martes, 27 de enero de 2015

Punks aunque maduremos

Ese podría ser el lema de estas tres mujeres –dos de ellas en sus cuarenta; la otra, en los bordes de la cincuentena– que a mediados de los años noventa se convirtieron en leyenda dentro del movimiento punk de la costa noroeste estadounidense, con una propuesta plena de rasposa agresividad, rabiosa actitud y ruidosa capacidad para la provocación.
  Hablo de Sleater-Kinney, la triada también noise y grungera conformada por Corin Tucker, Carrie Brownstein y Janet Weiss que retorna después de diez años de ausencia discográfica con su octavo álbum en veinte años de existencia (el homónimo Sleater-Kinney, su primer larga duración, data de 1995, mientras que el inmediatamente anterior, The Woods, fue grabado en 2005).
  El trío se había mantenido en una especie de semi cladestinidad subterránea y fue siempre un grupo de culto. No obstante, es muy posible que con este No Cities to Love (Sub Pop, 2015) llegue a una audencia mucho mayor y no sólo por el disco en sí, sino porque Brownstein es ahora mundialmente conocida como co-estelar de la serie “indie” de televisión Portlandia, al lado del comediante Fred Armisen (Saturday Night Live) que en México se puede ver por el canal de paga I-Sat.
  Tan sólo el divertido video de su primer sencillo (la canción “No Cities to Love”) ha logrado un gran impacto, por la presencia en él de varias estrellas jóvenes del cine y la televisión actuales, entre ellas Ellen Page, Sarah Silverman, Andy Samberg, Natasha Lyonne, Brie Larson y el músico J. Mascis de Dinosaur Jr. (búsquelo usted en YouTube).
  A su pesar o no, Sleater-Kinney ha llegado a las ligas mayores del mainstream, pero lo hace sin renunciar a su estilo y con la calidad artística que proporcionan los años. Es como si sus integrantes dijeran: “somos maduras, pero punks” y lo demuestran a lo largo de escasa media hora, mediante diez piezas sin desperdicio, entre las que destacan, además del corte ya mencionado, canciones como “Price Tag”, “No Anthems”, “Bury Our Friends” y “Fangless”.
  Un álbum estupendo.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

martes, 20 de enero de 2015

Decembristas en enero

El problema de clasificar o de etiquetar a la música es que tiene como resultado una atomización que, muchas veces, termina por significar nada. ¿Cómo denominar a cierto subgénero como indie-pop, cuando ni siquiera queda claro qué es eso que se denomina como indie?
  The Decemberists es una de las agrupaciones más interesantes del rock actual, si entendemos al rock como un universo que abraza a una gran cantidad de géneros que van del folk al metal y del punk al progresivo, etcétera. Antes, uno escuchaba a Buffalo Springfield o a Black Sabbath y aunque sus estilos eran radicalmente distintos, se les consideraba básicamente como grupos de rock. Hoy día, hay que meter a cada propuesta musical en un sub-sub-sub-subgénero específico, en un ejercicio tan discutible como inútil.
  Volvamos con los Decemberists, el quinteto de Portland, Oregon, encabezado por el talentoso compositor, guitarrista y cantante Colin Meloy, quienes desde 2001 han venido deleitándonos con un rock que abreva del folk y que hereda lo mejor de gente como Neil Young, David Crosby, James Taylor, It’s a Beautiful Day o The Byrds, por mencionar algunas de sus más remotas raíces (aunque la mercadotecnia actual los sitúe como intérpretes de indie pop, sólo por su notable facilidad armónica y melódica).
  What a Terrible World, What a Beautiful World (Capitol, 2014) es el nombre de su flamante nuevo álbum, el séptimo en su discografía, que aparece precisamente el día de hoy martes y que vuelve a ofrecernos su muy característico sonido por medio de catorce composiciones espléndidas, llenas de una gran belleza musical y poética. Temas como “Lake Song”, “Till the Water Is All Long Gone”, “The Singer Adresses His Audience”, “The Wrong Year”, “Cavalry Capain”, “Anti-Summersong” o “Philomena” poseen una sofisticación y una finura que apelan tanto a la emoción estética como a la inteligencia del escucha.
  Un disco a la altura de las mejores obras del grupo, como los grandiosos Picaresque (2005) o The Hazards of Love (2009). Un magnífico disco... de rock.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

