domingo, 31 de enero de 2016

Queen: The Game


Dos años tuvieron que transcurrir, a partir de la aparición de Jazz, en 1978, para que Queen grabara el que quizá sea su segundo mejor disco. Y para no pocos, el mejor. The Game (1980) es un trabajo impecable. Lo paradójico del asunto es que se trata de una obra perfectamente diferente, casi diríamos que opuesta a A Night at the Opera. Lo que en ésta es grandilocuencia, en The Game es sencillez. Lo que en la primera es virtuosismo un tanto pomposo y a duras pensa contenido, en el segundo es austeridad y una actitud gozosamente rocanrolera. Rock sinfónico contra rock a secas.
  Sin ideas conceptuales, sin pretensiones de trascendencia, The Game es un sencillo disco de rock and roll, con una serie de canciones estupendas. La abridora “Play the Game” es emocionante y melodiosa; “Dragon Attack” es potente y dura, con un bajeo irresistible y un Brian May dueño de una guitarra abrasiva; “Another One Bites the Dust” no necesita mayores comentarios, es una pieza clave no sólo de este disco sino de la carrera toda de Queen (¡y la compuso John Deacon!); “Need Your Loving Tonight” (también de Deacon) es una encantadora canción de sonido sesentero; “Crazy Little Thing Called Love” es el mejor homenaje que el grupo pudo hacer a Elvis Presley: escrita por Freddie Mercury, contiene un precioso y preciso solo de Brian May, ejecutado con una vieja Telecaster; “Rock It (Prime Jive)” es una divertida incursión en el new wave con ciertos aires ledzeppelinianos a la “D’Yer Maker”; “Don't Try Suicide”, en cambio, maneja un beat muy sugerente para enmarcar su irónica letra; “Sail Away Sweet Sister” es una hermosísima balada de May que hubiese quedado perfecta en Una noche en la ópera; “Coming Soon” por su parte es otra probadita de new wave; finalmente, “Save Me” corona The Game con una de las más excelsas interpretaciones del grupo. Una conclusión verdaderamente conmovedora y maravillosa para un disco gigantesco.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 13 de La Mosca en la Pared, aparecido en diciembre de 2004).

martes, 19 de enero de 2016

El otro Dylan


No es que quiera escribir aquí acerca de un nuevo cantautor con el potencial poético o musical suficiente para convertirse en un nuevo Bob Dylan (aunque uno nunca sabe). En realidad, sólo quise hacer un juego de palabras para presentar a Dylan LeBlanc, joven músico cuyo tercer disco acaba de aparecer en los albores de este naciente año que nos recibió con la triste noticia de las muertes de David Bowie y Lalo Tex.
  Pero la vida sigue y la música también, por lo que vale la pena hablar de gente nueva con talento, como es el caso de LeBlanc, compositor e intérprete oriundo de Schreveport, Louisiana (1990), quien debutara a los 19 años con su primer y estupendo disco Paupers Field (2010), al que siguió el muy bello y oscuro Cast the Same Old Shadow (2012) y quien ahora presenta su tercer opus, un trabajo que sorprende por su elegancia, sensibilidad y solvencia artística.
  Cautionary Tale (Single Lock Records, 2016) es el nombre del flamante larga duración de LeBlanc (hijo, por cierto, de James LeBlanc, uno de los miembros originales del legendario grupo de músicos de sesión de Alabama Muscle Shoals, al que tanto debe la música soul de los años sesenta y setenta del siglo pasado) y puede decirse que se trata de una gratísima sorpresa para iniciar el nuevo año. Con ecos lo mismo de Neil Young que de Jeff Buckley y de Townes Van Zandt que de Robin Pecknold (vocalista de Fleet Foxes), Dylan LeBlanc no sólo posee un estilo profundo y melancólico de componer canciones, sino que cuenta con una voz de crooner verdaderamente cálida y dulce, bella y conmovedora, de una hondura escalofriante.
  Si hubiera que situar el género en el que se desenvuelve LeBlanc, yo diría que es una fina combinación de folk, alt-country (lo que muchos denominan como americana), rock y pequeños destellos de pop. Así lo demuestran temas tan austeramente suntuosos (válgaseme la aparente contradicción) como “Roll the Dice”, “Look How Far We’ve Come”, “Beyond the Vail”, “Easy Way Out” o la homónima “Cautionary Tale”.
  Un excelente disco para iniciar 2016.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

