen camino de la apertura y la amplitud de miras, sin traicionarse jamás a sí mismo.
  Con una fuerte presencia –más punkroquera y menos noise– de las guitarras de Thorston Moore y Lee Ranaldo, esta obra posee una muy especial frescura, tal como lo demuestra el corte inicial, el sensacional “100%”, una pieza con la fuerza suficiente para remover las entrañas de cualquier rocanrolero de cepa en cualquier época. Pero lo mismo puede decirse de la densísima “Swimsuit Issue” (Kim Gordon a plenitud), la extrañamente bella “Theresa’s Sound World”, la extraordinaria “Drunken Butterfly” (cuando Gordon canta “I love you, I love you, I love you, what’s your name?” del modo como lo canta, uno no puede sentir sino escalofríos), la sobrecogedora “Shoot”, la intensa “Wish Fulfillment” (cantada por Lee Ranaldo), la rocanrolerísima y velvetundergroundiana “Sugar Kane”, la estridente “Orange Rolls, Angel’s Spit”, la sobrepolitizada “Youth Against Fascism”, la inenarrable “Nic Fit”, la seductora “On the Strip”, la muy militante y magnífica “Chapel Hill”, la fuera de serie “JC”, la graciosa y contundente “Purr” y la conclusiva “Créme Brûlèe”.
  Dirty es una obra directa y sin concesiones, pero en el fondo es, sobre todo, un esplendoroso disco de rocanrol.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 39, publicado en abril de 2007 y dedicado a Sonic Youth)

jueves, 1 de junio de 2017

50 años del Sargento Pimienta


La obra por antonomasia de los Beatles. A 50 años de distancia, La Banda del Club de los Corazones Solitarios del Sargento Pimienta continúa tan fresco y vigente como cuando fue grabado.
  Tersa continuación de su antecesor, el espléndido Revolver de 1966, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band vale tanto por su intrínseca calidad artística como por su significado cultural y quizás incluso más por esto. El momento en el cual apareció provocó que el mundo entero se revolucionara, creando un hito, un antes y un después cuyos efectos no terminan de asentarse hoy día.
  Como pieza estrictamente musical, puede decirse que a pesar de su fallida intención conceptualista es, de todas maneras y por donde se le escuche, una obra maestra. Si Revolver fue el gran paso hacia la transformación de los Beatles en algo más que un simple grupo de rock, el Sgt. Pepper es la consolidación de ese paso y el ingreso del cuarteto al Olimpo de la historia de la música.
  Lo que en un principio quiso ser una especie de revista de variedades con tintes al mismo tiempo de music hall y psicodelia, jamás pudo cuajar como tal. Salvo la introductoria pieza homonima (más su reprise) y la subsiguiente “With a Little Help from My Friends”, cantada por Ringo Starr en su papel de Billy Shears, el resto del material no tiene relación entre sí y lo único que lo unifica a medias es el modo como las canciones van enlazadas, prácticamente sin espacios silenciosos entre una y otra. Resulta claro entonces que la idea original de Paul McCartney no se concretó (algo que le sucedería con otros proyectos posteriores, sobre todo con el álbum Let It Be). No obstante, el que a final de cuentas no haya sido un opus conceptual es lo de menos, ya que todas sus canciones son tan buenas que trascienden cualquier consideración al respecto.
  Hay aquí joyas exquisitas como “She’s Leaving Home”, un portento melódico que puede remitir incluso a la música de Felix Mendelsshon. O la esplendorosa “Lucy in the Sky with Diamonds” que tanta polemica causó por llevar supuestamente las iniciales LSD en su título, cuando en realidad –o eso juraba su autor, John Lennon– estaba inspirada en un dibujo de Julian, su pequeño hijo.
  Tan variado como Revolver, Sgt. Pepper recorre una colorida paleta de estilos que va de la vodevilesca “When I’m Sixty Four” a la engañosamente optimista “Gettin Bettter”, de la irónica “I’m Fixing a Hole” a la irresitible “Lovely Rita”, sin olvidar la circense (en todos sentidos) y naïve “Being for the Benefit of Mr. Kite”, la hinduista y espléndida “Within You Without You” (única contribución de George Harrison al álbum) y la chispeante “Good Morning Good Morning”.
  Mención aparte merece la que sin duda es la mejor composición del disco: la impresionante “A Day in the Life”, concebida en su mayor parte por Lennon y un verdadero tour de force instrumental y letrístico –con el intermesso de McCartney incluido. De impecable construcción, con inteligentes y efectivas yuxtaposiciones rítmicas, armónicas y melódicas, con una orquestación que lleva a un gran climax, “Un día en la vida” es la coda perfecta, la conclusión grandiosa y a la vez siniestra de una obra monumental que jamás cae en los excesos o la grandilocuencia.

(Texto de mi autoría, publicado el día de hoy en el diario El Financiero)