sábado, 31 de diciembre de 2016

El rock del 2016


La curva descendente que viene dándose en el rock a partir de 2013 prosiguió en 2016 y dejó pocas (aunque muy honrosas) obras discográficas en verdad memorables. Tal como sucediera a lo largo de los tres años anteriores, la mediocridad continuó imperando y la carga del mainstream y de lo comercial parece resultar demasiado pesada para quienes persisten en hacer rock.
  Vuelvo a hacer las mismas preguntas que me hice hace exactos doce meses: ¿se agotó la creatividad? ¿El rock se volvió tan promiscuo que al aceptar mezclarse con cualquier otro género está terminando por diluirse? ¿La subcultura del “sencillo” en detrimento del álbum, favorecida por la descarga individual de canciones, empobreció el panorama? ¿La oferta musical es ahora tan vasta y tan gratuita que ante la falta de control de calidad se ha depreciado la música hasta niveles miserables? ¿Estamos en un impasse, en un periodo de transición o de plano asistimos a la decadencia definitiva del rock a sus 60 y pico años de existencia?
  Y para colmo, se nos fueron David Bowie, Leonard Cohen, Prince, George Martin, Keith Emerson, Greg Lake, Leon Russell, Paul Kantner, Glenn Frey, Sharon Jones y varios más.
  Esta es mi propuesta, absolutamente subjetiva, para los doce mejores álbumes de rock del 2016:

  1.- David Bowie. Blackstar. El álbum póstumo de Bowie, su testamento artístico y musical, un disco que duele por lo que significa y, sin embargo, un trabajo extraordinario, profundo, al mismo tiempo oscuro y luminoso, deprimente y esperanzador. David Bowie murió dos días después de la aparición de Blackstar. Una tragedia, pero con un dejo exultante.

  2.- Leonard Cohen. You Want It Darker. Otro disco testamentario, aparecido cuando Cohen había cumplido 82 años y se encontraba muy enfermo. Tres semanas después falleció, pero se despidió con esa poética elegancia de la que siempre hizo gala. Grandísimo álbum que provoca sentimientos agridulces y conmueve desde la belleza y, sí, también, desde la ironía.

  3.- Iggy Pop. Post Pop Depression. Pop insinuó que este sería su último disco en estudio, su obra de despedida. Francamente no lo creo. Sobre todo por la alta calidad que no sólo mantiene, sino que sigue en aumento con profundidad y finura. Un gran trabajo en homenaje a su amigo David Bowie (la presencia de Josh Homme es un plus).

  4.- Nick Cave and the Bad Seeds. Skeleton Tree. Un disco duro, crudo, terrible, negro, desgarrador como la pérdida de un hijo, algo que le sucedió a Cave mientras grababa y su hijo Arthur, de escasos 15 años, fallecía en una caída al vacío. Austero y casi minimalista, Skeleton Tree resuma sangre, dolor y lágrimas.

  5.- The Rolling Stones. Blue & Lonesome. El disco que nos debían los Stones. Un álbum de blues puro, grabado con crudeza y frescura. El mejor homenaje que pudieron hacer a sus raíces musicales primigenias.

  6.- Brian Eno. The Ship. Una obra impresionante. No sé si llamarlo rock, pero Eno viene de ahí y otorga a los sonidos electrónicos un cuerpo y un alma como sólo él sabe hacerlo. Minimalismo a ultranza.

  7.- Paul Simon. Stranger to Stranger. ¿Recuerdan Graceland (1986), el disco de Simon que dio a conocer urbi et orbe la música sudafricana? Treinta años después, Stranger to Stranger recupera esa etapa del neoyorquino con algunas canciones más en su vena tradicional.

  8.- Angel Olsen. My Woman. Un gran disco de esta joven cantautora de San Luis, Misuri. Entre el folk y el grunge, diez canciones sin desperdicio para un álbum más que entrañable.

  9.- Solange. A Seat at the Table. Finísima mezcla de soul, jazz, hip-hop y, sí, rock. Como si tomara la estafeta de Janelle Monáe, Solange (hermana de Beyonce, por cierto) es una gratísima sorpresa en este su álbum debut.

  10.- Parquet Courts. Human Performance. Un grupo joven que recupera mucho de lo que fue el rock alternativo de los noventa con algo del la new wave setentera-ochentera. Inventiva, sentido del humor y notable espíritu rocanrolero en un disco muy divertido.

  11.- Radiohead. A Moon Shaped Pool. Un magnífico regreso de los de Oxfordshire, con un trabajo que no se parece a ningún otro de su discografía. Más orgánico, menos electrónico, más cálido en lo que cabe de un grupo tradicionalmente frío y cerebral.

12.- Canshaker Pi. Canshaker Pi. Nadie los conoce. La información sobre ellos resulta mínima. Sólo sé que son muy jóvenes, que son holandeses, que se les puede escuchar en Spotify y que suenan de puta madre.

PD: ¿El rock en México? Creo que ya podemos ir expidiendo su certificado de defunción.

(Publicado hoy en "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

martes, 27 de diciembre de 2016

2016: un recuento discográfico (por géneros)


Mejor disco: Blackstar de David Bowie.

Mejor canción: “Lazarus” de David Bowie.

Mejor disco de rock: Post Pop Depression de Iggy Pop.

Mejor disco de art rock: Hopelessness de Anohni.

Mejor disco de alt-rock: My Woman de Angel Olsen.

Mejor disco de alt-folk: Winter Wheat de John K. Sampson.

Mejor disco de rock clásico: You Want It Darker de Leonard Cohen.

Mejor disco experimental: The Ship de Brian Eno.

Mejor disco de hip-hop: We Got It from Here... Thank You 4 Your Service de A Tribe Called Quest.

Mejor disco de rock pop: A Seat at the Table de Solange.

Mejor disco de rock progresivo: Invention of Knowledge de Anderson/Stolt.

Mejor disco de metal: Hardwired... to Self-Destruct de Metallica.

Mejor disco de electrónica: 99.9% de Kaytranada.

Mejor disco de avant-garde: Centres de Ian William Craig.

Mejor disco de alt-country: The Ghosts of Highway 20 de Lucinda Williams.

Mejor disco de blues: Blue & Lonesome de The Rolling Stones.

Mejor disco de jazz: Arclight de Julian Lage.

Mejor disco de jazz fusión: Emily’s D+Evolution de Esperanza Spalding.

Mejor regreso: Paul Simon con Stranger to Stranger.

Mejor reedición discográfica: The Early Years 1965-1972 de Pink Floyd.

Peor disco: Victorious de Wolfmother.

Mejor disco mexicano de rock: Desierto

Peor disco mexicano ¿de rock?: Rio Salvaje de Little Jesus.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 26 de diciembre de 2016

Diamond Dogs


Ziggy Stardust sin The Spiders from Mars. ¿Una mala combinación? No necesariamente. Cuando menos no se notó en este primer disco sin Mick Ronson et al. Diamond Dogs (1974) es como la continuación musical de Aladdin Sane (1973) y el proseguir conceptual de The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972).
  Basado en las visiones premonitorias de George Orwell en su novela 1984, este álbum contiene letras pesadillezcas y un espíritu teatral en medio de melodías estupendas y composiciones impecables. Desde la inicial “Diamond Dogs” (luego de la escalofriante introducción llamada “Future Legend” con su grito-proclama: “¡Esto no es rock and roll, esto es genocidio!”), con su stoniana guitarra ejecutada impecablemente por el propio Bowie, hasta la enorme y contagiante “Rebel Rebel”, pasando por las bellísimas “Sweet Thing” y “Rock ‘n’ Roll with Me”, la sorprendente “Candidate” (una joya injustamente poco conocida), las directamente orwellianas “Big Brother”, “We Are the Dead” y “1984” (extraordinariamente operístico-soulera) y la concluyente y bizarra “Chant of the Ever Circling Skeletal Family”, los temas de Diamond Dogs poseen una riqueza que merece ser reconsiderada.

(Reseña que escribí para el Especial No. 10 de La Mosca en la Pared, dedicado a David Bowie y aparecido en abril de 2004)

jueves, 22 de diciembre de 2016

Oasis


¿Sobrevalorado o subvalorado? Resulta difícil definir si Oasis es un grupo tan excelso o tan deleznable como afirman, respectivamente, sus fanáticos o sus detractores. Como muchas veces sucede –aunque no siempre- las cosas suelen situarse en su justo medio.
  La música de este grupo de Manchester no es la maravilla que sus seguidores aseguran. Si uno escucha el conjunto de su obra discográfica, se topa con una buena cantidad de canciones repetitivas, monótonas, mediocres y, lo peor, con armonías y melodías no pocas veces inspiradas (para no decir plagiadas) de composiciones de otros autores. Incluso la banda llega a autoplagiarse en más de una ocasión. No obstante, también hay grandes temas, piezas que pueden considerarse desde ya como clásicas de la historis del rock y hablo de más de una. Esto significa que hay que ponderar en lo que vale, con la mayor justeza posible, lo que Oasis ha hecho desde que en 1994 grabara su álbum debut, el excelente Definitely Maybe.
  Lo cierto es que un aspecto que ha opacado lo estrictamente artístico es ese afán por el escándalo que ha caracterizado a los integrantes de la agrupación, de muy especial manera a los dos principales, los hermanos Noel y Liam Gallagher. Es verdad que sus conflictos interpersonales o sus diferencias con otras bandas, en especial con Blur, les han servido como eficaz plataforma publicitaria y han causado que se hable de ellos en forma constante durante mucho tiempo, pero eso y ese afán por proclamarse “la mejor banda del mundo” (algo que jamás han sido ni por asomo) lo único que hace es estorbar cuando uno sólo quiere escuchar sus canciones para analizarlas o, sencillamente, disfrutarlas.
  ¿Inventores del brit pop? Cuando menos sus detonadores, aunque hoy esa etiqueta haya perdido real sustancia (si es que alguna vez la tuvo). Al final, lo que cuenta, lo que va a quedar para la posteridad, es la obra en sí y, hay que decirlo, en el balance y a pesar de todo, Oasis va a terminar por entregar buenas cuentas.