sábado, 16 de enero de 2016

Tommy


A más de cuatro décadas y media de haber sido grabada (1969), la ópera rock Tommy mantiene su importancia y su frescura sin par. Uno de los cuatro álbumes fundamentales de The Who (al lado de Sell OutWho’s Next Quadrophenia), la historia de Tommy Parker, el muchacho sordomudo y ciego que se convierte en un as del pinball, ha seducido a varias generaciones no tanto por lo que relata como por la calidad de su música.
  Aunque en su momento se le pudo acusar de pretenciosa y fatua, el paso de los años ha demostrado que Tommy vale por sí misma y que aparte de haber servido para llevar a Townshend y compañía al superestrellato del rock, los consagró como una de las bandas fundamentales de todos los tiempos.
  Si bien no todas las canciones de la obra tienen el mismo nivel de calidad, hay aquí temas tan extraordinarios como “I’m Free”, “Amazing Journey”, “Sparks”, “The Acid Queen”, “Underture”, “Tommy, Can You Hear Me?”, “Sensation”, “Sally Simpson” y obviamente “Pinball Wizard” y ese himno que es “We’re Not Gonna Take It”. Sorprende que a pesar de la grandiosidad de la obra en sí, las instrumentaciones sean más bien austeras, con una presencia constante de la guitarra acústica, algo muy diferente a lo que The Who presentaba en sus actuaciones en concierto.
  Tommy marcó un parteaguas no sólo para la historia de los Who sino del rock todo, al abrir al género nuevas posibilidades expresivas y artísticas.

(Texto que publiqué originalmente en el Especial de La Mosca No. 18, dedicado a The Who, en marzo de 2004)

jueves, 14 de enero de 2016

Survival


Si para los seguidores más ortodoxos de Bob Marley, Exodus o incluso Catch a Fire son las obras cumbres del jamaiquino, hay quienes piensan que Survival (1980) las supera con mucho. Cuestión de criterios, claro, de preferencias y subjetividades. El hecho es que este álbum, inicialmente intitulado Black Survival, fue el primero de una trilogía planeada por Marley y que ya no alcanzó a ver terminada.
  Musicalmente cercano al pop y al rock (aunque la esencia del reggae está siempre ahí, presente y constante), Survival es un manifiesto ideológico a favor de la unidad de la raza negra y de la reivindicación del continente africano como lugar de origen y tierra prometida. En ese sentido, se trata de un disco conceptual y también de un manifiesto político y racial (“Rise yeh mighty people!”, canta Bob en “Wake Up and Live”).
  Anticolonialista, independentista y favorecedor de las luchas de emancipación de las naciones del Tercer Mundo, el disco es una obra maestra de principio a fin, con una fuerza artística que supera lo meramente político y lo trasciende con gran fortuna. No existe entre los diez temas que conforman el plato, uno que destaque o que pueda considerarse como potencial “sencillo”. Todos son magníficos y mantienen una uniformidad que lejos de resultar monótona, es variada y asombrosa. A lo largo del álbum, hay un fuerte énfasis en el ritmo marcado por el bajo y las percusiones, lo que da una mayor presencia a canciones tan extraordinarias como “So Much Trouble in the World”, “Zimbabwe”, “Babylon System”, “Survival”, “Ride Natty Ride”, “Africa Unite”, “Ambush in the Night” y la singular “One Drop”.
  Un trabajo fuera de serie.

(Reseña que escribí para el Especial No. 15 de La Mosca en la Pared, publicado en octubre de 2004)

martes, 12 de enero de 2016

La negra estrella de David Bowie


Cuando el pasado 8 de enero apareció el álbum Blackstar de David Bowie, casi nadie pudo imaginar que se trataba de la obra discográfica con la que el autor de “The Man Who Sold the World” y “Space Oddity” se despediría del planeta.
  Sólo dos días pasaron antes de que nos despertáramos con la tristísima y golpeante noticia de la muerte física de Bowie, debido a un cáncer terminal. Con Blackstar, el gran músico, compositor, cantante y actor (entre varias otras cosas) celebró su cumpleaños 69 (había nacido justo el 8 de enero de 1947, en Brixton, Inglaterra) y anticipó su muerte, acaecida apenas este domingo 10.
  Dado que no hay mucho que agregar que no se sepa ya sobre la vida y obra de quien se inició con el nombre de David Jones (debió cambiar a Bowie por causa del David Jones de los Monkees), centrémonos así sea de manera somera en este que resultó ser su álbum postrero.
  Siete son tan sólo los cortes que conforman a Blackstar, con una escasa duración de 41 minutos. Casi podría ser un EP. Sin embargo, la grandeza y hermosura de esas siete finas piezas hacen que el plato se vuelva suculento, lleno de riqueza artística. Desde la inicial y homónima “Blackstar”, que ya se había dado a conocer semanas atrás, sabemos que esta vez el músico quería ofrecer algo distinto. Siempre experimental, Bowie presentó aquí una fusión de rock, jazz y pop de espléndida manufactura, lo cual se vuelve más evidente conforme el disco va avanzando.
  Así, las siguientes canciones van adentrándose en un sonido a la vez misterioso y fascinante, pulcro y provocador, nostálgico y sensual, en el que la colaboración del saxofonista Donny McCaslin proporciona el debido mood jazzístico, con sus espléndidas intervenciones, ello para no hablar de la impecable producción del eterno colaborador de Bowie, Toni Visconti.
  Piezas como “Lazarus”, “Dollar Days”, “Girl Loves Me” o “I Can’t Give Everything Away” hacen de Blackstar un trabajo entrañable y no hay mejor manera de agradecer a David Bowie por todo lo que nos dio que escuchar el disco con deleite y, sí, también, con una dulce nostalgia.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