lunes, 12 de enero de 2015

Jazz rap alemán de lujo

Uno de los subgéneros más contagiosos y fascinantes, por su acompasada rítmica, su sutil sentido armónico, su perfecta mezcla de géneros y su inherente y hechizante sensualidad es el jazz rap que comenzó a hacerse en los Estados Unidos, desde finales de los años ochenta, con proyectos como Gang Starr, Guru o US3.
  En muchas partes del mundo hubo replicas de este estilo y una de las más afortunadas surgió en la ciudad de Braunschweig, Alemania, a principios de los noventa, cuando Christian Eitner, Matthias Lanzer y Ole Sander conformaron a la sensacional banda Jazzkantine.
  Debo a mi querido amigo, el especialista Sergio Monsalvo C., el descubrimiento de esta agrupación, dueña de una considerable discografía, a partir de su magnífico álbum homónimo de 1994 y que el año pasado puso en circulación su más reciente trabajo discográfico: Ohne Stecker.
  El jazz de lentos beats de Jazzkantine se combina a la perfección, en la mayoría de las quince composiciones que conforman el plato, con las voces rapeadas de Eitner o de algunos hip-hoperos y cantantes invitados. Hay rapeos en alemán y en inglés, pero también hay piezas cantadas (como la extraordinaria “Egotrippin”, en la que la hermosa voz de la vocalista estadounidense Nora Becker brilla esplendorosa). De igual manera, hay coqueteos con el mejor funk y por ahí brillan reminiscencias de los Beastie Boys, como en la sensacional “Mic & Bühne”. También hay ecos de lo mejor de bandas como Chicago y Blood, Sweat & Tears en algunos arreglos de metales (cortesía de la NDR Big Band) y hasta coqueteos con el blues, como en “Geht Ab (Küchen Session)” y la sugerente “Einfach Mit Jazz”.
  Ohne Stecker es un gran disco, una más que agradable sorpresa, plena de interés y frescura. Hay grandes partes de jazz (ese solo de flauta en “Bin Im Delirium” es una maravilla) y multitud de hallazgos (¿qué tal esa exquisita versión de “Take Five” de Paul Desmond?) que se van haciendo más claros y brillantes con las repetidas escuchas.
  Una joya para oídos y sensibilidades gourmets.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

martes, 6 de enero de 2015

No olvidemos a Ani DiFranco

Muchos son los álbumes que aparecieron el año pasado y que no alcanzaron a ser comentados en esta columna. No por obvio esto deja de ser lastimoso, ya que hubo numerosas grabaciones dignas de ser mencionadas por su alta calidad musical. Un ejemplo es Allergic to Water (Righteous Babe, 2014) de Ani DiFranco, la espléndida cantautora estadounidense, dueña de una muy amplia y variada discografía que rebasa la veintena de obras.
  Aunque siempre se ha movido en los terrenos de la más absoluta independencia (antes de que se inventara el término indie), DiFranco ha sabido dar a conocer su obra en forma inteligente y sin comprometerse con aquello que le resulta incómodo o limitante. Por ello siempre ha grabado para su propio sello, desde su debut homónimo de 1990 hasta la fecha.
  Con trabajos memorables como Dilate (1996) o Knockle Down (2005), el característico estilo que tiene para cantar y, sobre todo, para tocar su guitarra es su principal marca, aunado al contenido poético e inteligente de sus letras y a la manera como ha ido absorbiendo diferentes géneros y subgéneros en su música. Si en sus inicios lo suyo era el folk (o más precisamente el anti-folk), ahora lo sigue siendo pero con diversos elementos tomados del rock, el funk, la electrónica y el jazz.
  Esta nacida en Buffalo, NY, en 1970, regresó, pues, en noviembre pasado con Allergic to Water, un álbum delicioso y variado, grabado en un par de sesiones de cuatro días cada una, mientras sobrellevaba su embarazo. La mezcla y la producción son totalmente caseras y las hizo ella misma, a lo largo de varias noches, con los audífonos puestos para no molestar a su familia.
  Doce son las canciones que conforman el disco y no hay una que podamos considerar de relleno. Desde las preciosas “Happy All the Time” y “Careless Words”, hasta la funkacústica “Yeah Yr Right”, pasando por la intensidad de “Dithering”, la melancolía de “Allergic to Water”, la sensualidad bluesera de “Harder Than It Needs to Be” y la belleza minimalista de “Rainy Parade”.
  Una joya que no debe pasar desapercibida.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)