(Prólogo del Especial de La Mosca en la Pared No. 27, dedicado a Oasis y aparecido en 2005).

martes, 20 de diciembre de 2016

Al azar, Baltasar


El título de la columna de hoy no se refiere a la preciosa película homónima del gran realizador francés Robert Bresson (todo un clásico del cine del siglo pasado, filmado en 1966), sino a lo que hoy significa descubrir música gracias a las herramientas que proporcionan internet en general y plataformas como YouTube, Spotify, Soundcloud y muchas otras en particular.
  Así, por ejemplo, el domingo pasado estaba revisando en mi computadora los discos que muy diversos medios impresos y digitales han designado como los mejores del 2016, cuando en el sitio de la revista británica Uncut vi que enlistaban a una cantautora desconocida para mí, de nombre Amber Arcades. La busqué en Spotify y me puse a escuchar su disco debut, Fading Lines. A decir verdad, no me pareció la gran cosa. Sin embargo, al ver a la derecha de la pantalla la lista “Artistas relacionados” vi que el primero era un grupo llamado Canshaker Pi. No sé por qué, algo me dijo que lo abriera y me topé con un disco homónimo, grabado este año. Darle clic a la primera canción fue lo mejor que pude hacer. De mis audífonos surgió un rock sólido, potente, enérgico y lleno de humor. No pude dejar de escuchar el álbum de principio a fin, sin saber de dónde provenía la sorprendente agrupación. Por supuesto, había que guglearlo, pero la información era escasísima. Sólo después de navegar por distintas páginas pude descubrir que se trata de un cuarteto de la ciudad de Amsterdam, Holanda, que graba para una disquera llamada Excelsior Recordings. Más tarde hallé algunos videos suyos en YouTube y me sorprendió la juventud de sus integrantes, casi adolescentes.
  Por supuesto que lo recomiendo a los lectores, sobre todo aquellos que aún aprecien a los grupos que hacen rock de verdad, rock de guitarras, sin mezcolanzas promiscuas y desnaturalizantes.
  Di con ellos al azar (random, dirían algunos en inglés). Las maravillas que permite la red.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

jueves, 15 de diciembre de 2016

Sharon Jones, la ante(ante)penúltima diva del soul

De las cuatro que quedaban, ya sólo nos quedan tres. Me refiero a las cuatro grandes divas de la música soul que aún pervivían hasta el pasado viernes 18 de noviembre, día triste en el que falleció la gran cantante de soul Sharon Jones.
  Hoy solamente quedan tres intérpretes de esa estatura: la inconmensurable Aretha Franklin (74 años), la grandiosa Tina Turner (77 años) y la gran Mavis Staples (77 años). Claro que aún sobreviven estupendas cantantes de esta música (ahí están Bettye LaVette, Lisa Fisher, Darlene Love, Merry Clayton o Claudia Linnear), pero creo que ninguna de ellas alcanza el calificativo de diva.
  Jones murió a los 60 años de edad, vencida por un cáncer de páncreas que le fue detectado en 2013. Líder del grupo Sharon Jones & the Dap-Kinks, poseía una voz espléndida y siempre se mantuvo fiel al soul tradicional, sin caer en la tentación comercial de eso que hoy se denomina como soul y que está muy alejado de las raíces del género que hizo grandes a intérpretes como Etta James, Nina Simone o las mencionadas Franklin, Turner y Staples.
  La cantante comenzó su carrera de manera tardía, pues debutó hasta la década de los noventa, cuando ya frisaba los 40 años de edad. Sin embargo, gracias a su poderosa garganta, a su fuerte presencia escénica y al feelin’ natural que poseía, fue rápidamente reconocida hasta convertirse en una de las grandes cantantes de la llamada música del alma.
  Nacida en 1956 en Augusta, Georgia (donde también vio la primera luz el gran James Brown), su desarrollo musical fue como el de tantas otras estrellas de raza negra, quienes en su gran mayoría se iniciaron en coros de gospel, cantando en las iglesias de su terruño. Siendo una adolescente, su familia se mudó a Brooklyn, donde Sharon se involucró no tanto con el soul sino con el funk y la música disco de los años setenta. Gracias a su voz, logró relacionarse con diferentes músicos y productores y pronto comenzó a formar parte de diversos coros de acompañamiento en grupos de gospel, blues, disco y soul, con quienes llegó a grabar, aunque su nombre jamás apareció en los créditos.
  Un tanto decepcionada, en los ochenta decidió regresar a los coros de iglesia y entró a trabajar en una oficina. Parecía que su carrera había llegado a su fin, hasta que en 1996, cuando acababa de cumplir los 40 años de edad, fue redescubierta por la disquera Desco y con la banda de base de ésta, los Soul Providers, grabó varios sencillos que obtuvieron bastante éxito. Tanto, que en 2002 se unió a un grupo de excelentes músicos souleros (Binky Griptite, Bugaloo Velez, Homer Steinweiss, Dave Guy), con quienes formó a The Dap-Kings, cuyo primer disco, Dap Dippin’ with Sharon Jones & the Dap-Kings, ya para otra casa discográfica (Daptone Records), apareció ese mismo año. Luego vendrían álbumes como Naturally, 2005; 100 Days, 100 Nights, 2007 y I Learned the Hard Way, 2010 que consolidaron su prestigio.
  Durante diez años, Sharon Jones fue escalando peldaño tras peldaño y realizando largas giras nacionales e internacionales. Dada su fidelidad a la música soul más auténtica (cualquiera que la escuchara sin conocerla diría que sus grabaciones databan de la década de los sesenta), su propuesta no llegó al mainstream y siempre permaneció como una cantante de culto.
  En 2013, Sharon fue diagnosticada de cáncer pancreático y a pesar de los tratamientos a que debió someterse, no dejó de cantar y presentarse en público, incluso con el cráneo rapado debido a las quimioterapias. En 2014 grabó el estupendo Give The People What You Want y en 2015 apareció el documental biográfico Miss Sharon Jones!, dirigido por la ganadora del Oscar Barbara Kopple. La cinta fue presentada en el Festival Internacional de Cine de Toronto. Aunque la enfermedad pareció remitir en algún momento, a fines de ese año reapareció con mayor vehemencia, pero ella no quiso rendirse (“Voy a seguir luchando, aún tenemos un largo camino por recorrer”, declaró en esos momentos). Todavía tuvo la fuerza y la entereza de grabar, al lado de sus queridos Dap-Kings, el disco It’s a Holiday Soul Party, con canciones navideñas, que apareció en diciembre del año pasado.
  En agosto de este 2016, Daptone Records puso en circulación el álbum con la música de la película documental. El plato contiene diversas actuaciones en concierto y una nueva canción, de título no carente de dramático significado: “I’m Still Here”.
  Sharon Jones fue derrotada por la enfermedad el pasado 18 de noviembre. Descanse en paz.
  
(Publicado hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

miércoles, 14 de diciembre de 2016

The Man Who Sold the World


Más sólido y conciso pero también más oscuro, denso y ominoso que su predecesor, The Man Who Sold the World (1970) es el primer disco de Bowie en el que participó plenamente el hoy legendario guitarrista Mick Ronson. También es la primera colaboración entre el músico y quien sería su productor de cabecera durante varios años, Tony Visconti.
  Se trata de un giro total con respecto a Space Oddity. Lo que en éste era luminosidad y cierto encanto sesentero que mucho debía a que la mayor parte de sus canciones fueron compuestas en pleno 1967, en el segundo opus se había transformado en una visión mucho más ácida, pesimista, sardónica.
  Con un tono pesado y un sonido protometalero, este Hombre que vendió al mundo refleja a un David Bowie más cínico y descreído. En ese sentido, las instrumentaciones, la producción en sí y las letras de los temas muestran la intención desencantada del disco. La voz de Bowie más de una vez suena distorsionada, alejada, deliberadamente afectada.
  The Man Who Sold the World es también un álbum pionero del glam rock (junto con los de T. Rex) y al respecto, cortes como “All the Madmen”. “After All”, “Saviour Machine” y la escalofriante “She Shook me Cold” no dejan lugar a dudas. Sin embargo, son dos los temas estelares: la inicial “The Width of a Circle” (prácticamente una suite de poco más de ocho minutos) y la extraordinaria canción que da título al disco y que Nirvana se encargaría de revivir veintitantos años después.

