martes, 31 de julio de 2018

¿Alguien se acuerda de Boz Scaggs?


Fue uno de los primeros intérpretes de ese pasteurizado y poco afortunado subgénero conocido como blue-eyed soul, es decir, soul de ojos azules, es decir, música soul cantada por vocalistas de raza blanca que carecían del sentimiento de los cantantes de raza negra, pero que eran más fácilmente comercializables en los medios dirigidos a la audiencia blanca (¿recuerdan a Michael Bolton?).
  Scaggs destacó a fines de los años sesenta y mediados de los setenta del siglo pasado, tuvo algunos éxitos (hoy poco recordados), como “Lido Shuffle” o “Lowdown”, y algunos buenos álbumes, en especial Silk Degrees, de 1976, y el excelente aunque poco advertido Come on Home, de 1997. Sin embargo, nunca logró la aceptación entre el público rockero y mucho menos entre el que escuchaba soul y rhythm n’ blues (me refiero al soul y al rhythm n’ blues originales, no a esos híbridos sobreproducidos que se hacen pasar por ellos).
  Pero el buen Boz poseía una voz estupenda y hoy, a sus 74 años, la conserva casi intacta, lo que podemos comprobar en uno de los mejores discos de su larga carrera, el flamante Out of the Blues (Concord, 2018), en el que interpreta de gran manera una serie de temas de viejo blues y muy buen rock.
  Tercera parte de la espléndida trilogía iniciada con los álbumes Memphis (2013) y A Fool to Care (2015), Out of the Blues es la revelación de un Boz Scaggs ajeno al blue-eyed soul y entregado plenamente a las raíces negras de la música popular estadounidense, un trabajo en el que se hace acompañar por grandes músicos (como el legendario Jim Keltner en la batería o el enorme guitarrista Charlie Sexton), lo cual le otorga una autenticidad sin mácula que se complementa con una forma de cantar cruda, sincera y sin efectos.
  Canciones como “Down in Virginia” de Jimmy Reed, la fantástica “The Feeling Is Gone” de Don Robey o la preciosa “On the Beach” de Neil Young adquieren un sabor especial en la voz de Scaggs, en especial esta última, interpretada con una muy peculiar y oscura pasión.
  Un gran disco del poco recordado pero siempre activo Boz Scaggs.

(Mi columna "Gajes del orificio" de hoy en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

jueves, 26 de julio de 2018

Presence


Aunque producto de una muy mala etapa personal para los integrantes del grupo, sobre todo para Robert Plant, Presence (Atlantic, 1976) es un disco que debe ser revalorado y visto en su verdadera dimensión artística.
  Luego de aquel accidente automovilístico que sufriera el cantante y de su obligada y dolorosa convalescencia, sorprende que el cuarteto haya producido un álbum con temas de calidad tan grande. Realmente la obra no desmerece en absoluto respecto a su antecesor, Physical Graffiti. Por el contrario: refrenda lo que Led Zeppelin hizo en éste y lo concreta en un solo vinil de escasas seis canciones. Pero qué canciones.
  Como si quisieran liberar los demonios que los atormentaron durante cerca de dos años, Page y los demás consiguieron algo admirable. Desde la fuerza épica con la cual inicia el disco, gracias a la monumental “Achilles Last Stand”, sabemos de la grandeza que hay detrás de este trabajo, lo que se confirma con el resto del material, muy especialmente con “For Your Life”, “Nobody’s Fault but Mine” y “Tea for One”.
  Insisto, un álbum que urge revalorizar.
(Reseña que escribí para el especial de La Mosca No. 6, dedicado a Led Zeppelin y aparecido en noviembre de 2003)

miércoles, 25 de julio de 2018

El Álbum Blanco no se llama así


Este año cumple medio siglo y el famoso disco doble de portada blanca que grabaron los Beatles
en 1968 sigue siendo conocido con un nombre que no es el suyo. El álbum se llama escueta y simplemente The Beatles y esta es su historia...


