viernes, 8 de octubre de 2021

Born Under a Bad Sign

 


“Born under a bad sign
I been down since I begin to crawl
If it wasn't for bad luck,
I wouldn't have no luck at all”.

Booker T. Jones / William Bell


“Nací bajo un mal signo, he estado jodido desde que comencé a gatear”, cantaba con todo su poderío el gran Albert King, en ese tema clásico del blues que es “Born Under a Bad Sign” que el propio King se encargó de inmortalizar. Aunque no se lamentaba del todo al exclamar con ironía: “Si no fuera por la mala suerte, no hubiera tenido suerte en absoluto”.
  ¿Mejor tener mala suerte con tal de que haya alguna suerte en la vida?
  La pregunta puede ser profundamente filosófica y terriblemente fatalista. Pero de eso canta en esencia el blues: de tristeza, de miseria, de sufrimiento, de traición, de sangre, de sudor, de lágrimas, de falta de perspectivas: de mala suerte. No es para menos. El blues nació en lo más pobre de lo pobre: los campos de esclavos del sur profundo estadounidense. Es la música de la gente más lastimada y envilecida, música surgida de las jornadas de trabajo de sol a sol, de los malos tratos de los amos blancos y sus capataces, de vivir en pocilgas, de padecer desde el nacimiento hasta la muerte. Eso tenía que verse como mala suerte, como pésimo destino, como nacer bajo un mal signo –y aquí recomiendo la lectura de la estupenda novela El ferrocarril subterráneo (The Underground Railroad, 2016) de Colson Whitehead que hace un impactante retrato, entre realista y realista mágico, de la esclavitud en el sur profundo de Estados Unidos).
  El blues es pesimista desde la base y el blues es el padre del jazz y del rock and roll –y de todo lo que hoy llamamos rock. ¿Ha permanecido por tanto esa visión negra (en todos los sentidos de la palabra) en la esencia del género? ¿Persiste ese bad sign entre los que han escrito y siguen escribiendo blues, rock y todos sus derivados? En buena parte es así.
  Cuando los blancos hicieron suyo al rhythm and blues primigenio –no ese híbrido de espanto al que soy se conoce como r&b (pronúnciese ar-and-bí)– y lo mezclaron con ciertas dosis de country and western, la tristeza y la melancolía no se alejaron. Cierto que en el naciente rock and roll había muchas melodías optimistas y muchos intérpretes bobalicones, pero su verdadera fuerza seguía apegada a las raíces del deep south y del delta del río Mississippi. El signo de la fatalidad y la mala suerte estaban ahí y eso lo vemos en una enorme cantidad de composiciones de músicos blancos de origen anglosajón: desde Bob Dylan y Grateful Dead hasta los Avett Brothers y Jack White, pasando por una larga lista que incluye a Janis Joplin, Jim Morrison, Tom Waits, Leonard Coen, Joni Mitchell, Eric Clapton, Joe Cocker, Led Zeppelin, Pink Floyd, Neil Young, Nick Cave, The Clash, Dire Straits, U2, Mother Love Bone, Sonic Youth, Nirvana, Pearl Jam, Elliott Smith, Bruce Springsteen, Jeff Buckley, Radiohead, etcétera, etcétera. Todos músicos blancos. Todos con una visión negra (o muy negra) de la vida. Todos nacidos bajo un mal signo que se refleja en sus letras y en su música.
  Por supuesto que ese bad sign del legendario blues compuesto por Booker T. Jones y William Bell no es una marca fatal y negativa. Todo lo contrario. Es lo que ha permitido al rock mantener su autenticidad en un mundo dominado por el utilitarismo, la superficialidad, la frivolidad y el consumismo. Es lo que le da sentido a una vida como la de Kurt Cobain y a su trágico final.
  Cobain, como pocos, encarna a esa mala suerte de la canción que da título a esta columna. A 27 años de su violento fallecimiento, cuando apenas tenía 27 años de edad; de esa autoinmolación que a muchos aún parece incomprensible, habría que buscar un motivo y verla de la misma manera en que el líder de Nirvana veía a su existencia: como un absoluto sinsentido.
  “La suerte no existe”, rezan los libros de superación personal. “Cada quien es el arquitecto de su propio destino”. ¡Ja! Esa es una gran falacia y el blues y el rock, desde sus más profundos infiernos, están ahí para contradecirla.
  “Hard luck and trouble is my only friend / I been on my own ever since I was ten” (La mala suerte y los problemas son mis únicos amigos / he estado solo desde que tenía diez años), prosigue cantando Albert King. ¿Quién es el señorito que se atrevería a desmentirlo?

(Publicada el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

jueves, 7 de octubre de 2021

The Warning - DISCIPLE

 

Esta noche, The Warning presentó su EP Mayday, primera mitad de lo que será su nuevo y tercer LP, aún sin nombre. El nuevo video es asombroso y la canción impresionante. Por ahora, aquí la dejo para deleite de todos.

sábado, 25 de septiembre de 2021

The Doors: L.A. Woman

 
 

L.A. Woman tiene su mayor importancia por ser el último álbum de los Doors con Jim Morrison al frente. Aparecido apenas tres meses antes de la muerte del vocalista, el disco no sólo continúa la tendencia bluesera y dura del anterior Morrison Hotel, sino que la profundiza y la hace más evidente. Sin embargo, a diferencia de su antecesor, hay aquí una tercia de temas que se convirtieron en éxitos radiofónicos. El disco presenta a un Morrison con la garganta un poco gastada, pero a cambio su sensibilidad está a tope y la forma de cantar –desgarrada, profunda-  es un absoluto homenaje a los grandes intérpretes de blues. Las dos máximas joyas del álbum son “Riders on the Storm” y “L.A. Woman”. La primera es una larga e inquietante composición con un dejo de jazz y un sentido melódico esplendoroso que contrasta con una letra ominosa sobre amores desesperanzados y asesinos en la carretera. Por su parte, “L.A. Woman” es un desenfadado canto a la ciudad de Los Ángeles y a sus mujeres. El tercer éxito de radio fue “Love Her Madly”, otro gran tema, una amarga aunque irónica y rítmica canción de amor. L.A. Woman es un disco de involuntaria despedida que dejó muy en alto el nombre de los Doors.

martes, 10 de agosto de 2021

Sólo he venido a decirte adiós (Homenaje a Bob Dylan)

 
Aquí el décimo sencillo de mi disco Nunca es tarde. Se trata de mi composición "Sólo he venido a decirte adiós" que escribí en 2011. Musicalmente, se trata de un homenaje al Dylan folky de principios de los años sesenta y la progresión armónica del tema está basada en la canción "Don't Think Twice It's Alright" del propio Dylan, quien a su vez se basó en la vieja canción tradicional de dominio público "Who's Gonna Buy Your Chickens When I'm Gone". En cuanto a la letra, habla del fin de una relación y de la despedida inevitable que se da cuando todo llega a su fin. Sé a quién se la compuse, pero no lo voy a decir.
   El arreglo que hice está inspirado en el muy olvidado trío de folk sesentero Peter, Paul & Mary y por eso invité a Nancy Zamher y a Mauricio "El Hueso" Díaz, para combinar sus voces junto con la mía (en ese sentido, también es un homenaje a aquel trío mexicano de rock folk que conformaron Jaime López, Emilia Almazán y Roberto González en 1980). El precioso arreglo de guitarras acústicas es del querido Hueso. El bajo (un genial pocket bass) lo toca el gran Aarón Cruz, Mauricio González se hace cargo del solo de armónica (muy dylaniano) y el pandero lo hace sonar Iris Bringas.
   El lyric video lo hizo la propia Iris Bringas.

viernes, 30 de julio de 2021

The Warning y el vértigo de la evolución

 