(Reseña que escribí para el Especial No. 10 de La Mosca en la Pared, publicado en abril de 2004)

martes, 13 de diciembre de 2016

Greg Lake


En el rock, tener bonita voz no es requerimiento indispensable. De hecho, en muchos casos resulta exactamente lo contrario. Voces “feas” se han convertido en las más distintivas del género. Ahí están las de Bob Dylan, John Lennon, Janis Joplin, Tom Waits, Leonard Cohen, Iggy Pop, Thom Yorke y un larguísimo etcétera (para no hablar de México: de Alex Lora a Saúl Hernández y de Rocko a Rubén Albarrán, las voces horrendas abundan por estos lares). Eso para no hablar de tantos vocalistas de heavy metal que alcanzan agudos rompevidrios, pero cuyos timbres chirriantes no podrían considerarse precisamente como hermosos.
  Quizá por eso de pronto habría que resaltar aquellas voces tersas, melódicas, aterciopeladas, capaces de transmitir eso tan subjetivo pero tan conmovedor que es la belleza.
  Greg Lake era dueño de una de esas gargantas privilegiadas que sabían modular, matizar, cantar sin perder la melodía, sin fallar en la armonía, sin desafinar o molestar al oído más exigente.
  La triste noticia es que este cantante (y guitarrista y bajista y compositor) excelso acaba de fallecer (un cáncer se lo llevó el miércoles pasado), cuando apenas tenía 69 años de edad. Quiso el destino que muriera el mismo año en que también se fue Keith Emerson, su compañero de tantas batallas con uno de los grupos más importantes del rock progresivo de todos los tiempos: Emerson, Lake and Palmer (Carl Palmer, baterista virtuoso, por fortuna continúa sano y activo).
  En lo personal, me duele esta muerte porque la música de EL&P me acompañó desde la adolescencia y la voz de Lake (quien formara parte asimismo del primer King Crimson) perdura en mi memoria al interpretar maravillas como “Lucky Man”, “From the Beginning”, “A Time and a Place”, “C’est la Vie”, “Take a Pebble”, “Nobody Loves You Like I Do”, “Watching Over You” o “Show Me the Way to Go Home”, entre muchas otras.
  Demasiados veteranos se han ido ya este 2016. Es la ley de la vida, pero igual duele.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

jueves, 8 de diciembre de 2016

La trilogía de Emerson, Lake & Palmer


A la memoria de Greg Lake y Keith Emerson, fallecidos este 2016

“You know the smile is only there to hide
What I’m really feeling deep inside
Just a face where I can hang my pride”.

“Trilogy”

El rock progresivo es una extraña clase de religión pagana. Sus seguidores son fieles como pocos y continúan siendo fieles por el resto de sus vidas. Son la antítesis rotunda de los punks, quienes en los años setenta atacaban con furia a los exponentes del progresivo precisamente por su mayor cualidad: el virtuosismo. No cualquier músico es capaz de tocar como un músico de este género. Se necesitan estudio, habilidad técnica, perseverancia, un gusto muy específico y una sensibilidad bastante particular y distintiva. Se trata de una élite cerrada en la que no cualquiera tiene la capacidad de ingresar, aunque muchos de sus exponentes corren el riesgo de caer (y muy a menudo lo hacen) en la aotocomplacencia, en una especie de masturbación musical que en más de una ocasión produce orgasmos que sólo los propios intérpretes disfrutan a plenitud. El prog rock puede ser exultante y hasta emocionante, pero también puede volverse rutinario y francamente aburrido.
  Entre los grupos más trascendentes del progresivo originario está Emerson, Lake & Palmer (ELP), uno de aquellos míticos supergrupos de los años sesenta y setenta del siglo pasado, llamados así por incluir en sus alineaciones a grandes talentos provenientes de agrupaciones de por sí importantes. En el caso de ELP, el genial tecladista Keith Emerson provenía de Nice, el estupendo cantante, guitarrista y bajista Greg Lake venía nada menos que de King Crimson y el asombroso baterista Carl Palmer había sido integrante de Atomic Rooster. Al unir sus talentos, los tres conformaron uno de los proyectos más asombrosos en la historia no sólo del progresivo sino del rock todo.
  Trilogy es el cuarto trabajo discográfico de ELP, luego de su magnífico álbum debut homónimo (1970), del conceptual y altamente progresivo Tarkus (1971) y del extravagante Pictures at an Exhibition (1971, en el cual interpretaron una muy particular versión de la célebre composición de Modesto Mussorgsky). Trilogy es un gran disco; a mi modo de ver, su opus magno. Obra de madurez, su mayor mérito es esa sabia combinación entre lo progresivo y electrónico (los sintetizadores de Emerson siguen siendo la parte fundamental del trío) con instrumentos más “orgánicos”, como la guitarra acústica y el piano. De igual forma, las composiciones son menos ásperas que en sus discos anteriores y hay en ellas una mayor finura, una notable sutileza, un acento en el factor melódico a pesar de que lo rítmico y lo armónico siguen siendo elementos importantísimos.
  El disco abre con “The Endless Enigma”, tema en tres partes que inicia con sonidos misteriosos, mismos que remiten a la prehistoria y revientan en un estallido rítmico, con Carl Palmer a cargo de un beat jazzista y Keith Emerson que maneja el órgano Hammond a su antojo, hasta dar paso al primer rompimiento y entrar de lleno al tema central, cantado con esplendorosa emotividad por Greg Lake (“Please, please, please open their eyes / please, please, please don’t give me lies”). Viene entonces la segunda ruptura, misma que deriva en un solo de piano a manera de fuga cuasi bachiana y termina, en el gran final de la breve suite de diez minutos, con un regreso a la parte inicial, precedido por campanas tubulares (cortesía de Palmer) y una culminación tan suntuosa como deliciosamente disonante.
  “From the Beggining” es una absoluta maravilla, una balada en la cual Lake maneja con pericia la guitarra acústica y le da un tono cercano al mood caribeño, bongós incluidos. Su solo de guitarra eléctrica es otro plus y el momento culminante, con el sintetizador de Emerson, es de una belleza perfecta. Le sigue “The Sheriff”, misma que recuerda a “Jeremy Bender” del álbum debut de ELP. Una especie de honky tonk progresivo, una humorística canción que podría ser el tema de una película del Oeste (el piano final es en definitiva para un saloon de Dodge City). Como dato anecdótico, justo al principio de la pieza Greg Lake profiere una obscenidad al equivocarse. La grosería fue dejada en el disco, para que los escuchas supieran que los integrantes de ELP eran capaces de cometer errores. El lado A del vinil finaliza con “Hoedown”, un fragmento de la conocida “Rodeo” del compositor clásico estadounidense Aarón Copland.
  El lado dos abre con un delicioso hors d’œuvre, un entremés lleno de delicadeza instrumental, con un Keith Emerson convertido en sensible y emotivo pianista, cuya cadencia sirve como marco perfecto a la voz dulcificada de un Greg Lake apasionado y cálido. Es “Trilogy”, una pequeña maravilla de casi nueve minutos en cuya parte media irrumpe un segundo movimiento, un jam en ritmo de cinco cuartos que destroza la ternura inicial y es como un relámpago estruendoso y lleno de vértigo en el cual el teclado moog hace de las suyas, mientras Carl Palmer asombra con su capacidad percusiva. La pieza retorna en su tercera parte a cierta calma, pero vuelve a estallar intensa y rítmicamente (en seis octavos) hasta llegar a una coda plenamente bluesera.
  “Living Sin” es un corte rudo, oscuro, seco. La voz de Lake es profunda (de pronto remite a Ian Gillan de Deep Purple), el órgano de Emerson es totalmente duro y pesado (heavy, pues). Una gran canción. Por su parte, “Abaddon's Bolero” es un intento no del todo logrado de Keith Emerson de aproximarse (¿o de parodiar) al famoso “Bolero” de Maurice Ravel. Quizá demasiado largo y pretencioso, se trata del tema menos logrado de Trilogy, un final que no alcanza a ser lo que quiso y termina por resultar largo y tedioso en sus más de ocho minutos de duración, a pesar de su constante crescendo. Un experimento fallido que quizás un álbum como este no merecía.
(Publicado originalmente en el sitio de la revista Nexos en septiembre de 2016)

martes, 6 de diciembre de 2016

Blues con los Rolling Stones


El lugar común diría que se trata de un regreso al origen. Yo diría que hay mucho más que eso. En definitiva es una declaración de principios. Es decir que el blues es y sigue siendo la base y la semilla. Es confirmar el dicho de Willie Dixon de que el blues tuvo un hijo y lo llamó rock n’ roll. Es tomar la sustancia y renovarla, pero sin alterarla, sin pasteurizarla, sin adulterarla.
  Blue & Lonesome (Interscope, 2016), el nuevo disco de los Rolling Stones, grabado once años después de su anterior A Bigger Bang (2005), no tiene una sola composición de la mancuerna Jagger y Richards. Se trata de una colección de doce blueses, al mejor estilo Chicago, de músicos tan legendarios como el ya mencionado Dixon, Howlin’ Wolf, Lightnin’ Smith, Bukka White, Eddie Taylor, Magic Sam, Jimmy Reed o Little Walter. Los Rolling Stones los han hecho suyos con el mayor respeto y con la mayor lucidez, en una grabación que les llevó apenas tres días y que por ello mismo suena tan auténtica. Un sonido a la vez grasoso e impecable, sin fisuras, sin inventos, negro hasta la médula, con un Mick Jagger sorprendentemente destacado en la voz y la armónica, un Jagger intenso y seductoramente bluesero.
  Uno habría pensado que en un disco como este quien más brillara sería un bluesman declarado como Keith Richards (y por supuesto que lo hace, como lo hacen Ron Wood y el siempre preciso Charlie Watts), pero esta vez es Jagger el que domina el panorama a lo largo de los 42 minutos que dura el álbum.
  Otro mérito del disco es que no se buscó incluir un solo clásico del blues (salvo tal vez el concluyente “I Can’t Quit You Baby” de Willy Dixon), sino que se recurrió a piezas oscuras y poco conocidas como “Everybody Knows About My Good Thing” de Little Johnny Taylor (con solo de Eric Clapton incluido), “Just Your Fool” de Little Walter, “All of Your Love” de Magic Sam o esa delicada joya que es “Little Rain” de Jimmy Reed.
  Un disco extraordinario.
 