A mediados de 1968, en pleno apogeo como el grupo de rock más célebre del planeta, los Beatles lanzaron dos nuevos temas en un mismo EP. Se trataba de “Hey Jude” de Paul McCartney (lado A) y “Revolution” de John Lennon (lado B), si bien ambas aparecieron firmadas por el ya para entonces cada vez más inoperante binomio Lennon y McCartney. “Hey Jude” fue escrita por Paul con una dedicatoria muy especial para Julian, el hijo de John, al ver lo que el pequeño estaba sufriendo debido al proceso de divorcio de sus padres. “Revolution”, en cambio, es un rock sencillo con ambigua temática política, ya que al mismo tiempo es una proclama y una condena a las revoluciones. El éxito de los dos temas fue inmediato y mantuvo a los Beatles en el primer plano que no habían abandonado desde hacía seis largos años.
  Para ese entonces, el grupo se encontraba ya en pleno proceso de grabación del que sería su siguiente disco, un doble acetato intitulado simplemente The Beatles y que sería conocido universalmente como el Álbum Blanco. Fue durante los meses que duraron esas sesiones cuando se hizo evidente que las cuatro personalidades empezaban a manejarse de manera independiente y a trabajar por su cuenta. Cada canción del álbum lleva el sello indeleble de su compositor y es difícil confundirse y creer que “Martha My Dear” pudiera ser de Lennon” o “Happiness Is a Warm Gun” de McCartney.
  The Beatles es un trabajo muy polémico incluso en la actualidad. En tanto hay quienes piensan que se trata de una obra excesiva y demasiado egomaniaca (o tetra-egomaniaca), otros lo consideran el mejor álbum de toda la carrera de los Beatles. George Martin siempre creyó que debió hacerse una selección y producir un LP simple (se me ocurre que un buen ejercicio para pasar el tiempo sería que cada seguidor del grupo hiciera su propia versión de The Beatles en un solo acetato: ¿cuáles cortes dejaría, cuáles quitaría?). En cambio, los cuatro músicos prefirieron la versión doble, tal como está.
  La grabación del disco tuvo un elemento que provocó tensión entre los miembros del grupo: la presencia omnipresente de Yoko Ono, prácticamente pegada a John Lennon todo el tiempo. Y esa presencia era ya también influencia, como lo muestra la inclusión del tema experimental “Revolution # 9”, debido al reciente contacto de John con la música concreta (Yoko era amiga y seguidora de John Cage).
  Cuando apareció, el Álbum Blanco produjo una excelente respuesta de público y prensa. Los Beatles habían dejado atrás toda la parafernalia instrumental y la sobreproducción de sus dos más recientes discos (para “A Day in the Life” habían requerido setecientas horas de trabajo en el estudio) y volvían al rock basado en los instrumentos elementales: guitarras, pianos, bajos, baterías. En ese sentido se parece más a Rubber Soul que a Sgt. Pepper o Revolver.
  Otro aspecto interesante de esta obra es que mostró a un George Harrison más prolífico y maduro, con cuatro composiciones verdaderamente espléndidas. Incluso Ringo Starr debutó con su primer tema propio. El mismo Ringo diría que “Sgt. Pepper se convirtió en el álbum de la década o quizá del siglo. Era innovador, contenía unas canciones geniales, era un placer escucharlo y me alegro de haber participado en él. Pero creo que el Álbum Blanco es mejor”.
  Así pues, The Beatles fue una obra que marcó los límites dentro de los cuales se movía cada uno de los miembros del cuarteto. Aún así, estamos ante una pieza de trabajo fuera de serie, una colección de treinta canciones de calidad casi uniformemente espléndida. Hay grandes temas. Los hay también muy buenos. Pero no hay uno sólo que pudiéramos considerar de relleno. John Lennon contribuyó con maravillas como “Happiness Is a Warm Gun”, “Dear Prudence”, “Yer Blues”, “Sexie Sadie”, “I’m So Tired”, “Cry Baby Cry” y “Julia”, además de “Glass Onion”, “The Continuing Story of Bungalow Bill”, “Good Night” y  “Revolution 9”. De Paul McCartney son joyas como “Blackbird”, “Helter Skelter”, “Back in the U.S.S.R.”,  “Why Don't We Do It in the Road?” y “Mother’s Nature Son”, así como melodías tan buenas como “Martha My Dear”, “I Will”, “Ob-La-Di, Ob-La-Da”, “Honey Pie” y “Rocky Raccoon”. George Harrison colaboró con cuatro enormes composiciones: “While My Guitar Gently Weeps” (en la cual participó Eric Clapton como músico invitado), “Piggies”, “Savoy Truffle” y “Long, Long, Long”. Y Ringo puso su grano de arena con la divertida “Don’t Pass Me By”, su primera canción original grabada con los Beatles.
  La profusión de estilos en el Álbum Blanco es apabullante. La cantidad de reflexiones críticas y satíricas de las letras asombra. Incluso el arte del disco, con esa singular portada blanca, habla de inquietudes gráficas de vanguardia y de una respuesta al exceso de colores del arte pop de finales de los sesenta.
  ¿El mejor álbum de los Beatles? Imposible decirlo. Sin embargo, su trascendencia es clara e indiscutible.