Cuando un artista crea una obra maestra, cuando llega a las máximas alturas, resulta difícil creer que después de ello logre superarse. Quizá se repita y consiga niveles de calidad artística semejantes, pero ir más adelante y elevarse por sobre sí mismo, no siempre es factible y en muchas ocasiones lo que sobreviene es el declive.
  En 2018, apareció en México un disco de rock excepcional, producido de manera independiente. Lo grabó un grupo de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, llamado The Warning. A muchos de quienes lo escuchamos con atención nos pareció no sólo un trabajo muy bueno, sino un álbum prácticamente perfecto, una sorprendente obra maestra. Sorprendente, porque las integrantes de dicho grupo eran tres muy jóvenes adolescentes, capaces de crear un conjunto de canciones sin mácula en un denso disco conceptual, el segundo larga duración del trío, titulado Queen of the Murder Scene (Q.O.T.M.S.)
  En lo personal, quedé asombrado por la calidad de ese plato y pensé que lograr algo mejor iba a resultar muy complicado, por no decir que imposible.
  Cuando se supo que, en plena epidemia del Covid-19, The Warning había firmado un contrato con la disquera estadounidense Lava Records para la realización de cinco álbumes y que sus integrantes se encontraban grabando el primero de ellos en Nueva Jersey, el deseo de conocer el nuevo material se hizo palpable, aunque con algunas dudas sobre si lograrían superar clásicos automáticos como “Dust to Dust”, “Stalker”, “Sinister Smiles”, “P.S.Y.C.H.O.T.I.C.”, The End” o la homónima “Queen of the Murder Scene”, por mencionar algunos cortes de aquel disco.
  La primera respuesta llegó el 21 de mayo pasado, con la aparición del primer sencillo del nuevo y tercer álbum (aún sin título revelado) del trío, “Choke”, tema ya reseñado en este mismo sitio de música de la revista Nexos.
  Hace unos días, el 23 de julio, fue dado a conocer el segundo sencillo: “Evolve” y de eso trata esta columna.

El frenesí de un grito
Si “Choke” representó un golpe de calidad que en muchos aspectos igualó o superó a las canciones del Q.O.T.M.S. (algo que, como ya dije, parecía casi imposible), “Evolve” fue más allá todavía y en algunos aspectos incluso aventajó a “Choke”.
  Se trata de una composición que quita el aliento. Una fusión de punk, thrash, metal y hard rock a mil revoluciones por minuto; un vértigo que arranca desde el primer acorde y no da punto de reposo hasta el último, tres minutos y 34 segundos después.
  Musicalmente, es un trayecto salvaje por una montaña rusa llena de rápidas subidas y empinadas bajadas, con curvas amenazantes y secos parones, un viaje acelerado que en determinado momento y sin previo aviso se adentra en una casa de los horrores de tonos bermellones que hielan la sangre con la irrupción de un inesperado y sobrenatural alarido de terror, un grito (cortesía de Paulina) que parece surgir de la garganta de una banshee irlandesa.
  La instrumentación de las tres hermanas Villarreal es un prodigio (algo ya habitual en The Warning). La sección rítmica no se detiene un segundo. Alejandra muestra y demuestra que su capacidad como bajista se aproxima al virtuosismo, con rasgueos que en el riff principal recuerdan al Muse de “Hysteria” y en el dramático break que anticipa el clímax nos remite al sonido de Judas Priest o el primer Metallica. Paulina no deja de deslumbrar con la enorme cantidad de recursos que posee como baterista, desde los secos golpes en la caja con que inicia la pieza hasta los sobrecogedores y brutales redobles (o feels) que introduce en los instantes precisos, sin regodearse en ellos (alguien dijo alguna vez que Pau Villarreal es la reencarnación de John Bonham y Keith Moon y no exageraba: la regiomontana cuenta con la fuerza y contundencia del primero y la velocidad y pericia delirante del segundo). Daniela vuelve a ser la voz principal, con esa garra y esa expresividad que ya son su sello característico (muy bien apoyada por las armonías vocales de sus hermanas), mientras que su guitarra trabaja toda clase de recursos y logra un par de complicados riffs que se quedan en la mente del escucha, además de un solo armónico impresionantemente intenso que lleva a la canción al punto del estallido (lo único que apuntaría a manera de crítica –y no es responsabilidad de la guitarrista, sino que se lo atribuyo a la producción– es el bajo volumen que se le dio en la mezcla a ese momento crucial en el que ella raspa las cuerdas superiores con la púa, de las notas agudas a las graves, justo antes de iniciar el ametrallante solo; un sonido más alto le habría dado a esa parte una fuerza escalofriante).
  Estructuralmente, la composición vuelve a mostrarse llena de cambios rítmicos y armónicos, algunos felizmente inesperados, como suele acontecer con las canciones del grupo. No son tantos y tan notorios como en “Choke”, en la que cada rompimiento da pie a una nueva construcción, pero el diseño composicional vuelve a ser fascinante, con una primera parte vertiginosa y una segunda aún más intensa y de una oscuridad estremecedora; ello para no hablar de los varios ganchos melódicos con que cuenta el tema, ya sea en la voz solista o en los coros.
  La música de “Evolve” es paroxística, de un frenesí rocanrolero que cambia de 4/4 a 7/4 –y viceversa– con una naturalidad que maravilla y provoca que el oyente quiera escuchar la canción una y otra vez, para quedar exhausto, aunque sin agotarse y deseando volver a adentrarse en ella las ocasiones que sea necesario.
  En cuanto a la producción, es alucinante. Con nota de sobresaliente en el definidísimo sonido de la batería.

¿Un mensaje feminista?
¿De qué habla la letra de “Evolve”? Básicamente y como su nombre lo indica, de evolucionar, de renacer, de cambiar. Sin embargo, no es una letra que lance un mensaje hueco, como de libro barato de superación personal. En absoluto. Como resulta habitual en las canciones de The Warning, el tema está compuesto en tonalidades menores (La Menor, según mi oído) y eso le da el dramatismo que requiere la letra, con versos contundentes como “Gold shall not define your worth / It’s not destruction, it’s rebirth”, “Pain is the price to survive / To evolve”, “Dry my tears cause I’m a weapon / Weapons never weep” o “I’m not in danger / I’m the danger” (la misma frase que pronuncia Walter White –o Heisenberg, si se prefiere– en el sexto capítulo de la cuarta temporada de Breaking Bad, aunque las hermanas Villarreal juran que se trata de una coincidencia, pues dicen jamás haber visto esa serie).
  El mensaje, pues, podría ser para todo aquel que escuche el tema, sin importar su género: “El oro no define tu valor, no se trata de destruir sino de renacer”; “Seca mis lágrimas porque soy un arma y las armas nunca lloran”; “El dolor es el precio para sobrevivir, para evolucionar” o, claro: “No estoy en peligro, yo soy el peligro”.
  No obstante, la idea podría apuntar también hacia una reivindicación feminista. De ahí otra línea como la que reza: “Muéstrame qué significa cambiar, ayúdame a ser algo más que sólo un objeto al que se disfraza”.

18 celulares y un dron
Mientras que el video de “Choke” se llevó 25 horas de grabación continua y una producción muy elaborada, el de “Evolve” se realizó en escasas dos horas, gracias al ingenio del equipo que rodea al grupo.
  Dirigido por Rudy Joffroy (manager de The Warning), no fue filmado con cámaras convencionales, sino que se emplearon 18 iPhones y un dron. La locación fue en un taller de autos de lujo en la ciudad de Monterrey, lugar que funcionó a la perfección, y el trabajo más elaborado se dio en la edición del material, toda una obra de precisión que debe haber llevado varios días.
   La primera parte del video se grabó con luces blancas, mientras que para la segunda mitad se empleó una iluminación de tonalidades rojizas que creó un ambiente muy a la Tool o a la Marilyn Manson.
  Estéticamente, Alejandra, Daniela y Paulina cambiaron los atuendos de “Choke”, en los que predominaba el negro, por trajes blancos que las hacen lucir espectaculares.