(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

domingo, 4 de diciembre de 2016

Zappa para principiantes


La reciente aparición de los primeros 24 discos de Frank Zappa, grabados entre 1966 y 1979 y debidamente remasterizados, resulta todo un acontecimiento. Del Freak Out al Sheik Yerbouti, la familia de Zappa firmó un acuerdo con Universal Music para que estos grandes platos sean reeditados a lo largo de 2012 (los primeros doce salieron a finales de julio y los otros serán puestos a la venta de aquí a diciembre). Se espera que en 2013 aparezcan más, hasta llegar a un total de 60 álbumes.
  A casi 19 años de la muerte de este enorme genio de la música del siglo veinte (falleció el 4 de diciembre de 1993), el legado de su obra sigue siendo tan impresionante como adelantado a su tiempo. Era un vanguardista, un hombre que trastocó diferentes géneros, desde el rock y el jazz, hasta el avant-garde y la música sinfónica. Si dicho legado permanece vigente a estas alturas de la nueva centuria es gracias a la inventiva, la complejidad, la creatividad, el sentido de la ironía, la versatilidad, el virtuosismo y la frescura de una obra siempre propositiva, siempre antisolemne, siempre deliciosamente provocadora.
  Como creo que no hay mejor manera de homenajear al buen Frank que mediante la escucha de su música, presentó aquí algunos comentarios sucintos sobre los que considero sus 15 trabajos básicos e imprescindibles.
  Zappa dinamitó al mundo del rock en particular y de la música en general con la grabación de su disco debut y segundo álbum doble en la historia del género: el inigualable Freak Out de julio de 1966 (el primer LP doble fue Blonde on Blonde de Bob Dylan, aparecido apenas dos meses antes). Al lado de su banda The Mothers of Invention, el músico nacido en Baltimore, en 1940, puso de cabeza a la reinante música pop de los sesenta, incluida la de los Beatles, gracias a su propuesta de canciones que se construían y deconstruían de manera osada y satírica, con un nivel artístico que hacía ver la superlativa preparación musical de un autor más que sui generis.
  Absolutely Free, de 1967, vino a continuar, conformar y solidificar el estilo que Frank Zappa y sus Madres de la Invención habían sembrado en la obra anterior. Se trata de un trabajo igualmente asombroso e incluso más rico en elementos musicales que Freak Out.
  Los dos discos mencionados hubiesen bastado para dar a Zappa un lugar en la historia de la música, pero aquello era sólo el principio de una larguísima y fructífera carrera que se traduciría en más de 60 álbumes aparecidos en vida del músico y una treintena editada luego de su muerte.
  Otros platos tanto o más suculentos que los dos primeros fueron el antihippie We’re Only in It for the Money (1968); el instrumental Uncle Meat (1969); el impactante –y primer disco de Zappa sin The Mothers, además de su primera incursión en el jazz rock y su primera colaboración con Captain Beefheart– Hot Rats (1969); el complejísimo y último disco con Las Madres originales Weasels Ripped My Flesh (1970); el enloquecido –y soundtrack del filme homónimo, dirigido por el propio Zappa– 200 Motels (1971); el cuasi jazzístico Waka/Jawaka (1972); el sensacionalmente zappopero (es decir, Zappa entra al rock pop… a su manera) Over-Nite Sensation (1973); el estupendo Apostrophe (1974); el al mismo tiempo oscuro y luminoso One Size Fits All (1975); el archirreconocido (y que no sólo vale por “Watermelon in Eastern Hay”, por favor) Joe’s Garage: Acts I, II & III (1979); el desmadroso (hay que oír esa burla al modo de cantar de Bob Dylan en “Flakes”) pero impecable Sheik Yerbouti (1979); el divertidísimo y multifacético You Are What You Is (1981) y el subvalorado y a mi modo de ver excelente y delirante The Man from Utopia (1983), incomprendido por la crítica pero amado por muchos de sus más fieles seguidores.
  He hablado de 15 discos en estudio de Frank Zappa, pero también hay algunas obras en concierto francamente grandiosas. Mencionaré sólo cinco: Just Another Band from L.A. (1972), Roxy and Elsewhere (1974), Zappa in New York (1978), Shut Up ‘n Play Your Guitar (1981) y el fuera de serie The Best Band You Never Heard in Your Life (1991).  Por supuesto que existen otras muchas maravillas zappianas, mas resultaría imposible mencionarlas todas en este espacio. Valga conocer o reconocer, descubrir o redescubrir, la vena creativa de uno de los grandes genios de la música del siglo pasado. Casi 20 años han pasado desde su muerte. Se le extraña. Escuchémoslo.

(Publicado originalmente en la revista Nexos en noviembre de 2012)

jueves, 1 de diciembre de 2016

JJ Cale después de medianoche


La aparición en 2014 del disco The Breeze (An Appreciation of JJ Cale) de Eric Clapton & Friends fue un más que merecido homenaje a uno de los guitarristas y compositores más influyentes en la historia del rock. JJ Cale (1938-2013) se significó, desde una posición relativamente discreta, como el creador de una manera muy característica de escribir canciones y ejecutar la guitarra.
  Nacido en Oklahoma City, John Weldon Cale fue un músicos de enorme finura. Su originalidad lo llevó a crear el llamado sonido Tulsa, basado en lo que se conoce como música de raíces (folk, country, blues, rockabilly), pero aderezado con un toque personalísimo y sutil en la forma de ejecutar su instrumento. Se trata de un estilo inconfundible que influyó a muchísimos guitarristas posteriores, muy en especial al propio Clapton y, sobre todo, al líder de los Dire Straits, Mark Knopfler.
  Ignorado por el mainstream, Cale permaneció muchos años en un relativo ostracismo. Por eso, cuando a finales de los años ochenta del siglo pasado surgieron los Dire Straits, muchos se sorprendieron de la “originalidad” de su música, sin saber que era prácticamente una calca de lo que JJ Cale llevaba haciendo desde diez años atrás. No quiere decir que Knopfler haya sido un plagiario, aunque es verdad que tampoco fue muy expresivo a la hora de revelar cuál era su principal influencia.
  Esto no pareció preocupar demasiado al maestro. A final de cuentas ahí estaba su obra, manifestada en una serie de álbumes espléndidos, como Naturally (1971),  Troubadour (1976), Grasshopper (1982), To Tulsa and Back (2004), The Road to Escondido (2006, al lado de Eric Clapton) y Roll On (su último trabajo, de 2009).
  Al contrario de Knopfler, Clapton siempre reconoció la importancia de la música de JJ Cale en su propia formación guitarrística. Pero esto sería retribuido, ya que fue gracias al británico que el nombre del de Tulsa se conoció mundialmente, cuando en 1970, en su homónimo disco debut, incluyó la composición “After Midnight” de Cale. Más tarde, en otro álbum de Clapton, el Slowhand de 1977, otro tema del mismo JJ, “Cocaine”, no hizo sino afirmar su calidad como gran hacedor de canciones, entre las que cabría destacar también joyas como “Call Me The Breeze”, “I Got the Same Old Blues”, “Don’t Wait”, “Someday” y la bellísima “Magnolia”, más un larguísimo etcétera. Cale y Clapton tenían una magnífica relación y su amistad duró más de 40 años.
  JJ Cale falleció en julio de 2013 y The Breeze es un justo tributo a su obra y a su memoria. Para grabar los 16 cortes que lo conforman, Eric Clapton logró reunir a una pléyade de grandes músicos, como Tom Petty, Willie Nelson, John Mayer, Don White, Christine Lakeland y, por supuesto, Mark Knopfler. El ex Cream y ex Derek and the Dominos no trató de robar cámara y dio el suficiente espacio para que cada uno de sus colegas se luciera en una o más canciones, entre las cuales, por cierto, no estuvieron incluidas “After Midnight” y “Cocaine”.