(Texto que escribí para "El ángel extermninador" de Milenio Diario y que se publicó el día de hoy)

martes, 24 de julio de 2018

Los nombres del rockcito actual


Sin que lo pidiera, llegó a mi correo electrónico un boletín que contiene los nombres de una centena de agrupaciones (“bandas”, les dicen ahora) a las que hermanan ciertos factores comunes y algunas de las cuales me dispongo a mencionar:
  A Great Disgrace, Broccoli with Botas, Carrion Kids, Crivers, Dazed Sun, Lemonade, Dresden Wolves, Feedback, Fire Train, Flashdance, Internuts, Jack, Jam, Katnip, Ken Plays Metal, Kill the T.V., Kill Yourself In Others, Kyolar, L.E.D.S., Middle Waters, Moly Wave, Moontauk, My Last Day Alive, Raays, Rare Voltage, Reezlash, Rotohammer, Sn Draw, Taapa Groove, The Bricks, The Fulls Band, The Gloves, The Illusion of Free Will, Thrëé, Vampires of Saturn, Wallabies.
  ¿Qué es lo que relaciona a todos estos grupos? Muy sencillo: que se trata de proyectos más o menos noveles, pertenecientes a la escena subterránea... y que todos son mexicanos.
  Sí, aunque usted no lo crea y en un principio haya pensado que se trataba del elenco del algún festival alternativo en los Estados Unidos o Europa, no es así: son los nombres de puros grupitos conformados por músicos nativos de estos lares.
  ¿Que por qué ninguno de ellos tiene nombre en español o en alguna lengua autóctona mexicana? Vaya usted a saber. Lo cierto es que cada vez existe más esa tendencia a nombrar a las “bandas” con apelativos en inglés, no sé si para sentirse gringos o ingleses (o de perdida irlandeses, escoceses, galeses o australianos) o para lograr “una pronta internacionalización”, como suelen afirmar los integrantes de esta clase de agrupaciones, aunque jamás consiguen esa mentada internacionalización.
  Como ya se imaginara, casi todos estos grupos cantan en inglés, aunque no lo hablen, sus letras sean paupérrimas y pronuncien con notorio acento mexicano el inglish que apenas mastican, para convertir al idioma de Shakespeare en dialecto de Chespirito.
  Es el neo rockcito, cada vez más infantiloide, cada vez más vacuo, cada vez más empeñado en acentuar su afán por lo diminutivo.
  ¡C’mon, dude, vámonos a ver a Little Jesus!

(Mi columna "Gajes del orificio" de hoy en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

martes, 17 de julio de 2018

Jain, ¿la Janelle Monáe francesa?


Hay intérpretes que impresionan desde la primera escucha, sin importar a cuál género musical pertenecen y eso incluye al pop.
  Nada sabía hasta hace unos días acerca de la cantante y compositora francesa Jain, hasta que me topé con ella un tanto por casualidad en YouTube. El video en que la vi era el de una composición suya llamada “Makeba”, un tema bailable que de inmediato remitía a la música africana y que citaba el apellido de una de las cantantes más emblemáticas de África del Sur: la legendaria Miriam Makeba.
  Sin embargo, la joven que cantaba no parecía ser originaria del mal llamado continente negro. De hecho, no lo era. Resultó ser una nativa de la ciudad de Toulouse, en Francia, de aspecto absolutamente galo. Una muchacha que podría pasar como una integrante más del abundante elenco de cantantes francesas de música pop, tipo Alizée o Louane.
  Nada que ver. Jain es una extraordinaria creadora que vivió varios años en el Congo y allí se impregnó de la música y los ritmos locales, mismos que le sirvieron para empezar a componer canciones con un estilo que algunos denominan como afro-pop y que posee una vitalidad y un encanto contagiosos.
  A sus 26 años de edad, Jeanne Galice (su verdadero nombre) ha grabado un EP (Hope, 2015) y un larga duración (el exitosísimo Zanaka, 2016) y está preparando un próximo álbum, del cual ya apareció el estupendo sencillo “Dynabeat”.
  Jain suele presentarse sola, equipada con su guitarra electroacústica y una máquina de loops que maneja con maestría, aunque de vez en cuando se hace acompañar por una gran cantidad de percusionistas, quienes acentúan el estilo rítmico de sus canciones y le proporcionan un sonido monumental. Su voz recuerda de pronto a la de su paisana Zaz, aunque en “Dynabeat” la influencia de Janelle Monáe parece muy clara.
  Dado que esta es su canción más reciente, será muy interesante escuchar su próximo disco en el que estoy seguro que nos sorprenderá con nuevos elementos musicales.
  Vale la pena escuchar a Jain. Su disco Zanaka está en Spotify y en YouTube hay varios ingeniosos videos suyos.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Gajes del orificio de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

