martes, 4 de febrero de 2014

Viejos los cerros (y no tocan blues)

Uno tiene setenta y nueve años, el otro ochenta y dos. Los dos tocan blues. El primero es armoniquista, el segundo guitarrista. El primero ya no puede cantar, pero hace sonar su instrumento como si tuviera cincuenta años menos; el segundo canta y guitarrea como el mejor. El primero es una estrella consumada del género y tiene decenas de discos grabados, el segundo acaba apenas de grabar su primer álbum. El primero se llama James Cotton, el segundo responde al nombre de Leo Welch.
  Cotton Mouth Man (Alligator, 2013) es el título del más reciente plato de James Cotton, quien regresa a las andadas discográficas con esta joya reluciente en la que cuenta con varios vocalistas invitados (entre ellos Greg Allman, Keb’ Mo’, Warren Haynes, Joe Bonamassa y la gran Ruthie Foster). Como ya no tiene voz para cantar, Cotton se dedica exclusivamente a soplar su armónica y presenta trece nuevas composiciones que muestran la inmortalidad y la vigencia del blues, ese género tan olvidado por el llamado mainstream, pero tan vital y entrañable todavía para tantos amantes de la música. En verdad un álbum absolutamente recomendable.
  Por su parte, Leo Welch debuta en el mundo del disco a los ochenta años de edad. Nativo de Sabougla, Mississippi, el hombre es un cantante y guitarrista de blues que también tiene raíces en el góspel (es decir que ha abrevado lo mismo de la música de Dios que de la música del diablo). Por diversas circunstancias, a pesar de su larga carrera jamás había tenido la oportunidad de grabar, hasta que la disquera Big Legal Mess, filial de Fat Possum, le dio la oportunidad de realizar Sabougla Voices (2014), un trabajo verdaderamente fantástico, en el que Welch muestra una energía que no hace sospechar que se trate de un octogenario. Su fuerza, su profundidad y su vitalidad sorprenden gratamente en este set de canciones que son las que suele tocar cada semana en diferentes iglesias de la región del Mississippi. Un disco grandioso y revelador –incluso en el sentido más puramente religioso de la palabra–, pero a la vez crudo y muy bluesero. Una joya.

(Publicado hoy en Milenio Diario)

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