(Mi columna "Gato encerrado" de este mes en el periódico El Vigía, de Ensenada, Baja California).

domingo, 27 de noviembre de 2016

Axis: Bold as Love


Con un disco debut tan perfecto como Are You Experienced?, era de temer que The Jimi Hendrix Experience no lograra lo mismo con el siguiente y cayera en lo que muchos otros grupos: el síndrome del segundo álbum. No fue así, al contrario. Si bien no es posible afirmar que Axis: Bold as Love sea superior a su antecesor, en nada desmerece y de hecho constituye un paso adelante desde la óptica del desarrollo musical del guitarrista y sus habilidades como compositor e instrumentista.
  Grabado el mismo año de 1967, este opus No. 2 es otra obra maestra en la cual Hendrix profundiza más en sus antecedentes como músico de soul y hace menor incapié en la psicodelia (de hecho, puede decirse que sólo la visita en las magníficas “Castles Made of Sand”, “You Got Me Floatin’”, “If 6 Was 9” y “She's So Fine”, esta última compuesta y cantada por el bajista Noel Redding).  
  Axis… es una obra tal vez más compacta, más un concepto en sí que una mera colección de canciones, por extraordinarias que éstas sean. Aquí, el estudio de grabación con todos sus recursos técnicos jugó un papel muy importante, como si se tratara de otra instrumento más al cual Hendrix supo sacar un gran provecho. El álbum abre con una especie de broma, una entrevista que un supuesto locutor radial (Mitch Mitchell) le hace a un extraterrestre (Jimi Hendrix). La música inicia en el segundo corte con esa maravilla que es “Up from the Skies”, con su compás jazzeado y la guitarra instalada en un wah wah más que seductor. La sigue el devastador estruendo inicial de “Spanish Castle Magic”, una de las grandes composiciones hendrixianas, con su riff y su solo como precursores del heavy metal. “Wait Until Tomorrow” es una espléndida pieza de bases souleras, hoy poco recordada mas no por ello menos buena. Algo similar puede decirse de “Ain’t No Telling”, otra joyita escondida por su aparente bajo perfil, pero en realidad un tema que prefigura brillantemente el funk de los setenta. Es el turno entonces para una de las más hermosas y sensibles melodías del de Seattle. “Little Wing” es una belleza absoluta, una delicada tonada de muy breve duración que en su momento pasó prácticamente inadvertida y sólo fue valorada cuando Eric Clapton la retomó en su álbum Layla and Other Assorted Love Songs con Derek & the Dominos. El lado A del vinil original de Axis… culmina con “If 6 Was 5”, una composición armónicamente compleja y llena de cambios y matices, con un arreglo que va de lo austero a lo fastuoso a lo largo de todo un tour de force de absoluta psicodelia.
  “You Got Me Floating” recuerda a The Who en su parte instrumental, aunque su orientación es más bien funky, en tanto que “Castles Made of Sand” es otro de los puntos altos del álbum, un soul lento con nuevos ecos de Curtis Mayfield. “She’s So Fine”, la única pieza que no escribió Hendrix, es sin duda la más apegada al rock psicodélico inglés de mediados de los sesenta, un tema también muy Who. En cambio, “One Rainy Wish” es claramente hendrixiana, otra canción tranquila y sublime que da paso a la agresiva y seca “Little Miss Lover”, de obvia dedicatoria a las groupies que pululaban alrededor de Jimi. El disco culmina con otra de las mejores y menos apreciadas composiciones de Jimi Hendrix: “Bold as Love”. Intensa, profunda y conmovedora, con un juego guitarrístico en constante crescendo, representa un digno final para este trabajo discográfico cuya magnitud ha crecido con el paso del tiempo.

(Reseña que escribí para el Especial de La Mosca No. 19, dedicado a Jimi Hendrix y publicado en abril de 2005)

miércoles, 23 de noviembre de 2016

De Gloria Ríos a Ruido Rosa: el rock femenino en México


Aunque cuando se habla de la historia del rock que se hace en México siempre salen a relucir los nombres de bandas y solistas masculinos, la participación de las mujeres mexicanas en el género no sólo es significativa e importante, sino que ha dejado una huella en ocasiones más trascendente y original que la de los varones.
  El rock, en su fase rocanrolera, se inició en los Estados Unidos a mediados de los años cincuenta y casi de inmediato se vio reflejado en nuestro país, donde no tardaron en surgir las primeras manifestaciones de rocanrol autóctono.
  A nivel femenino, la pionera fue la exuberante vedette chicana Gloria Ríos, nacida en San Antonio, Texas, en 1928, quien en ese mismo 1955 cambió el estilo de las antiguas rumberas (María Antonieta Pons, Rosa Carmina, Ninón Sevilla, Meche Barba et al) y las nuevas mamberas (Tongolele, las Dolly Sisters) por uno más ad hoc para la época (célebre fue su espectáculo “Del Charleston al rock and roll” que presentaba en el teatro Lírico). Sin embargo, no se trataba propiamente de una rocanrolera, sino de una más de las muchas figuras del “firmamento artístico” que con descarado oportunismo adoptaron al rock como si se tratara de un mero ritmo y de una moda que terminaría por pasar.
  Algo similar puede decirse de las baladistas que a principios de los sesenta comenzaron a interpretar cancioncitas bobaliconas y edulcoradas. María Eugenia Rubio, Mayté Gaos, Leda Moreno, Queta Garay o las inefables Hermanitas Jiménez eran las pares híper cursis de tipos como Óscar Madrigal, Alberto Vázquez, Johnny Laboriel, César Costa o Enrique Guzmán (los tres últimos, transfugas de los grupos pioneros del rocanrol) y su relativa contribución al rock nacional fue tan falta de calidad como llena de sentimentalismo y humorismo involuntario.
  Los años de la llamada Onda de Avándaro (digamos entre 1968 y 1971) no vieron asomar en el rock a mujer más notoria que la famosa “encuerada” del festival de rock y ruedas celebrado en Valle de Bravo, si bien por ahí andaban muy dignas cantantes blueseras como Mayita Campos y Baby Bátiz. Vino entonces la época de oscurantismo en la cual –por obra del gobierno y de eso que llamamos El Sistema– se sumió el rock nacional, confinado a una periferia casi clandestina y a la marginalidad de los hoyos fonquis (Parménides García Saldaña dixit). ¿Mujeres roqueras destacadas en esa era aciaga que fue la de la década de los setenta y parte de los ochenta? Sólo unas cuantas y más bien dentro de ese curioso subgénero conocido como movimiento rupestre, mezcla de folk gringo con canción sudamericana y una pequeña pizca de blues. Ahí estaban Nina Galindo, Emilia Almazán, Tere Estrada (autora del muy recomendable libro Sirenas al ataque), Maru Enríquez y una muy joven Cecilia Toussaint con su banda Arpía. 
  Pero a fines de los ochenta llegó la invasión del pop español y argentino, bautizada como Rock en tu idioma, y con ella la pasteurización del género que a duras penas sobrevivía en nuestro país. Fue el fin del rock con raíces negras y el inicio del rockcito con acento ibérico y rioplatense. Apoyado por las disqueras y los medios electrónicos, este rockcito vio surgir a muchas bandas masculinas, en algunas de las cuales (básicamente La Lupita, Kenny y los Eléctricos y Santa Sabina) participaban mujeres (sin duda, Rita Guerrero la de mayor profundidad artística).
  Los noventa fueron los años de la extirpación total del blues y de cualquier rasgo de música negra estadounidense para entregar un rock pop que en términos generales sonaba igual al que se producía en la península ibérica y el cono sur sudamericano. No se trataba de alguna reivindicación “latina”, sino de un abierto negocio. Daba lo mismo escuchar a Fobia que a Timbiriche, a Paulina Rubio que a Julieta Venegas.
  De entonces para acá y más aún ya en el primer decenio del siglo veintiuno, el rockcito nacional es un híbrido que acepta cualquier cosa. Se dirá que así ha sido el rock desde siempre: un receptor de influencias. El problema es que hay de influencias a influencias. Por eso hoy nos conformamos y ensalzamos a intérpretes femeninas tan ñoñas como Ximena Sariñana o Natalia Lafourcade.
  ¿Mujeres actuales que hacen buen rock en México? Le Butcherettes, las Ultrasónicas y algunas otras bandas, entre las que destaca un cuarteto de féminas con un sonido sorprendente por su fuerza hormonal y su calidad musical: Ruido Rosa. En estas cuatro hermosas y vitales jóvenes deposito la esperanza de que en México el rock (masculino o femenino) recupere su fuerza primigenia.