A manera de conclusión
Desde 2014, estamos siendo testigos (aunque muchos no se han dado cuenta) del desarrollo de un fenómeno musical que jamás se había producido en México. Por extraños y misteriosos designios del destino, para el surgimiento de The Warning se conjuntaron diversos factores que dieron como resultado al que probablemente sea el mejor grupo de rock que ha existido en los más de 60 años que este género tiene de existencia en nuestro país.
  Talento artístico y musical, genio inagotable para la composición, virtuosismo instrumental, voces estupendas, sentimiento y alma (es decir, feelin’ and soul) en la interpretación, profesionalismo y claridad en las metas, exhaustividad para ensayar, sacrificio para dejar de lado muchos aspectos de una vida “normal”, presencia escénica, gran uso de las redes sociales y de todas las plataformas posibles, bilingüismo, inteligencia, inventiva… y por si fuera poco: carisma, soltura, sencillez, sentido del humor, frescura y encanto personal.
  Todos los planetas perfectamente alineados.
  Y no olvidemos que todavía nos falta conocer diez temas del nuevo álbum. Apenas llevamos dos cortes del mismo y ya Daniela comentó en una entrevista que lo mejor del disco está todavía por llegar. Vista la creciente evolución de The Warning, habrá que creerlo.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Memorias de un melómano sarnoso" de "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos).

viernes, 9 de julio de 2021

Los cinco álbumes fundamentales de Metallica

 


La trayectoria de Metallica ha sido muy diferente a la de la mayor parte de los grupos, no sólo del heavy metal sino del rock en general. Con un origen auténticamente garagero y de fuertes tintes punkeros, el cuarteto californiano pasó al rock de metal con una energía, una vitalidad y una capacidad creativa tan notables que en muy poco tiempo logró situarse como virtual progenitor del trash.
  Sus primeros discos no daban concesión alguna y sus seguidores, como en pocos casos, podían llevar con orgullo el título de fanáticos. Frente a muchas agrupaciones supuestamente metaleras de los años ochenta que hacían una música cada vez más comercial y  complaciente, cada vez más ambigua y afectada, casi hermafrodita, Metallica se erguía como un conjunto de tipos agresivos y políticamente incorrectos, provocadores, valemadristas. Su música estruendosa, de riffs espeluznantes, ritmos vertiginosos y letras llenas de mensajes oscuros les ganó una feligresía de cuya fidelidad a ultranza muy pocos grupos, de cualquier género, podían presumir. Cliff Burton, su legendario y malogrado bajista primigenio, era el emblema del cuarteto y su muerte, en 1986, no hizo sino afirmar su halo mítico.
  Cuando al iniciarse la siguiente década James Hetfield, Lars Ulrich, Kirk Hammet y Jason Newsted –influidos por numerosos factores, entre los cuales el surgimiento del grunge fue fundamental– decidieron dar un viraje radical con el disco Metallica (mejor conocido como el álbum negro), sus más conspicuos y ortodoxos seguidores se sintieron traicionados y el viejo romance con sus ídolos se hizo pedazos. Para bien o para mal, Metallica no volvería a ser el mismo y sus fanáticos tampoco. Nuevos discos llegarían y un nuevo público, influido por MTV y los medios masivos, se acercaría a la agrupación.
  Con todo, a casi 40 años de su surgimiento y a 30 del polémico álbum negro, la influencia del pasado permanece poderosa. Metallica conserva aún su aura de leyenda viva y eso le alcanza para seguir trascendiendo, como lo hace ahora, en este 2021, con el anuncio de una espectacular caja para celebrar las tres décadas del Metallica y su regreso a los escenarios en noviembre próximo, dentro del festival Rockville, en Daytona Beach, Florida, donde compartirá escenario, entre otros, con Nine Inch Nails, Deftones, Stone Temple Pilots, Cypress Hill, Rob Zombie, Social Distortion, Mudvayne, Mastodon, Anthrax, Lynyrd Skykyrd y el power trío mexicano The Warning.
  He aquí los cinco discos básicos de Metallica; de hecho, sus cinco primeros.


Kill ‘Em All (Polygram, 1983)

Para muchos, este disco marcó el nacimiento del thrash metal. Desde sus inicios, Metallica logró fusionar las influencias de lo que en ese entonces se conocía como la nueva ola del heavy metal británico (movimiento encabezado por agrupaciones como Iron Maiden, Judas Priest y Diamond Head) con el vertiginoso speed metal de sus padres putativos, Motörhead, y la rabia sin pausas del punk más duro. Con James Hetfield y Dave Mustaine en las guitarras, Kill ‘Em All hace honor a su nombre con un rock asesino de alto octanaje. Los temas están estructurados de una manera muy compleja, con tal cantidad de secciones que recuerdan la forma de composición del rock progresivo, si bien el estilo furioso y agresivo de cada corte nada tiene que ver con el mencionado género. Cuando apareció en 1983, hace 38 años, el álbum causó una conmoción que hoy persiste entre los seguidores del thrash. Y no es para menos: apoyado en una sección rítmica verdaderamente demencial (Cliff Burton en el bajo, Lars Ulrich en la batería), el cuarteto dio rienda suelta a sus demonios internos y logró abrir una caja de Pandora cuyos espíritus malévolos aún siguen vagando por el mundo. Visto a distancia, tal vez Kill ‘Em All no sea un disco tan grande como se consideró en su momento. Sin embargo, su gran virtud es haber sido el detonador de un estilo que tendría una enorme cantidad de seguidores –grupos y fanáticos–- y al que el propio Metallica no podría seguir el paso por mucho tiempo. Álbum fundacional, obra pionera, su música conserva la suficiente actualidad como para estremecer a quien escucha temas tan salvajes como “Motorbreath”, “Whiplash”, “Hit the Lights”, “Jump in the Fire” y “Seek & Destroy”. Estremecedor e impactante, se trata de un disco básico para comprender la posterior carrera de Metallica.

Ride the Lightning (Polygram, 1984)
Posiblemente el disco más influyente de Metallica en los terrenos del heavy metal subterráneo. Ride The Lightning no sólo superó los planteamientos y las propuestas que se esbozaron en Kill ‘Em All, sino que mostró un claro adelanto en lo musical y lo letrístico. Si su antecesor fue el álbum fundacional del thrash, éste es la piedra de toque que mostraría la dirección a seguir por el metal durante la década de los ochenta y aun más allá. En tan sólo un año, Metallica mostró un avance artístico impresionante. Cada uno de los temas de este su segundo álbum tiene una razón de ser y se interrelaciona con el resto de los cortes, sin que se trate necesariamente de una obra conceptual. Con inusitada agresividad y sin contemplación alguna, el cuarteto apostó por el desbordamiento creativo, mediante una fuerza que puede escucharse sin pausa a lo largo del disco. Se trata de un trabajo experimental en muchos sentidos, un álbum que sacude los prejuicios y conformismos de un género que se había atorado en cierta complacencia y que necesitaba urgentes inyecciones de adrenalina. En el plano estrictamente musical, Ride the Lightning es un imaginativo tour de force de principio a fin. Lo es desde la explosión (luego de un breve juego introductorio de guitarras acústicas) de la inicial “Fight Fire with Fire”, ejemplo de poderío guitarrístico y percusivo. Metallica no rehuye las influencias de otros géneros, en especial el rock progresivo, pero lo hace a su manera, fusionándolas con su muy particular estilo. Eso le permite ir y venir, entrar y salir, por pasajes instrumentales tan admirables como los de “The Call of Ktulu”. Tampoco se asusta con el uso de la melodía y la armonía, en franco desafío a quienes piensan que el metal es ante todo ritmo y estruendo. “Fade to Black” es en ese sentido una composición ejemplar, una de las más completas del disco, de alguna manera el equivalente a lo que “Stairway to Heaven” fue para Led Zeppelin. Con Ride the Lightning, Metallica no sólo se mostró como una agrupación omnipotente, sino que revolucionó el paisaje todo del heavy metal a nivel universal.

Master of Puppets (Polygram, 1986)
Un clásico de Metallica. A pesar de que no significó un paso adelante con respecto a su antecesor y aunque de hecho repite casi como una calca la estructura de éste, Master of Puppets ha sido considerado por más de un especialista como “el mejor álbum de heavy metal jamás grabado”, lo cual suena como una franca exageración. Es cierto que en lo comercial superó con creces a los dos álbumes anteriores (con tres millones de copias vendidas) y que irrumpió con fuerza en las listas de popularidad. Sin embargo, su calidad artística, aunque innegable, no supera a la de Ride the Lightning; si acaso, sólo la pule un poco. ¿Tuvo miedo el grupo de tomar un riesgo tan grande como con su predecesor? ¿Eligió conformarse con lo ya probado y no aventurarse tan pronto? El caso es que Metallica jugó a lo seguro y volvió a atinar, por más que a algunos esto les haya parecido un signo de conservadurismo. La mayor virtud de Master of Puppets es sin duda su solidez, el ser una especie de bloque sin fisuras, si bien contiene también una mayor variedad estilística, siempre dentro de los límites del metal pesado. Las composiciones aquí son en su mayoría de mayor duración y las letras resultan aún más socialmente críticas que en Ride The Lightning. El thrash continúa presente en temas como “Damage, Inc.” y “Battery” y los arreglos son muy elaborados en “Master of Puppets”, “Dispossable Heroes”, “The Thing that Should Not Be” y la instrumental “Orion”. Master of Puppets significó la consolidación de Metallica como líder del movimiento metalero de los ochenta y un reto enorme para los años por venir.