jueves, 12 de julio de 2018

Tonight’s the Night


El más perfecto de los discos imperfectos. Un trabajo áspero, rudo, tosco, oscuro, lleno de visceralidad pero también de dulce malancolía.
  En apenas seis meses, la heroína se había llevado a dos de los mejores amigos de Neil Young (el roadie Bruce Berry y el guitarrista de Crazy Horse Danny Whitten) y el álbum no es más que el homenaje póstumo del artista atribulado a sus compinches. Sin falsa moralina, con dolor pero con saludable cinismo y una actitud irónicamente desafiante, Young penetra y se hunde en la tristeza para sacar alegría de ella y eso es lo que campea a lo largo de los doce temas que conforman este extraordinario y un tanto subvalorado trabajo.
  La cultura de las drogas y del camino kerouakiano se encuentra reflejado en Tonight’s the Night (1975) con una fuerza escalofriante. Canciones tan buenas como “Speakin’ Out” (un enorme blues), “Borrowed Tune” (una melodía confesamente tomada prestada a los Rolling Stones –la de “Lady Jane”– en una de las canciones más ingeniosas de la carrera del canadiense), “Tired Eyes” (absolutamente bella), “Albuquerque” (una de esas joyas poco conocidas del músico) y por supuesto el grandioso y sarcástico corte que da nombre al álbum. Cabe destacar también a “Come On Baby Let's Go Downtown”, grabada casi un año atrás en concierto y en la cual Young canta a dueto con el malogrado Danny Whitten.
  Lo más irónico de Tonight’s the Night es que a pesar de ser una obra maestra, su éxito comercial fue nulo, debido a que la disquera no quería sacarlo (de hecho había sido grabado desde 1973), pero Young lo impuso y la promoción corporativa fue tan escasa como sus ventas. Por suerte, siempre existe la perspectiva del tiempo y hoy se le reconoce ya en todo lo que vale.

(Reseña que escribí originalmente para el "Especial" No. 35 de La Mosca en la Pared, publicado en noviembre de 2006)

martes, 3 de julio de 2018

Zoé y su Aztlán hipster


¿Es Zoé un grupo con un sonido propio? Sí y no. Es cierto que al escuchar a este quinteto, uno puede reconocerlo de inmediato. Sin embargo, no es tanto porque tenga un sonido único e inconfundible. En realidad lo que posee, más que un sonido, es un sonsonete. Un sonsonete que se debe básicamente a la voz siempre idéntica y sin matices de su líder y cantante, León Larregui, una voz sin fuerza, sin estamina, carente de estusiasmo, siempre susurrante (hasta en las canciones supuestamente más alegres), que pronuncia el español de manera ininteligible, como si estuviera cantando en inglés.
  A estas conclusiones llego después de escuchar Aztlán, el nuevo disco de Zoé, una obra musicalmente bien producida y bien ejecutada, pero nada más. No hay en sus doce cortes uno solo capaz de emocionar o conmover. Es música fría que al menos a mí, como escucha, nada me transmite.
  Muy influido por el rock argentino post-Babasónicos, aderezado esta vez por algunos elementos del synth pop de los ochenta, el estilo del grupo termina por volverse repetitivo y cansino. Plano. Helado.
  Respecto a las letras, representan la parte más débil de la propuesta. Aunque muchos admiradores de Zoé aseguran que son profundas, filosóficas y metafóricas, yo las encuentro limitadas, absurdas y muchas veces pretenciosas, conformadas en ocasiones por frases cortas, sin desarrollo, que no se conectan entre sí (aparte de que a simple golpe de oído, insisto, difícilmente se entiende su pronunciación). Líneas como “Uh, ella es magia / Es fiera de otro planeta / Uh y me alegra / cada molécula de ella / Soy presa de sus artilugios románticos / es bien fresa, pero ama la música gótica / Soy presa de sus ademanes neuróticos / Ella es ella y le gusta bailar rocanrol” no son precisamente poesía.
  Aztlán no pasará a la historia. No será un clásico del pequeño rock-pop nacional. Porque con Zoé no se trata de profundizar y desarrollar un sonido, sino de repetir una fórmula probada. No se corren riesgos. Para qué, si existe una fanaticada segura que lo acepta todo sin chistar.

(Mi columna "Gajes del orificio" de hoy en la sección ¡hey! de Milenio Diario)