(Publicado originalmente en la revista Nexos No. 407, noviembre de 2011)

martes, 22 de noviembre de 2016

Rival Sons, más que teloneros


Confieso que no los conocía. Jamás había escuchado hablar de ellos. Miento, mi amiga, la fotógrafa Val Zepp, me los había recomendado hace un par de años, pero no hice mucho caso y no los  busqué para oír su música. Terminé por olvidarlos. De pronto, se anunció que Rival Sons sería el grupo abridor en el concierto de Black Sabbath que se llevó a cabo en el Foro Sol el pasado día 16 de noviembre.
  Mi amiga Val los mencionó en su página de Facebook y los recomendó como (cito de memoria) “el grupo que siempre busqué que pudiera continuar con mi pasión por Led Zeppelin”. Fue entonces que al fin me puse a buscarlos en internet y le di las gracias a Valeria por el tip. “Ya te los había recomendado hace mucho y ni caso me hiciste”, me reclamó con gran razón.
  No pude verlos en su presentación telonera del jueves, pero sí me puse a escuchar sus cinco discos (Before the Fire, 2009; Pressure & Time, 2011; Head Down, 2012; Great Eastern Valkyrie, 2014; Hollow Bones, 2016) y me llevé una gratísima sorpresa.
  All Music los define como una agrupación de Los Ángeles que resucita el rock clásico y que evoca el sonido rockblusero de, sí, Led Zeppelin y The Black Crowes. No le falta razón al sitio especializado en música y si bien concuerdo con éste, creo que Rival Sons posee una personalidad propia y que sus cuatro integrantes consiguen una propuesta a la vez poderosa y refrescante, con momentos muy interesantes y estremecedores.
  Su más reciente álbum, Hollow Bones, es quizá la mejor y más depurada muestra de la calidad musical de este cuarteto fundado en 2008 y conformado por el cantante Jay Buchanan, el guitarrista Scott Holiday, el bajista Dave Beste y el baterista Mike Miley. Se trata de una colección de apenas nueve canciones, ocho propias y un sensacional cover de “Black Coffee” de Humble Pie, grupo con el cual también tienen muchos puntos de contacto.
  Una estupenda y muy recomendable sorpresa la de estos Hijos Rivales, a los que bien vale la pena prestar oídos y atención.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 14 de noviembre de 2016

Who Are You


Who Are You (1978) fue el último disco de The Who con Keith Moon. Aunque para muchos pueda resultar un trabajo grandilocuente, sobre todo por el uso en momentos engolosinado de los sintetizadores por parte de Pete Townshend, se trata de un buen álbum, con excelentes composiciones, aunque también haya otras un tanto fallidas (“Sister Disco” y “Guitar and Pen”, sobre todo).
  Los cuatro integrantes del grupo se escuchan en gran forma, incluido Moon, a pesar de que en esos momentos pasaba por grandes depresiones que desembocarían en su muerte, apenas semanas después de aparecida esta obra. Lo mejor de Who Are You está en piezas como “New Song”, “Music Must Change”, “Love Is Coming Down”, “905”, “Trick of the Light” (estas dos de John Entwistle) y, de manera muy especial, la que da título al disco y de cuya grabación hay emotivas imágenes filmadas que podemos apreciar en la cinta The Kids Are Alright como una especie de homenaje póstumo al buen Keith The Loon Moon.

(Reseña que escribí para el Especial de La Mosca en la Pared No. 18, dedicado a The Who y publicado en marzo de 2004).

miércoles, 9 de noviembre de 2016

With the Beatles


With the Beatles (1963), el segundo long play del cuarteto en escasos ocho meses, surgió en circunstancias muy especiales y muy favorecedoras. La fiebre por los Beatles, la famosa beatlemanía, estaba ya en pleno en el Reino Unido y prácticamente en toda Europa Occidental y el éxito de sus sencillos era arrasador. Sin embargo, lejos de aprovecharse de ello e incluir en el álbum temas que habían vendido cientos de miles de copias (como “From Me to You” o “She Loves You”), esta vez el grupo prefirió grabar una catorcena de canciones inéditas, repitiendo la fórmula de incluir ocho melodías propias y seis ajenas. No fue ya un disco grabado en una sola sesión agotadora, sino que hubo un poco más de tiempo para pensarlo y producirlo, lo cual se tradujo en una mayor calidad y en un sentido más compacto de su contenido. La evolución se empezaba a notar también en la forma menos simple de componer las piezas, en las instrumentaciones, en la construcción de las melodías, en las armonías vocales. Fue un paso adelante con respecto a su brillante aunque demasiado sencillo álbum debut, algo que se nota incluso en la elaboración de la portada, quizá la más imitada y parodiada después de la del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band que grabarían cuatro años después.
  Hay en With the Beatles composiciones espléndidas que no tardaron en volverse populares y que hoy siguen siendo clásicas. La más conocida es sin duda “All My Loving”, la cual seguía los parámetros de “Please Please Me” y de la propia “She Loves You”, pero hay otras tanto o más interesantes. Desde las rocanroleras “I Wanna be Your Man” (cantada por Ringo Starr y grabada antes por los Rolling Stones, a quienes los Beatles se la “prestaron” semanas antes, para que tuvieran un sencillo que grabar) y “Little Child”, hasta las deliciosamente poperas “All I’ve Got to Do”, “It Won’t Be Long” y “Not a Second Time”, pasando por “Hold Me Tight” y por la primera canción grabada de George Harrison (“no sé siquiera si pueda llamarse una canción”, diría alguna vez el propio Harrison en una autocrítica que a mi modo de ver resulta injusta): “Don’t Bother Me”. En cuanto a la elección de los covers, ésta volvió a ser estupenda y significativa. Están ahí pequeñas joyas que el cuarteto entresacó de discos poco conocidos, como esos tres cortes soul fabulosos que son “ You've Really Got a Hold on Me ” (ni más ni menos que del gran Smokey Robinson), “Please Mr. Postman” y “Devil in Her Heart”, una cancion de music hall como la nostálgica “Till There Was You” y esa explosión rocanrolera de la autoría de Chuck Berry que es “Roll over Beethoven”, cantada entusiastamente por Harrison a sus escasos veinte años. With the Beatles fue un segundo disco en verdad estupendo y mantiene su frescura a poco más de cuatro décadas de distancia.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 8 de La Mosca en la Pared, publicado en febrero de 2004)

martes, 8 de noviembre de 2016

La espléndida Magos Herrera


En México todo está siempre al revés (como reza aquella vieja tonada infantil). Es por eso que las cantantes más valoradas (o para ser más exacto, sobrevaloradas), especialmente en el mundo del rock y el pop, no son precisamente las mejores, sino aquellas que cuentan con más apoyos mediáticos. Por eso, la popularidad se encuentra del lado de las cantantitas que hacen lo que he denominado como rockcito ñoño (ya sabe usted, esas tonadas bembas de Carla Morrison, Natalia Lafourcade, Ximena Sariñana, etcétera).
  En cambio, las grandes voces han permanecido desde siempre en una más o menos relativa oscuridad, sin que la gran popularidad les sonría, a pesar de lo mucho que trabajan en su arte y los muchos años que llevan de brega. Son intérpretes injustamente minoritarias y una de ellas, a pesar de su enorme calidad y la belleza de su propuesta, es la cantante de jazz Magos Herrera.
  Dueña de una voz cálida y expresiva que le permite cantar los más diversos géneros, Magos puso en circulación un bellísimo disco en el que se hace acompañar por el magnífico guitarrista español Javier Limón. He for She es el nombre del plato, en el que participan además varias voces invitadas, entre ellas las de Eugenia León, Fito Páez, Sachal Vasandani y Chabuco.
  Entre las trece canciones que conforman el álbum, podemos destacar bellezas como “Reencuentro”, “Soy pan, soy paz, soy más”, “Vengo a ofrecer mi corazón”, “Al lado del camino, “Quizás, quizás, quizás”, “De qué callada manera”, “La Martiniana” y “Rabo de nube”.
  El disco se grabó en directo, con público presente, lo cual le otorga una calidez y una frescura muy especiales. La voz de Magos Herrera se siente próxima, tangible, íntima, algo que se refuerza con el sonido de la austera pero virtuosa guitarra de Javier Limón.
  Otro gran disco de la gran cantante mexicana avecindada en Nueva York, donde –como suele suceder con los grandes talentos– se le reconoce plenamente.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 7 de noviembre de 2016

"Stairway to Heaven", ¿la mejor canción de todos los tiempos?


“Cuando la escribimos, todo el mundo nos decía que era demasiado larga, que la gente no sería capaz de concentrarse en ella debido a su duración”, recordaba en alguna entrevista Jimmy Page. “Y hoy día resulta una canción incluso corta”.
  “Stairway to Heaven” es la composición emblemática de Led Zeppelin, aquella que resume en sus poco más de ocho minutos la esencia musical y la propuesta estilística del grupo. Escucharla por vez primera es una experiencia impresionante, pero conforme se le va oyendo más y más, uno va penetrando en sus secretos y en cada uno de sus rincones, hasta convertirla en una especie de iluminación mística que provoca sobresalto, emoción, un exultante contacto con lo divino. Desde su inicio, con una suave guitarra acústica que nada presagia, sabemos que hay en ella algo especial. Y cuando la tranquila y seductora voz de Robert Plant comienza a entonar las primeras líneas, se empieza a sucumbir ante su embrujo. El tema es un constante crescendo que va subiendo, elevándose poco a poco, mientras se incorporan los demás instrumentos: el teclado, la guitarra eléctrica, el bajo, la poderosa batería, para desembocar en épicas vocalizaciones y en el que quizá sea el solo de guitarra más estremecedor en la historia del rock. Todo culmina con un retorno a la calma, una coda que vuelve a depositarnos en la tranquilidad del vientre materno, del origen primigenio.
  La música de “Escalera al cielo” fue escrita parcialmente por Jimmy Page durante los mismos días en que los integrantes de la banda se retiraron a Bron-Yr-Aur, a fin de componer el material que constituiría el álbum Led Zeppelin III, de 1970. Era una pieza más, inacabada, de las varias que hicieron y no fue considerada para ese disco. Page la retomaría durante las sesiones del cuarto disco y fue entonces que Plant comenzó a trabajar sobre la letra. Hay quienes cuentan que la hizo en un día de depresión, mientras él y Jimmy se encontraban en la misteriosa mansión de éste en Loch Ness, pero en realidad los textos fueron escritos en la para nada diabólica casa rural que el grupo solía alquilar en Headley Grange, en Hampshire. La pieza fue grabada en Londres en diciembre de 1970.
  Aunque se ha acusado a la canción de contener mensajes satánicos (se dice incluso que si se escucha al revés pueden escucharse las palabras “My sweet Satan”), esto no deja de ser una ridiculez. Robert Plant ha dicho al respecto: “Sólo los norteamericanos podían salir con una estupidez como esa. ¿Por qué si la gente se aburre no se pone a nadar o a jugar squash en lugar de andar de ociosos y buscar significados malévolos en una canción que solamente habla del inicio de la primavera?”.
  La presencia de “Stairway to Heaven” en el álbum sin nombre del Zeppelin (1971) contribuyó sin duda a convertirlo en uno de los mejores discos de rock jamás producidos y le otorgó buena parte de su calidad de mítico. La estructura musical del tema tuvo una gran influencia en composiciones posteriores de otras agrupaciones, como “Bohemian Rhapsody” de Queen o “November Rain” de Guns n’ Roses, entre varias otras.
  Como es de suponer, el enorme éxito radiofónico de la canción, sobre todo en los Estados Unidos (se dice que aún hoy es tocada cerca de cuatro mil veces al año en las estaciones de Frecuencia Modulada norteamericanas), hizo que el grupo tuviera que interpretarla prácticamente en cada concierto durante años, hasta llegar al hartazgo. “Esa canción para bodas”, llegó a llamarla alguna vez, en tono despectivo, el propio Robert Plant (y en efecto: era y es muy tocada en bodas y funerales). Aunque en otra ocasión, más ecuánime, dijo: “‘Stairway to Heaven’ es una simpática, placentera, bien intencionada e ingenua cancioncita. Pero no es la composición definitiva de Led Zeppelin”.
 And it makes me wonder