…And Justice for All (Polygram, 1988)
Primer disco de Metallica sin el trágicamente desaparecido Cliff Burton y primero también con el nuevo bajista Jason Newsted, …And Justice for All es una de los obras menos comprendidas de Metallica. Recuperando el impulso creativo y experimental mostrado en Ride the Lightning, el potente cuarteto se lanzó a la aventura de crear un álbum mucho más sofisticado y elaborado que cualquiera de sus trabajos previos. Con un sentido cercano a lo conceptual, con una temática letrística que hablaba sobre una sociedad en plena decadencia, con sonidos inusuales logrados en el estudio de grabación, con una producción bizarra y estruendosa, Metallica alcanzó y rebasó límites que confundieron a más de uno. Es debido a este pandemonium musical que …And Justice for All no es un disco perfecto y, por el contrario, muestra errores de ecualización que en ocasiones borran literalmente el sonido del bajo del debutante Newsted. No obstante, con todos sus relativos defectos, el cuarto opus en la discografía del grupo propone una complejidad estilística y estructural que convierte a cada canción en una suite llena de cambios y movimientos tan desconcertantes como fascinantes. Difícil de captar, de aprehender en las primeras escuchas, el álbum se va haciendo más y más disfrutable conforme se penetra en sus intrincados y remotos rincones. No deja de ser paradójico que un disco tan poco accesible haya proveído a Metallica de su primer éxito sencillo: la canción “One”, una balada-thrash que llegó al famoso y discutible Top 40 de las listas de popularidad estadounidenses, a pesar de su prolongada duración de más de siete minutos. Sobrevalorado por algunos, subvaluado por otros, …And Justice for All puede ser acusado de resultar en extremo pretencioso (algunos de sus temas son casi imposibles de reproducir en concierto), pero su importancia artística será mejor evaluada en el futuro.

Metallica (Polygram, 1991)
El mayor golpe de timón en la historia de Metallica. El disco que les significó perder a miles de seguidores a cambio de ganar millones de fanáticos… y de dólares. Metallica es el álbum más polémico de la agrupación, su entrada a las grandes ligas del superestrellato y su salida (por expulsión y autoexpulsión) de las oscuras sendas del metal subterráneo. Intoxicado quizá por los excesos experimentales de …And Justice for All, el cuarteto optó por dar un giro radical y dirigirse a lo básico. Había que simplificar su música, escribir canciones más cortas; si eso les redituaba una mayor comercialidad, no hallaron razón para rehusarse. Así, Hetfield, Ulrich, Hammett y Newsted volvieron a correr otro riesgo, pero esta vez en sentido contrario al que corrieron con Ride the Lightning. De pronto, el factor melódico cobró una mayor importancia y así surgieron composiciones más accesibles para el gran público. Sin perder su esencia metalera, conservando parte de su fuerza thrashera pero dando evidentes concesiones, surgieron temas como “Enter Sandman”, “Sad But True”, “Wherever I May Roam” y sobre todo “Nothing Else Matters”, con las cuales escandalizaron a las buenas-malas conciencias de sus viejos seguidores, quienes los acusaron de traición de lesa metalidad. A la comercialidad de Metallica contribuyó el productor Bob Rock, quien dio al disco un sonido pulido, muy alejado de las “sucias” grabaciones de las cuatro obras anteriores del grupo. A pesar de la condena del sector más ortodoxo de los fanáticos de Metallica o tal vez por ello, este disco significó, hace ya 30 años, una nueva provocación que influyó en el heavy metal y cambió la dirección del mismo –¿para bien, para mal?– de manera irreversible.

(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

lunes, 5 de julio de 2021

Amanecer( lyric video)

 

Aquí "Amanecer", el noveno sencillo de mi álbum Nunca es tarde. La canción la compuse originalmente en 2016, para una amiga que estaba pasando por un mal momento en su vida y quise darle ánimos y esperanza por medio de la música. El mensaje, sin embargo, puede trasladarse para toda la gente en estos largos meses de oscura pandemia, una noche de la cual tarde o temprano habremos de salir para encontrar un nuevo amanecer. 

Guitarras acústicas (en especial la de Jehová Villa Monroy), flautas (de María Emilia Martínez), cuerdas (a cargo de Jazmín Rivera), piano (Ernesto Guerrero), voces (mucha atención a la bellísima participación vocal de mi querida y admirada Iris Bringas) y el juego de dos bajos Aura Ortiz y Aarón Cruz). La masterización corrió a cargo de Arcadio Hernandez Duarte y el lyric video es obra de mi hijo Jan Hellion). Ojalá la puedan escuchar y ojalá que les guste. Toda opinión será bienvenida.

viernes, 11 de junio de 2021

Los seis discos fundamentales de Nirvana, revisitados y reseñados


Nirvana es uno de esos grupos emblemáticos de una época, una de esas entidades que marcan un cambio y una ruptura radicales. Parte de un movimiento no sólo musical sino social, cultural y hasta político, el trío lidereado por el compositor, vocalista y guitarrista Kurt Cobain pronto se convirtió –posiblemente de manera involuntaria– en cabeza de ese mismo movimiento al que pronto se le dio el nombre de grunge y que determinaría la historia del rock durante los últimos años de la década de los ochenta y, sobre todo, los primeros de los noventa. Con un sonido que combinaba la pesadez y la dureza del heavy metal con la aspereza y la austeridad del punk, con letras que mostraban el desencanto, la rabia, la tristeza, la impotencia, la apatía de toda una generación, el grunge –cuyo origen geográfico se situó para fines prácticos en la lluviosa ciudad de Seattle, al noroeste de los Estados Unidos– pronto cundió en todo el mundo y agrupaciones como Green River, Mudhoney, Mother Love Bone, Soundgarden, Alice in Chains, Tad, Screaming Trees, Pearl Jam, Temple of the Dog, Candlebox, Hole y muchas otras surgieron para revolucionar una música que siempre se ha negado a estancarse.
  Dentro de ese panorama, Nirvana fue quizá la banda más significativa, no sólo desde un plano artístico sino, sobre todo, por su actitud e inteligencia. Kurt Cobain, el bajista Chris Novoselic y el baterista Dave Grohl conformaron un proyecto cuya propuesta permeó las mentes y las conciencias de millones de jóvenes, mismos que, paradójicamente, terminaron por elevar al trío a un estrellato que, en especial Cobain, rechazaba y repudiaba. Esta súbita fama, aunada al uso y abuso de drogas y al vertiginoso ritmo de vida impuesto por el star system, hizo que las cosas se volvieran inmanejables y que el sueño se transformara en pesadilla, una pesadilla que culminaría en tragedia y muerte. La de Nirvana es, pues, una historia que de rosa nada tiene, pero que dejó un legado musical que ha trascendido y que permanecerá por siempre.
  Aquí, las seis obras discográficas imprescindibles del grupo, cuatro en estudio y dos en concierto.