lunes, 11 de enero de 2016

Bowie a la medianoche


El rumor empezó a correr en las redes sociales a la medianoche del domingo, hora de México. Un comunicado que según algunos provenía del sitio oficial de David Bowie anunciaba la “tranquila y pacífica muerte” del músico y pedía comprensión y respeto para su familia y su círculo cercano. De inmediato entré a la página www.davidbowie.com y no encontré información alguna al respecto, por lo que pensé que se trataba de una de esas noticias falsas que suelen aparecer en la red y preferí tener prudencia. Por desgracia no fue así. Poco a poco, medios como la BBC, The New York TimesThe GuardianEl País y otros empezaron a difundir la mala nueva, la cual fue finalmente confirmada en Twitter por Duncan Jones, hijo del autor de “Space Oddity” y “Ashes to Ashes”: David Bowie había muerto de cáncer, a los 69 años de edad (los cumplió apenas este 8 de enero, pues nació en Brixton, Inglaterra, en 1947).
  Todo muerte es inoportuna, pero hay unas más inoportunas que otras y esta es una de ellas. Apenas la semana pasada había aparecido Blackstar, el nuevo álbum de Bowie, después de que en 2013 publicara The Next Day, luego de una década exacta de ausencia discográfica (su anterior plato, Reality, se editó en 2003). Nadie imaginó, fuera de sus familiares y de sus amistades más próximas, que Blackstar sería el opus final del multifacético británico. Por el contrario, se trataba de un motivo de celebración. Posiblemente él también lo celebró, con levedad, debilitado por la enfermedad y a sabiendas de que sería su trabajo postrero.
  Blackstar es una obra fina, de escasos 41 minutos de duración, con apenas siete cortes en los que el rock y el jazz se dan la mano para ofrecer un manjar exquisito y diferente, con canciones tan buenas como “’Tis a Pity She Was a Whore”, “Sue (Or in a Season of Crime)”, “Girl Loves Me”,  “I Can’t Give Everything Away”, “·Dollar Days”, la homónima “Blackstar” y la intensísima y densa “Lazarus”. Es un disco plenamente boweyano y por tanto plenamente experimental, con un uso primordial y fantástico de los metales, en especial del saxofón, el primer instrumento que David Jones (su verdadero nombre) aprendió a tocar. Un álbum digno de servir como colofón a una carrera impresionante, en la que la música y la imagen fueron siempre primordiales.
  Como es más que sabido, las transformaciones musicales de este singular artista (y digo artista en la exacta acepción de la palabra) estuvieron siempre aparejadas con sus cambios de apariencia, los cuales muchas veces adquirieron el grado de personajes perfectamente definidos y diferenciados de su propio creador. Algunos de ellos fueron tan fuertes, no sólo en su estética sino incluso en sus rasgos interiores, que Bowie llegó a estar literalmente poseído por ellos (el caso del extraterrestre Ziggy Stardust es muy revelador y sintomático al respecto). Esta especie de esquizofrenia artística definió buena parte de su carrera y le permitió desarrollarse como uno de los compositores e intérpretes más originales e importantes en la historia del rock.
  Desde sus inicios musicales, a mediados de los años sesenta, hasta la aparición del ya referido Blackstar, Bowie supo reinventarse de manera constante; tal vez no siempre de la mejor manera, pero cada vez con una intención propositiva y revolucionaria, incluso cuando revisaba su pasado.
  Álbumes como Hunky Dory (1971), The Rise and Fall of  Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972, para muchos su obra magna), Aladdin Sane (1973), su trilogía berlinesa de 1976-77 (compuesta por LodgerLow y Heroes), Scary Monsters (1980), Let’s Dance (1983) y Heathen (2002) o canciones como “Changes”, “Life on Mars?”, “Rebel Rebel”, “Starman”, “The Jean Genie”, “Rock ‘n’ Roll Suicide”, “Sound and Vision” y “The Man Who Sold the World”, entre muchas otras, dejan constancia de su genio y son una herencia inmortal para las generaciones actuales y futuras.
  Retador y desafiante, convulsivo y compulsivo, enemigo de los convencionalismos pero al mismo tiempo elegante y sibarita, el eclecticismo de Bowie le permitió trabajar dentro de los más diversos géneros y mantenerse todo el tiempo no sólo dentro de la vanguardia sino marcando, en infinidad de ocasiones, la dirección a seguir de dicha vanguardia.
  Pocos como él para sobrevivir a las tormentas que suele desatar el súper estrellato del rock y llegar al final de sus días en medio de una plenitud creativa admirable y una visión de las cosas tan serena como lo reflejan las obras discográficas que produjo en los primeros años del presente siglo.
  La historia de David Bowie fue y sigue siendo la historia no de un alienígena, sino de un ser humano excepcional en sus virtudes y sus defectos. De un genio, pues.