Datos de interés

† El célebre solo de guitarra de Jimmy Page fue grabado en una vieja Fender Telecaster, modelo 1958, y en un amplificador Supro.

† Page grabó tres solos diferentes y finalmente se decidió por el que todos conocemos, porque sintió que era el que mejor quedaba con la canción.

† “Stairway to Heaven” fue interpretada en concierto por primera vez en el Ulster Hall de Belfast, Irlanda, el 5 de marzo de 1971.

† De los varios covers que se han hecho, el más interesante es el de Frank Zappa, en el disco The Best Band You Ever Heard in Your Life (1991), a ritmo de reggae y con el solo de Jimmy Page ejecutado idéntico al original, nota por nota, por la entera sección de metales. Una maravilla.

(Texto mío, publicado el día de hoy en "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

miércoles, 2 de noviembre de 2016

AC/DC


AC/DC es una de las agrupaciones más coherentes de la historia del rock y ese es uno de sus principales méritos. Su congruencia queda clara cuando uno revisa su discografía y descubre que en sus cerca de veinte discos no existe un solo tema que pudiera ser confundido con una balada. Ni por asomo. Al contrario de prácticamente todos los grupos que hacen rock duro y/o hevy metal, el quinteto australiano jamás cayó en la debilidad de hacer cancioncitas blandengues y melodiosas, de esas que sirven para que en los conciertos el público saque sus encendedores o balancee los brazos en todo lo alto. No. La música de AC/DC ha sido de alto octanage desde su primer álbum hasta el más reciente. Es una banda que nunca ha dado concesiones y no se ha preocupado por mostrar una imagen correcta. Angus Young y compañía son guarros y no tratan de disimularlo. Con un extraordinario sentido del humor, se burlan de todo y de todos, pero en especial de sí mismos. Nada se toman en serio, salvo el hecho fundamental de hacer e interpretar el mejor rock and roll, el más estruendoso y rudo. Porque hay que aclarar un equívoco que coloca al grupo siempre entre los exponentes del metal: lo que hace AC/DC es simple y sencillamente rock duro. Musical y letrísticamente, su propuesta está bastante alejada de la de las agrupaciones heavymetaleras. Rock felizmente sólido y directo, fruto de la entraña, del sudor, del aliento alcohólico, de las dentaduras podridas, de la fealdad, del machismo más jocoso y desafiante. Es un rock muy poco apto para sensibilidades exquisitas. Es un rock deliciosamente burdo, rudimentario, ríspido, pero ejecutado con un talento incomensurable. En AC/DC ha vivido siempre el espíritu primigenio del rock and roll, su esencia, su raíz. Con sus altas y sus bajas, ha tenido la capacidad de mantenerse fiel a su propuesta original. Me equivoqué al principio de estas breves consideraciones introductorias: no se trata de una de las agrupaciones más coherentes de la historia del rock. Es la más coherente de todas.
  For those about to rock (We salute you).

(Publicado originalmente en el Especial de La Mosca en la Pared No. 38, de marzo de 2007. El texto lo escribí a manera de prólogo).

martes, 1 de noviembre de 2016

¿Quién es Greg Holden?


Para quienes siempre buscamos nueva música y nuevos músicos, los instrumentos que hoy en día nos brinda la tecnología son invaluables. Cuando yo era adolescente, durante la segunda mitad de los años sesenta y la primera de los setenta de la centuria pasada, la única manera de conocer en México lo nuevo que surgía en el mundo dependía de lo que buena o malamente apareciera en las pocas revistas especializadas o en la limitadísima radio de amplitud modulada.
  Hoy, en cambio, gracias a internet y a herramientas como You Tube, Spotify y multitud de páginas y plataformas, podemos descubrir a compositores y ejecutantes de todo el planeta desde la comodidad de nuestras computadoras, tablets o teléfonos celulares.
  Al cantante y compositor escocés Greg Holden lo descubrí apenas en la madrugada de este domingo, cuando una canción suya (“The Lost Boy”) apareció en una escena culminante de la quinta temporada de la serie Sons of Anarchy que veía yo en Netflix. Me gustó tanto el tema que lo localicé por medio de Shazam; luego lo busqué en Spotify y ahí me encontré con dos de los tres discos de este estupendo artista, un trovador que hace un alt-folk fino, poético y lleno de sentimiento (ese feelin’ que hoy día ya no se encuentra tan fácilmente).
  Nacido en Aberdeen, Escocia, en 1983, y avecindado en Nueva York, Holden tiene en su haber los álbumes A Word in Edgeways (2009), I Don’t Believe You (2102) y Chase the Sun (2015). Su evolución musical y letrística ha sido notable en apenas seis años, lo cual se nota en cada uno de los discos, pues ha ido de una austeridad instrumental inicial a una mayor sofisticación, como podemos escuchar en el estupendo Chase the Sun.
  Canciones como “I Don’t Believe You”, “Save Yourself”, “Bulletproof”, “It’ll All Come Out” o la ya mencionada “The Lost Boy” son muestras de la calidad autoral de este escocés de 33 años a quien habría que poner atención por todo lo que promete a futuro.
  Un músico muy interesante y talentoso.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

martes, 25 de octubre de 2016

Un Nobel honorario para Leonard Cohen


Leonard Cohen ha culminado (¿o no?) su trilogía discográfica final –conformada previamente por los extraordinarios discos Old Ideas (2012) y Popular Problems (2014)– con la aparición, apenas este viernes 21, del impresionante You Want It Darker (2016).
  A sus 82 años recién cumplidos (nació en Montreal, Canadá, el 21 de septiembre de 1934), Cohen declaró hace poco a The New Yorker que estaba preparado para morir, aunque al ver la reacción de alarma de sus seguidores, lo matizó más adelante con un “me propongo vivir hasta los 120 años”. Sin embargo, al escuchar las letras de las canciones de los tres álbumes mencionados y en especial del más reciente, es claro que el decirse preparado para la muerte es la frase central de su estado de ánimo actual.
  You Want It Darker es un disco filosófico y profundo en su poesía, y austero y espléndido en su música (el sentido melódico de Cohen sigue siendo exultante). Las nueve composiciones que lo constituyen no tienen desperdicio: todas poseen algo trascendente que decir, todas brillan desde una oscuridad lírica y musical que conmueve y quita el aliento. No es sin embargo una obra pesimista o desencantada. Yo diría que es más un ajuste de cuentas con una vida fructífera pero difícil, tan llena de creatividad y de felicidad como de momentos duros y complicados en lo profesional, lo artístico, lo amoroso, lo religioso.
  Por eso, temas como (nombrémoslos todos) “You Want It Darker”, “Treaty”, “On the Level”, “Leaving the Table”, “If I Didn’t Have Your Love”, “Traveling Light”, “It Seemed the Better Way”, “Steer Your Way” y “String Reprise/Treaty” poseen una riqueza espiritual y una crudeza humana que sólo Cohen podría expresar como lo expresa.
  ¿Disco testamento? ¿Trilogía discográfica de despedida? No lo sabemos. Leonard Cohen tiene problemas de salud (parte del disco lo grabó sentado, debido a sus dolores de columna), pero su mente y su espíritu al parecer se mantienen incólumes.
  Merece un Nobel honorario.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