Bleach (Sub Pop, 1989)
Cuando Nirvana grabó este disco para Sub Pop, nadie pudo imaginar el impacto que el grupo de la pequeña y lluviosa ciudad de Aberdeen, en el noroccidental estado de Washington, tendría un par de años después. Se trata de un trabajo poco consistente, realizado antes de la irrupción del movimiento grunge. Producido por Jack Endino y grabado en unos cuantos días, con un costo ridículo de seiscientos dólares, Bleach presenta algunas canciones interesantes y otras que sólo para los seguidores más aferrados del grupo no pasaron al olvido. Es lógico que así sea. Nirvana era un grupo en formación y ni siquiera se trataba del trío que dos años después irrumpiría para cambiar el curso de la historia del rock. Dave Grohl aún no estaba en la agrupación y otros dos bateristas –Dale Crover y Chad Channing- compartieron los diferentes cortes del álbum. En los créditos aparece el guitarrista Jason Everman; sin embargo, el tipo no tocó una sola nota en la grabación. ¿Por qué se le incluyó entonces? Porque fue él quien puso los seis billetes de cien dólares que costó hacer el disco. Bleach es una obra densa, agresiva, confusa; las letras de Kurt Cobain son a su vez oscuras y difíciles de descifrar. Musicalmente hay una gran influencia de Black Flag por un lado y de Black Sabbath y los Melvins por el otro, lo cual se nota en los pesados riffs de la guitarra y el bajo y en la rítmica post punk de varios temas. Sin embargo, hay aquí un par de canciones que habrían de trascender con los años: la muy conocida “About a Girl” –escrita por Cobain para Tracy Marander, su novia de aquellos días y con quien acababa de terminar, por lo que la letra es una mezcla de sentimientos encontrados de amor y desamor– y la potente y enigmática “Blew”. También destacan la pre grungera “Negative Creep”, la desesperada “Paper Cuts” y una curiosidad: el cover a “Love Buzz”, composición de Robbie Van Leeuween, integrante del sesentero grupo holandés de pop Shocking Blue. Lo demás no es precisamente un material imperecedero. O como diría el crítico norteamericano Stephen Thomas Erlewine: “Bleach es más que una curiosidad histórica, dado que contiene algunas grandes canciones, pero no se trata de un clásico perdido… Es el debut de una banda que muestra potencial, pero que no lo ha desarrollado todavía”.

Nevermind (DGC, 1991)
¿Sabían Kurt Cobain, Krist Novoselic y Dave Grohl que su segundo álbum habría de revolucionar al mundo de la música, al irrumpir con fuerza brutal y sacudir el anquilosamiento discográfico de principios de los noventa, provocando el surgimiento de lo que se conocería como rock alternativo? Lo más seguro es que no. Sin embargo, estos tres músicos propusieron todos los ingredientes para que así fuera. El arribo de Grohl a la batería resultó fundamental. Con su poderío sobrehumano y su precisión técnica, dio al grupo la base rítmica perfecta para que las composiciones de Nevermind –todas ellas, sin excepción– resultaran joyas musicalmente impecables. Pero no sólo fue eso. El disco es un reflejo exacto de la angustia existencial de la juventud de aquella época, sumergida en la desesperanza, el desempleo, la falta de oportunidades, el consumismo, el alcoholismo y la adicción a las drogas. Desde la inicial “Smells Like Teen Spirit” que a pesar de la ironía de su título se convirtió en un himno automático de los jóvenes de todo el planeta, Nevermind es una colección de doce composiciones de impecable estructura, con todos los elementos clásicos de la canción popular, pero sin una intención comercial preestablecida. Otro elemento básico está en la producción de Butch Vig, quien supo explotar los talentos del trío y construir un edificio sin fisuras aunque bien iluminado y aireado (y airado también, por supuesto). Difícil resulta destacar alguno de los cortes, dado el nivel de cada uno. ¿Cómo decir que “In Bloom” es mejor que “On a Plain”, que “Come As You Are” supera a “Breed” o que “Polly” deja atrás a “Something in the Way”. Imposible. Sería altamente injusto. Disco catártico y salvaje pero armónico y melodioso, sus contradicciones lejos de oponerse se complementan de manera magistral. Testimonio de un momento histórico, Nevermind es el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los noventa y no hay exageración al afirmarlo. Se trata de una obra maestra, revolucionaria, que combina los mejores componentes del rock y del pop y que posee una actitud rebelde y anticonvencional que ha trascendido con el tiempo hasta alcanzar una estatura mítica. Y aunque visto sin apasionamientos podría ser algo tan simple como un gran disco de punk, la verdad es que el arte implícito y explícito que hay en él lo convierte, a todas luces y a 30 años de haber aparecido, en un hito para la posteridad.

Incesticide (DGC, 1992)
Cuando muchos esperaban que después de Nevermind Nirvana reapareciera con otro álbum fuera de serie, Kurt Cobain y compañía lo hicieron…, pero a su modo. Incesticide, su tercer trabajo discográfico, no fue con toda probabilidad lo que su público y su casa disquera esperaban precisamente. Lejos de salir con una nueva serie de temas producidos por Butch Vig, el grupo prefirió sacar una colección de demos, lados B, covers, cortes guardados y grabaciones para la BBC. Se trata de un disco que compila rarezas y a 29 años de distancia eso es lo que le da su mayor encanto y valor. Si en su momento algunos criticaron a Incesticide por ser una obra oportunista que trató de aprovechar el éxito de su predecesor con piezas de relleno, la distancia permite evaluar las cosas y contemplarlas en su justa proporción. Es por ello que hoy podemos decir que se trata de un álbum interesantísimo justamente por su desproporción y falta de unidad conceptual. He aquí al Nirvana anterior a Nevermind, con un sonido más parecido al de Bleach, aunque menos oscuro y con mayor orientación al rock pop. En Incesticide pueden conocerse también las raíces setenteras del trío, su amor tanto por el metal de Alice Cooper como por el punk garage de los Stooges, el rock pop de The Vaselines y el indie rock de Sebadoh. He aquí el espíritu alternativo de Nirvana en su máxima expresión caótica y anticonvencional. Hay temas que pueden considerarse esenciales, como “Dive” –el único producido por Vig–, “Sliver” y la extraordinaria “Aneurysm”, pero también joyas desconocidas como “Beeswax”, “Downer”, “Mexican Seafood” (sic), la cruda “Aero Zeppelin”, la bizarrísima “Hairspray Queen” y su preciosa versión a “Molly’s Lips” de The Vaselines. Sin duda se trata de un disco que debe ser revalorado.

In Utero (DGC, 1993)
He aquí el que puede considerarse como el testamento musical de Nirvana. Producido por Steve Albini, de antecedentes que lo relacionaban con los Pixies, se dice que los tres integrantes del grupo pretendían realizar con su cuarto disco algo semejante al Surfer Rosa del grupo de Black Francis. Sin embargo, no sería por eso que In Utero alcanzaría la categoría de mito, sino porque en el mismo muchos vieron algo así como la carta de despedida de Cobain antes de suicidarse. Algunos incluso presumieron que el hecho ya se veía venir al escuchar las letras altamente nihilistas y depresivas de los temas que conformaron el disco. Se trata de un trabajo tosco, áspero, difícil y a ello contribuyó de gran manera Steve Albini, quien no sólo había producido a los Pixies, a Helmet, a The Jesus Lizard y a PJ Harvey, sino que también había sido un músico punk con los grupos Big Black y Rapeman, de los cuales Cobain fuera gran admirador. De ahí el sonido punk del disco, grabado prácticamente en directo, con muy pocas sobregrabaciones o trucos de estudio. El álbum se hizo en escasas dos semanas, sin intervención alguna de gente de la disquera. Todo parecía perfecto, hasta que el resultado final llegó a manos de los directivos de Geffen, quienes se negaron a aceptarlo y tras largas discusiones que enfrentaron a la compañía, el productor y el grupo –todos contra todos–, este último aceptó otorgar algunas concesiones, como volver a producir “Heart-Shaped Box” y “All Apologies” (el encargado de ello fue Scott Litt, quien había trabajado con REM) y regrabar partes del bajo y la voz a lo largo del disco. Albini quedó muy decepcionado con los cambios en In Utero, a pesar de su éxito inmediato. Con todo, el último álbum en estudio de Nirvana –que en un principio iba a llamarse I Hate Myself and Want to Die y luego Verse Chorus Verse, ambos títulos de composiciones que al final no fueron incluidas– contiene temas clásicos como los dos mencionados líneas atrás, además de la provocadora “Rape Me”, la iconoclasta “Milk It”  y la felizmente irónica “Dumb”.