(Publicado en el sitio Acordes y desacordes que coordino para la página de la revista Nexos)

jueves, 7 de enero de 2016

Who's Next


A mi parecer, el mejor disco de The Who, a pesar de que Pete Townshend nunca pensó en hacerlo y de que un elemento ajeno al grupo, el productor Glyn Jones, fue quien le dio forma y lo convirtió en uno de los mayores álbumes de rock de todos los tiempos. Paradojas del destino: la frustración de Townshend al no poder realizar su proyecto Lifehouse derivó en una obra fundamental, extraordinaria, fuera de serie, una grabación prácticamente perfecta. Who’s Next (1971) tiene otra ventaja: no es un trabajo conceptual sino una excelente colección de canciones, todas ellas espléndidas. Como novedad instrumental, en este disco aparecen por vez primera los sintetizadores que tanto habían fascinado al guitarrista y que sabe usar con enorme maestría y creatividad, sobre todo en el tema abridor, “Baba O’Riley”, y en el concluyente, “Won’t Get Fooled Again”, aunque se dejan oír en otras partes del álbum, para reforzar y dar cuerpo a las composiciones. En Who’s Next están presentes la fuerza rocanrolera de The Who Sings My Generation y Live At Leeds y la sensibilidad y el sentido armónico y melódico de The Who Sell Out y Tommy. Es de muchas maneras la obra que resume lo que fueron los Who a lo largo de su carrera. Temas estruendosos como los ya mencionados y otros de belleza incomensurable (“The Song Is Over”, “Behind Blue Eyes”, “Getting in Tune”) hacen de este un disco lleno de pasión, rabia, humor, tristeza, alegría, ironía, indignación, fe, amor. Cuatro músicos en plenitud de facultades y nueve canciones impecables. Una joya perfecta. Un álbum de rock and roll.

(Escribí esta reseña para el Especial de La Mosca en la Pared No. 18, publicado en marzo de 2004)

martes, 5 de enero de 2016

The Sonics, cincuenta años después


En 1965 era la agrupación más ruda y salvaje que pudiera concebirse. Su sonido crudo y agresivo no daba concesiones y no sólo pueden considerarse como los padres del garage rock (mucho más que contemporáneos suyos como MC5 o The Troggs), sino el antecedente de gente como Iggy Pop, The Clash, Social Distortion o los Ramones.
  Aunque sólo tuvieron un gran éxito (su inmortal cover a “Have Love Will Travel” de Richard Berry, con su inconfundible riff) y muchos pudieron considerarlo como un grupo de los llamados one hit wonder, en realidad The Sonics (formados en Tacoma, Washington, en 1960) crearon no sólo una escuela sino todo un subgénero que influyó tanto al punk de los setenta como al grunge de los noventa.
  Sus dos únicos álbumes de larga duración (Here Are the Sonics!!! de 1965 y Boom de 1966) permanecieron en el olvido durante casi medio siglo y muy pocos especialistas los han considerado a la hora de escribir sus diversas historias del rock. Para muchos, es como si los Sonics jamás hubiesen existido.
  He aquí sin embargo que, cincuenta años después de su primer larga duración, el quinteto ha regresado con tres de sus integrantes originales, convertidos en orgullosos septuagenarios y potentísimos rocanroleros. En efecto, Gerry Roslie (teclados y voz), Larry Parypa (guitarra) y Rob Lynd (sax), acompañados por una nueva sección rítmica compuesta por Freddie Dennis (bajo) y Dusty Watson (batería), grabaron en 2015 un disco sorprendente por su fuerza, su energía, su autenticidad y su frescura.
  This Is the Sonics (Revox) es un álbum asombroso por su austeridad rasposa y su producción casi monoural. No es una obra que recoja sus viejas canciones sino que todo el material es nuevo, incluidos sus sensacionales versiones a “I Don’t Need No Doctor” de Ray Charles y “The Hard Way” de los Kinks, además de temas originales tan buenos como “Be a Woman” o “Bad Betty”. Tal vez la voz de Roslie ya no sea la misma, pero el sonido es tan garagero como en 1965 y la energía que el grupo despliega resulta impactante.
  Rocanrol en estado de absoluta pureza.