domingo, 23 de octubre de 2016

The Who Sell Out


La primera obra maestra de The Who y su primer disco con sentido conceptual (una de las obsesiones de Pete Townshend). The Who Sell Out (1967) es un álbum espléndido por donde quiera que se analice. Homenaje a las estaciones radiales piratas que tanto apoyaron al grupo en sus inicios y que fueron prohibidas en Inglaterra y precariamente sustituidas por la BBC 1, este trabajo no sólo contiene grandes composiciones –“I Can See for Miles”, “Mary Anne with the Shaky Hand” (todo un canto irónico a la masturbación al igual que sucede en “Pictures of Lily”), “I Can’t Reach You”, “Odorono”, “Tattoo”, “Relay”, “Armenia City in the Sky”, “Rael” (otra mini ópera, en dos partes)–, sino una hilación progresiva en la cual los cortes van unidos por falsos anuncios promocionales de Radio London, una de las emisoras piratas a las cuales se rinde tributo.
  Inscrito en plena etapa psicodélica, Sell Out muestra que los Who eran mucho más que una bandita británica del montón, de esas que surgieron durante la llamada Ola Inglesa y que, por el contrario, se trataba de una agrupación que podría trascender y que se encontraba en un nivel paralelo al de los Beatles, los Rolling Stones y los Kinks. Poderoso y melódico, fuerte y armónico, entusiasta y dulce, The Who Sell Out permanece como uno de los grandes álbumes de los sesenta.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 11 de La Mosca en la Pared, dedicado a The Who y publicado en marzo de 2008)

jueves, 20 de octubre de 2016

Los 90 de Chuck Berry


Músico, poeta y loco, personaje delirante y genial, el gran pionero del rocanrol llega a sus nueve décadas de vida.

La escena es ya un clásico del cine. En Volver al futuro de Robert Zemeckis (1985), el personaje de Marty McFly (interpretado por Michael J. Fox) toca en la guitarra “Johnny B. Good”, con su famoso riff introductorio (“Voy a tocar un oldie..., bueno, es un oldie en el lugar de donde vengo”) y un joven de color (negro, dirían Les Luthiers) corre a un teléfono atrás del estrado para hacer una llamada (“¡Primo Chuck, soy Martin, Martin Berry! ¿Recuerdas el sonido que estabas buscando? ¡Pues escucha esto!”) y acto seguido pone el auricular en dirección a la música. McFly de pronto se aloca y, ante el azoro del público, termina por tocar al estilo de Jimi Hendrix y Pete Townshend. Se interrumpe y les dice: “Creo que aún no están ustedes listos para esto, pero a sus hijos les encantará”.
  Es un divertido y emotivo homenaje al autor de esa y otras muchas canciones que dieron forma, sentido y sustancia a lo que el locutor radiofónico Alan Freed llamaría rock n’ roll, un tributo al creador de todo un estilo de escribir, tocar y cantar llamado Chuck Berry.
  Berry cumplió 90 años de edad este 18 de octubre. Nació en 1926, en Saint Louis, Misuri, con el nombre de Charles Edward Anderson Berry y aunque ya se encuentra retirado, hasta hace relativamente poco tiempo seguía presentándose en concierto. De los pioneros del rocanrol es el más longevo (Fats Domino tiene 88 años, Little Richard 83 y Jerry Lee Lewis 81).
  Tedioso sería repetir aquí la archiconocida biografía del creador de “Maybelline”, “Sweet Little Sixteen”, “Carol”, “Roll Over Beethoven” y tantos himnos generacionales o repetir frases hechas como que es el padre del rocanrol o que sin él la historia de la música popular habría sido muy otra, etcétera.
  Habría que hacer énfasis, sí, en algo de lo que se habla menos, aunque John Lennon insistía mucho en ello: que las letras de las canciones de Chuck Berry son poesía pura, lírica brillante y rica en descripciones sobre la juventud estadounidense de finales de los cincuenta y principios de los sesenta. Un retratista de su época (aunque no sé si le alcanzaría para el premio Nobel, como Bob Dylan).
  También habría que referir sus raíces blueseras. Si bien Berry amalgamó muy bien el blues con el country & western y con ello hizo el mejor rock n’ roll (incluido su famoso paso de pato), hay grabaciones suyas en las que interpreta el blues de manera estupenda. Blueses propios que escribió también y tan bien.
  De carácter difícil (baste ver ese documental llamado Heil Heil Rock n’ Roll!, de 1987, en el que mientras se prepara un concierto en homenaje suyo, promovido y organizado por Keith Richards, atestiguamos la arrogancia despótica de la que solía hacer gala y sus roces constantes con el guitarrista de los Rolling Stones, quien en varias ocasiones a lo largo del filme está a punto de mandarlo al diablo.
  También es conocida la avaricia del músico, quien no tenía empacho en declarar que estaba en el negocio de la música por el dinero y a quien era necesario pagarle en efectivo y antes de cada presentación. De hecho, con frecuencia viajaba a las ciudades solo con su guitarra y pedía que músicos locales lo acompañaran. De ese modo, se ahorraba el sueldo de sus propios instrumentistas.
  Mujeriego y apostador, piso la cárcel en 1959, cuando se le relacionó sexualmente con una joven apache de 14 años (aunque el músico juraba que ella le había dicho que tenía 21). Pasó dos años tras las rejas.
  Chuck Berry vino a México a principios de los noventa, para presentarse en un concierto en el viejo Auditorio Nacional, en un programa triple nada menos que con B.B. King y Ray Charles. Me tocó estar ahí en esa ocasión. Fue una actuación discreta la de Berry. Austera. Con tres músicos mexicanos que lo acompañaron. Al menos eso es lo que registra mi memoria. Pero haber visto “en vivo” a esa leyenda del rock (al igual que a King y a Charles), no tiene precio.
  Noventa años cumple ya Chuck Berry. Es un mito viviente. Celebrar sus nueve décadas de vida es lo menos que podemos hacer. Festejar con una sonrisa y un paso de baile al amo de la rock n’ roll music.

(Publicado el día de hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

miércoles, 19 de octubre de 2016

El álbum debut de los Kinks


Aunque hay quienes aseguran que el álbum debut de los Kinks es un disco mediocre y prescindible, yo me permito discrepar de ello. The Kinks (1964) no sólo es un trabajo solidamente rocanrolero, sino que muestra con gran claridad lo que habría de ser este grupo con el transcurso de los años. Cierto que en el plato abundan los covers, pero cierto también que en el mismo hay algunas composiciones de Ray Davies que alcanzarían la inmortalidad, como “Stop Your Sobbing” y, sobre todo, la genial “You Really Got Me”, piedra de toque en la historia del rock y, para muchos, con el primer riff metalero de todos los tiempos. Sin embargo, hay otros temas que destacan, interpretados con gran desenfado y sentido irónico, algo que se convertiría en sello de la casa. Cortes como “So Mystifyng”, “Just Can’t Go to Sleep”, “I Took My Baby Home” o “Revenge” e incluso covers como “Beautiful Dalilah” y “Too Much Monkey Business’” de Chuck Berry o “Cadillac” de Bo Diddley responden a la música que se hacía en 1964 y aun cuando no redondean el sonido clásico de los Kinks que hoy conocemos, sí lo empiezan a configurar.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 43 de La Mosca en la Pared, publicado en octubre de 2007)

martes, 18 de octubre de 2016

Dylan para principiantes


No se preocupe usted, querido lector. No le voy a dar aquí los pormenores de la vida de Bob Dylan. Para conocer su biografía basta con acudir a Wikipedia, a AllMusic.com y a tantos sitios donde seguro hallará extensos datos al respecto.
  El título de la columna se debe a que entre quienes han criticado la controvertida decisión de la Academia Sueca que otorga a Dylan el Premio Nobel de Literatura de este año, me he encontrado argumentos francamente asombrosos y que, en muchos casos, bordan el límite del ridículo y demuestran un verdadero desconocimiento sobre la obra del autor de “Desolation Row” y la trascendencia que ésta ha tenido, a lo largo de más de medio siglo, para la cultura del mundo.
  Desde cosas tan burdas como “Le dieron el Nobel a un cantante para drogadictos” (juro que lo leí en las redes), hasta citas mal traducidas de las letras de las canciones más sencillas del compositor (incluidas algunas que él no escribió), a fin de demostrar “su baja calidad poética”, la metralla de los exquisitos en contra del buen Bob no ha parado desde que se dio a conocer la noticia.
  Por supuesto, hay quienes han argumentado a favor. Cito al escritor mexicano Óscar Aparicio: “Ginsberg, Kerouac, Yeats, T.S Eliot, Pound, Tennyson, Coleridge, Wordsworth, Poe, Conrad, Carroll, Blake, Dante, Crane, Whitman, Rimbaud, Baudelaire, Joyce y muchos más habitan el orbe dylaniano. Hemos leído tanto sobre él que a veces lo obviamos y olvidamos. Dylan es lo más parecido que tenemos a Shakespeare y a Joyce. Sus canciones remiten lo mismo a una batalla de la guerra civil, una huelga de 1955, Vietnam, Nueva Orleans, Madrid, Mississippi, Nueva York. Una forma de atemporalidad fílmica en viñetas de tres u once minutos”.
  O a Joaquín Sabina: “Llevo diciendo por lo menos veinte años que Dylan es el mejor poeta de América y de la lengua inglesa actual y también el que más ha influido en varias generaciones”.
  Pero ni así se convencerán los cultos detractores.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" en la sección ¡hey! de Milenio Diario)