MTV Unplugged in New York (DGC, 1994)
Si algo demuestra este disco es que detrás del estruendo, la sobreamplificación y la distorsión que solía emplear Nirvana en sus conciertos, había canciones perfectamente construidas, las cuales, al ser desprovistas de sus ruidosos arreglos eléctricos y arregladas con elementos acústicos, brillaban por lo que eran en esencia: melodías escritas con sutileza y sensibilidad. Esto parecía un contrasentido tratándose del grupo emblemático del grunge, pero no lo era. MTV Unplugged in New York es, por tanto, una sobria demostración del talento de Kurt Cobain como compositor y del de los integrantes del grupo como ejecutantes de sus respectivos instrumentos. Grabado en vivo para el célebre programa de la televisora MTV, este disco contiene una perfecta selección de temas, entre originales de la banda y algunos covers. Desnudo, desgarrado, sincero, en ocasiones escalofriante, el estilo de Nirvana en este álbum nos lleva por parajes musicales que van de la recreación de piezas propias como “All Apologies”, “About a Girl”, “Come as You Are” y “Polly” a versiones de temas de David Bowie (la genial “ The Man Who Sold the World”), el viejo bluesero folk Leadbelly (“Where Did You Sleep Last Night? ”), las Vaselines (“Jesus Doesn't Want Me for a Sunbeam ”) y tres temas de Meat Puppets, héroes musicales y amigos personales de Kurt Cobain.

From the Muddy Banks of the Wishkah (DGC, 1996)
Contraparte sonora del Unplugged in New York, From the Muddy Banks of the Wishkah muestra a Nirvana en todo su potencial rocanrolero. La intención de este segundo disco posterior a la muerte de Cobain y a la desaparición de Nirvana fue la de mostrar lo que era el trío en el escenario, cómo sonaba en vivo, cómo se comportaba, cómo variaba las versiones de los temas grabados originalmente en estudio. Con pocas composiciones famosas –si acaso “Smells Like Teen Spirit”, “Lithium”, “Sliver”, “Heart-Shaped Box” y “Polly”–, el álbum se inclina por cortes oscuros pero no menos buenos, como “School”, “Drain You”, “Been a Son”, “Spank Thru”, “Scentless Aprentice” y “tourette’s”, entre otros. No se trata de un solo concierto, sino de tomas realizadas en distintas presentaciones de Nirvana, algunas grabadas con medios limitados, pero que por lo mismo dan al disco un gran valor y lo convierten no sólo en un testimonio de lo que fue el grupo en escena sino en una obra absolutamente disfrutable.

(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes, el sitio de música de la revista Nexos)

jueves, 27 de mayo de 2021

12 discos esenciales de Bob Dylan ahora que ya es ochentero


Robert Zimmerman, mejor conocido en los bajos fondos del rock y el folk estadounidenses como Bob Dylan, cumplió 80 años el pasado lunes 24 de mayo. A manera de sentido homenaje, presentamos aquí una docena de sus mejores trabajos discográficos en estudio. No están todos los que son, pero sí son todos los que están.

Bob Dylan (1962)
No deja de ser curioso que un artista tan universal como Bob Dylan haya sido contratado originalmente como un cantautor para minorías. En efecto, su disquera, Columbia Records, decidió tomarlo con el único objetivo de encasillarlo en el género folk, sin imaginar la enorme potencialidad de su artista. De hecho, como a principios de los sesenta los cantantes de folk eran tan sólo intérpretes y no compositores, a Dylan se le permitió incluir únicamente dos temas propios, mismos que a la postre resultaron los mejores de su álbum debut. Bob Dylan es un trabajo disparejo pero digno, irregular pero emocionante, sobre todo si se le mira desde el tiempo y la nostálgica distancia. Guitarra acústica, armónica y la voz chillona y gangosa que caracterizaría al músico a lo largo de (casi) toda su carrera. Lo más destacable son, pues, sus dos composiciones (“Talkin’ New York” y “Song to Woody”), así como sus versiones a “In My Time of Dyin’”, “Baby Let Me Follow You Down” y “The House of the Rising Sun”.

The Freewheelin’ Bob Dylan (1963)
El paso gigantesco que dio Dylan en tan sólo un año sigue siendo sorprendente. Difícil resulta comprender cómo alguien puede pasar de un disco aceptable pero modesto a una obra de gran nivel en tan poco tiempo y sin que se conocieran bien a bien, al menos masivamente, todas las aptitudes del músico. The Freewheelin’ es una pequeña obra maestra, con composiciones excelentes, un disco de folk que iba más allá del folk sin abandonar al folk. El Bob Dylan rocanrolero aún no estaba presente, no era del todo explícito, pero por debajo del agua prometía (o quizás amenazaba) con surgir en cualquier momento. He aquí a un joven creador de escasos veintidós años, capaz de crear melodías sencillas, enmarcadas por armonías repetitivas pero absolutamente novedosas. Sin embargo, eso no era tan importante como la calidad y profundidad de sus letras, imbuidas, sí, por las inquietudes sociales de la época, pero construidas por medio de una vena poética hasta entonces inédita. De ahí temas esplendorosos como los inmortales “Blowin’ in the Wind” y “A Hard Rain’s A-Gonna Fall” o bellezas como “Girl from the North Country” y “Don’t Think Twice Is Alright” o canciones impactantes como “Masters of War”. Once piezas originales y sólo dos covers para un segundo disco pasmoso.

Bringing It All Back Home (1965)
Es este el primer gran disco, la primera obra maestra de Bob Dylan. Se trata de un paso hacia una mayor amplitud de miras, un paso que lo acercaba cada vez más al rock y lo alejaba del folk ortodoxo. De hecho, es el álbum que, como dijo alguien por ahí, replanteó las reglas para escribir el rock. El plato se divide con toda claridad en dos partes perfectamente delimitadas (en el vinil original esta división era todavía más obvia, dado que existían los lados A y B). La primera es rocanrolera y con instrumentos eléctricos y contiene temas explosivos como las sensacionales “Subterranean Homesick Blues” y “Maggie’s Farm” y canciones de amor de gran hermosura como “She Belongs to Me” y “Love Minus Zero/No Limit”. La segunda parte en cambio es muy folk, pero las letras ya no eran las mismas de la época militante del cantautor. Las cuatro canciones de ese lado B son extraordinarias, verdaderos clásicos; sin embargo, el formato y el contenido muy poco tenían que ver con la influencia de Woodie Guthrie. Piezas como “Mr. Tambourine Man” (antes grabada por los Byrds), “Gates of Eden”, “It's Alright, Ma (I'm Only Bleeding)” e “It's All Over Now, Baby Blue” demostraban que, en efecto, los tiempos para Dylan estaban cambiando… y en la mejor de las formas.

Highway 61 Revisited (1965)
Bringing It All Back Home forma parte de la trilogía de álbumes más trascendentes de la discografía dylaniana, trilogía que continúa con este Highway 61 Revisited, trabajo que terminó de consolidar el movimiento hacia el rock que el músico había emprendido sin posibilidades de dar marcha atrás y lo hace con una perfección asombrosa. Para muchos la obra cumbre del músico, esta “revisita” a la autopista 61 es un disco extraordinario de principio a fin. Nueve cortes a cuál más de bueno. Desde el deliciosamente enloquecido, surrealista e híper iconoclasta “Tombstone Blues” hasta esa reelaboración del folk rock que es “Desolation Row”, pasando por el mood bluesero de “It Takes a Lot to Laugh, It Takes a Train to Cry” –el cual presagia al blues acústico de los Rolling Stones de la época del Let It Bleed– y “From a Buick 6” –magníficamente crudo y rasposo–, el misterio de la esplendida tonada “Ballad of a Thin Man” –“Something is happening here / and you don’t know what it is / Do you, Mr. Jones?”–, la delicadeza irónica de “Queen Jane Approximately”, el garage rock bíblico de “Highway 61 Revisited” y el muy bizarro relato de “Just Like Tom Thumb’s Blues”, situado en una Ciudad Juárez corrupta, peligrosa y escalofriantemente premonitoria, y un corte que revolucionó la manera de escribir canciones en la música popular, la absoluta y absolutistamente genial “Like a Rolling Stone”, todo un himno generacional que perdura 56 años después de haber sido grabada.

