viernes, 14 de octubre de 2016

101 años de Billie Holiday


Nació hace un siglo y un año; murió hace 56, poco antes de cumplir los 45. Las circunstancias de su deceso fueron muy tristes, pues falleció en el Metropolitan Hospital  de Nueva York, debido (según el parte médico oficial) “a una congestión en los pulmones complicada con una falla en el corazón” (una falla en el corazón…; algo tiene de poético este diagnóstico tratándose de Billie Holiday, quien a lo largo de su vida tuvo muchas fallas de esas).
  Tristemente, la que quizá sea la más grande cantante de jazz de todos los tiempos se encontraba bajo arresto en su cama de hospital, acusada de posesión ilegal de narcóticos, otro problema con el que Billie tuvo que lidiar durante largo tiempo (y sin embargo, hay que decirlo, su muerte fue un poco más “benigna” que la de quien fuera su principal influencia como intérprete y un gran ídolo para ella, la inconmensurable Bessie Smith, quien en 1937, muy grave después de haber sufrido un accidente automovilístico, no fue admitida en un hospital de la ciudad de Clarksdale, Mississippi, por tratarse de una mujer de raza negra, y falleció desangrada en el coche de alquiler que la había llevado hasta allí).
  Pero escribo esto para festejar el nacimiento y no para lamentar la desaparición de Holiday.
  Nacida en la primavera de 1915 en Baltimore, Maryland, fue bautizada como Eleanora Fagan Gough, hija de padres extremadamente jóvenes, ya que al darla a luz, su madre tenía apenas trece años de edad y su padre quince. Cuando quisieron casar a la precoz pareja, el casi adolescente progenitor (quien también resultó precoz como músico, ya que era el guitarrista de la banda de Fletcher Henderson), huyó despavorido, sin que le preocupara la suerte de su hija. La madre tampoco le haría mucho caso, por lo que la niña pasó de mano en mano con diferentes parientes hasta que a los diez años fue violada por uno de ellos e internada casi enseguida en un colegio católico de monjas.
  Permaneció ahí hasta 1927. De regreso con su madre, ambas viajaron a Nueva York, donde ésta se empleó como sirvienta en diferentes casas. Como se trataba de un trabajo inestable, la pequeña Eleanora, de apenas trece años, debió dedicarse por un tiempo a la prostitución, “para completar el gasto”. Fue en esos días que escuchó por primera vez los discos de Bessie Smith y de Louis Armstrong, con lo que quedó atrapada por el blues y el jazz y decidió que quería ser cantante. Ya poseía para entonces una estupenda voz y un sentimiento muy particular al cantar, por lo que no tardó en llegarle una oportunidad, cuando en 1933 acudió a un bar de Harlem, el Log Cabin, y su dueño, el pianista Jerry Preston, le hizo una prueba. Cantó “Trav’lin’ All Alone” y “Body and Soul” y fue contratada de inmediato. Le pagarían dos dólares por noche.
  A sus 18 años, la suerte empezó a cambiarle, sobre todo cuando el productor John Hammond, quien también empezaba su carrera, la escuchó y de inmediato la puso en contacto con Benny Goodman y le consiguió un contrato con Columbia Records. En noviembre de aquel mismo año, grabó su primera canción: “Your Mother’s Son-In-Law”.
  Fue en los años treinta cuando logró su pleno desarrollo como artista, además de que conoció y colaboró con una lista impresionante de músicos que hoy son leyenda: Count Basie, Lester Young, Ben Webster, Artie Shaw. En 1938, mientras trabajaba en el Café Society de Nueva York, el músico Lewis Allen escribió para ella un tema especial, al ver los maltratos y discriminaciones que Billie sufría por su condición de mujer de raza negra. “Strange Fruit” fue el nombre de la pieza que la catapultaría a la fama inmediata, debido a su impresionante interpretación. Columbia no quiso grabarla, pero Commodore sí y aunque las estaciones de radio la vetaron por su letra de denuncia, no tardó en volverse muy popular.
  No obstante, otras dos serían las canciones que la consagrarían en definitiva, en 1941: “God Bless the Child” y “Lover Man”, dos grandes melodías que Holiday se encargó de convertir en clásicas.
  Con un prometedor futuro por delante, la cantante no supo aprovechar su momento y a lo largo de la siguiente década se hundió en un pantano de fracasos sentimentales, drogas y alcohol que inició su temprano declive. En 1947, dejó ir varias oportunidades de trabajo y además sufrió el terrible golpe de la muerte de su madre. Para colmo, fue arrestada por posesión de heroína y encarcelada.
  Los cincuenta no fueron sus mejores años tampoco, aunque logró grabar sus discos más desgarrados, hermosos y entrañables. Una joya como Lady in Satin (1958), sólo puede explicarse como un producto de esa etapa de su vida, etapa que se truncaría un año más tarde, cuando la heroína volvió a derrotarla y la condujo a un nuevo arresto, esta vez en un hospital al que fue llevada de urgencia y donde falleció de un infarto en 1959.
  La gran diva del jazz se fue en medio de la pobreza y el abandono más terribles. Este año se cumple un siglo de su llegada al mundo que tanto la maltrató y al que ella tanto le dio.

(Mi colaboración de este mes en la columna "Gato encerrado" que escribo para el periódico El Vigia, de Ensenada, Baja California)

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