jueves, 2 de junio de 2016

Brian Eno y el deseo de navegar


Existen muy pocos músicos, si es que los hay aún, que tras más de cuatro décadas de hacer discos –como parte de un grupo, como solistas, como productores, como arreglistas–, aún sientan la necesidad de retarse a sí mismos y traten de realizar algo diferente a todo lo que han hecho con anterioridad. Brian Eno es uno de ellos..., si no es que el único.
  El multiinstrumentista y compositor nacido en Suffolk, Inglaterra, en 1948 (acaba de cumplir 68 años el pasado 15 de mayo), decidió cambiar todos sus paradigmas y buscar la creación de algo nuevo, de algo que antes jamás había intentado. El resultado de esta determinación es el flamante álbum The Ship (Warp Records, 2016).
  “Quise hacer un disco de canciones que no estuviesen basadas en las estructuras rítmicas y armónicas tradicionales, sino que dieran la suficiente libertad a las voces cantadas para flotar por encima de la música y gozar de su propio tiempo y su propio espacio, como partes independientes de un paisaje”, explicó hace poco el antiguo integrante de Roxy Music. Para ello, compuso cuatro canciones, dos de ellas muy largas, que fluyen como él lo pretendió, a lo largo de casi cincuenta minutos.
  La idea conceptual y temática del disco proviene de mucho tiempo atrás y nació cuando Eno trabajo como productor de su amigo, el percusionista Gavin Bryars, en el disco Sinking of the Titanic, de 1977. De ahí se le quedó en la mente la historia de aquel malogrado trasatlántico y le llevó casi cuarenta años hacer algo con ella.
  El de Bryars era un disco de música folk y lo que ha hecho ahora Eno nada tiene que ver con ello. De hecho, la idea de este nuevo trabajo lo ha llevado de regreso al ambient, algo en lo que no incursionaba desde su excelente álbum Lux de 2012.
  The Ship está dividido en dos partes. El track homónimo, de 21 minutos de duración (una reflexión minimalista sobre el hundimiento del Titanic), y la composición “Fickle Sun”, de 26 minutos, dividida en tres partes (o tres canciones).
  “The Ship” es una composición autocontenida, misteriosa, fascinantemente monótona e hipnótica, apoyada en el uso de sintetizadores y sampleos que nos van metiendo poco a poco en una atmósfera neblinosa y nocturnal, necesariamente oscura. Eno incorpora su voz, intencionalmente grave (muy grave, con tonos bajísimos), cuando la pieza lleva ya seis minutos, y lo hace sobre dos acordes que se repiten ad infinitum (“The Ship was from the willing land / The waves about it roll / and as a glow by powder band / We lift, we loot, we haul”) al tiempo que va añadiendo, con elegancia y discreción, diversos sonidos que incluyen desde cuerdas sintetizadas hasta voces fantasmales tomadas de viejas transmisiones radiofónicas y desde una segunda voz femenina hasta un coro de sirenas interpretado por el grupo vocal femenino The Elgin Marvels. La pieza sumerge al escucha en el uniforme avanzar del gran trasatlántico, su paso por las olas, su lento transcurrir oceánico y su trágico final, todo sin alteraciones, manteniendo siempre una uniformidad sonora que vuelve tan desesperante como fascinante, tan angustiante como cautivadora, la historia del naufragio. Eno nos sitúa en ese ambiente marino y helado, nos hunde auditiva y casi literalmente en las aguas del Atlántico Norte, nos hace sentir como si fuésemos una de las víctimas del naufragio y escucháramos desde el fondo del océano todos esos sonidos inquietantes.
  Por lo que toca a “Fickle Sun”, con una primera parte de 18 minutos de duración, estamos ante una obra más siniestra y tensa aún, oscura, muy emparentada con el gótico y la música doom. Aquí también, Brian Eno canta, pero lo hace con menos monotonía y más intención dramática, mientras que lo ambient nos rodea y borda incluso las orillas del rock progresivo, como escuchamos en la primera parte del tema, con algunos acordes pesadísimos, cercanos a lo orquestal, y que aparentan el golpeteo de grandes láminas metálicas, mientras un órgano tétrico mantiene un larguísimo continuo o esas voces que parecen provenir de un negro y profundo más allá. En una segunda y breve sección, con el subtítulo “The Hour Is Thin”, el actor Peter Serafinowicz lee un relato poético, acompañado por un piano solitario, mientras que en la tercera Eno retoma con enorme respeto un hermoso y triste tema escrito por Lou Reed para el álbum The Velvet Underground, editado en 1969: “I’m Set Free”. El ambient se desvanece y da pie a una melodía de rock pop con tintes folkies y con una instrumentación que incluye teclados, violín, viola, guitarra y batería. Las armonías vocales son de una hermosura conmovedora y dan al disco una conclusión esperanzadora que contrasta con su dramático inicio.
   Vaya manera que eligió Brian Eno para celebrar sus 68 años de vida, con una obra impresionante y majestuosa.

(Publicado hoy en "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

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