Blonde on Blonde (1966)
Tercera y última parte de la gran trilogía dylaniana, Blonde on Blonde fue el primer álbum doble de la historia del rock. Las opiniones se dividen y hay muchos que piensan que este trabajo y no el Highway 61 Revisited es la verdadera obra maestra del maestro. Cuestión de enfoques y en realidad una discusión bizantina. Lo importante es que estamos frente a una cumbre del arte musical del siglo veinte. Tal vez lo que hace diferente a Blonde on Blonde sea más que nada la finura de su sonido. Si Michael Bloomfield había dado al disco anterior su estilo secamente bluesero de tocar la guitarra, ahora Robbie Robertson (del grupo The Hawks, dos años después transformado en The Band) ponía todo su talento guitarrístico al servicio de una grabación perfectamente producida, con enormes temas y un sorprendente sentido de la totalidad. Blues, folk, country, rock se fusionan de manera exacta y perfecta a lo largo de las catorce composiciones que conforman el doble vinil (en compacto todo se fusionó en un solo disco). No hay una sola pieza floja. Blonde on Blonde empieza triunfalmente con “Rainy Day Women #12 & 35” y prosigue por la misma senda, con temas fenomenales como “Pledging My Time” (vaya blues), “Visions of Johanna”, “Leopard-Skin Pill-Box Hat” (otro bluesazo, con Bloomfield a la guitarra), “Stuck Inside of Mobile with the Memphis Blues Again”, “Most Likely You Go Your Way (And I'll Go Mine)” y esas maravillas que son “Absolutely Sweet Marie”, “I Want You” y “Just Like a Woman”. Un trabajo superior. Simplemente.

Nashville Skyline (1969)
Producido en Nashville, se trata de un disco de música country, grabado con instrumentistas de esa señera ciudad del estado de Tennessee. Aparte de su calidez y lo grato de las canciones que lo recorren (como la renovada versión de “Girl from the North Country”, cantada al lado del gran Johnny Cash), lo más notable de Nashville Skyline es la “nueva” voz de Dylan, una voz casi de crooner que nada tenía que ver con su habitual y mundialmente conocido timbre gangoso. Sin embargo, esa voz de pronto hasta melodiosa cuadra muy bien con el tipo de canciones que Bob compuso para el álbum, canciones directas y sin complicaciones pero muy bellas, como las muy conocidas “Lay Lady Lay” y “To Be Alone with You”, aparte de otras joyitas como “I Threw It All Away”, “Tonight I’ll Be Staying Here With You” y la preciosa “Peggy Day”. Una obra muy disfrutable.

Blood on the Tracks (1975)
El disco del divorcio. El disco del dolor que provoca una separación amorosa. El disco en el cual Bob Dylan se enredó en la tristeza. El músico respira por la herida en este álbum lleno de pasión, entraña, dulzura, nostalgia, melancolía. Blood on the Tracks es un trabajo fuera de serie, uno de los cinco discos fundamentales de este músico, quien para 1975, con tres lustros de carrera y dos relaciones sentimentales muy fuertes sobre sus espaldas, alcanzaba un primer grado de madurez como creador y como ser humano. Musicalmente se trata de una obra más bien tranquila, semiacústica, paradójicamente llena de paz. Son las letras las que nos hablan de un corazón herido, lastimado, aunque finalmente esperanzado. Pero no lo hacen de manera abierta y explícita. La poesía de Dylan, sus metáforas muchas veces alegóricas e incluso herméticas están presentes para que el dolor no sea tan evidente y lo descubramos entre líneas… o entre los desangrados tracks del disco. Todas las canciones del plato son hermosas y conmovedoras, pero hay algunas que brillan aún más, como la maravillosa “Tangled Up in Blue” que abre el álbum o las irresistibles “Simple Twist of Fate”, “Idiot Wind”, “Meet Me in the Morning” y, por supuesto, la inconmensurable“Shelter from the Storm”. Como dijo un reseñista norteamericano acerca de Blood on the Tracks: “Dylan hizo álbumes más influyentes que éste, pero nunca hizo uno mejor”.

Infidels (1983)
Después de su paso por la fe cristiana, Bob Dylan la abandonó y lo hizo con estruendo, al sacar un álbum al que bautizó (of all names) como Infidels. Disco bendito, no precisamente por sus mensajes sino porque recuperó una sana secularidad y retornó a la senda de lo laico y lo mundano. Tan renunció al cristianismo sectario que la pieza que abre el plato, una especie de reggae intitulado “Jockerman”, contiene una fuerte crítica a los falsos mesías que manipulan a las masas. Infidels es una obra de reflexiones filosóficas y ajustes de cuentas consigo mismo. En el aspecto musical, se trata de un trabajo lleno de frescura y colores. El descubrimiento del reggae durante un viaje al Caribe abrió nuevas ventanas para el músico y ese entrada de aire limpio y puro hizo que se renovara y produjera otro de sus grandes discos. Canciones de fina elegancia amorosa como la balada soulera “Sweetheart Like You” y la muy bella “Don’t Fall Apart on Me Tonight” o de ácida perspicacia como “License to Kill” son muestras claras de dicha renovación, como lo son la cuasi rollingstoniana (¿o loureediana?) “Neighborhood Bully” y la estrujante “I and I”. Un discazo.

Oh Mercy (1989)
Un gran disco poco reconocido de Bob Dylan (aunque críticos como el escritor José Agustín se han referido a él con gran veneración). Oh Mercy es una obra impecable. Producido por Daniel Lanois, el álbum es poseedor de una gran unidad estilística, sin que esto signifique que sea en absoluto monótono. Para lograr la cohesión que caracteriza al plato, mucho contó la labor del productor, claro, pero éste nada hubiera podido hacer de no tener en sus manos un conjunto de composiciones sobresalientes. Hay aquí un gran sentido de la belleza. La química existente entre Dylan y Lanois (que se repetiría con tan buenos o aun mejores resultados en el Time Out of Mind de 1997) fue la que hizo que temas como “Ring Them Bells”, “Most of the Time”, “Disease of Conceit”, “Shooting Star” o “Man in the Long Black Coat” resultaran tan entrañablemente perfectos. Un disco exultante. Una obra maestra. El Blonde on Blonde de los años ochenta.

Time Out of Mind (1997)
Desde el primer corte, el impactante semi reggae “Love Sick”, sabemos que estamos frente a un disco del más alto nivel artístico. Time Out of Mind, el último álbum en estudio de Bob Dylan en el siglo veinte, representa una cumbre más, un alto pico en la carrera del gran cantautor. Siete años llevaba sin grabar un disco con material propio (el último había sido el discutible Under the Red Sky de 1990) y al parecer ese largo periodo sabático no le cayó nada mal. Cómo, si el plato prosigue con el sensacionalmente rasposo “Dirt Road Blues” (uno puede sentir el polvo de la desierta carretera), la extraordinariamente melancólica “Standing in the Doorway” (una balada que es el colmo de la sutileza), la sensualmente bluesera “Million Miles” (con ese órgano Hammond todo el tiempo detrás de las armonías), la clásicamente dylaniana “Tryin’ to Get to Heaven” (que nos hace rememorar los viejos tiempos sesenteros del autor), la poderosamente austera “’Til I Fell in Love With You” (otro bluesazo de primera), la serenamente pesimista “Not Dark Yet” (con un Dylan que parece rendirse ante los golpes de la vida), la rabiosamente decepcionada “Cold Irons Bound” (más desencantada pero más indignada que el corte inmediato anterior), la súbitamente luminosa “Make You Fell My Love” (el típico cambio de ánimo dylaniano), la súbitamente oscura pero vital “Can’t Wait” (ya que hablábamos de cambios de ánimo) y la evocativamente rural “Highlands” (una extraordinaria manera de culminar un extraordinario álbum y de paso culminar el siglo).

