lunes, 1 de diciembre de 2014

Jack Bruce en el cuarto blanco

Las leyendas vivientes se convierten en mito cuando dejan de estar físicamente entre nosotros. Hay mitos que no alcanzaron a ser leyendas vivas, debido a que murieron jóvenes (como los miembros del célebre club de los 27) y su trascendencia se hizo mayor una vez que partieron del mundo. Sin embargo, aquellos que logran sobrevivir al fuerte trajín existencial del sexo, las drogas y el rock ‘n roll y que rebasados los sesenta, los setenta y hasta los ochenta años siguen con el corazón latiente y hasta en plena actividad; aquellos que en vida logran gozar del estatus de leyendas, siempre serán doblemente afortunados.
  Jack Bruce era una de estas leyendas. Lo fue hasta el pasado 25 de octubre, cuando un padecimiento en el hígado lo envió a la tumba a los setenta y un años de edad. Su enorme fama la debía básicamente a un breve periodo de su biografía, el que va de 1966 a 1969. Tres años apenas que lo llevaron a las máximas alturas, al firmamento del rock, por ser uno de los tres integrantes del primer supergrupo de la historia: Cream.
  Como es sabido, se conoce como supergrupo a aquel que reúne sólo a músicos consagrados y cuando Cream se formó, en 1966, sus tres miembros venían antecedidos de un envidiable palmarés musical. Eric Clapton, su líder, segunda voz y guitarrista, a sus entonces veintiún años, ya había pasado por los Yardbirds y por los Bluesbreakers de John Mayall. Ginger Baker, su baterista, a los veintisiete había estado, entre otras, en las bandas de Alexis Korner y Graham Bond, dos de los patriarcas, junto con Mayall, de lo que sería la explosión del rock británico. Por su parte, Jack Bruce, el bajista y primera voz, entonces de veintitrés años, había participado en los proyectos de esos tres patriarcas.
  Con Clapton, Baker y Bruce en plenitud de forma y gracias a éxitos como “Sunshine of Your Love” o “White Room”, el a la vez fino y estruendoso Cream se catapultó a la fama, el dinero y los excesos de manera vertiginosa; por eso, su existencia llena de diferencias y conflictos internos duró tan poco. El trío sólo grabó cuatro álbumes en estudio (Fresh Cream, 1966: Disraeli Gears, 1967; Wheels of Fire, 1968; Goodbye, 1969) y dos más en concierto. Su postrera e histórica presentación en público fue en el Royal Albert Hall de Londres, el 26 de noviembre de 1968, unos meses antes de que apareciera su último disco. Los tres músicos casi no se dirigían la palabra y en esa ocasión arribaron cada uno por separado. Ya no eran amigos.
  Después de “La Crema” (cómo le decían en México los locutores de la radio roquera), Jack Bruce anduvo artísticamente de aquí para allá. Grabó un álbum como solista (el estupendo Songs for a Taylor de 1969), al que seguirían muchos más que no lograron demasiada trascendencia. También se unió a diversas agrupaciones –algunas de ellas bastante efímeras– y no sería sino hasta 1993 que volvería a juntarse con sus antiguos coequiperos, para asistir a la ceremonia en la que Cream fue introducido en el Salón de la Fama del Rock. Ahí platicó con Ginger Baker y decidieron hacer algo juntos. El resultado fue el trío BBM, al lado del guitarrista Gary Moore. No obstante, poco sucedió con ese experimento hoy prácticamente olvidado. Doce años más tarde, en 2005, Cream se reuniría inesperadamente para realizar cuatro conciertos en Londres y tres en Nueva York. Jamás volverían a tocar juntos.
    En 2003, a Bruce le diagnosticaron cáncer en el hígado y se sometió a un exitoso trasplante. Continuó su carrera como solista y en marzo de este año sacó un nuevo álbum, el magnífico Silver Rails (Esoteric Antenna, 2014). Ya sin aquella potente y afinada voz que lo hiciera famoso, el músico mostró sin embargo que al entrar en su octava década de vida aún poseía el suficiente vigor para ejecutar un rock potente, seco, poderoso, pero con un amplio sentido armónico y melódico. Algunas piezas, como “Rusty Lady”, muestran que la influencia de Cream seguía en sus poros y en su mente, pero en otras lo que se escucha es una música muy fina y diferente (por ejemplo, en “Industrial Child”), a lo que ayudó la participación de músicos de primer orden, como los casi igualmente legendarios guitarristas Phil Manzanera y Robin Trower y el tecladista de jazz John Medeski.
  Silver Trails fue, involuntariamente, el testamento musical de Jack Bruce. Descanse en paz en su cuarto blanco.

(Publicado este mes de diciembre en el No, 444 de la revista Nexos)

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