viernes, 5 de septiembre de 2014

El primer disco de The Stone Roses

Hasta aquellos días de 1989, Ian Brown y John Squire eran parte de uno más de los cientos de grupos de rock que pululaban en la ciudad de Manchester, al norte de Inglaterra, urbe en ese entonces más famosa por sus equipos de futbol (los archirrivales Manchester United y Manchester City) que por su música, aun cuando de ahí eran originarias bandas como los Smiths, New Order y The Fall. Sin embargo, nada que ver con la mítica Liverpool de los Beatles o la glamurosa Londres de los Rolling Stones, los Who, los Kinks, David Bowie y tantos otros.
  The Stone Roses era el nombre de aquella agrupación, en la que Brown hacía de vocalista y Squire de guitarrista, al lado de Gary Mounfield (bajo) y Alan Wren (batería). Formado en 1985, el cuarteto había grabado, sin pena ni gloria, un disco EP y nada parecía augurar que vinieran tiempos mejores. No obstante, sus integrantes siguieron trabajando en la composición de temas y cuatro años después lograron viajar a Londres, para grabar su primer disco de larga duración. Se metieron a los estudios Battery & Konk y se pusieron a las órdenes del afamado productor John Leckie, quien vio en aquellos músicos un gran potencial y se puso a trabajar con ellos para dar a luz al homónimo The Stone Roses (Silverstone/Jive), considerado por muchos como “el mejor álbum debut de un grupo inglés en la historia” (con esa etiqueta ha navegado a lo largo de más de dos décadas) y piedra fundadora del sonido Madchester, al que se sumarían agrupaciones como Inspiral Carpets o The Charlatans.
  1989 parecía un año poco propicio para la escena del rock británico. En esos días, los Smiths eran sólo un recuerdo; Noel Gallagher se dedicaba a afinar las guitarras de los Inspiral Carpets; Blur no era más que un vago proyecto llamado tentativamente Seymour; Radiohead lo mismo, pero bajo el nombre de On a Friday, mientras que Alex Turner, de los Arctic Monkeys, estaba aún en la guardería. Lo más prometedor, según algunos especialistas de la época, era ese peculiar grupo llamado los Happy Mondays, mismo que ya había grabado un par de buenos álbumes. Fue en tal contexto que apareció The Stones Roses –el disco– y el impacto resultó muy fuerte, aunque no inmediato.
  The Stone Roses –el grupo– quizá no inventó el sonido Madchester, pero sí lo detonó con este su álbum debut. ¿Cuáles eran las características de ese sonido? Básicamente se trataba de una fusión del rock pop británico (ese que venía desde mediados de los sesenta) con los ritmos bailables del house, corriente de la música electrónica muy en boga durante los ochenta en la ciudad de Manchester, sobre todo en el legendario club The Hacienda. Ian Brown, John Squire y compañía supieron fusionar ambas tendencias y lograron un estilo novedoso, un tanto neopsicodélico, que entusiasmó a críticos y escuchas y que elevó a la agrupación a alturas inconmensurables, no sólo en su ciudad natal sino en toda Gran Bretaña, Europa y el mundo entero.
  El flamante plato no causó al principio una gran impresión y debieron pasar varios meses para que su sonido fuera valorado y difundido. Pero una vez que logró penetrar en el gusto de la gente, se transformó en un clásico instantáneo, con canciones como la exultante “I Wanna Be Adored”, la turbadora “Waterfall”, la cachonda “She Bangs the Drums”, la cuasi popera “(Song for My) Sugar Spun Sister”, la dulce y medievalista “Elizabeth My Dear” o la muy rocanrolera y hasta rollingstoniana “Shoot You Down”.
  En 2009, Sony Music reeditó el disco con una presentación de lujo, debidamente remasterizada y con dos cortes extras: “Elephant Stone” y “Fools Gold”.
  Sobra decir que se trata de una obra fundamental y que hay que tenerla. Es un buen modo de rememorar lo que The Stone Roses –el grupo y el disco– y el sonido Madchester representaron en su momento.
   Porque a final de cuentas y para parafrasear a Ernest Hemingway: ¡Manchester era una fiesta!

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