Love and Theft (2002)
Vaya manera de comenzar la década, el siglo y el milenio. Si Bob Dylan no hubiese podido grabar un disco más en su vida (cosa que no sucedió, ya que por fortuna todavía nos ha brindado varias obras maestras más), este habría alcanzado para cubrir la centuria toda y más allá. Love and Theft es equiparable a Time Out of Mind (para algunos es mejor) y como éste, se vuelve artísticamente comparable a Bringing It All Back Home o Blood on the Tracks. Jack Frost es esta vez el productor y funciona como un eficaz respaldo que permite a Dylan arriesgarse y entregarnos temas muy variados y plenos de calidez, ironía y hasta de un cierto optimismo que prácticamente no existía en su álbum anterior. Se trata ahora de un trabajo gozoso, lúdico, lleno de vitalidad, en el que el maestro Zimmerman suena divertido y feliz, mientras aborda con enjundia y un recuperado ánimo rocanrolero una docena de composiciones propias. “Mississippi”, “Lonesome Day Blues”, “Summer Days”, la bluemoonesca “Bye and Bye”, “Floater (Too Much to Ask)” (que recuerda ¡a Cri Cri!), “High Water” (gran homenaje a Charlie Patton, a quien el músico llama “Charley), todas en conjunto son como un resumen de los diferentes estilos que Dylan ha usado a lo largo de casi sesenta años.

Together Through Life (2009)
Luego de esas maravillas que fueron Time Out of Mind y Love and Theft, Dylan completó su trilogía fantástica con el Modern Times de 2006, otro disco lleno de influencias blueseras, folkies y campiranas, pero esta vez más denso y profundo, casi conceptual. Tres años después vino este Together Through Life, muy emparentado con sus tres antecesores y más aún con el inmediato anterior, pero con un espíritu más ligero y bromista y con letras más clavadas en el tema del amor y su permanencia y de cómo sin amor, para decirlo josealfreadianamente, la vida vale nada. Se trata de otro album con un humor old fashioned y tan lleno de encanto que parecería que el autor estuviera en sus veinte años. Otra característica del disco es que de los diez temas que lo conforman, nueve fueron escritos a dúo con Robert Hunter, el letrista de cabecera de Jerry García. Baladas, blueses, tonadas country conforman a este Juntos a lo largo de la vida de intenciones pre rocanroleras e imbuido de una vitalidad que se refleja en temas tan buenos como “Beyond Here Lies Nothin’”, “My Wife’s Home Town”, “If You Ever Goes to Houston”, “I Feel a Change Comin’ On” y el genial y sardónico “It’s All Good”.

(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

martes, 13 de abril de 2021

Algo especial


En febrero de 1975, mi amigo y hermano de toda la vida, Adolfo Cantú (Bo Cydt) y yo nos presentamos en el programa dominical Algo especial de Canal 13, cuando este pertenecía al gobierno (creo que aún no se llamaba Imevisión) y sus instalaciones estaban en la calle de Mina, cerca del Teatro Blanquita. El dueto de dos guitarras y dos voces se llamaba Octubre y cantamos tres canciones mías ("Elevación", "Tiempo de revolución" y "Soy un director"). El programa, por cierto, lo dirigió Luis de Llano Macedo. Su padre, Luis de Llano Palmer, era el director del 13. Por ahí tengo medio perdido un cassette con la grabación en audio de aquella emisión. La imagen es la de una especie de invitación para la grabación del programa, con el elenco musical que participó. Hace 46 años (y poco más de un mes) de esto (yo iba a cumplir los 20 y Adolfo tenía 17).

miércoles, 17 de marzo de 2021

David Crosby, casi octogenario

 

Uno ve su pinta de abuelo afable y bondadoso, su suave y dulce sonrisa, y resulta difícil imaginar lo que se esconde detrás de ella, lo que hay más allá de su pachona apariencia. David Crosby, sin embargo, se encuentra muy lejos de ser el cuasi octogenario que disfruta sus días luego de una larga y apacible existencia. No digo que hoy no disfrute sus días, pero de que su vida ha sido todo menos apacible sobran las evidencias.

Nacido el 14 de agosto de 1941 (dentro de poco menos de cinco meses cumplirá 80 años), en la ciudad de Los Ángeles, California, Crosby es un sobreviviente, una figura señera de la historia del rock, tanto como integrante de dos agrupaciones fundamentales –The Byrds y Crosby, Stills & Nash (& Young en algunas ocasiones)–, como por su propia carrera solista (su esplendoroso álbum debut, If I Could Only Remember My Name, de 1971, podría considerarse dentro de los mejores cien discos de todos los tiempos en el género).

Pocos saben que fue Crosby quien convenció a Jimi Hendrix de incluir en su repertorio una canción folclórica que hablaba sobre un hombre que asesinaba de un tiro a su mujer por engañarlo (“Hey Joe”) o que cuando él mismo quiso incluir una composición acerca de un amoroso ménage a trois (“Triad”) en un disco de los Byrds, sus compañeros se negaron y él decidió abandonar al grupo o que mientras grababa el álbum Déjà Vu (1970) con Stephen Stills, Graham Nash y Neil Young, su novia (Christine Hinton, a quien le escribiera la bellísima “Guinnevere” del primer disco de CS&N) se mató en un accidente automovilístico y David entró en una profunda depresión que lo llevó a consumir alcohol y heroína en cantidades industriales, hasta el punto en que, por temor a que intentara suicidarse, durante semanas Graham Nash no se separó un instante de su lado.

Las drogas fueron un terrible problema a lo largo de la vida de Crosby. También el alcohol y asimismo su idea de andar armado (en más de una ocasión fue arrestado por poseer armas de fuego sin permiso). No obstante, a pesar de todo, fueron muchos los momentos luminosos en su vida. Uno de ellos (o más bien dos), cuando a fines de la década de los noventa donó su semen en un par de ocasiones a la pareja lésbica que conformaban la cantante Melissa Etheridge y su mujer, Julie Cypher, fruto de lo cual fueron los hijos gemelos de la singular pareja-trío. Los tres, junto con los pequeños, fueron en una ocasión sonriente portada de la revista Rolling Stone.

Después de su poco brillante álbum Thousand Roads (1993), el músico se ausentaría del mundo discográfico por más de veinte años y no regresaría sino hasta 2014, con un larga duración de absoluta belleza: Croz (Blue Castel Records).

El autor de maravillas sesenteras como “Eight Miles High”, “Almost Cut My Hair” y “Long Time Gone” tenía 72 años cuando retornó y lo hizo en plenitud de forma artística e interpretativa, mostrando una vitalidad a toda prueba y una creatividad sin límites como compositor y arreglista. Al escuchar hoy día esta joya, uno se da cuenta de que a esas alturas de su vida su voz continuaba intacta y seguía sonando tan aterciopelada y melódica como cuatro décadas atrás.

Croz es un disco elegante, sutil, muy grato, sin concesiones comerciales o acercamientos al pop. El estilo sempiterno de Crosby está ahí, intacto, con su característico juego de armonías intrincadas y sus arreglos vocales que de repente coquetean incluso con ciertos visos jazzísticos.

Once canciones conforman al plato. Desde la inicial “What’s Broken” (con Mark Knopfler como guitarrista invitado) sabemos que el buen David es el mismo de siempre y que su congruencia musical permanece inmaculada, como lo muestra en la etérea, reflexiva y a la vez desafiante “Time I Have” o en esa delicia acústica que es “Holding on to Nothing”, solo de trompeta de Wynton Marsalis incluido.

En Croz, David Crosby contó con la colaboración invaluable de su hijo James Raymond, cuyas aportaciones como productor y multiinstrumentista hacen maravillas con piezas como la intrincada “The Clearing”, la muy crosbystillsandnashiana y brillante “Radio”, la suntuosa “Slice of Time”, la poderosa “Set That Baggage Down”, la melancólica “If She Called”, la muy bella “Dangerous Night”, la radioheadiana (lo digo en serio) “Morning Falling” y la sofisticada “Find a Heart” con que culmina el disco.

El genio de este enorme y mítico músico prometía dar aún mucho más de sí y así fue: en 2016 saldría su álbum Lighthouse, en 2017 lo haría Sky Trails y en 2018 aparecería el finísimo Here If You Listen.

¿Nos tendrá David Crosby preparada una nueva sorpresa para festejar su octogésimo cumpleaños? No me extrañaría en absoluto. Después de todo, cumplir 80 años y seguir componiendo, tocando y grabando, muy pocos lo logran. Que así sea.